La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 9 de diciembre de 2025

El bien común, el bien de todos nosotros - Caacupé 2025

 La Inmaculada Concepción de la Virgen María – Solemnidad - 2025

Lc 1, 26 – 38

El bien común, el bien de todos nosotros

 

Fiesta de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé

«Denles ustedes mismos de comer» (Mt 14, 16)

La Virgen María testigo de la Salvación - «Hágase en mí según tu palabra»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, festividad de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé. Al hacerlo recordamos que vamos concluyendo el Jubileo de la esperanza, tiempo de gracia donde quisimos renovar nuestra vocación de peregrinos de esperanza.

Sin embargo, seguimos peregrinando como Pueblo de Dios que camina en el Paraguay; seguimos caminando y María camina con nosotros, desde Caacupé, y desde tantos otros santuarios marianos a lo largo de nuestra patria, “lugares santos de acogida y espacios privilegiados para generar esperanza.”[1]

«Denles ustedes mismo de comer»

            En el Paraguay, desde el año de la esperanza nos encaminamos hacia el año dedicado al bien común. Y no podía ser de otra manera, ya que “en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien”[2].

Al dar este paso como Iglesia, recordamos que “nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza?”[3]

            Si Jesús es nuestra esperanza (cf. 1Tim 1, 1), no podemos guardarnos esa esperanza sólo para nosotros mismos con una actitud intimista e indiferente. En efecto, el que ha experimentado el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús siente la necesidad de compartir y comunicar ese amor a los demás. No puede guardarse ese amor y esa esperanza sólo para sí mismo.

            Pues “estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser “para todos”, hace que este sea nuestro modo de ser. Nos compromete a favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos.”[4]

            Así resuena en nuestros oídos y corazones la palabra del Señor: «Denles ustedes mismos de comer» (Mt 14, 16), no como un mandato exterior, sino como dinámica intrínseca del amor de Dios que hemos recibido en Jesús. “Puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.”[5]

            Porque hemos sido alimentados con el amor de Cristo, podemos también nosotros alimentar a nuestros hermanos con ese mismo amor.

El bien común, el bien de todos nosotros

            Por lo tanto, si “el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro”[6], comprendemos entonces que como discípulos de Jesús e hijos y aliados de María, Tupãsy Caacupé, estamos llamados a buscar el bien común de nuestros hermanos y hermanas, de nuestra sociedad. Comprendemos que “desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad”[7] cristiana.

            Pero antes de seguir avanzando en nuestra meditación, preguntémonos qué es el bien común del que estamos hablando y con el cual queremos comprometernos siguiendo las palabras de Jesús.

“Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese “todos nosotros”, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo eficaz.”[8]

Sí, el bien común es el bien de todos nosotros. Ese «nosotros» formado no solamente por mi familia o mis amigos y seres queridos; ese «nosotros» formado no solamente por los de mi grupo social o partido político. Si no, ese «nosotros» formado por todos los hombres y mujeres; por toda la humanidad. Y en nuestro caso concreto, el «nosotros» formado por todos los paraguayos y por todos los que habitamos esta tierra guaraní en el corazón de América.

Por lo tanto, se trata de un «nosotros» que no excluye ni rechaza a nadie, se trata de un «nosotros» que no olvida a nadie ni lo deja desamparado. Es un «nosotros» amplio como el corazón de Jesús «que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mt 20, 28). Es un «nosotros» amplio como el corazón de Tupãsy Caacupé, en cuyo santuario nos sentimos en casa, porque “en un santuario los hijos nos encontramos con nuestra Madre y entre nosotros recordamos que somos hermanos.”[9]

Es un «nosotros» que nace de la conversión del corazón, fruto del amor de Jesús por cada uno y por todos. Es en nuestro corazón donde día a día podemos decidirnos, no solo por nuestro propio bien, sino por el bien común, el bien de todos nosotros. Nuestra “fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita”[10].  

«Hágase en mí según tu palabra»

            Solamente necesitamos -como María en Nazaret- abrir los oídos y el corazón a la palabra de Dios que se nos dirige cada día a través de la Sagrada Escritura y de los acontecimientos de nuestra vida cotidiana.

            En cada acontecimiento, en cada hombre y mujer, de diversas maneras Dios sale a nuestro encuentro y también a nosotros nos saluda diciendo: «Alégrate, estoy contigo» (cf, Lc 1, 28). Ese saludo, que es siempre acontecimiento de fe y salvación que se da en la vida de cada uno, nos llena de alegría y esperanza. Y por ello nos mueve a hacer nuestras las palabras y la actitud de María: «que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1, 38).

           


Al acoger el plan de Dios en su vida, María no sólo cooperó para la realización de su bien individual, sino que, respondiendo fielmente a su vocación se hizo instrumento del bien común, del bien de todos nosotros, de toda la Iglesia, de toda la humanidad.

Acogiendo en su seno al Salvador, al Hijo de Dios hecho carne, María acogió a Aquél que entregando su vida en la cruz y resucitando, abriría el camino del auténtico bien común para todos los hombres y para todo el hombre.

Por ello, también nosotros queremos volver a acoger en nuestros corazones la palabra de Dios, para así hacernos instrumentos del bien común, del bien de ese «nosotros» conformado por todos los hombres y mujeres de nuestra tierra. Que nadie sea excluido en nuestro corazón de ese «nosotros».

Siempre podemos hacer el bien a los demás, incluso a aquellos que nos han lastimado; siempre podemos orar por ellos y dejar que Jesús toque y sane los corazones. Siempre podemos encauzar nuestras fuerzas y capacidades en el servicio sincero y concreto de los demás, sean cercanos o lejanos. Siempre podemos hacer el bien, por pequeño que sea, y así, cooperar al bien común, al bien de todos.

Tupãsy Caacupé, Madre de todos nosotros

Contemplemos a María, Tupãsy Caacupé; a Ella que al dar su sí al ángel de Dios se hizo instrumento del auténtico bien de todos los hombres y mujeres (cf. Lc 1, 38); a Ella que al pie de la cruz se hizo Madre del «nosotros» de la Iglesia y de la humanidad (cf. Jn 19, 26 - 27); a Ella que elevada a los cielos brilla como Estrella de la esperanza[11]; y pidámosle en este  su santuario:

 

Tupãsy Caacupé,

Madre de Dios y Madre de todos nosotros,

enséñanos a escuchar la Palabra de Dios,

para que nuestro corazón sea amplio en el amor

y generoso en el servicio sincero a los demás.

 

Que como hijos y aliados tuyos seamos instrumentos

en la realización del bien en favor de todos los hijos e hijas de esta tierra.

 

Que por la palabra de Cristo Jesús;

y por nuestra colaboración en su obra de redención,

Paraguay llegue a ser una Nación de Dios

en la cual todos encuentren las condiciones necesarias

para llegar a desarrollar plenamente su vocación humana y cristiana,

a imagen de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

 

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

8 de diciembre de 2025   



[1] FRANCISCO, Spes non confundit, 24

[2] FRANCISCO, Spes non confundit, 1

[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 48

[4] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 28

[5] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1

[6] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 28

[7] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 7

[8] Ibídem

[9] FRANCISCO, Homilía, Explanada del santuario mariano de Caacupé, Paraguay, 11 de julio de 2015.

[10] FRANCISCO, Fratelli tutti, 84

[11] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de la Santísima Virgen María III. María, signo de consuelo y de esperanza.