La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 11 de mayo de 2025

Habemus Papam 2025

Habemus Papam 2025

Elección del Papa León XIV


            Eran alrededor de las 13:10 horas del jueves 8 de mayo de 2025 cuando a través de un mensaje de WhatsApp me enteré de la “fumata blanca”; la esperada señal desde la chimenea instalada en el techo de la Capilla Sixtina.

Desde el inicio del Cónclave 2025 –el 7 de mayo- los ojos del mundo estaban puestos en esa chimenea: cámaras fotográficas; cámaras de televisión y por supuesto redes sociales y medios de comunicación a través de Internet. Todos esperábamos la señal de que un nuevo Papa, un nuevo Obispo de Roma, había sido elegido.

Los anteriores anuncios papales

            Al tratar de poner por escrito mis primeras impresiones de estos días de cónclave, elección y anuncio, no puedo evitar recordar los anteriores anuncios papales que me tocó vivir.

            El primero para mí fue el del 2005. El 19 de abril de 2005, fue elegido papa el cardenal Joseph Ratzinger, quien tomó el nombre de Benedicto XVI.

            En ese entonces yo era novicio de los Padres de Schoenstatt y estaba realizando mi práctica social en el Hospital Interzonal General de Agudos de la ciudad de Mar del Plata, Argentina.

Es el alemán

            En medio de las tareas de auxiliar de enfermería que me habían asignado a mí y a otros dos hermanos de comunidad, uno de los pacientes nos dice: “ya tienen nuevo jefe; es el alemán”. Enseguida nos dimos cuenta de que se trataba  del cardenal Ratzinger.

            En ese entonces todavía no había redes sociales, y las noticias no tenían la inmediatez actual. Recuerdo que compramos diarios y allí nos fuimos enterando del Habemus Papam y de las primeras palabras y bendición del papa Benedicto XVI.

            Debo admitir que Ratzinger tenía bastante mala prensa como el “cardenal de la inquisición”; y algo de esa mala prensa permeó mi primera impresión. Después de tantos años de papado de Juan Pablo II, era extraño escuchar en Misa un nombre tan poco común en ese entonces: Benedicto.

            Sin embargo, con el tiempo, y sobre todo con su primera encíclica, Deus caritas est, lo fui descubriendo, apreciando y admirando. Él había puesto palabras a mi propia experiencia de fe con Schoenstatt: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[1]

            Imposible para mí olvidar su histórica renuncia al papado. Escuché esa noticia siendo estudiante y preparando el examen para el Bachillerato en Teología en la Pontifica Universidad Católica de Chile, en Santiago, el 11 de febrero de 2013.

Georgium Marium

            Lo que me lleva al cónclave del 2013 y el anuncio de la elección del papa Francisco. El 13 de marzo de 2013, estando en el Colegio Mayor Padre José Kentenich, nos enteramos de la “fumata blanca”. Todos los seminaristas nos dirigimos apresuradamente a la sala de la televisión para escuchar el anuncio, y luego ver al nuevo Papa.

            Recuerdo que fui de los primeros en comprender que el Cardenal Bergoglio, entonces Arzobispo de Buenos Aires, Argentina, había sido elegido Papa. Al escuchar los nombres Georgium Marium, pronunciados por el cardenal protodiácono, supe que era Él. Pero la sorpresa mayor vino con la elección del nombre papal: Francisco.

            Y mayor fue mi sorpresa al verlo solamente con la sotana papal blanca, sin muceta ni estola –la cual se la puso posteriormente para impartir su primera bendición Urbi et Orbi-.

            Sin embargo, de ese día recuerdo el momento de silencio y oración que vivimos todos –tanto los que estaban en la Plaza de San Pedro como los que seguíamos desde lejos los acontecimientos- cuando el papa Francisco pidió la oración del pueblo de Dios por el Obispo de Roma.

¡Prevost!

             Finalmente llegamos al 8 de mayo de 2025. Una vez más el annuntio vobis gaudium magnum, me agarra inesperadamente fuera de Paraguay. Estoy en Argentina, cursando presencialmente una Licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad Católica Argentina.

            Y de hecho, a través de un mensaje de WhatsApp, en el grupo de la Facultad de Derecho Canónico, me enteré de la “fumata blanca”. ¡Los cardenales eligieron Papa! ¡Un nuevo Obispo de Roma!

