Vigilia Pascual en la
Noche Santa – Ciclo C – 2025
Lc
24, 1 – 12
Ha resucitado Cristo, mi
esperanza
Queridos hermanos y
hermanas:
Surrexit Christus
spes mea – Ha resucitado Cristo, mi esperanza; son las palabras que la
Liturgia cristiana pone en boca de María Magdalena al entonar la Secuencia Pascual en la Misa del día del
Domingo de Pascua. Son las palabras
que la fe cristiana quiere poner en nuestros labios y en nuestros corazones: Ha resucitado Cristo, mi esperanza.
Al reunirnos para celebrar esta solemne Vigilia Pascual en la Noche Santa, volvemos
a recordar, asumir y manifestar que “Jesús muerto y resucitado es el centro de
nuestra fe”[1]
y es la razón de nuestra esperanza. Sin embargo, cabe preguntarnos con
sinceridad y responsabilidad si todavía esperamos la venida del Resucitado y la
vida definitiva con Él.
¿Está nuestro corazón abierto a esta esperanza o tal vez
la existencia terrena se ha convertido en nuestro único horizonte?
«Las mujeres fueron al
sepulcro»
Esta pregunta, este cuestionamiento al núcleo de nuestra
personalidad sigue siendo vigente hoy, como lo era también en tiempos de los
discípulos de Jesús. Si prestamos atención al texto evangélico proclamado hoy,
notaremos que «el primer día de la
semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían
preparado» (Lc 24, 1).
Esto significa que en un primer momento, tanto las
mujeres que acompañaron a Jesús durante su ministerio público, como los
discípulos que fueron llamados para estar con Él y luego ser enviados; no
esperaban la resurrección del Maestro.
¿Qué esperaban los discípulos? ¿Qué esperaban los
apóstoles y tantos hombres y mujeres que siguieron a Jesús –y sus signos- en su
peregrinación desde Galilea a Jerusalén?
Los Evangelios dan
cuenta de las diversas expectativas –y con ello de las diversas esperanzas- que
las personas de su tiempo tenían sobre Jesús. Mencionemos simplemente dos
ejemplos.
«Han comido pan hasta
saciarse»
Por un lado, se nos menciona en el Evangelio según san Juan, que luego del signo de la multiplicación
de los panes (cf. Jn 6, 1 – 15),
Jesús dice a la multitud que lo busca: «Les
aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido
pan hasta saciarse» (Jn 6, 26).
Así mismo se menciona, que inmediatamente después del signo de los panes, la multitud, viendo el signo que realizó,
quería hacerlo rey (cf. Jn 6, 15).
Se trata de la esperanza meramente mundana; la esperanza
de saciar únicamente el hambre física o material. Por supuesto que es necesario
saciar el hambre material, es necesario atender a las necesidades concretas y
urgentes de los hombres; pero no es suficiente. “El hombre tiene hambre de algo
más, necesita algo más. El don que alimenta al hombre debe ser superior, estar
a otro nivel.”[2]
La esperanza que sacia al corazón humano debe ser superior.
Otro pasaje que demuestra la diversidad de esperanzas
puestas sobre Jesús y su misión, aún entre sus propios discípulos, es el
conocido pasaje de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13 – 35).
En el mismo se nos dice con toda claridad, qué esperaban
los discípulos de su Maestro; con semblante triste, en el camino, responden al
Resucitado –a quien todavía no reconocen-, diciendo: «Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo
esto ya van tres días que sucedieron estas cosas» (Lc 24, 21).
Se trata de la esperanza en el mesianismo político. Del
mesianismo que simplemente quiere hacer de Israel un reino político entre los
reinos y naciones del mundo. El horizonte se hace pequeño, se circunscribe
solamente a los terrenal y mundano. Sin embargo, lo hemos escuchado en el
relato de la Pasión del Señor: «Mi realeza no es de este mundo» (Jn 18, 36).
“A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas
esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su
vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y
que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor
grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno
u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas
esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo.
Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente
que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo
que nunca podrá alcanzar.”[3]
Ha resucitado Cristo, mi
esperanza
Todos esperamos algo en nuestro corazón. Todos somos
movidos día a día por esa esperanza que no sabemos formular bien del todo. Pero que la anhelamos: anhelamos la
plenitud, anhelamos la felicidad auténtica; el amor auténtico.
A pesar de sus desilusiones ante la muerte en cruz de
Jesús, los discípulos -en su desesperanza ante el no cumplimiento de sus
expectativas mundanas-, siguen abiertos a la auténtica esperanza, aquella que
no defrauda (cf. Rm 5, 5).
Vigilia Pascual en Noche Santa
19/04/2025
Es por ello que en lo inesperado del acontecimiento de la
Resurrección se abre para ellos –y para nosotros- el horizonte de la esperanza
que no defrauda. De la esperanza que sacia todos los anhelos del corazón
humano. Digámoslo con toda claridad y convicción junto con María Magdalena: Ha resucitado Cristo, mi esperanza.
“La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a
pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado
y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento»
(cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir
lo que sería propiamente «vida». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra
esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la
«vida eterna», la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es
sencillamente vida en toda su plenitud.”[4]
En esta Noche Santa
“renovemos nuestra esperanza en la vida eterna fundada realmente en la
muerte y resurrección de Cristo. "He resucitado y ahora estoy siempre
contigo", nos dice el Señor, y mi mano te sostiene. Dondequiera que puedas
caer, caerás entre mis manos, y estaré presente incluso a las puertas de la
muerte. A donde ya nadie puede acompañarte y a donde no puedes llevar nada,
allí te espero para transformar para ti las tinieblas en luz.”[5]
María, a quien saludamos como Regina Coeli – Reina del Cielo, brille para nosotros como Estrella de esperanza en nuestra
peregrinación diaria, de modo que, luego de estos días santos, cada uno de
nosotros –como el Cirio Pascual-
distribuya entre todos los hombres y mujeres de este tiempo, la luz de la
esperanza que proviene de Jesucristo resucitado “que brilla sereno para el
género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”
P. Óscar Iván
Saldívar, I.Sch.
Rector
del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
19/04/2025
Jubileo
de la Esperanza
[1] FRANCISCO, Spes non confundit, 20
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Chile2007), 315.
[3] BENDICTO XVI, Spe salvi, 30
[4] BENDICTO XVI, Spe salvi, 27
[5]
BENEDICTO XVI, Ángelus, Conmemoración
de los fieles difuntos, 2 de noviembre de 2008
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