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Domingo durante el año – Ciclo C
«Nuestra alma espera en el
Señor»
«Nuestra alma espera en el Señor…»,
así hemos rezado con el Salmo 32. De
la misma manera la Carta a los Hebreos nos
habla de la fe como «garantía de los
bienes que se esperan, plena certeza de las realidades que no se ven» (cf. Hb 11,1). Esta “especie de definición de
la fe une estrechamente esta virtud con la esperanza.”[1]
Esto
significa que el hecho de creer en Jesucristo nos lleva a esperar en
Jesucristo. Si creemos en Jesús, esperamos en Jesús: «Nuestra alma espera en el Señor». Más aún, la fe nos lleva a
esperar al Señor. Así lo vemos en el evangelio que hemos escuchado hoy (Lc 12, 32-48): «¡Felices los servidores a quienes el Señor encuentre velando a su
llegada!» (Lc 12,37a).
Esperando el Reino
Volvamos a escuchar las palabras que Jesús dirige a sus
discípulos: «No temas, pequeño rebaño,
porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino» (Lc 12,32).
Una vez más Jesús nos invita a no temer, a no
angustiarnos, a no desesperarnos. Y la razón de ello, a pesar de que somos un «pequeño rebaño», radica en que el Padre
del cielo ha querido darnos el Reino.
Estas palabras del Evangelio
según san Lucas nos recuerdan aquellas otras contenidas en el Evangelio según san Mateo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes,
las has revelado a los pequeños» (Mt
11,25; cf. Lc 10,21).
Sí, el Padre quiere revelar a los pequeños el Evangelio
del Hijo; el Padre quiere dar al pequeño rebaño el Reino de Dios.
Y por eso Jesús invita a los suyos a desprenderse de sus
bienes, a darlos como limosna –como misericordia-; y a que lo hagan sin temor
porque el Padre les dará un bien más grande, una misericordia aún mayor: «Acumulen un tesoro inagotable en el cielo… …Porque
allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón» (Lc 12, 33-34).
Así se nos muestra una dimensión del “esperar en el Señor”,
se nos muestra cuáles son los bienes que la fe espera: el Reino de Dios, el
Reinado de Dios. Pero esta esperanza no es actitud interior solamente o buen
deseo expresado, sino acción concreta, pues, “toda actuación seria y recta del
hombre es esperanza en acto.”[2]
El discípulo es capaz de renunciar a sus bienes –sean estos
bienes materiales o bienes espirituales como sus propias ideas o criterios-
porque espera concretamente recibir el gran bien que la fe le promete: el
Reinado de Dios en su vida.
¿Cuán concreta es nuestra fe? ¿Cuán concreta es nuestra
esperanza en el Señor? ¿Cuánto influye en nuestra vida cotidiana, en nuestras
decisiones, la fe que profesamos?
En realidad la fe y la esperanza son concretas y vivas en
la medida en que el amor está vivo. Solamente aquel que vive una relación de
amor con el Dios de la vida, se anima a tomar decisiones que conforman su vida
según los planes de Dios.
Esperando al Señor
Lo cual nos abre a una segunda dimensión del “esperar en
el Señor”. Los cristianos no solo esperamos los bienes eternos sino que
fundamentalmente esperamos al mismo Señor.
«Estén preparados,
ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que
esperan el regreso de su Señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue
y llame a la puerta» (Lc 12, 35-36).
Esperar al Señor requiere vigilancia, requiere estar en
vela. Los cristianos no podemos permitir que nuestra alma se duerma, «porque el Hijo del hombre llegará a la hora
menos pensada» (Lc 12,40).
«La hora menos
pensada» no se refiere solamente al último día, al final de la historia;
sino que se refiere también a los distintos momentos de gracia en los que Jesús
sale a nuestro encuentro.
En cada momento, en cada situación, en cada persona viene
ese Jesús al cual esperamos. Pero muchas veces no lo reconocemos porque no
estamos en vela… Muchas veces nuestra alma está dormida, como anestesiada por
tanta dispersión, egoísmo y pecado. En el fondo es la situación del alma que «se pone a comer, a beber y a emborracharse»
(Lc 12,45). Se encuentra tan
llena de sí misma, tan atontada por la dispersión que ya no es capaz de esperar
a Jesús y reconocer su presencia en el día a día.
Queridos hermanos y hermanas, nosotros no queremos vivir
una vida atontada y dispersa. Nosotros queremos esperar en el Señor. Nosotros
queremos aprender a esperarlo en cada acontecimiento de nuestra vida. Por eso
queremos entrar en la escuela de la fe
práctica en la Divina Providencia y ante cada acontecimiento de nuestra
vida preguntarnos en oración: “¿Qué quiere el Señor de mí? ¿Por dónde quiere
que camine?”.
Si llevamos nuestra vida a la oración entonces esperamos
en el Señor, y desde la oración podremos conformar nuestra vida según el querer
de Dios.
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