21° Domingo durante el año
–Ciclo C
La puerta estrecha
Queridos hermanos y
hermanas:
El evangelio de este domingo (Lc 13, 22-30) nos presenta la imagen de la «puerta estrecha» en el contexto de un diálogo del todo singular
entre una persona y Jesús. Dice el texto referido: «Una persona le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se
salvan?”. Él respondió: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les
aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.”» (Lc 13, 23-24).
¿Cómo comprender esta imagen utilizada por Jesús? ¿Cómo
interpretar sus palabras? “¿Qué significa esta “puerta estrecha”? ¿Por qué
muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a
algunos elegidos?”.[1]
La salvación es un don
ofrecido a todos
Pienso que para comprender mejor las palabras de Jesús en
este evangelio debemos iniciar la reflexión de este domingo a partir de la primera lectura tomada del libro del profeta Isaías (Is 66, 18-21). Volvamos a escuchar lo
que nos dice Dios por boca del profeta: «Yo
mismo vendré a reunir a todos las naciones y a todas las lenguas, y ellas
vendrán y verán mi gloria» (Is 66,18).
Isaías nos anuncia que Dios mismo vendrá y reunirá a
todas las naciones, a todos los pueblos, a todas las personas, para que vean su
gloria, su amor. Esto significa que la salvación de Dios se ofrece a todos, sin
exclusión; por lo tanto, no está reservada a unos pocos elegidos, porque, como
dice el salmo, «es inquebrantable su amor
por nosotros, y su fidelidad permanece para siempre» (Sal 116,2).
Sin embargo, esta salvación que se ofrece “gratuitamente”
debe ser aceptada, debe ser recibida y asumida. El don ofrecido debe convertirse
en don aceptado y asumido.
Esta necesidad de recibir y acoger el don de Dios la
vemos ilustrada en varias páginas del Evangelio. Numerosas parábolas expresan
cómo la iniciativa salvífica de Dios puede ser rechazada por los hombres.
Pensemos en la parábola de los “viñadores homicidas” (Mt 21, 33-43): en ella vemos cómo los viñadores –a quienes se
confió la viña de la cual no eran propietarios- se negaron a entregar los
frutos al dueño e incluso mataron al heredero para quedarse con ella (cf. Mt 21, 34-35. 38). De modo similar en la
parábola “del banquete de bodas” (Mt 22,
1-14), los invitados a la boda no quisieron venir y se excusaron con distintas
razones despreciando así todos los preparativos previos (cf. Mt 22,3-6). Incluso entre los que sí
llegaron al banquete uno fue expulsado por no estar debidamente preparado para
la fiesta (cf. Mt 22, 11-13). Todavía
en la conocida parábola “del padres y sus dos hijos” (Lc 15, 11-32), vemos cómo el hijo mayor se resiste a entrar en la
casa para unirse a la fiesta por su hermano a pesar de los ruegos de su padre
(cf. Lc 15, 25-30).
Sí, nuestra libertad puede rechazar el don de la salvación, el don de la amistad con Dios. O a veces sucede que nuestra voluntad no está lo suficientemente preparada para acoger este don en toda su plenitud. Por eso necesitamos educar nuestra libertad y nuestra voluntad para abrirnos al don de Dios y así asumir plenamente la salvación que Él nos ofrece.
Comprendemos ahora las palabras de Jesús en el evangelio
de hoy: «Traten de entrar por la puerta
estrecha» (Lc 13,24). Otras
versiones del mismo texto evangélico dicen «Esforzaos
por entrar por la puerta estrecha»[2]
e incluso «Pelead para entrar por la
puerta estrecha».[3]
¿Misericordia divina o
esfuerzo humano?
Si debemos esforzarnos e incluso pelear para ingresar por
la «puerta estrecha», esto podría
llevar a preguntarnos: ¿no se anula así la gratuidad de la salvación? ¿No
reemplazamos la misericordia de Dios con el esfuerzo humano?
Aquí conviene recordar que desde sus inicios la espiritualidad
cristiana conoce la práctica de la vida ascética; es decir, la práctica
disciplinada y metódica de ciertos ejercicios físicos y espirituales para la
maduración moral y el progreso en la vida espiritual. Se trata de la
autoeducación.
Y
en referencia al tema que hoy estamos meditando debemos decir que la vida
ascética está al servicio de la vida mística; es decir, nuestros esfuerzos
concretos de autoeducación están al servicio de nuestra vida de comunión con
Dios. La autoeducación no reemplaza la gracia, el don de Dios, simplemente la
anhela y prepara el corazón para recibirla y asumirla plenamente. Como dice san
Pablo: «Mas, por la gracia de Dios, soy
lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí» (1Co 15,10a).
Por
eso, no despreciemos «la corrección del
Señor» (Hb 12,5) que hoy nos
invita a entrar por la «puerta estrecha»,
a educarnos a nosotros mismos, a luchar contra nosotros mismos: contra nuestros
egoísmos, contra nuestra indiferencia, contra nuestro afán de comodidad, contra
la búsqueda enfermiza de placer sin sentido; contra todo aquello que insufla
nuestra soberbia a tal punto que ya no nos permite entrar por la puerta del
amor a Dios y al prójimo.
Ahora
comprendemos que el «entrar por la puerta
estrecha» no implica un negar la misericordia de Dios, sino un anhelarla y
predisponerse a recibirla para asumirla como estilo de vida[4],
pues, “ser cristiano es ante todo un don, pero que luego se desarrolla en la
dinámica del vivir y poner en práctica este don.”[5]
María, puerta del cielo
Al finalizar nuestra reflexión, dirigimos nuestra mirada y nuestro corazón hacia la Santísima Virgen María. Ella, Madre de Jesús y madre nuestra, fue la primera que siguió a su Hijo recorriendo el camino de la humildad, de la abnegación y de la entrega generosa, por eso fue asunta a la gloria celestial y se convirtió para todos sus hijos en Puerta del cielo. Pidámosle que en el día a día Ella nos ayude a entrar por la «puerta estrecha» para que un día podamos atravesar el umbral de la puerta del cielo. Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 26 de
agosto de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 17 de agosto de 2016].
Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2007/documents/hf_ben-xvi_ang_20070826.html>
[2] Lc 13,24 en la Biblia de Jerusalén (DESCLÉE DE BROUWER, Bruselas 1967).
[3] Lc 13,24 en Biblia del Peregrino (EGA-MENSAJERO, Bilbao 1995).
[4] Cf.
PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus 13.
[5] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011), 83.
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