            Debo decir que me sorprendió la relativa rapidez de la elección. Por alguna razón imaginé un cónclave un poco más largo. Tal vez la prensa contribuyó a eso. Eran varios los artículos en Internet que aseguraban una cierta división en el colegio de cardenales sobre cuál debería ser el perfil del nuevo Sucesor de san Pedro. Más de uno se preguntaba: ¿será progresista o conservador? ¿Será europeo, asiático o africano? ¿Seguirá la línea de Francisco o no?

            Todo eso hacía imaginar un cónclave un poco más largo. Además de la lista de “papables” según los distintos medios de comunicación y los vaticanistas ad hoc.  

            Y sin embargo, Dios que siempre nos excede, que siempre nos “primerea” –a decir del papa Francisco-, una vez más nos sorprendió. El segundo día del cónclave, en la cuarta ronda de votaciones, el cardenal Robert Francis Prevost, fue elegido Sucesor de san Pedro.

            Con mis hermanos de comunidad seguimos la transmisión a través de la página web Vatican Media. Quisimos asegurarnos de seguir un buen recuento de los acontecimientos que se estaban viviendo en la Plaza de san Pedro. Pero esta vez, sí que el Habemus Papam se da en el contexto de la inmediatez de las redes sociales.

            Por un momento la señal de Vatican Media se retrasó, y por medio de un mensaje de WhatsApp un hermano de comunidad escribía: “¡Prevost! Dios es grande y nos quiere”.

            Mi primera impresión fue; ¡un estadounidense! Pero luego de que la señal de Vatican Media retomó su conexión –entre medio nos perdimos al anuncio del cardenal protodiácono- y pudimos ver ya al nuevo papa, León XIV, mi primera impresión cambió.

            Admito que me alegró verlo vestir el hábito coral completo del Papa. Pero sobre todo su rostro me transmitió paz y una serena alegría. En el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro, se veía a este hombre sereno que contemplaba a gran parte del pueblo que Dios le confió. Serenidad, contenida emoción y alegría.

La paz esté con todos ustedes

            Y todo esto se confirmó al escuchar sus primeras palabras a Roma y al mundo: “¡La paz esté con todos ustedes! Este es el primer saludo de Cristo resucitado, el Buen Pastor, que ha dado la vida por la grey de Dios. También yo quisiera que este saludo de paz entre en sus corazones, llegue a sus familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!”[2]

            Su llamado tan claro a la paz me tocó, y estoy seguro tocó el corazón de muchos hombres y mujeres. Con una voz serena pero fuerte, el Vicario de Cristo, nos llamaba y nos marcaba el camino: el camino de la paz.

           

Paz para tantos conflictos internacionales y globales; pero paz también para tantos pequeños grandes conflictos en las comunidades, en las familias, y en el corazón de cada uno de nosotros. La paz que proviene de Cristo Resucitado, “una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente.”[3] 

            En el resto de su primer discurso es claro que asume las grandes líneas del papa Francisco –hoy en día, líneas de toda la Iglesia-: sinodalidad, misión y misericordia. León XIV, desde su originalidad agustiniana y americana –tanto por su proveniencia norteamericana como por su experiencia peruana- asume el legado de Francisco, y lo lleva hacia adelante -también con la referencia a León XIII y su Rerum novarum-: “Sin miedo, unidos, tomados de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede.”[4] 

            Sí, Cristo nos precede. Y una vez más nos ha regalado un Pastor, nos ha regalado a Pedro, nos ha regalado a León XIV. Caminemos juntos; caminos con nuestro Papa detrás de Jesucristo y con María, Madre de la Iglesia; Madre de la Paz; Madre de la Esperanza.

            El Papa León me llena de alegría y esperanza. La vida es un camino. Caminemos con el Papa, llenos de esperanza; somos peregrinos de esperanza. Muchos peregrinos, que en el único Cristo, nos hacemos uno: In Illo uno unum; es decir, en el único Cristo nos hacemos uno.[5]

 

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

9 de mayo de 2025

Facultad de Derecho Canónico, UC Argentina



[1] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1

[2] LEÓN XIV, Primera bendición «Urbi et Orbi» del Santo Padre León XIV, 08.05.2025 [en línea]. [fecha de consulta: 11 de mayo de 2025]. Disponible en: <https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2025/05/08/080525a.html>

[3] Ibídem

[4] Ibídem

[5] Cf. VATICAN NEWS, Fue publicado el escudo y el lema del Papa León XIV [en línea]. [fecha de consulta: 11 de mayo de 2025]. Disponible en:< https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2025-05/fue-publicado-el-escudo-y-el-lema-del-papa-leon-xiv.html>

viernes, 9 de mayo de 2025

Ha resucitado Cristo, mi esperanza - Vigilia Pascual 2025

 

