El Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo – Ciclo B – 2024
Vida
eucarística
Mc 14, 12 – 16. 22 – 26
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos la Solemnidad
del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en el contexto del “Año de la Oración”; un año dedicado a tomar
conciencia de la hermosura, grandeza y profundidad de la oración cristiana -la
oración de Cristo, de toda la Iglesia y de cada bautizado-.
Movidos por el año dedicado a la oración, recordamos hoy que la
Eucaristía es oración de Cristo al Padre; y, al mismo tiempo es diálogo
personal y auténtico con Cristo presente realmente en los dones eucarísticos.
Oración
de Cristo al Padre
Sabemos que la Eucaristía, instituida por Jesús en la comida
pascual que celebró con sus discípulos antes de su Pasión (cf. Mc 14, 12 –
16. 22 -26), es la celebración sacramental de su Pasión, Muerte y Resurrección. En cada Misa se actualiza para
nosotros el Misterio Pascual de
Cristo.
Misterio que consiste en su entrega al Padre por todos los
hombres y mujeres; por todo el mundo. Es por ello que en cada Eucaristía se
hace presente la oración de expiación, entrega y alabanza del Hijo por el
Espíritu Santo al Padre. En cada Eucaristía, Jesús se entrega y ofrece por
nosotros al Padre. Y al hacerlo, nos invita a
entregarnos y ofrecernos juntamente con Él al Padre.
Cristo nos involucra en su oración de expiación, entrega y
alabanza a Dios Padre. Como los dones de pan y vino se ofrecen en el altar; así
nuestras vidas; nuestras alegrías y tristezas; nuestros corazones; se ofrecen con
Cristo al Padre.
Por Él pedimos perdón por nuestras faltas y pecados; entregamos
nuestra fragilidad y nuestras capacidades; nuestra vida toda. Y alabamos al
Padre por habernos creado, redimido y santificado. Verdaderamente la Eucaristía
es acción de gracias. Verdaderamente en cada Misa, Cristo Jesús se entrega por
nosotros, y nos involucra en su ofrenda al Padre.
Así la oración de Cristo que es cada Eucaristía, por la
misericordia de Jesús y por la gracia del Bautismo,
es al mismo tiempo oración de toda la Iglesia y de cada uno de nosotros, los
bautizados.
La Misa es oración de todos: de todo el Cuerpo de Cristo -Cabeza
y miembros-. En la Eucaristía, el sacerdocio bautismal y el sacerdocio ministerial
se unen al Sumo y Eterno Sacerdote para hacer oración al Padre en favor de toda
la humanidad, de toda la Iglesia y en favor de cada corazón creyente.
Oración
a Cristo
Pero al mismo tiempo, la Eucaristía, que nos implica en la
oración de Cristo al Padre, es oración de cada creyente a Cristo,
verdaderamente presente en su Cuerpo y en su Sangre eucarísticos.
Ambas dimensiones de la oración la vivimos en cada Misa: la
dimensión de alabanza por Cristo, en Cristo y con Cristo al Padre; así como la
dimensión contemplativa, donde nuestros corazones entran en ese encuentro y
diálogo personal con Jesús Resucitado presente en su Eucaristía.
Nos convoca Jesús en los ritos
iniciales, Él nos congrega y nos hace pueblo que camina hacia su encuentro.
Serena nuestros corazones en el rito
penitencial y así nos prepara a recibir su palabra proclamada litúrgicamente.
Con Él la meditamos, ya que “como hizo en otro tiempo con sus discípulos, nos
explica las Escrituras y parte para nosotros el pan”[1]. Él nos
guía en la oración de los fieles para
presentar al Padre nuestra oración, nuestras intenciones y necesidades.
Finalmente, Él se hace realmente presente en su Cuerpo y Sangre,
y así cumple su promesa: «yo
estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Al recibirlo en comunión
sacramental, Él está “enteramente con su ser en el santuario de nuestro
corazón”[2]; y así
se hace íntimo amigo y alimento que nos acompaña, nos nutre y nos sustenta.
Verdaderamente la Eucaristía vivida con un corazón bien
predispuesto y con anhelo, es oración a Cristo; encuentro personal con Él,
mutua in-habitación de Cristo en nosotros, y de nosotros en Él.
Por todo esto celebramos hoy la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo; porque queremos elevar nuestra oración de acción de gracias por este don admirable, este sacramento admirable.
Al dejar que Jesús Eucaristía camine en medio de nosotros,
volveremos a renovar nuestra fe en su presencia real en el Santísimo Sacramento del altar; volveremos a renovar nuestra
confianza en que Él camina en medio de nosotros; nos acompaña, nos sostiene, nos
guía y nos salva.
Y al recibir la bendición;
volveremos a recordar que desde la Eucaristía celebrada, Él nos envía a vivir
la vida de forma eucarística; es decir, a vivir nuestra vida como constante
oración de entrega al Padre y como constante diálogo y amistad con Cristo.
Vida
eucarística
Si vivimos así, todo lo que hagamos será oración “por Cristo,
con Él y en Él, a Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo”[3]. Dándole
al Padre, con nuestra vida –unida a la Eucaristía de Cristo-, “todo honor y
toda gloria” en el día a día.
En el fondo, la vida vivida de forma eucarística, no es otra
cosa que la santidad de la vida diaria; ofrecida con Cristo y con María al
Padre en el altar de los corazones y en el altar eucarístico.
A María, Mujer eucarística,
que supo unirse a la oración del Hijo al Padre en el altar de la cruz, le
pedimos que desde el Santuario nos eduque para vivir con Ella y como Ella una
vida eucarística, una vida donde todo sea oración por Cristo y con Cristo;
oración que tributa al Padre Dios, “todo honor y toda gloria por los siglos de
los siglos. Amén.”[4]
P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector
del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
2/06/2024