Fiesta del 18 de Octubre de 2024
Santuario de Tupãrenda
Jn
2, 1 - 11
Madre, en tu Santuario,
enséñanos a orar
Queridos
hermanos y hermanas:
Celebramos nuevamente un 18 de Octubre; celebramos el
día de la Alianza de Amor con María,
el día de la Madre Tres Veces Admirable
de Schoenstatt -nuestra querida Mater-, el día del Santuario de Tupãrenda. Y lo hacemos en el contexto del Año de la Oración; por eso, este año en
Tupãrenda decimos con fe: “Madre, en tu
Santuario, enséñanos a orar.”
«Aquí
tienes a tu madre»
El mismo lema de nuestra fiesta es una pequeña oración,
es una pequeña jaculatoria en la cual invocamos a María como Madre.
El llamar a María con el título de Madre, con nuestros
labios y nuestros corazones, es ya una oración. Al invocar a María como Madre
hacemos nuestro el deseo y la voluntad del mismo Jesús, quien en la cruz, al
ver al discípulo amado, le dijo a él y a cada uno de nosotros: «Aquí tienes a tu madre» (Jn 19, 27). Misa del 18 de Octubre de 2024
Iglesia Santa María de la Trinidad
Santuario de Tupãrenda
El mismo Señor nos ha entregado a María como Madre, y
así, nos ha puesto bajo su cuidado y educación maternal. En el momento de la
cruz, es Jesús, quien nos enseña a invocarla como Madre.
Y al hacerlo nos señala precisamente que la oración ha
de ser realizada en todo momento y en todo lugar, sea en la alegría como en el
dolor. La Iglesia “no ha de abandonar la plegaria en las dificultades ni la
acción de gracias en la alegría”.[1]
Invocar a María como Madre es verdadera oración porque
vuelve a ubicar a cada bautizado en su realidad e identidad más auténtica:
somos hijos e hijas en el Hijo. Al invocar a la Madre volvemos a reconocer
nuestra pequeñez, nuestra necesidad de ayuda y así volvemos a hacernos niños
ante María y ante Dios. Y al hacernos niños, nos abrimos a recibir el Reino de
Dios en nuestras vidas: «Dejen que los
niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a
los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como
un niño, no entrará en él». (Lc
18, 16 - 17).
Hay toda una pedagogía, hay toda una sabiduría divina,
en invocar a María como Madre en la oración.
La oración, antes que palabras o gestos de culto, es
fundamental una actitud.[2] La
actitud de ponerse en la presencia de Dios Padre, la actitud de ponerse en la
presencia de María como Madre. Esa actitud nos ayuda a tomar consciencia de
nuestro ser creaturas ante el Creador, nuestro ser hijos ante el Padre. Y con
ello, recobramos la actitud correcta ante la vida y así recibimos la
orientación fundamental para nuestra existencia.
La oración se vuelve entonces actitud filial ante Dios,
diálogo filial con el Padre, en el cual abrimos el corazón para entregar
nuestra vida y para recibir la Palabra
que oriente nuestro caminar, nuestra existencia.
Así mismo, invocar a la Madre con el rezo del Santo Rosario, verdadera oración
cristocéntrica en la cual contemplamos la vida de Jesús con los ojos de María[3],
es encontrar cobijamiento espiritual en el corazón de María y por medio de
Ella, en el corazón de Dios. Avemaría
tras Avemaría, Ella nos va cobijando
y al mismo tiempo nos va transformando. Por la auténtica oración cristiana,
nuestro corazón se transforma en un santuario vivo donde María ejerce su acción
maternal y educadora. Y así volvemos a experimentar que el que reza nunca está
solo[4].
El que reza, constantemente es cobijado, transformado y enviado.
«Hagan
todo lo que Él les diga»
En la vivencia de la oración -sea en el Santuario de Tupãrenda, en el
santuario hogar o en el santuario del corazón-, experimentamos no sólo que
María nos cobija sino que también nos educa. En una renovado Caná, Ella nos dice: «Hagan todo lo que Él les diga» (Jn 2, 5).
Sí, ante cada petición, ante cada necesidad que
presentamos a María en oración, Ella nos señala hacia Jesús, Ella nos invita a
escuchar y a seguir sus palabras. Así, en un movimiento orgánico, propio de la
vida de la gracia y del Espíritu, nuestra oración de petición a María se
convierte en oración de escucha a Cristo Jesús. Pedir a la Madre se transforma,
de a poco, en obedecer al Hijo. Es por ello que la auténtica oración mariana es
al mismo tiempo auténtica oración cristiana.
Ante nuestras peticiones y necesidades, Jesús nos pide
llenar con agua las tinajas (cf. Jn
2, 7), llenar con el agua de la oración nuestros corazones. Es decir, purificar
nuestro mundo interior a través de la oración, para que así Él pueda obrar el
milagro de nuestra transformación. El agua de la oración se transformará en el
vino de la presencia del Espíritu Santo en nuestro corazón. Y con ello nuestra
vida volverá a ser una constante boda de Caná,
es decir, un constante desposorio entre nuestra pequeñez humana y la
misericordia de Dios, un constante unir todas las dimensiones de nuestra vida
con el amor de Dios. El que reza nunca está solo.
Y esto es así porque va uniendo todas las dimensiones
de su vida, todos los misterios de su vida -gozosos, luminosos, dolorosos y
gloriosos- con el Misterio mismo de Dios Uno y Trino. Pero también va uniendo
su vida a la vida de los demás. “Rezar no significa salir de la historia y
retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de
orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y,
precisamente por eso, capaces también para los demás.”[5] El
que reza nunca está solo.
El que reza, el que ora, está constantemente con Dios y
con los hermanos. El que reza auténticamente es siempre hijo para Dios y
hermano para todos los hombres y mujeres. Ese es el sentido más profundo del
pasaje de los Hechos de los Apóstoles:
«Todos ellos, íntimamente unidos, se
dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de
Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,
14). Íntimamente unidos.
Madre,
en tu Santuario, enséñanos a orar
En este día de gracia, en este lugar de gracia,
invoquemos una vez más a María como Madre y Educadora. Y dejemos que Ella, en
la oración, nos cobije, nos transforme y nos envíe a testimoniar que el que
reza nunca está solo, el que cree nunca está solo.
Cada bautizado, cada aliado, cada orante, está siempre unido a Cristo y a
María, está siempre unido a toda la Iglesia.
Hagamos un momento de silencio, y peregrinemos al
santuario de nuestro corazón. Allí,
invoquemos una vez más a María:
Madre,
en tu Santuario, enséñanos a orar.
Madre, cobíjanos en
tu corazón maternal, para que experimentemos verdaderamente que no estamos
solos.
Madre,
transformamos con tu corazón educador. Con ternura, aseméjanos a Ti para que
escuchemos a tu hijo Jesús y hagamos lo que Él nos diga.
Madre, envíanos a
testimoniar la belleza de la fe y de la oración, para que íntimamente unidos a
todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, caminemos esperanzados hacia el
Padre.
Madre,
en tu Santuario, enséñanos a orar. Amén.
P.
Oscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda –
Schoenstatt
18
de Octubre de 2024