Aprender a hospedar
Domingo 16° durante el año
– Ciclo C
Queridos hermanos y
hermanas:
La Liturgia de la Palabra hoy nos presenta el tema de la “hospitalidad”, tanto en la primera
lectura tomada del Génesis (Gn 18, 1-10a), como en el evangelio
tomado de San Lucas (Lc 10, 38-42). El mismo tema resuena en la
respuesta litúrgica al Salmo 14: «Señor, ¿quién entrará en tu casa?».
La hospitalidad de Abraham
El tema de la hospitalidad marca “toda la historia de
Israel. En efecto, el huésped que pasa y pide el techo que le falta recuerda a
Israel su condición pasada de forastero y extranjero de paso sobre la tierra.”[1]
Así lo expresa el texto bíblico de Levítico
19,34: «Al forastero que reside entre ustedes,
lo mirarán como a uno del pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues también
ustedes fueron forasteros en la tierra de Egipto».
Abraham es presentado como el modelo de toda
hospitalidad. Lo vemos en el texto que hemos escuchado. Abraham no se limita a
ofrecer hospitalidad en respuesta a un pedido; sino que, Abraham toma la
iniciativa y ofrece hospitalidad antes de que se la pidan.
El hombre que ve
es aquel que no está encerrado en sí mismo –en sus egoísmos e indiferencias-; y
porque ve es capaz de percibir la realidad que le rodea y notar la necesidad de
sus hermanos. Ante esta necesidad sale al encuentro,
se involucra con el otro, hace propia su necesidad. Pero lo hace de tal
manera que se inclina con respeto ante el otro, ante el necesitado. Así
la ayuda que ofrece no hace sentir al otro menospreciado sino dignificado. Y
así lo acoge, lo hospeda, lo recibe
en su hogar.
Es interesante que el texto del Génesis señale que fruto de ese encuentro
entre Abraham y estos hombres forasteros, se le anuncie que él y su esposa Sara
recibirán un hijo (cf. Gn 18, 10a).
El que se anima a acoger, a hospedar; el que se anima a encontrarse con el
otro, siempre recibe un don, una nueva vida.
La hospitalidad de Marta y
María
El evangelio (Lc
10, 38–42) nos presenta el conocido episodio de Marta y María. Mirándolo desde
la perspectiva de la hospitalidad, podríamos decir que ambas mujeres –cada una
según su estilo- ofreció hospitalidad a Jesús. Por un lado Marta, que «lo recibió en su casa» (Lc 10,38); y por otro lado, María, que «sentada a los pies del Señor escuchaba su
palabra» (Lc 10,39).
Sin embargo ante el reproche de Marta sobre las tareas de
la casa y la respuesta de Jesús: «Marta,
Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa
es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42); vale la pena que volvamos
a preguntarnos ¿qué significa hospedar? ¿Qué significa brindar hospitalidad?
Pareciera que la respuesta de Jesús nos indica que
hospedar no se trata simplemente de acoger a una persona en nuestra casa, sino
que hospedar significa primeramente acoger a una persona en nuestro corazón.
Hospedamos, acogemos, brindamos hospitalidad sobre todo
cuando regalamos hogar en nuestro corazón. Cuando los demás experimentan el
cobijamiento en nosotros. Y como fruto de ese cobijar a los demás en nuestro
corazón nacen las atenciones concretas de la hospitalidad.
Comprendemos entonces por qué una de las obras de misericordia corporal es el “acoger al forastero”. Y cuando acogemos de corazón a una persona
que necesita un techo, un descanso o compañía, estamos acogiendo al mismo
Cristo que se hace peregrino y necesitado de hospitalidad en nuestros hermanos:
«Les aseguro que cada vez que lo hicieron
con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
Aprender a hospedar
Esta meditación en torno a la hospitalidad me recuerda a
las palabras que el Papa Francisco pronunció durante la Misa que celebró en el
campo de Ñu Guasu, durante su visita al Paraguay. Nos decía el Papa: “cristiano
es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar”.[2]
Mirando la Sagrada
Escritura –tanto el Antiguo
Testamento como el Nuevo Testamento-,
podemos deducir que aprender a hospedar tiene una doble dimensión, un doble
sentido.
En primer lugar, aprender a hospedar se trata de aprender
a ser “huésped”. Aprender a depender
de la bondad de los demás, aprender a depender de la bondad de Dios y de su
providencia. Dejarnos cobijar, acoger. Dejarnos hacer misericordia; lo cual,
requiere de humildad y de que renunciemos a la pretensión de auto-suficiencia y
de control.
En segundo lugar, aprender a hospedar significa a prender
a ser “hospedero”; aprender a acoger
a otros. Aprender a recibir a otros, a cuidar, a tratar bien, a respetar y valorar.
En definitiva dar hogar. “Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar
en un hogar donde uno se pueda sentir recibido.”[3]
El aprender a hospedar se trata de un estilo de vida:
recibir cobijo y regalar cobijamiento. Ese es el camino de los discípulos de
Jesús, el camino de los que siguen al Señor que todavía hoy sigue buscando un
hogar donde ser acogido, un corazón donde habitar.
Por eso, aquí en el Santuario
de Tupãrenda, le pedimos a María, Madre
de la misericordia y de la hospitalidad, que nos eduque: que nos enseña a
dejarnos hospedar por Dios para que también nosotros brindemos hospitalidad a
nuestros hermanos que sufren y así nos encaminemos juntos para entrar en la
casa del Señor. Amén.
[1] PONTIFICIO
CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, Las obras de misericordia corporales y espirituales (San Pablo,
Buenos Aires 2015), 57s.
[2]
PAPA FRANCISCO, Santa Misa, Campo Grande de Ñu Guasu, Paraguay, 12 de julio de
2015. [en línea]. [fecha de consulta: 16 de julio de 2016]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2015/documents/papa-francesco_20150712_paraguay-omelia-nu-guazu.html>
[3]
Ibídem
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