La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 9 de noviembre de 2018

«El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo»


Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán – 2018

Quinto aniversario de mi ordenación sacerdotal

Jn 2, 13 – 22

«El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo»

Queridos hermanos y hermanas:

            El día de hoy, unidos a toda la Iglesia, celebramos la fiesta litúrgica de la Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán  en Roma. Tal vez alguno se pregunte: ¿Por qué celebramos la dedicación de una iglesia que se encuentra en Roma? ¿Cuál es el sentido de esta celebración? ¿Qué relación tiene con nosotros esta fiesta?

            Para comprender el alcance universal de esta fiesta es importante saber que la basílica de san Juan de Letrán es la catedral de la diócesis de Roma, por lo tanto, la misma es la sede episcopal del Obispo de Roma, sucesor del Apóstol san Pedro y Papa de la Iglesia Católica.

Como sabemos, “el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles.”[1] Por ello esta fiesta es signo de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro y para con  aquel que hoy ejerce el ministerio petrino. Por esta razón, la basílica de Letrán es considerada como “madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe”.

«El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo»

            Además de esta dimensión eclesial y petrina, la fiesta de hoy llama nuestra atención sobre una profunda verdad de nuestra fe cristiana: «Ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios.» (1 Cor 3, 9). El apóstol san Pablo al dirigirse a los corintios –y a nosotros- insiste en que cada uno de los fieles, y el conjunto de ellos, es decir, la Iglesia, son campo donde Dios siembra su Palabra y son edificio que alberga la presencia y la gloria de Dios.

            ¡Cuánto bien nos haría cada día saborear esta verdad de nuestra fe! Saborearla hasta que se convierta en profunda convicción y en sentimiento de vida. En mi corazón, en mi alma, en mí mismo, habita y actúa Dios; en mí mismo Él manifiesta su misericordia que es su gloria.

            Cada uno de nosotros, desde el Bautismo, es ese «edificio de Dios», es esa «casa de mi Padre» (Jn 2, 16) a la cual se refiere Jesús en el texto evangélico de hoy (Jn 2, 13 – 22). San Pablo lo dice con claridad: «¿No saben que ustedes son  templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? El templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.» (1 Cor 3, 16. 17).

Por eso, en relación con esta consciencia y alegría que debiéramos tener, dice san Cesáreo de Arlés: “debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la Iglesia cuando venimos a ella. ¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma, como tiene prometido: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos.[2]

Aniversario de mi ordenación sacerdotal

           
Detalle de la estola que utilicé en mi
ordenación sacerdotal.
Tuparenda, 9 de noviembre de 2013.
Fotografía de Javier Rugel.
¡Qué hermosa y qué exigente la vocación cristiana! ¡Qué hermosa, qué noble y qué exigente cada vocación dentro de la vida cristiana! ¿Cómo hacer para cuidarnos los unos a los otros como casa y templo de Dios? ¿Cómo hacer para no convertir la casa del Padre en una «casa de comercio» (cf. Jn 2, 16)? ¿Cómo hacer para que cuando destruimos el templo de Dios –que somos nosotros mismos-, Jesús Resucitado lo vuelva a levantar (cf. Jn 2, 19)?

            Como saben, hoy celebro cinco años de ordenación sacerdotal. Por eso, las palabras de la Liturgia y de esta homilía las recibo de forma especial en mi interior. Yo mismo experimento lo hermoso, noble y exigente de la vocación cristiana y de la vocación sacerdotal. Yo mismo experimento que muchas veces el corazón se deja invadir por el egoísmo y el pecado. Yo mismo experimento que siempre de nuevo necesito que Jesús arda de celo por la Casa del Padre y que Él mismo la purifique con su misericordia (cf. Jn 2, 17).

            Recordando el rito de la ordenación sacerdotal vienen a mi mente dos imágenes, dos momentos: la postración y la recepción de la casulla y la estola sacerdotal.

            La postración que significa la total disponibilidad del ordenando para con la voluntad de Dios, la viví como un momento de reconocimiento de mi pequeñez ante Dios y de entrega confiada a Él. Postrarme en el suelo era reconocerme pequeño, frágil y pecador. Pero también era confiarme al Dios que en su misericordia me llamó a seguir a su Hijo Jesús. La fragilidad conocida, reconocida y entregada se torna así filialidad. Sí, el Señor puede edificar siempre de nuevo su templo en nuestros corazones frágiles.

            Recuerdo vivamente el momento en que por primera vez me revestí con la casulla. Me invadió un sentimiento de paz y de gozo. Como si por un momento yo fuese plenamente aquello que estoy llamado a ser. La casulla significa el amor de Dios que envuelve al sacerdote y por lo tanto simboliza también la tierna caridad con la cual debe ejercer el ministerio y la potestad sacerdotal que se le ha confiado por medio de la Iglesia. Por eso, habitualmente, el sacerdote viste primero la estola sobre el alba, y luego se reviste con la casulla. El amor envuelve la autoridad ministerial y la potestad sacramental.

            Hoy, al recordar ese día intuyo que en realidad, para ser fieles al Señor, para que yo sea fiel a Jesús, siempre de nuevo he de “postrarme”; siempre de nuevo he de reconocer mi pobreza y desvalimiento para entregárselas al Señor como un niño. Y siempre de nuevo he de dejarme revestir por el amor misericordioso de Dios.

            Que hoy el Señor renueve en todos nosotros su presencia y acción; que Él nos renueve como templo suyo; y que, con confianza nos postremos ante Él para dejarnos alzar y revestir por su amor.

A la Santísima Virgen María, Domus Aurea – Casa de oro[3], nos encomendamos y le pedimos que Ella transforme nuestro ser “en tabernáculo predilecto de la Trinidad, donde siempre arde una lámpara perpetua y nunca se apaga el fuego del amor.”[4] Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.

Tupãrenda, 9 de noviembre de 2018



[1] CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, 23.
[2] SAN CESÁREO DE ARLÉS, Sermones (Sermón 229, 1-3: CCL 104, 905-908).
[3] LETANÍAS DE LA VIRGEN. [en línea]. [fecha de consulta: 9 de noviembre de 2018]. Disponible en: <http://www.vatican.va/special/rosary/documents/litanie-lauretane_sp.html>
[4] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 640.

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