La Natividad del Señor –
Ciclo C – 2024
Misa de la Noche
Is
9, 1 – 6
Lc
2, 1 – 14
La luz de la esperanza
Queridos hermanos y
hermanas:
Esta
santísima noche está iluminada por la claridad de Cristo[1],
por la claridad de su nacimiento entre nosotros. Por medio del misterio de su
encarnación y de su nacimiento en el tiempo, Cristo se hace para nosotros luz
de esperanza que «ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9).
Una
luz clara y serena, una luz fuerte y al mismo tiempo frágil; una luz que se ha
de recibir, acoger y hacer crecer, como el Niño de Belén, como la luz que hemos
recibido en el día de nuestro Bautismo.
«El pueblo ha visto una
gran luz»
El profeta Isaías
expresa de forma poética y hermosa cómo el Niño de Belén es esa luz tan
esperada y anhelada que tiene la capacidad de iluminar a todo hombre y a toda
mujer:
«El pueblo que
caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el
país de la oscuridad ha brillado una luz. (…) Porque un niño nos ha nacido, un
hijo nos ha sido dado» (Is 9, 1.
5).
Sí,
la gran luz que ha visto el pueblo, la gran luz, cuya claridad recibimos
nosotros, es el Niño que nos ha nacido.
Lo experimentamos en el ámbito natural, en el ámbito de
nuestras comunidades y familias. Cuando un niño nos nace, cuando un niño llega
a la vida familiar y comunitaria, trae consigo una luz de alegría, ternura y
renovación. Una luz que renueva los corazones y la vida familiar. Una luz cuya
claridad vuelve a mostrarnos la ternura y la esperanza presentes en el día a
día.
Si esto experimentamos cuando nacen nuestros niños y
niñas; ¡cuánto más lo experimentaremos al celebrar y vivir con fe el nacimiento
de Jesús Salvador!
«Has multiplicado la
alegría»
Al dirigirse a Dios, dice el profeta: «Tú has multiplicado la alegría, has
acrecentado el gozo» (Is 9, 2).
Sí, cuando recibimos el don de un niño, cuando nos abrimos al don del Niño de
Belén, se multiplica la alegría, pues la luz de la esperanza es capaz de
alumbrar las pequeñas y las grandes alegrías de la vida cotidiana.
Al recibir en esta santa noche la luz del Niño Jesús
dejemos que su claridad multiplique nuestra alegría. Pensemos en todas las
pequeñas y grandes alegrías que hemos tenido a lo largo de este año: la vida
familiar –con sus gozos y desafíos-, el encuentro con los amigos y seres
queridos; los pequeños y grandes logros en el ámbito laboral o académico; el
conservar la salud o haberla recuperado; el avanzar en proyectos personales o
comunitarios; el reencuentro con una persona significativa; el perdón recibido
o donado; la vida de oración y fe en la Iglesia.
Sí, la luz del Niño Jesús, que es luz de esperanza,
alumbra nuestra vida toda, y nos muestra que siempre hay razones para volver a
creer, para volver a amar, para volver a esperar.
Al alumbrar nuestras pequeñas y grandes alegrías del día
a día, la luz de Jesús nos permite vivir nuestra vida presente llena de sentido
y propósito, «con sobriedad, justicia y
piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria
de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús» (Tit 2, 12 - 13).
Es cierto que “necesitamos tener esperanzas –más grandes
o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran
esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran
esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer
y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar.”[2]
Sí, nuestras pequeñas y grandes alegrías, nuestras
pequeñas y grandes esperanzas, en el fondo son manifestación y preparación a la
gran esperanza, la feliz esperanza que no es otra que Cristo mismo, Él es
nuestra esperanza.[3]
«La gloria del Señor los
envolvió con su luz»
Y siendo Cristo la gran esperanza de nuestra vida, con su
nacimiento en medio de nosotros, Él ha querido alcanzarnos y envolvernos con la
luz de su esperanza; tal como lo experimentaron los pastores que recibieron el
anuncio del nacimiento del Salvador: «se
les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz» (Lc 2, 9).
En esta Noche Buena,
dejémonos envolver por la luz del pequeño Niño de Belén, dejémonos envolver por
la luz de la esperanza. Que esa luz ilumine todas las dimensiones de nuestra
vida y de nuestro corazón. Que esa luz nos muestre que siempre es posible
volver a empezar; que siempre es posible volver a creer en lo bueno que hay en
el propio corazón y en el corazón de los demás. Que el bien, por pequeño que
aparezca, si lo acogemos, crece, madura y fructifica.Pesebre
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Que la luz que nos trae el pequeño Niño de Belén encienda
en nuestros corazones la esperanza; y que así, cada uno de nosotros, se
convierta también en un signo, en una luz de esperanza para los demás. De modo
que, iluminados por la claridad de Jesucristo, compartamos esa claridad con
aquellos que nos rodean y especialmente con aquellos que más necesitan de la
luz de la esperanza.
María, Madre de la
esperanza
“En el pobre y pequeño establo de Belén, María muestra al
Niño a postores y reyes”[4];
y en esta noche, también nos lo muestra y entrega a nosotros para que lo
acojamos en nuestros corazones y en nuestras vidas.
Al confiarnos a Jesús, María se muestra como Madre de la esperanza, porque hoy Ella
vuelve a creer y a esperar en lo bueno que hay en cada uno de nosotros; Ella
vuelve a creer y a esperar en nuestra disponibilidad para llevar la luz de la
esperanza, la luz de su hijo Jesús a cuantos la anhelan y la necesitan.
Desde
Belén, Ella nos envía como peregrinos de
la esperanza, para comunicar a todos la buena notica del nacimiento del
Salvador, y con ello, la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), la esperanza que es el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
P.
Óscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda -
Schoenstatt
[1]
Cf. MISAL ROMANO, Natividad del Señor,
Misa de la Noche, Oración colecta
[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 31
[3]
Cf. MISAL ROMANO, Domingo de Pascua,
Secuencia
[4] Cf. P. J. KENTENICH, Hacia el Padre, 343