La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 12 de mayo de 2019

«Somos su pueblo y ovejas de su rebaño»


Domingo 4° de Pascua – Ciclo C

Jn 10, 27 – 30

«Somos su pueblo y ovejas de su rebaño»

Queridos hermanos y hermanas:

            Durante el Tiempo Pascual la Liturgia de nuestra fe nos invita a contemplar a Jesús resucitado, y hoy, queremos contemplarlo especialmente  como buen Pastor resucitado.

            El evangelio de este día (Jn 10, 27 – 30) nos dice que Jesús ofrece a sus ovejas la Vida eterna. Así mismo, nos señala lo que significa en profundidad ser pastor y lo que implica en verdad  ser oveja y miembro vivo del pueblo del Señor.

«Yo las conozco»

            ¿Cuáles son las notas características del pastor según las palabras de Jesús?

            En primer lugar el pastor conoce a sus ovejas (cf. Jn 10, 27). Este conocer no es solamente un conocer intelectual o un mero poseer datos e información. Para la Sagrada Escritura el conocer es siempre un conocer en el amor.

            Por lo tanto, Jesús Pastor conoce a los suyos porque los ama. De hecho sólo se conoce plenamente aquello que se ama. Por eso este conocimiento que brota del amor se manifiesta como amor personal. Sólo quien conoce personalmente puede amar personalmente a los que le fueron confiados.

            «Yo las conozco» significa, las conozco personalmente, las amo personalmente, las educo y guío de manera única y personal a cada una. Y sobre todo significa: “creo en el camino e historia de cada una”.

«Yo les doy Vida eterna»

            En segundo lugar el Pastor resucitado otorga a sus ovejas el don de la Vida eterna. Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿en qué consiste la Vida eterna?

            El mismo Jesús, en otro pasaje del Evangelio según san Juan nos responde: “«Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación.”[1]

            Si la Vida eterna es relación con Dios y con su Enviado, comprendemos cómo el conocimiento que brota del amor nos introduce ya ahora –en el tiempo presente- a la Vida eterna, la Vida plena. Entrar en una relación de conocimiento y amor personal con Jesús es entrar en la Vida eterna. Ser conocidos por el Pastor nos abre la posibilidad de recibir el don de la Vida eterna, pues ser conocidos es por Jesús es ser amados, y ser amados es ser redimidos.

           
El Buen Pastor.
Philippe de Champaigne (1602 - 1674).
Óleo sobre tela.
Musée des Ursulines, M
âcon, Francia.
Wikimedia Commons.
Finalmente, Jesús es Pastor –el buen Pastor resucitado- porque ha recibido una misión, un ministerio: «Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre» (Jn 10, 29).

            Nadie se hace pastor a sí mismo, nadie se constituye como pastor para un rebaño por voluntad propia. Se trata siempre de una misión recibida, de una misión que es confiada a una persona por el Pastor Eterno. Y así como el Padre llama a pastorear, de la misma manera, Él garantiza que aquellos que han sido puestos en manos de Jesús permanezcan en su amor.  

«Somos su pueblo y ovejas de su rebaño»

            Y si Jesús es el Pastor resucitado que nos conoce y ama personalmente; que nos concede la Vida eterna y a quien el Padre nos ha confiado; nosotros «somos su pueblo y ovejas de su rebaño» como dice la antífona del Salmo responsorial de hoy (Sal 99, 1b-3. 5).

            Es cierto que la imagen de la oveja o el rebaño es hoy compleja e incluso resistida en ciertos ambientes eclesiales. La imagen pertenece originalmente a la tradición veterotestamentaria y a la vida rural de Israel.

            Sin embargo el texto del evangelio nos muestra con claridad la dignidad y las características auténticas del pueblo del Señor, de la oveja que activamente se deja guiar por el Pastor: «Mis ovejas escuchan mi voz… y ellas me siguen» (Jn 10, 27). Escucha y seguimiento; escucha y obediencia. En eso consiste el ser Pueblo de Dios, oveja del rebaño del Señor, discípulo del Maestro resucitado.

            La fe es escucha y seguimiento; la fe es escucha y obediencia. Y como la escucha y la obediencia tienen su fundamento en el amor, la fe es amor personal. Por eso la fe vive de escuchar y seguir la palabra del Amado. Así, “el conocimiento asociado a la palabra es siempre personal: reconoce la voz, la acoge en libertad y la sigue en obediencia.”[2]

            Comprendemos entonces el profundo vínculo que une al Pastor y a sus ovejas: el vínculo del amor. Y además vamos intuyendo que si queremos llegar a recibir el encargo de pastores del rebaño del Señor, primero debemos –con humildad y confianza- aprender a ser ovejas del Señor. Si queremos guiar a otros hacia Jesús, tenemos que dejarnos guiar por Jesús.


            En el domingo del Buen Pastor nos encomendamos a María, Virgo oboediens – Virgen obediente, para que nos eduque en la escucha de la Palabra de Dios y nos enseñe a percibir la voz del Cordero-Pastor que nos «conducirá hacia los manantiales de agua viva» (Apoc 7, 17). Amén.




[1] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 27.
[2] PAPA FRANCISCO, Lumen Fidei, 29.

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