Domingo 26° durante el año
– Ciclo C
Construir un puente o
cavar un foso
Queridos hermanos y
hermanas:
Un vez más nos encontramos ante una parábola tomada del Evangelio según san Lucas; se trata de la
conocida parábola del “rico Epulón y el pobre Lázaro” (Lc 16, 19-31). En ella se nos presentan “dos figuras contrastantes:
el rico, que lleva una vida disipada llena de placeres, y el pobre, que ni
siquiera puede tomar las migajas que los comensales tiran de la mesa, siguiendo
la costumbre de la época de limpiarse las manos con trozos de pan y luego
arrojarlos al suelo.”[1]
Jesús dijo a los fariseos
Esta vez la parábola, que es un relato construido con
situaciones e imágenes de la vida cotidiana, parece estar dirigida a los
fariseos, en el Leccionario el texto
evangélico inicia diciendo: «Jesús dijo a
los fariseos»[2].
Este aparente detalle puede llevarnos a pensar que Jesús dirige su enseñanza –y
su crítica- a un tipo determinado de persona religiosa; un prototipo de
persona, presente en el aquel tiempo y en el de hoy.
Sabemos que el fariseísmo era un grupo religioso al
interior del judaísmo del siglo I. Formaban parte de este grupo los escribas y
doctores de la Ley. Es decir, se trataba de personas con conocimientos
religiosos –con capacidad de leer y escribir-, que se esforzaban por una
observancia fervorosa de la Ley de Moisés. Todo esto hace suponer que tenían un
cierto nivel cultural, social y económico.
A
diferencia de lo que sucede con el hombre rico, el texto evangélico sí nos
proporciona el nombre del hombre pobre, se llama “Lázaro, abreviatura de Eleázaro
(Eleazar), que significa precisamente «Dios le ayuda». A quien está olvidado de
todos, Dios no lo olvida; quien no vale nada a los ojos de los hombres, es
valioso a los del Señor.”[3]
¿Qué se le reprocha
al hombre rico de la parábola? Su indiferencia e indolencia ante la situación
de su prójimo. Su indiferencia e indolencia ante una situación tan cercana:
mientras él banqueteaba «a
su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre».
Una comodidad indiferente
¿Será
que Jesús reprocha a los fariseos de entonces y de hoy el hecho de llevar una
vida cómoda, material y espiritualmente, sin interesarse por la vida de los
demás?
Pienso
que a veces, puede suceder que llevemos una vida cómoda materialmente y que nos
desentendamos de los que pasan necesidad ante nuestras puertas, ante nuestros
ojos. Pero también, a veces, puede suceder que llevemos una vida espiritual
cómoda y nos desentendamos de los demás.
Llevamos
una vida espiritual cómoda e indiferente a los demás cuando reducimos la vida
espiritual a momentos de búsqueda de nuestro propio confort o bienestar. Así
transformamos la vida espiritual en “consumismo religioso”. Y confundimos vida
interior con algunos momentos de auto-complacencia, de búsqueda de sensaciones
espirituales o interiores sin referencia alguna al prójimo o a Cristo y su
Evangelio.
Cuando
eso nos sucede, entonces para nosotros también vale el reproche que se hace al
rico de la parábola. A él se le reprocha en primer lugar su egocentrismo; el
culto al propio yo. Y en segundo lugar la indiferencia y la indolencia ante el
prójimo. Esa cerrazón ante el prójimo que deviene en cerrazón ante Dios mismo.
Y
aquí se muestra el drama del fariseo como prototipo religioso: mientras se
ocupa sólo de sí mismo, de cuidarse a sí mismo corporal y espiritualmente;
mientras se ocupa de cumplir preceptos olvidando el sentido de los mismos;
mientras realiza ritos sin alma y sin referencia alguna hacia los demás, piensa
que va construyendo su camino hacia la vida eterna, cuando en realidad lo que
hace es cavar «un gran abismo» (cf. Lc 16,26).
Ese
«gran abismo» que separa el «seno de Abraham» de la «morada de los muertos», es el foso que
el mismo hombre rico ha cavado en vida, “un foso infranqueable entre sí y el
pobre: el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido
del otro y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora en una sed
ardiente ya irremediable.”[4]
El
Papa Francisco también nos advierte del riesgo del encerrase cómodamente en uno
mismo: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro,
de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando
la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para
los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no
palpita el entusiasmo por hacer el bien.”[5]
Despertar nuestra
conciencia
Queridos hermanos y hermanas, esta parábola “no se trata
de una condena mezquina de la riqueza y de los ricos nacida de la envidia”[6];
sino de un despertar nuestra conciencia, nuestro corazón.
Muchas veces nuestra conciencia se aísla, se cierra a la
vida y a las necesidades de los demás. Y esto suele suceder cuando obsesivamente
miro mis propias heridas y necesidades
no satisfechas. Otras veces, nuestra conciencia se adormece o se
acostumbra a la pobreza material y espiritual. Ya no nos sobresalta la miseria
de los demás. Es una noticia más entre otras.
Aunque sea fiel cumplidor de mis prácticas religiosas, si
mi conciencia es ciega a mis hermanos y sus necesidades, se hará ciega también
ante Dios mismo. Hoy, Jesús quiere despertar nuestra conciencia, nuestro
corazón, nuestro amor.
Despertar nuestra conciencia, despertar nuestro corazón,
pasa por cuestionarnos a nosotros mismos, cuestionar nuestra vida cristiana,
nuestra vida de oración y de amor al prójimo. Despertémonos a nosotros mismos y
preguntémonos: ¿Qué bienes materiales y espirituales poseo? ¿Cómo uso esos bienes
materiales y espirituales? ¿Los uso para construir puentes o fosos? ¿Puentes de
alianza, encuentro y solidaridad? ¿O fosos de egoísmo, aislamiento e
indiferencia?
Hagamos nuestra la súplica del salmo: «El Señor abre los ojos de los ciegos y
endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos» (Salmo 145,8). Sí, pidámosle sinceramente
al Señor Jesús que abra nuestros ojos y nuestro corazón a las necesidades de
nuestros hermanos y hermanas; que abra nuestros ojos y nuestro corazón para
reconocerlo presente en nuestros hermanos y sus necesidades, así él enderezará
nuestro camino, y en alianza con Él, con María y con nuestros hermanos,
construiremos un puente hacia el Cielo, un puente hacia la vida eterna. Amén.
[1] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena
S.A., Santiago 2007), 253s.
[2] En
la Biblia, esta parábola está situada luego de unos dichos dirigidos a los
fariseos. Lc 16,14 dice: «Estaban oyendo todas estas cosas los
fariseos, que son amigos del dinero y se burlaban de él». Probablemente por
esta razón el Leccionario agrega al
inicio de esta parábola: «Jesús dijo a
los fariseos».
[3]
BENEDICTO XVI, Ángelus del domingo 30 de
septiembre de 2007. [en línea]. [fecha de consulta: 25 de septiembre de
2016]. Disponible en: < http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2007/documents/hf_ben-xvi_ang_20070930.html>
[4]
BENEDICTO XVI, Spe Salvi 44.
[5]
PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 2.
[6] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret…, 257.
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