Vigilia Pascual en la Noche Santa – Ciclo C – 2025

Lc 24, 1 – 12

Ha resucitado Cristo, mi esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

            Surrexit Christus spes mea – Ha resucitado Cristo, mi esperanza; son las palabras que la Liturgia cristiana pone en boca de María Magdalena al entonar la Secuencia Pascual en la Misa del día del Domingo de Pascua. Son las palabras que la fe cristiana quiere poner en nuestros labios y en nuestros corazones: Ha resucitado Cristo, mi esperanza.

            Al reunirnos para celebrar esta solemne Vigilia Pascual en la Noche Santa, volvemos a recordar, asumir y manifestar que “Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe”[1] y es la razón de nuestra esperanza. Sin embargo, cabe preguntarnos con sinceridad y responsabilidad si todavía esperamos la venida del Resucitado y la vida definitiva con Él.

            ¿Está nuestro corazón abierto a esta esperanza o tal vez la existencia terrena se ha convertido en nuestro único horizonte?

«Las mujeres fueron al sepulcro»

            Esta pregunta, este cuestionamiento al núcleo de nuestra personalidad sigue siendo vigente hoy, como lo era también en tiempos de los discípulos de Jesús. Si prestamos atención al texto evangélico proclamado hoy, notaremos que «el primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado» (Lc 24, 1).

            Esto significa que en un primer momento, tanto las mujeres que acompañaron a Jesús durante su ministerio público, como los discípulos que fueron llamados para estar con Él y luego ser enviados; no esperaban la resurrección del Maestro.

            ¿Qué esperaban los discípulos? ¿Qué esperaban los apóstoles y tantos hombres y mujeres que siguieron a Jesús –y sus signos- en su peregrinación desde Galilea a Jerusalén?

            Los Evangelios dan cuenta de las diversas expectativas –y con ello de las diversas esperanzas- que las personas de su tiempo tenían sobre Jesús. Mencionemos simplemente dos ejemplos.

«Han comido pan hasta saciarse»

            Por un lado, se nos menciona en el Evangelio según san Juan, que luego del signo de la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 1 – 15), Jesús dice a la multitud que lo busca: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse» (Jn 6, 26). Así mismo se menciona, que inmediatamente después del signo de los panes,  la multitud, viendo el signo que realizó, quería hacerlo rey (cf. Jn 6, 15).

            Se trata de la esperanza meramente mundana; la esperanza de saciar únicamente el hambre física o material. Por supuesto que es necesario saciar el hambre material, es necesario atender a las necesidades concretas y urgentes de los hombres; pero no es suficiente. “El hombre tiene hambre de algo más, necesita algo más. El don que alimenta al hombre debe ser superior, estar a otro nivel.”[2] La esperanza que sacia al corazón humano debe ser superior.

            Otro pasaje que demuestra la diversidad de esperanzas puestas sobre Jesús y su misión, aún entre sus propios discípulos, es el conocido pasaje de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13 – 35).

            En el mismo se nos dice con toda claridad, qué esperaban los discípulos de su Maestro; con semblante triste, en el camino, responden al Resucitado –a quien todavía no reconocen-, diciendo: «Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas» (Lc 24, 21).

            Se trata de la esperanza en el mesianismo político. Del mesianismo que simplemente quiere hacer de Israel un reino político entre los reinos y naciones del mundo. El horizonte se hace pequeño, se circunscribe solamente a los terrenal y mundano. Sin embargo, lo hemos escuchado en el relato de la Pasión del Señor: «Mi realeza no es de este mundo» (Jn 18, 36).

            “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar.”[3]

Ha resucitado Cristo, mi esperanza

            Todos esperamos algo en nuestro corazón. Todos somos movidos día a día por esa esperanza que no sabemos formular bien  del todo. Pero que la anhelamos: anhelamos la plenitud, anhelamos la felicidad auténtica; el amor auténtico.

            A pesar de sus desilusiones ante la muerte en cruz de Jesús, los discípulos -en su desesperanza ante el no cumplimiento de sus expectativas mundanas-, siguen abiertos a la auténtica esperanza, aquella que no defrauda (cf. Rm 5, 5).

