Domingo 3° de Pascua –
Ciclo C – 2016
Jn
21, 1 – 19
«¡Es el Señor!»
Queridos hermanos y
hermanas:
El evangelio que acabamos de escuchar (Jn 21, 1-19) nos relata cómo «Jesús resucitado se apareció otra vez a los
discípulos a orillas del mar de Tiberíades» (Jn 21, 1). Según el Evangelio
de Juan «ésta fue la tercera vez que
Jesús resucitado se apareció a sus discípulos» (Jn 21, 14).
Quisiera invitarles a que meditemos juntos esta perícopa
del Evangelio que la Liturgia de la Palabra nos presenta hoy.
Para hacerlo quisiera señalar tres momentos del texto: el reconocer al Resucitado, el compartir
con Él y el amarlo en el seguimiento
cotidiano. Descubramos cómo estos tres momentos se van desarrollando en el
diálogo entre el Resucitado y sus discípulos.
«¡Es el Señor!»
Encontramos a los discípulos «a orillas del mar de Tiberíades». El Evangelio según san Juan recoge al menos dos apariciones
precedentes del Resucitado a sus discípulos (cf. Jn 20, 19-29); en la primera aparición Jesús Resucitado dona el
Espíritu Santo a sus discípulos y con ello les transmite el don de la
reconciliación y los envía a la misión; en la segunda aparición el Resucitado
se manifiesta a Tomás y declara felices a los que creen sin haber visto.
Sin embargo, luego de estas dos manifestaciones del
Resucitado, los discípulos parecen volver a la vida cotidiana, a su vida de
pescadores, y por eso los encontramos «a
orillas del mar de Tiberíades», probablemente en el mismo lugar en el cual
una vez Jesús los llamó a ser «pescadores
de hombres» (cf. Lc 5, 1-11).
Sí, vuelven a su cotidianeidad, a sus ocupaciones y
preocupaciones: «Salieron y subieron a la
barca. Pero esa noche no pescaron nada» (Jn 21, 3). Sin embargo, al amanecer –cuando vuelve la luz del sol- «Jesús estaba en la orilla, aunque los
discípulos no sabían que era él» (Jn
21, 4). Y nuevamente Jesús les indica dónde echar las redes, las cuales se
llenaron de peces. En ese momento «el
discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”»(Jn 21, 7).
El milagro de la Pesca de 153 peces. Duccio, Siglo XIV. Wikimedia Commons. |
Pero en realidad, cada uno de nosotros está llamado a ser
ese “discípulo amado”. El discípulo amado es el primero en reconocer al
Resucitado, porque a lo largo del caminar terreno de su Maestro ha estado
siempre a su lado, en la fidelidad y en la intimidad del amor. En el amor lo ha
conocido verdadera y profundamente, porque el amor es fuente de conocimiento.[1]
El que ama de verdad, conoce de verdad.
Durante la última cena, «el discípulo al que Jesús amaba, estaba reclinado muy cerca de Jesús»[2],
incluso «se reclinó sobre Jesús» (Jn 13, 23. 25). Sí, el discípulo amado
es aquél que descansa sobre el pecho de Jesús –descansa en su seno, en sus
entrañas-, y así escucha el latir de su corazón, participa de su intimidad, escucha
sus palabras y las guarda en su propio corazón para vivirlas. Así como el Hijo
Unigénito está en el seno del Padre, así el discípulo amado está en el seno de
Jesús (cf. Jn 1, 18).
«Vengan a comer»
Una vez que los discípulos han reconocido a Jesús
Resucitado, Él los invita a comer, los invita a compartir el pan y los peces: «Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e
hizo lo mismo con el pescado» (Jn
21, 13).
En el fondo se trata de una comida post-pascual, de una
comida con el Resucitado. Allí, el Maestro vuelve a reunir a los suyos
alrededor de sí para alimentarlos con su presencia, con su palabra y con su
pan. Los discípulos vuelven a recordar tantas comidas con Jesús, tantas mesas
compartidas con Él, con los demás discípulos e incluso con los pecadores
perdonados. La mesa eucarística se vuelve así signo eficaz de la presencia del
Resucitado.
«¿Me amas más que éstos?»
Y después de comer, después de alimentar a los suyos,
Jesús Resucitado toma a Pedro e inicia con él uno de los diálogos más
conmovedores del Evangelio:
«Después de comer,
Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le
respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis
corderos”» (Jn 21, 15).
Sabemos que tres veces Jesús interroga a Pedro sobre su
amor. Y la tercera vez, conociendo Jesús que su discípulo debía todavía madurar,
le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?» (Jn 21, 17). Ya no
pregunta a su discípulo si lo “ama”, sino, pregunta si lo “quiere”.[3]
Y Pedro, entristecido porque era interrogado por tercera vez responde: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te
quiero» (Jn 21, 17).
Sí, Pedro “quiere” a Jesús, pero con el tiempo aprenderá
a “amar” a Jesús, y sobre todo aprenderá, en el seguimiento a su Maestro
Resucitado (Jn 21, 19), a amar hasta
el fin como Jesús (cf. Jn 13, 1),
dando su vida en el martirio.
Queridos hermanos y hermanas; también nosotros, luego de
los intensos días de la Semana Santa,
hemos vuelto a nuestra vida cotidiana, como los discípulos. Pero en nuestra
vida cotidiana estamos llamados a reconocer a Jesús Resucitado. En la medida en
que descansemos en el corazón de Jesús lo reconoceremos en nuestro día a día, y
podremos decir con el discípulo amado: «¡Es
el Señor!».
Reconociendo al Resucitado, nos sentaremos con Él y con
nuestros hermanos a la mesa eucarística, donde Él nos alimentará con su
palabra, con su cuerpo y su sangre. Así fortalecidos por estos dones, podremos
madurar nuestro amor como Pedro, y siguiendo los pasos de Jesús llegaremos
también a decir: «Señor, tú lo sabes
todo, sabes que te amo».
Sí, la vida con Jesús Resucitado podemos sintetizarla en
estas tres palabras: reconocer al
Señor, compartir con Él y amar como Él a nuestros hermanos. Si así
vivimos nuestra vida cristiana, ella será testimonio de que lo que Dios ha
hecho en Jesús de Nazaret al resucitarlo, sigue siendo fecundo en nuestra vida
por la acción constante del Espíritu Santo. Sí, la Resurrección de Jesús es el
inicio de nuestra propia resurrección, de nuestra nueva vida en el amor.
A María, Regina
Coeli - Reina del Cielo y Mujer de la Pascua, encomendamos nuestra vida
para que sea testimonio creíble y misericordioso de la resurrección de su hijo,
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[1]
Cf. PAPA FRANCISCO, Carta encíclica Lumen
Fidei sobre la fe, 28.
[2] La
versión latina de Jn 13,23 dice: «Erat
ergo recumbens unus ex discipulis eius in sinu Iesu, quem diligebat Iesus.»
Es decir, «en el seno de Jesús», en
sus entrañas.
[3] El
texto original griego distingue entre “me amas” (agapas me - agapas
me) y “me quieres” (fileis me - fileis me).
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