Volver a despertar el amor
Domingo XI del Tiempo
Ordinario – Ciclo C
Queridos hermanos y
hermanas:
La primera lectura del día de hoy (2 Sam 12, 7-10. 13) nos muestra la seriedad del pecado; es decir,
nos ayuda a tomar conciencia de lo que
es el pecado: «despreciar la palabra del
Señor», «hacer lo que es malo a sus
ojos». En el fondo se trata del desprecio a Dios, del desprecio de su amor
por nosotros.
Conciencia de pecado
Es interesante que cuando el profeta Natán denuncia a
David su pecado, primero le hace tomar conciencia del gran amor que Dios le ha
mostrado en su vida: «Así habla el Señor,
el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl… …te
di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y
aún más» (2 Sam 12, 7-8).
Ante el gran amor de Dios, manifestado en tantos dones,
se nos muestra la seriedad del pecado: despreciar ese amor, despreciar esos
dones, despreciar al Dador de esos dones.
Pareciera ser que David necesita que vuelvan a despertar
su conciencia. Sobre todo necesita volver a tomar conciencia del gran amor de
Dios para tomar conciencia de su pecado. Muchas veces, también nosotros tenemos
poca conciencia de pecado porque tenemos poca conciencia del amor que Dios nos
tiene. Tenemos poco conciencia de que faltamos al amor de Dios, porque tenemos
poca conciencia de su amor por nosotros.[1]
Pero así también, este pasaje de la Sagrada Escritura nos muestra la grandeza del arrepentimiento. Tomar
conciencia de nuestros actos, de nuestra responsabilidad, de nuestra libertad. Tomar
conciencia de que hemos fallado al gran amor de Dios y por ello decidirnos a
volver a responder a su amor. De eso se trata el arrepentimiento: volver a
amar, volver a vivir en comunión con Dios, en alianza con Dios. Volver a
encaminarnos hacia Dios.
Ante el sincero arrepentimiento de David, el profeta
Natán responde: «El Señor, por su parte
ha borrado tu pecado; no morirás» (2
Sam 12, 13b). El sincero arrepentimiento y la confesión de nuestros pecados
nos devuelve a la vida con Dios.
Arrepentimiento: sanación
del alma
El arrepentimiento tiene todavía una dimensión más, una
fuerza sanadora para el alma. En palabras del P. José Kentenich, el
arrepentimiento “es una regeneración del alma; un nuevo llegar a ser del hombre
moral, del hombre de fe; significa un volver a encontrarse después de haber
estado perdido espiritualmente; significa un volver a tomar en cuenta las
fuerzas más profundas del alma; es un nuevo nacimiento.”[2]
¿Cómo nos sana el arrepentimiento? En primer lugar el
arrepentimiento “desprende mi alma del apego a aquello carente de valor, me
desprende de ese actuar que me desvaloriza”[3];
es decir, me libera, me desprende del apego a la acción mala que realicé, me
desprende del anti-valor que abracé al pecar. En segundo lugar, “la fuerza
santificante del arrepentimiento tiene un efecto hacia el futuro: el bien que
yo he negado por mi acción carente de valor, nuevamente es reafirmado con todas
las fuerzas de mi alma por el arrepentimiento.”[4]
En tercer lugar “el arrepentimiento quita al mal la fuerza engendradora que
tiene”, quita al mal la capacidad de engendrar nuevos pecados.[5]
Finalmente el arrepentimiento despierta en nosotros esa
conciencia filial que nos mueve a dirigirnos a Dios en oración para implorar su
perdón y así restablecer la comunión de vida con Él. Desapego del mal.
Afirmación del bien. Fuerza para obrar el bien. Filialidad ante Dios. He ahí el
camino sanante de un arrepentimiento sincero.
Despertar del amor
Por último, el evangelio (Lc 7,36 – 8,3) nos muestra que el arrepentimiento de nuestra alma y
el perdón misericordioso de Jesús despiertan en nosotros el amor. Mirando a la
mujer pecadora y arrepentida, Jesús dice al fariseo –quien nos sabe arrepentirse,
no sabe reconocerse pecador y necesitado de misericordia-: «sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso
demuestra mucho amor» (Lc 7, 47).
En el perdón es como si el alma arrepentida escuchase la
voz de Jesús que le dice: «¡Levántate,
amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron
las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra… …¡Levántate, amada mía, y
ven, hermosa mía!» (Cant 2,
10b-12a. 13b).
En este Año Santo
de la misericordia busquemos ese sincero arrepentimiento que sane nuestra
alma y vuelva a despertar nuestro amor por Jesús y por los demás. Que María, Madre de Misericordia y Refugio de los
pecadores, nos ayude a despertar en nuestra alma ese amor que es fruto del
perdón. Amén.
[1]
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio et Paenitentia sobre la Reconciliación y la
Penitencia en la misión de la Iglesia de hoy, 18: “El ofuscamiento o debilitamiento del
sentido del pecado deriva (…), finalmente y sobre todo, del oscurecimiento de
la idea de la paternidad de Dios y de su dominio sobre la vida del hombre”.
[2] P.
JOSÉ KENTENICH, «Culpa y Reconciliación»
en Desafíos de nuestro tiempo. Textos
escogidos del P. J. Kentenich, fundador de Schoenstatt (Editorial Patris
S.A., Santiago de Chile 41998), 104s.
[3] P.
JOSÉ KENTENICH, Desafíos de nuestro
tiempo…, 106.
[4]
Ibídem
[5] Cf.
P. JOSÉ KENTENICH, Desafíos de nuestro
tiempo…, 107. Cf. PAPA FRANCISCO,
Misericordiae Vultus 22: “Mientras percibimos la potencia de la gracia que
nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona.
No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son
consecuencia de nuestros pecados”.
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