           

Vigilia Pascual en Noche Santa
19/04/2025

Es por ello que en lo inesperado del acontecimiento de la Resurrección se abre para ellos –y para nosotros- el horizonte de la esperanza que no defrauda. De la esperanza que sacia todos los anhelos del corazón humano. Digámoslo con toda claridad y convicción junto con María Magdalena: Ha resucitado Cristo, mi esperanza.

            “La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la «vida eterna», la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud.”[4]

            En esta Noche Santa “renovemos nuestra esperanza en la vida eterna fundada realmente en la muerte y resurrección de Cristo. "He resucitado y ahora estoy siempre contigo", nos dice el Señor, y mi mano te sostiene. Dondequiera que puedas caer, caerás entre mis manos, y estaré presente incluso a las puertas de la muerte. A donde ya nadie puede acompañarte y a donde no puedes llevar nada, allí te espero para transformar para ti las tinieblas en luz.”[5]

            María, a quien saludamos como Regina Coeli – Reina del Cielo, brille para nosotros como Estrella de esperanza en nuestra peregrinación diaria, de modo que, luego de estos días santos, cada uno de nosotros –como el Cirio Pascual- distribuya entre todos los hombres y mujeres de este tiempo, la luz de la esperanza que proviene de Jesucristo resucitado “que brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

19/04/2025

Jubileo de la Esperanza



[1] FRANCISCO, Spes non confundit, 20

[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Chile2007), 315.

[3] BENDICTO XVI, Spe salvi, 30

[4] BENDICTO XVI, Spe salvi, 27

[5] BENEDICTO XVI, Ángelus, Conmemoración de los fieles difuntos, 2 de noviembre de 2008

miércoles, 16 de abril de 2025

Domingo de Ramos 2025 - «Señor, estoy dispuesto a ir contigo»

 

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor - Ciclo C – 2025

Lc 19, 28 – 40

Lc 22, 7. 14 – 23, 56

«Señor, estoy dispuesto a ir contigo»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En este día tan especial para la Liturgia de nuestra fe y para el sentir religioso del Pueblo de Dios, se proclaman dos textos evangélicos. En primer lugar el texto propio de la Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén (Lc 19, 28 – 40); y luego, la Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Lc 22, 7. 14 – 23, 56).

            De este modo se nos presentan las dos dimensiones de la celebración de este día: el jubiloso peregrinar a Jerusalén para proclamar a Jesús como rey-mesías; y el significado profundo de la realeza de Cristo y de su misión mesiánica, manifestado en su pasión y muerte redentora.

«Iba camino a Jerusalén»

            En el texto proclamado al inicio de la procesión del Domingo de Ramos se nos dice que «Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén» (cf. Lc 19, 28). También nosotros queremos acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén, en su peregrinación hacia el cumplimiento del Misterio Pascual.

            De alguna manera, por la fe y la devoción, nosotros nos hemos hecho contemporáneos a esta peregrinación de Jesús hacia Jerusalén, y nos unimos a la gente y a los discípulos del Evangelio alabando a Dios llenos de alegría y reconociendo a Jesús como «Rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19, 38). La alegría y la emoción se apoderaron de nuestros corazones.

            ¡Qué hermoso es creer! ¡Qué hermoso poder expresar juntos nuestra fe! ¡Qué hermoso es ser Pueblo de Dios que camina detrás de su Señor!

            Sí, la emoción, la alegría y la esperanza nos colman el corazón, y eso nos vuelve a poner en movimiento, nos vuelve a encender el corazón para caminar, para peregrinar detrás de Jesús, el «Rey que viene [a nuestras vidas] en nombre del Señor».

            Pero, ¿qué significa peregrinar, qué significa caminar detrás de Jesús?¿Cuál es la meta de esta peregrinación?

«Señor, estoy dispuesto a ir contigo»

            “La peregrinación (…) es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada.”[1]

            Sí, cada uno de nosotros es un peregrino; o más bien, está llamado a ser un peregrino, que transita por los senderos de la vida siguiendo a «Cristo Jesús, nuestra esperanza» (1Tim 1, 1).

            Sin embargo, no siempre caminamos detrás de Jesús. Muchas veces, como Pedro le decimos al Señor: «estoy dispuesto a ir contigo» (Lc 22, 33), pero con nuestros pasos y nuestra indiferencia o dejadez espiritual negamos conocer a Jesús, negamos nuestra condición y vocación de peregrinos, y así nos convertimos en vagabundos errantes “que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte.”[2]

            ¡No permitas Señor que perdamos nuestra vocación de peregrinos! ¡No permitas Señor que perdamos nuestra vocación de discípulos tuyos!

