La Inmaculada Concepción de la Virgen María – Solemnidad - 2025
Lc
1, 26 – 38
El bien común, el bien de
todos nosotros
Fiesta
de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé
«Denles
ustedes mismos de comer» (Mt 14, 16)
La
Virgen María testigo de la Salvación - «Hágase en mí según tu palabra»
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad
de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, festividad de Nuestra Señora de
los Milagros de Caacupé. Al hacerlo recordamos que vamos concluyendo el Jubileo de la esperanza, tiempo de
gracia donde quisimos renovar nuestra vocación de peregrinos de esperanza.
Sin
embargo, seguimos peregrinando como Pueblo
de Dios que camina en el Paraguay; seguimos caminando y María camina con
nosotros, desde Caacupé, y desde tantos otros santuarios marianos a lo largo de
nuestra patria, “lugares santos de acogida y espacios privilegiados para
generar esperanza.”[1]
«Denles
ustedes mismo de comer»
En el Paraguay, desde el año de la esperanza nos encaminamos hacia el año dedicado al bien común. Y no podía ser de otra manera, ya que
“en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del
bien”[2].
Al
dar este paso como Iglesia, recordamos que “nuestra esperanza es siempre y
esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza
también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente:
¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer
para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la
esperanza?”[3]
Si Jesús es nuestra
esperanza (cf. 1Tim 1, 1), no podemos
guardarnos esa esperanza sólo para nosotros mismos con una actitud intimista e
indiferente. En efecto, el que ha experimentado el amor de Dios manifestado en
Cristo Jesús siente la necesidad de compartir y comunicar ese amor a los demás.
No puede guardarse ese amor y esa esperanza sólo para sí mismo.
Pues “estar en comunión con Jesucristo nos hace
participar en su ser “para todos”, hace que este sea nuestro modo de ser. Nos
compromete a favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos
realmente llegar a ser para los demás, para todos.”[4]
Así resuena en nuestros oídos y corazones la palabra del
Señor: «Denles ustedes mismos de comer» (Mt 14, 16), no como un mandato exterior,
sino como dinámica intrínseca del amor de Dios que hemos recibido en Jesús.
“Puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la
respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.”[5]
Porque hemos sido alimentados con el amor de Cristo, podemos
también nosotros alimentar a nuestros hermanos con ese mismo amor.
El bien común, el
bien de todos nosotros
Por lo tanto, si “el amor de Dios se manifiesta en la
responsabilidad por el otro”[6],
comprendemos entonces que como discípulos de Jesús e hijos y aliados de María, Tupãsy Caacupé, estamos llamados a
buscar el bien común de nuestros hermanos y hermanas, de nuestra sociedad.
Comprendemos que “desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de
justicia y caridad”[7]
cristiana.
Pero antes de seguir avanzando en nuestra meditación,
preguntémonos qué es el bien común
del que estamos hablando y con el cual queremos comprometernos siguiendo las
palabras de Jesús.
“Amar
a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien
individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el
bien común. Es el bien de ese “todos nosotros”, formado por individuos,
familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien
que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la
comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de
modo eficaz.”[8]
Sí,
el bien común es el bien de todos
nosotros. Ese «nosotros» formado no solamente por mi familia o mis amigos y
seres queridos; ese «nosotros» formado no solamente por los de mi grupo social
o partido político. Si no, ese «nosotros» formado por todos los hombres y mujeres;
por toda la humanidad. Y en nuestro caso concreto, el «nosotros» formado por
todos los paraguayos y por todos los que habitamos esta tierra guaraní en el
corazón de América.
Por
lo tanto, se trata de un «nosotros» que no excluye ni rechaza a nadie, se trata
de un «nosotros» que no olvida a nadie ni lo deja desamparado. Es un «nosotros»
amplio como el corazón de Jesús «que no
vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una
multitud» (Mt 20, 28). Es un
«nosotros» amplio como el corazón de Tupãsy
Caacupé, en cuyo santuario nos sentimos en casa, porque “en un santuario
los hijos nos encontramos con nuestra Madre y entre nosotros recordamos que
somos hermanos.”[9]
Es
un «nosotros» que nace de la conversión del corazón, fruto del amor de Jesús
por cada uno y por todos. Es en nuestro corazón donde día a día podemos
decidirnos, no solo por nuestro propio bien, sino por el bien común, el bien de
todos nosotros. Nuestra “fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento
del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser
humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita”[10].
