Domingo de Ramos en la
Pasión del Señor - Ciclo C – 2025
Lc
19, 28 – 40
Lc
22,
7. 14 – 23, 56
«Señor, estoy dispuesto a
ir contigo»
Queridos hermanos y
hermanas:
En este día tan especial para la Liturgia de nuestra fe y
para el sentir religioso del Pueblo de Dios, se proclaman dos textos
evangélicos. En primer lugar el texto propio de la Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén (Lc 19, 28 – 40); y luego, la Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Lc 22, 7. 14 – 23, 56).
De este modo se nos presentan las dos dimensiones de la
celebración de este día: el jubiloso peregrinar a Jerusalén para proclamar a
Jesús como rey-mesías; y el significado profundo de la realeza de Cristo y de
su misión mesiánica, manifestado en su pasión y muerte redentora.
«Iba camino a Jerusalén»
En el texto proclamado al inicio de la procesión del Domingo de Ramos se nos dice que «Jesús, acompañado de sus discípulos, iba
camino a Jerusalén» (cf. Lc 19,
28). También nosotros queremos acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén, en
su peregrinación hacia el cumplimiento del Misterio
Pascual.
De alguna manera, por la fe y la devoción, nosotros nos
hemos hecho contemporáneos a esta peregrinación de Jesús hacia Jerusalén, y nos
unimos a la gente y a los discípulos del Evangelio alabando a Dios llenos de
alegría y reconociendo a Jesús como «Rey
que viene en nombre del Señor» (Lc 19,
38). La alegría y la emoción se apoderaron de nuestros corazones.
¡Qué hermoso es creer! ¡Qué hermoso poder expresar juntos
nuestra fe! ¡Qué hermoso es ser Pueblo de Dios que camina detrás de su Señor!
Sí, la emoción, la alegría y la esperanza nos colman el
corazón, y eso nos vuelve a poner en movimiento, nos vuelve a encender el
corazón para caminar, para peregrinar detrás de Jesús, el «Rey que viene [a nuestras vidas] en nombre del Señor».
Pero, ¿qué significa peregrinar, qué significa caminar
detrás de Jesús?¿Cuál es la meta de esta peregrinación?
«Señor, estoy dispuesto a
ir contigo»
“La peregrinación (…) es imagen del camino que cada
persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano
es viator, un peregrino que recorre
su camino hasta alcanzar la meta anhelada.”[1]
Sí, cada uno de nosotros es un peregrino; o más bien,
está llamado a ser un peregrino, que transita por los senderos de la vida
siguiendo a «Cristo Jesús, nuestra
esperanza» (1Tim 1, 1).
Sin embargo, no siempre caminamos detrás de Jesús. Muchas
veces, como Pedro le decimos al Señor: «estoy
dispuesto a ir contigo» (Lc 22,
33), pero con nuestros pasos y nuestra indiferencia o dejadez espiritual
negamos conocer a Jesús, negamos nuestra condición y vocación de peregrinos, y
así nos convertimos en vagabundos errantes “que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte.”[2]
¡No permitas Señor que perdamos nuestra vocación de
peregrinos! ¡No permitas Señor que perdamos nuestra vocación de discípulos
tuyos!
No permitamos que el pecado, la tristeza, el vacío
interior y el aislamiento nos paralicen y detengan nuestro caminar, nuestro
peregrinar.
Al iniciar hoy al Semana Santa caminando detrás de Jesús y aclamándolo como «el que viene en nombre del Señor», preguntémonos qué detiene nuestro caminar en el día a día: ¿qué situaciones, qué actitudes, qué egoísmos, rencores y pecados detienen mi caminar detrás de Jesús?
Dejemos atrás aquello que nos detiene, aquello que
distrae nuestro caminar y desvía nuestros pasos –y nuestro corazón- del
seguimiento de Jesús.
Caminar detrás de Jesús –en la procesión del Domingo de Ramos y en la vida cotidiana-
es permanecer con Él en el bullicio y alegría de la emoción, pero también,
permanecer con Él en el silencio y la soledad de la cruz. Caminar detrás de Él
es seguir sus pasos, sus actitudes, sus gestos; su modo de ser y de actuar,
tanto en la alegría como en la dificultad. Caminar detrás de Él es reconocerle
todos los días como rey de nuestras vidas y de nuestros corazones; y así,
entregarle el propio corazón con toda su capacidad de amar y con toda su
fragilidad.
Solo así venceremos lo que nos paraliza, lo que muchas
veces desvía nuestros pasos y nos impide caminar detrás de Jesús. Solo así
seremos, con Él, peregrinos de la
esperanza.
«Hoy estarás conmigo»
Y solo así, llegaremos a la meta de nuestra
peregrinación. “La meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la
Ciudad Santa con su templo.”[3]
Pero “la última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la
cruz (…), es la subida hacia el «amor
hasta el extremo» (cf. Jn 13, 1)”[4],
que es la verdadera meta de Cristo y de todo cristiano.
Caminamos con Jesús, caminamos detrás de Jesús hacia el «amor hasta el extremo», porque solo
muriendo con Cristo es que resucitamos a una
vida nueva, a una vida plena. Esa es nuestra gran esperanza.
María, que como Madre
Dolorosa se hace con nosotros peregrina
de la esperanza, acompaña nuestro caminar. Aún en medio del dolor y de la
incertidumbre, Ella brilla ante nosotros como estrella de la esperanza.
Y su presencia luminosa nos recuerda que podemos
levantarnos de nuestras caídas y volver a caminar, no porque podamos solos;
sino, porque Ella está con nosotros, porque nuestros hermanos están con
nosotros. “El que cree nunca está solo”[5];
el que cree nunca camina solo, sino que camina en la gran peregrinación de la
esperanza hacia el «amor hasta el extremo»,
hacia la promesa de Jesús: «Yo te aseguro
que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc
23, 43). Que así sea. Amén.
P. Óscar Iván
Saldívar, I.Sch.
Rector
del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt