Domingo 18° del tiempo
durante el año – Ciclo C
Lc
12, 13 – 21
Sal
89, 3-6. 12-14. 17
«Que nuestro corazón
alcance la sabiduría»
Queridos hermanos y
hermanas:
La Liturgia de la
Palabra de este domingo inicia con un texto tomado de la literatura
sapiencial bíblica: el Libro del
Eclesiastés o Cohélet. Así, la Palabra hoy nos invita a adentrarnos en
la sabiduría bíblica, en la concepción de sabiduría según la Biblia.
¿Quién es el hombre sabio de acuerdo con la Biblia? Si
recorremos sus páginas con atención nos daremos cuenta de que para la Biblia el
sabio no es el erudito, el hombre que posee mucho conocimiento intelectual o
maneja mucha información. En realidad, según el criterio bíblico, el hombre
sabio es aquel que vive su vida a la luz de la Palabra de Dios; el que vive su vida en una relación viva con Dios
y así va adquiriendo –en la experiencia de esa relación viva- la sabiduría, el
auténtico sabor de la vida.
«¡Vanidad, pura vanidad!»
Dice el sabio Cohélet:
«¡Vanidad, pura vanidad! (…) Porque un
hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar
su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una gran
desgracia.» (Ecl
1, 2).
Aparentemente el sabio se queja por los esfuerzos que
demanda la vida; aparentemente experimenta la frustración de no ver el fruto de
sus esfuerzos, o experimenta la desazón de no ver cumplidas sus expectativas o
realizados sus proyectos. Ante tal perspectiva surge la reflexión resignada: «¡Vanidad, pura vanidad!».
También nosotros, a veces, en determinados momentos de
nuestra vida, experimentamos la vanidad de nuestros esfuerzos; la vanidad de
nuestras propias ideas y proyectos, la vanidad –es decir, la vaciedad- de
nuestro estilo de vida y de todo aquello en los cual pusimos nuestros esfuerzos
y nuestro corazón esperando encontrar la felicidad.
A veces, en momentos de frustración y desazón nos decimos
a nosotros mismo: “me esfuerzo y no lo consigo”; “trato y no puedo”; “trabajo y
nadie lo nota ni me reconoce”; “busco atención y no la encuentro”. «¡Vanidad, pura vanidad!». ¿De qué sirve
todo lo que hemos hecho? ¿Toda la energía, tiempo atención que le hemos
dedicado a algo o a alguien? «¡Vanidad,
pura vanidad!».
Cuando nuestro corazón se frustra de esta manera, es
necesario, parar un momento, y preguntarnos, cuestionarnos: ¿por qué la vida se
nos ha vuelto vana, vacía, sin sentido? ¿Cuál es la fuente de esa angustia, de
esa tristeza, de ese sin sentido?
«Insensato»
La respuesta a estos interrogantes la encontramos en el Evangelio, en las palabras de Jesús.
Dice el Señor:
«Insensato (…) Esto es lo que sucede
al que acumula riquezas para sí, y nos es rico a los ojos de Dios.» (Lc 12, 20. 21).
La vida se nos vuelve un sin sentido cuando acumulamos
sólo para nosotros mismos; cuando nos buscamos sólo a nosotros mismos y
olvidamos a Dios y a los demás. Cuando nos dedicamos solamente a acumular
bienes, tiempo, comodidades y placeres; la vida pierde su sentido, pierde su
sabor, pierde su alegría y belleza.
“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y
abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del
corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de
la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios
intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se
escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no
palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese
riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres
resentidos, quejosos, sin vida.”[1]
«Cuídense de la
avaricia»; es decir, de ese constante querer para uno, de ese constante
consumir que nunca se sacia; que nunca sacia el corazón.
« Que nuestro corazón
alcance la sabiduría »
Nosotros no queremos ser insensatos, no queremos llevar
una vida vana, sin sentido. Al contrario, tal y como lo dice el salmista,
anhelamos un «corazón [que] alcance la
sabiduría» (Sal 89, 12), un
corazón que sepa vivir la vida con sentido y con propósito.
Y por ello volvemos a acudir a Jesús, tal y como lo hacen
los discípulos:
«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de Vida eterna» (Jn 6, 68).
“Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que
nosotros tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué
significa «vida»: «Ésta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo»
(Jn 17,3). La vida en su
verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí
mismo: es una relación.”[2]
Cuando vivimos en relación con Dios y con los demás;
cuando vivimos en alianza con Dios y con los demás; entonces vivimos. Entonces
nuestra vida adquiere sentido, incluso en medio de la dificultad y del
sufrimiento. Porque descubrimos que viviendo nuestra vida con amor –con
propósito, en servicio a los demás, y en comunión con los demás-, nuestra vida
se hace plena y nuestro corazón se sacia de aquello que tanto busca: sentido y
amor.Ofertorio de la Misa
Iglesia Santa María de la Trinidad
Con María, Madre de
la Sabiduría, le pedimos al Señor:
«Enséñanos a calcular nuestros años,
para
que nuestro corazón alcance la sabiduría»;
esa sabiduría que da
sentido a nuestras alegrías y penas;
esa sabiduría que nos
llena de esperanza y
nos permite seguir
peregrinando día a día,
con la certeza de que
llegaremos a la Casa del Padre,
donde Él saciará el anhelo
de nuestro corazón. Amén.
P.
Óscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector
del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt