Domingo 25° del
tiempo durante el año – Ciclo C
¿A quién le entrego
mi corazón?
Queridos hermanos y hermanas:
En
la Liturgia de la Palabra de hoy
encontramos la parábola del administrador infiel (Lc 16, 1-8). Una parábola que “suscita en nosotros cierta sorpresa
porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba”[1].
Sin embargo, debemos leer y reflexionar atentamente este texto evangélico para
comprender la enseñanza que Jesús quiere entregarnos.
El administrador infiel
Como
sabemos, las parábolas son relatos que Jesús va construyendo con imágenes y
situaciones de la vida cotidiana de su tiempo. Al escuchar esta parábola, nos
damos cuenta de que también en tiempos de Jesús existía la corrupción; el abuso
de confianza y el mal uso de las propias capacidades y de los bienes confiados.
Es lo que se desprende del texto evangélico: «Había un hombre rico que tenía una administrador, al cual acusaron de
malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti?
Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”» (Lc 16, 1-2).
¿Qué
hizo el administrador astuto? En tiempos de Jesús, era costumbre que los
administradores tuvieran la facultad de aumentar los préstamos de sus señores,
de modo que, en la devolución del préstamo, ellos recibieran la parte aumentada
como pago por su trabajo administrativo.[2]
Sería lo que hoy conocemos como “gastos administrativos”.
Por
lo tanto, lo que el administrador astuto hizo, no fue disminuir el monto del
préstamo debido a su señor, sino renunciar a la parte que le correspondía como
ganancia personal. Renunciando a esta ganancia quedaría en buenos términos con
los deudores de su señor. Por eso la parábola concluye diciendo: «Y el señor alabó a este administrador
deshonesto, por haber obrado tan hábilmente.» (Lc 16,8).
En
el fondo se alaba no la corrupción por la cual ha sido despedido este administrador,
sino su astucia para salir al paso de la nueva situación que se ha creado como
resultado de su infidelidad. Se reconoce su astucia, su inteligencia, sus
capacidades.
También
hoy podríamos reconocer la astucia e inteligencia de tantas personas que ponen
todos sus esfuerzos y capacidades en lograr beneficios de forma corrupta.
¡Cuánta gente tan astuta para hacer el mal! ¡Cuánta gente tan inteligente y
hábil para la corrupción y para la consecución de intereses mezquinos!
Lo
vemos a diario en nuestro medio: personas que hábilmente se aprovechan de los
recursos del Estado; personas que montan sutiles esquemas para defraudar o para
percibir beneficios a costa del bien común; personas que ponen todas sus
capacidades para manipular a otros y utilizar las instancias de decisión común
en favor del interés personal. ¡Cuánta astucia! ¡Cuánta inteligencia! ¡Cuánta
capacidad! Pero todo puesto al servicio del egoísmo, del mal y del crecimiento
de “ese cáncer social que es la corrupción”.[3]
Queridos
hermanos y hermanas: todas nuestras capacidades y bienes humanos, de los cuales
somos meros administradores (cf. Lc
16,1), deberíamos ponerlos al servicio del bien común, al servicio de los
demás, al servicio del Reino de Dios. Es decir, al servicio del verdadero Bien
y no de bienes aparentes. Si este administrador infiel se ha mostrado astuto en
el mal, ¡cuánto más podrían fructificar sus capacidades obrando rectamente el
bien!
Tu tesoro y tu
corazón
¿Qué debemos hacer
para poner todas nuestras capacidades al servicio del bien? ¿Cómo hacer para
decidirnos a poner toda nuestra inteligencia, astucia y creatividad al servicio
del Reino de Dios?
La respuesta es
sencilla pero profunda y contundente: entregarle nuestro corazón a Jesús.
Entregarle a Él el núcleo de nuestra personalidad. Ese lugar íntimo desde donde
brotan nuestras decisiones y amores más auténticos. Nuestra vida se juega en a
quién le entregamos nuestro corazón. Nuestra vida se pierde o se salva
dependiendo de a quién le entreguemos el corazón, porque «allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21).
Y
aquí vale la pena que nos preguntemos: ¿dónde está mi tesoro? ¿Dónde está
realmente mi corazón? ¿Por qué o por quién late mi corazón? ¿Por qué o por
quién me apasiono con todo mi ser? ¿Mi corazón está apasionado por los bienes
perecederos o por el Bien mismo que es Jesús?
Entregar el corazón entero
Pero todavía hay una dimensión más del texto evangélico
de hoy. Cuando entregamos el corazón debemos hacerlo por entero, no podemos
hacerlo a medias: «Ningún servidor
puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se
interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios
y al dinero» (Lc 16,13).
Jesús,
como maestro de vida y de vida plena (cf. Jn
10,10), nos enseña que nuestro corazón está hecho para entregarse por entero,
no a medias. No podemos vivir interiormente divididos. Cuando tratamos de vivir
una entrega a medias vivimos mediocremente. Y la mediocridad nos lleva a la
frustración, y la frustración a la hipocresía.
Se
trata de tomar una decisión, de hacer una opción sincera y radical. “En verdad,
la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre
fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. (…). En
definitiva —dice Jesús— hay que decidirse.”[4]
No
temamos entregarnos por entero. Jesús se ha entregado por entero en la cruz por
nosotros y así nos abrió el camino hacia la resurrección. El que se entrega por
entero en el amor se encamina también hacia la resurrección de Jesús. “El
Señor, que dio todo por nosotros, no se contenta con recibir la mitad de
nuestra vida: quiere enteros alma y corazón, y no le basta el resplandor pálido
de una mediocre entrega.”[5]
Pidámosle
a la Santísima Virgen María, en cuyo sí no había reservas ni amargas quejas,
que nos enseñe a entregarle totalmente nuestro corazón a su hijo Jesús y que
podamos experimentar en nuestra vida que “quien ofrece entera la vida por causa
del Señor, experimenta la bendición y el gozo de la vida verdadera.”[6]
Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Celebración eucarística en la plaza delante de la catedral de
Velletri, 23 de septiembre de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 16 de
septiembre de 2016]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070923_velletri.html>
[2] Cf.
Nueva Biblia de Jerusalén, nota al
pie de Lc 16,8.
[3]
PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 60.
[4]
BENEDICTO XVI, Ibídem
[5] P.
JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 411.
[6] P.
JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 415.
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