           No permitamos que el pecado, la tristeza, el vacío interior y el aislamiento nos paralicen y detengan nuestro caminar, nuestro peregrinar.

           


Al iniciar hoy al Semana Santa caminando detrás de Jesús y aclamándolo como «el que viene en nombre del Señor», preguntémonos qué detiene nuestro caminar en el día a día: ¿qué situaciones, qué actitudes, qué egoísmos, rencores y pecados detienen mi caminar detrás de Jesús?

            Dejemos atrás aquello que nos detiene, aquello que distrae nuestro caminar y desvía nuestros pasos –y nuestro corazón- del seguimiento de Jesús.

            Caminar detrás de Jesús –en la procesión del Domingo de Ramos y en la vida cotidiana- es permanecer con Él en el bullicio y alegría de la emoción, pero también, permanecer con Él en el silencio y la soledad de la cruz. Caminar detrás de Él es seguir sus pasos, sus actitudes, sus gestos; su modo de ser y de actuar, tanto en la alegría como en la dificultad. Caminar detrás de Él es reconocerle todos los días como rey de nuestras vidas y de nuestros corazones; y así, entregarle el propio corazón con toda su capacidad de amar y con toda su fragilidad.

            Solo así venceremos lo que nos paraliza, lo que muchas veces desvía nuestros pasos y nos impide caminar detrás de Jesús. Solo así seremos, con Él, peregrinos de la esperanza.

«Hoy estarás conmigo»

            Y solo así, llegaremos a la meta de nuestra peregrinación. “La meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santa con su templo.”[3] Pero “la última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz (…), es la subida hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Jn 13, 1)”[4], que es la verdadera meta de Cristo y de todo cristiano.

            Caminamos con Jesús, caminamos detrás de Jesús hacia el «amor hasta el extremo», porque solo muriendo con Cristo es que resucitamos a una  vida nueva, a una vida plena. Esa es nuestra gran esperanza.

            María, que como Madre Dolorosa se hace con nosotros peregrina de la esperanza, acompaña nuestro caminar. Aún en medio del dolor y de la incertidumbre, Ella brilla ante nosotros como estrella de la esperanza.

            Y su presencia luminosa nos recuerda que podemos levantarnos de nuestras caídas y volver a caminar, no porque podamos solos; sino, porque Ella está con nosotros, porque nuestros hermanos están con nosotros. “El que cree nunca está solo”[5]; el que cree nunca camina solo, sino que camina en la gran peregrinación de la esperanza hacia el «amor hasta el extremo», hacia la promesa de Jesús: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Que así sea. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

13/04/2025 


[1] FRANCISCO, Misericordiae vultus, 14

[2] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 170

[3] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, 12

[4] Ibídem

[5] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa en la explanada de Isling, 12 de septiembre de 2006

domingo, 16 de marzo de 2025

«Busquen mi rostro»

 

Domingo 2° de Cuaresma – Ciclo C - 2025

Lc 9, 28b – 36

«Busquen mi rostro»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos el Domingo 2° de Cuaresma; y al iniciar la segunda semana de este tiempo cuaresmal, la Liturgia de la Palabra pone ante nuestros ojos y nuestros corazones el relato de la transfiguración del Señor según san Lucas (Lc 9, 28b – 36).

            En el camino cuaresmal se nos muestra –de forma anticipada- la gloria del Señor Jesús: «Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante» (Lc 9, 29).

            Podríamos decir que iniciando el tiempo penitencial, la Liturgia quiere animarnos mostrándonos la gloria del Hijo. ¿Por qué se nos muestra esta gloria? ¿Por qué la manifiesta Jesús ante Pedro, Juan y Santiago?

«Sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante»

            Se nos muestra esta gloria para despertar nuestro anhelo por la misma; se nos muestra la gloria del Hijo para anhelarla, desearla y esperarla activamente. Se nos muestra la plena condición filial para despertar nuestra esperanza.

Procesión del Santísimo Sacramento
18 de octubre de 2024
Santuario de Tuparenda

        Ver el rostro luminoso de Jesús nos recuerda el sentido del camino y de la penitencia cuaresmal. Nos recuerda el sentido del camino de toda nuestra vida. La transfiguración del Hijo es también la meta de todos los hijos e hijas de Dios que peregrinamos en esta vida. La plenitud filial es nuestra meta, es nuestro anhelo, es nuestra esperanza.