«Hágase en mí según tu
palabra»
Solamente necesitamos -como María en Nazaret- abrir los
oídos y el corazón a la palabra de Dios que se nos dirige cada día a través de
la Sagrada Escritura y de los acontecimientos de nuestra vida
cotidiana.
En cada acontecimiento, en cada hombre y mujer, de
diversas maneras Dios sale a nuestro encuentro y también a nosotros nos saluda
diciendo: «Alégrate, estoy contigo» (cf,
Lc 1, 28). Ese saludo, que es siempre
acontecimiento de fe y salvación que se da en la vida de cada uno, nos llena de
alegría y esperanza. Y por ello nos mueve a hacer nuestras las palabras y la
actitud de María: «que se cumpla en mí lo
que has dicho» (Lc 1, 38).
Al acoger el plan de Dios en su vida, María no sólo cooperó para la realización de su bien individual, sino que, respondiendo fielmente a su vocación se hizo instrumento del bien común, del bien de todos nosotros, de toda la Iglesia, de toda la humanidad.
Acogiendo
en su seno al Salvador, al Hijo de Dios hecho carne, María acogió a Aquél que
entregando su vida en la cruz y resucitando, abriría el camino del auténtico
bien común para todos los hombres y para todo el hombre.
Por
ello, también nosotros queremos volver a acoger en nuestros corazones la
palabra de Dios, para así hacernos instrumentos del bien común, del bien de ese
«nosotros» conformado por todos los hombres y mujeres de nuestra tierra. Que
nadie sea excluido en nuestro corazón de ese «nosotros».
Siempre
podemos hacer el bien a los demás, incluso a aquellos que nos han lastimado;
siempre podemos orar por ellos y dejar que Jesús toque y sane los corazones. Siempre
podemos encauzar nuestras fuerzas y capacidades en el servicio sincero y
concreto de los demás, sean cercanos o lejanos. Siempre podemos hacer el bien,
por pequeño que sea, y así, cooperar al bien común, al bien de todos.
Tupãsy Caacupé, Madre de
todos nosotros
Contemplemos
a María, Tupãsy Caacupé; a Ella que
al dar su sí al ángel de Dios se hizo instrumento
del auténtico bien de todos los hombres y mujeres (cf. Lc 1, 38); a Ella que al pie de la cruz se hizo Madre del «nosotros» de la Iglesia y de
la humanidad (cf. Jn 19, 26 - 27); a
Ella que elevada a los cielos brilla como Estrella
de la esperanza[11];
y pidámosle en este su santuario:
Tupãsy Caacupé,
Madre de Dios y Madre de todos
nosotros,
enséñanos a escuchar la Palabra de
Dios,
para que nuestro corazón sea amplio en
el amor
y generoso en el servicio sincero a
los demás.
Que como hijos y aliados tuyos seamos
instrumentos
en la realización del bien en favor de
todos los hijos e hijas de esta tierra.
Que por la palabra de Cristo Jesús;
y por nuestra colaboración en su obra
de redención,
Paraguay llegue a ser una Nación de
Dios
en la cual todos encuentren las
condiciones necesarias
para llegar a desarrollar plenamente su
vocación humana y cristiana,
a imagen de Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.
P.
Óscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda –
Schoenstatt
8
de diciembre de 2025
[1] FRANCISCO, Spes non confundit, 24
[2] FRANCISCO, Spes non confundit, 1
[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 48
[4] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 28
[5] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1
[6] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 28
[7] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 7
[8] Ibídem
[9] FRANCISCO, Homilía, Explanada del santuario mariano de Caacupé, Paraguay, 11 de julio de 2015.
[10] FRANCISCO, Fratelli tutti, 84
[11]
Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de la
Santísima Virgen María III. María, signo de consuelo y de esperanza.
