La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 21 de octubre de 2017

«¿De quién es esta figura y esta inscripción?»

29° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 22, 15 - 21

«¿De quién es esta figura y esta inscripción?»

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio de hoy (Mt 22, 15 – 21) nos presenta a los fariseos «que se reunieron para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones». Con hipocresía tienden a Jesús una trampa en torno a la cuestión del pago de los impuestos a Roma: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?».

Premeditadamente los fariseos se hacen acompañar de los partidarios de Herodes[1] al plantear esta cuestión a Jesús. Ellos esperan que Jesús responda afirmativa o negativamente; en cualquiera de los dos casos planean recriminar a Jesús su postura y utilizarla en su contra.

Si Jesús dice que hay que pagar el impuesto al César –emperador romano-, tendrán la oportunidad de presentarlo como enemigo del pueblo de Israel y de sus tradiciones religiosas; en cambio, si Jesús responde que no hay que pagar el impuesto al emperador romano, fariseos y herodianos podrán denunciarlo como enemigo político del César.

«¿Por qué me tienden una trampa?»

            Jesús se da cuenta de la trampa que intentan tenderle. Como lo vemos en el propio texto evangélico, el Señor no cae en ella, no cae en el juego de contraponer el poder político con el poder de Dios. En el fondo, fariseos y herodianos han igualado al emperador romano y a Dios. La pregunta por el pago del impuesto es la pregunta por la soberanía. ¿Quién tiene verdadera soberanía sobre la humanidad? ¿El poder político de turno o Dios?

            La Liturgia de la Palabra responde a esta pregunta a través de la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías. Por medio del profeta se nos explica que el poder político, el poder humano, siempre está por debajo de la soberanía de Dios. De hecho, Isaías nos presenta una visión providente de la historia humana y del rol que en la misma juega el poder político.

            Cuando el texto dice: «Por amor a Jacob, mi servidor, y a Israel, mi elegido, yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que tú me conocieras» (Is 45,4); se refiere al hecho de que para el texto sagrado, el poder político de Ciro es una concesión de la Divina Providencia. Dios ha concedido a Ciro «un título insigne», el título y autoridad de rey; y lo ha hecho por amor a Israel; ya que Ciro es el que permite el retorno a Jerusalén de las comunidades judías deportadas en Babilonia. Para acentuar esta soberanía de Dios sobre toda soberanía humana, el texto insiste: «Yo soy el Señor, y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí» (Is 45,5a).

           Por lo tanto, no podemos comparar el poder político y la soberanía de Dios, no podemos equipararlos, y menos aún tratar de delimitar las esferas de cada uno para luego sugerir una especie de convivencia oportunista.

            La idea tan extendida en muchos ambientes de que la religión pertenece al ámbito privado de la vida y no debe hacer ningún aporte a la convivencia social, es un intento moderno por equiparar a Dios y al poder de la opinión pública. Se traza un radio de acción para el poder de Dios que queda confinado a la vida privada de la persona y se extiende el poder de la opinión pública, del Estado y de los organismos internacionales a todos los ámbitos de la vida humana.

En el fondo se trata de sustituir a Dios reemplazándolo con el ídolo de la opinión pública; se trata de sustituir a la conciencia humana iluminada por la fe con una razón auto-limitada que sólo reconoce determinados argumentos, se cierra a la voz del ser presente en el ser humano y niega el sentido trascendente de la realidad humana.

«Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios»

            Cuando Jesús responde: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios» (Mt 22,21); no está diciendo que hay partes de la vida humana que pertenecen al poder político y partes de la vida humana que pertenecen a Dios. Más bien nos recuerda que la vida humana –su existencia, sentido y totalidad- pertenecen a Dios; por lo tanto, la totalidad del corazón humano le pertenece a Dios.

            Al poder político, al poder humano, pertenecen las herramientas con las cuales el hombre lleva a adelante su vida social y busca mejorarla; pero el sentido último de la vida pertenece a Dios; por lo tanto, desde la relación fundamental con Dios en Cristo, el hombre está llamado a iluminar todos los ámbitos de su vida, tanto el ámbito privado como el ámbito de la convivencia social.

«¿De quién es esta figura y esta inscripción?»

           
Denario del emperador Tiberio.
Antes de responder a sus interlocutores, Jesús pide que se le muestre la moneda con la cual se paga el impuesto al César (cf. Mt 22,19). El texto del evangelio dice: «Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: “¿De quién es esta figura y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César”» (Mt 22, 20 – 21a).

            Por lo tanto, “el tributo al César se debe pagar, porque la imagen de la moneda es suya; pero el hombre, todo hombre, lleva en sí mismo otra imagen, la de Dios y, por tanto, a él, y sólo a él, cada uno debe su existencia. Los Padres de la Iglesia, basándose en el hecho de que Jesús se refiere a la imagen del emperador impresa en la moneda del tributo, interpretaron este pasaje a la luz del concepto fundamental de hombre imagen de Dios, contenido en el primer capítulo del libro del Génesis. Un autor anónimo escribe: «La imagen de Dios no está impresa en el oro, sino en el género humano» (Anónimo, Obra incompleta sobre Mateo, Homilía 42).”[2]

            Porque somos “imagen de Dios”, porque llevamos impresa su imagen en nuestro corazón le pertenecemos a Dios. Somos su “moneda” más preciada, más valiosa. Y por eso la vida humana, en su dimensión personal y social está llamada a encontrar su sentido y su realización plena en Dios.

            Al proponer la fe como elemento de diálogo social, los cristianos no buscamos imponer nuestro pensamiento; más bien buscamos un ámbito de diálogo sincero para anunciar la buena nueva de que el hombre, varón y mujer, es imagen preciosa de Dios, y que por lo mismo, toda vida humana tiene un valor y dignidad únicos que nada ni nadie puede arrebatar. Por eso, “la fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios.”[3]

            A María, Madre de Cristo Jesús que es la «Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación» (Col 1,15), le pedimos que nos eduque para reconocer en cada hombre y en cada mujer la imagen preciosa de Dios; y así, reconociendo, sirviendo y dignificando a nuestros hermanos demos alegre testimonio de que la vida humana le pertenece a Dios y en Él encuentra su plenitud. Amén.        
  



[1] Los herodianos apoyaban a Herodes Antipas, Tetrarca de Perea y Galilea, y a la dinastía fundada por Herodes el Grande. Si bien gobernaba sobre Galilea, su poder y autoridad dependían de Roma.
[2] BENEDICTO XVI, Santa Misa para la Nueva Evangelización, Homilía del 16 de octubre de 2011 [en línea]. [fecha de consulta: 21 de octubre de 2017]. Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2011/documents/hf_ben-xvi_hom_20111016_nuova-evang.html>
[3] PAPA FRANCISCO, Carta encíclica Lumen Fidei, 50.

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