La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 16 de agosto de 2016

La Asunción de María, signo de misericordia

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María – 2016

Lc 1, 39 - 56
Apoc 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab

La Asunción de María, signo de misericordia


Queridos hermanos y hermanas:

            Al celebrar hoy la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María les invito a meditar sobre este misterio mariano a partir de la Sagrada Escritura. En particular a partir de la primera lectura de esta solemnidad que se toma del libro del Apocalipsis (Apoc 11,19a; 12, 1-6a. 10ab).

Un gran signo

            El capítulo 12 del libro del Apocalipsis confronta dos signos, dos señales:

            «Un gran signo: una mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza» (Apoc 12,1).

            En la interpretación de la Iglesia, María es el «gran signo» que aparece en el cielo, en el horizonte de la historia de la salvación. María es sobre todo signo de la acción de Dios. Ella es el signo de lo que Dios quiere y puede realizar en la vida de aquellos que ponen ante Dios su pequeñez y se dejan mirar por Él con bondad (cf. Lc 1,48). Es signo de lo que Dios quiere y puede realizar en aquellos que creen en su misericordia que se «extiende de generación en generación» (Lc 1,50).

           
             Así, María es signo de la humanidad redimida por la misericordia de Dios: una humanidad revestida de Cristo, Sol de justicia y salvación; una humanidad con la luna bajo sus pies, es decir, una humanidad que unida a Dios domina la noche, la oscuridad de la muerte; una humanidad coronada de dignidad. La acción salvífica de Cristo reviste al hombre, le confiere dominio sobre la muerte y le otorga dignidad.

            Todo esto, Dios lo ha realizado ya plenamente en María, la Madre y compañera de Jesús. Y lo realizará en la Iglesia a lo largo de la historia de salvación. Es por eso que María es “garantía de consuelo y esperanza” para la Iglesia.[1]

            El Apocalipsis nos presente todavía otro signo en el horizonte de la historia humana:

«Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego…» (Apoc 12,3).

            Aunque impresionante, este otro signo que aparece en el cielo, no es descrito como “gran signo”. Y ello se debe a que el mal, el pecado y el egoísmo impresionan, incluso atemorizan, pero nunca son un signo mayor que la misericordia de Dios.

            María, asunta en cuerpo y alma al cielo, es un gran signo de la misericordia de Dios. Un signo mayor que el mal, el pecado y el egoísmo.

            Y este misterio de María –profundamente ligado al misterio de Cristo y de su Iglesia- es signo de la misericordia de Dios porque nos muestra que al final del tiempo toda la realidad humana será asumida por Dios.

            Justamente de eso se trata la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. Se trata de que la totalidad de lo humano puede entrar –y entrará- en comunión con la vida de Dios. Tanto el alma, es decir, la dimensión espiritual de la persona humana –intelecto, voluntad y sentimientos-, como el cuerpo, nuestra dimensión corpórea y todo lo que ello implica, pueden entrar en comunión con Dios a través de Cristo Jesús.

            Sí, toda la realidad humana tiene lugar en el corazón de Dios. Nada humano le es ajeno. Y esa es nuestra gran esperanza y nuestra gran alegría. Por eso, la Asunción de María es signo de misericordia; signo de esa misericordia divina que abraza, comprende y asume todo lo humano.

Signos de misericordia en nuestra vida

            Tratemos de aplicar esta meditación a nuestra propia vida. Si somos sinceros y miramos con atención, reconoceremos que en nuestra propia vida encontramos también signos del mal, el pecado y el egoísmo.

En algunas ocasiones incluso experimentamos que el mal es como ese «Dragón [que] se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando naciera» (Apoc 12,4b); es decir, muchas veces sentimos que el mal y el pecado en nuestra vida devoran nuestra esperanza, devoran nuestra alegría.

Sin embargo, en nuestra vida también encontramos signos de misericordia; momentos donde experimentamos que Dios asume nuestra realidad, nuestra vida, y así la llena de sentido y de paz.

Por eso hoy nos haría bien recordar todos los signos de la misericordia de Dios en nuestras vidas: personas –familiares, amigos y seres queridos- que nos transmiten algo de la ternura y misericordia de Dios; situaciones personales o familiares donde hemos crecido y madurado; palabras de aliento y de perdón que hemos recibido o que hemos donado; momentos de oración e intimidad con Dios. Personas, situaciones, palabras y momentos, son muchas veces signos de la misericordia de Dios; signos que vuelven a llenarnos de esperanza.

Y en la medida en que tomamos conciencia de estos signos de misericordia en nuestras vidas, nos damos cuenta de que la asunción, el misterio por el cual Dios asume nuestra humanidad, va aconteciendo día a día. Sí, día a día el Señor va asumiendo nuestra vida, va haciendo suya nuestra vida, en la medida en que la compartimos sin temor con Él. Y lo seguirá haciendo hasta el momento final en que, como María, participaremos plenamente de la Resurrección de Cristo Jesús. La misericordia es nuestra esperanza. La misericordia es nuestra meta.


Por eso, hoy que contemplamos el camino de María hacia el cielo de manos de su hijo Jesús[2], queremos aprender a caminar como Ella aquí en la tierra, para que un día también nosotros hagamos ese camino de misericordia hacia el cielo:

“Aseméjanos a ti,
y enséñanos a caminar por la vida
tal como Tú lo hiciste:
fuerte y digna, sencilla y bondadosa,
repartiendo amor, paz y alegría.
En nosotros recorre nuestro tiempo
            preparándolo para Cristo Jesús.” [3] Amén.



[1] MISAL ROMANO, Prefacio de la Santísima Virgen María, La gloria de María elevada al cielo.
[2] Cf. PAPA FRANCISCO, La Asunción de María, misterio grande para nuestro futuro, Ángelus del 15 de agosto de 2016 [en línea]. [fecha de consulta: 15 de agosto de 2016]. Disponible en: <http://www.news.va/es/news/papa-la-asuncion-de-maria-misterio-grande-para-nue>
[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 609.

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