            Por eso, en estos días cuaresmales, en los cuales estamos llamados a una oración más intensa y más fervorosa, preguntémonos: ¿Qué anhelo en mi vida? ¿A qué aspiro? ¿Hacia qué meta me dirijo día a día? ¿Anhelamos la gloria de Jesús? ¿O nos conformamos con las pequeñas glorias de este mundo?

            Como nos recuerda el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium – La Alegría del Evangelio: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.”[1]

            ¿Qué anhelamos? ¿Qué anhela mi corazón? ¿Está mi corazón abierto a la voz de Dios; busco su rostro, su luz (cf. Sal 26)? ¿O mi corazón «no aprecia sino las cosas de la tierra» (cf. Flp 3, 19)?

«Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño»

            El texto de san Lucas nos señala que en medio de la experiencia de la transfiguración «Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño» (Lc 9, 32). No conocemos las razones de esto; ¿el cansancio de la subida a la montaña? ¿El cansancio de la vida cotidiana? El texto no lo señala.

            Lo que sí podemos suponer es que los discípulos deben luchar contra su propio cansancio, contra el sueño, para así permanecer despiertos y ver la gloria de Jesús.

            También nosotros, discípulos de hoy debemos luchar por permanecer despiertos, por permanecer atentos, vigilantes y en movimiento. Volvamos a preguntarnos, a cuestionarnos: “¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort?”[2] El sueño es imagen de la dispersión del corazón, de la distracción; de una conciencia dormida, cerrada, indiferente; “clausurada en los propios intereses”.[3]

            ¿Cómo ocurre esto? ¿Cómo se adormece nuestra conciencia? La respuesta está en el texto de la Carta a los Filipenses: «Hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la predicción, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra.» (Flp 3, 18 – 19).

            El Apóstol usa la expresión “su dios es el vientre”; es decir, nuestro propio vientre, nuestros propios instintos se convierten en dioses para nosotros cuando nos dejamos dominar por ellos; cuando nos dejamos dominar  por nuestros caprichos e impulsos. Así vamos adormeciendo nuestra conciencia; vamos clausurando el acceso a nuestra propia interioridad, a nuestro propio corazón. Con ello vamos desordenando nuestra vida y nuestras vinculaciones.

            Para permanecer despiertos, y ser capaces de ver el rostro luminoso de Jesús, también nosotros debemos luchar por no dejarnos dominar por nuestros instintos y egoísmos. La Cuaresma nos ofrece las armas con las cuales hemos de luchar: oración, ayuno y limosna.

            No se tratan de meras prácticas externas y aisladas, sino de verdaderos remedios para nuestros excesos. Verdaderos elementos de nuestra auto-educación diaria. Gracias a estas prácticas –cuando las vivimos auténticamente- vamos ordenando nuestra vida hacia Dios; vamos abriendo nuevamente nuestra interioridad a la Palabra y la voz de Dios; vamos orientando nuestra vida toda hacia el Padre, vamos buscando su rostro (cf. Salmo 26).   

«Busquen mi rostro»

            El salmista lo ha expresado bellamente:

            «Mi corazón sabe que dijiste:

Busquen mi rostro.

Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí» (Salmo 26 [27], 8 – 9).

Una vez más dejémonos cuestionar por la Palabra de Dios: ¿Qué buscamos? ¿Qué anhelamos en la vida? ¿Buscamos el rostro de Jesús o buscamos en las pequeñas glorias del mundo ver nuestro propio rostro?

Como bautizados y aliados estoy seguro que buscamos y anhelamos en los profundo de nuestro corazón el rostro de Jesús. Ese rostro que es reflejo del rostro bondadoso del Padre; en efecto, “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre.”[4]

Así el rostro de Cristo nos revela la misericordia del Padre, pero al mismo tiempo, nos muestra la dignidad de hijos a la que todos estamos llamados. Por ello, el rostro de Jesús es también esperanza de nuestra propia condición filial plena; esperanza de la plenitud de nuestro Bautismo.

Madre de la esperanza pascual

            Que María, Madre de la esperanza pascual, nos eduque en el auténtico espíritu penitencial –en la constante, perseverante y esperanzada auto-educación-, que nos prepara a la luminosa alegría pascual, que nos prepara para participar de «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 21). Que así sea. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

16/03/2025



[1] Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1

[2] FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2025: Caminemos juntos en la esperanza

[3] Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1

[4] FRANCISCO, Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordiae vultus, 1