La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 29 de julio de 2015

Santa Marta - La mejor parte, la amistad

SANTA MARTA

La mejor parte, la amistad

            Es conocido este evangelio (Lc 10,38-42); el evangelio de Marta y María. Y también son conocidas las interpretaciones que se han hecho del mismo. Muchos hemos escuchado la aparente tensión entre la vida “apostólica” (Marta) y la vida “contemplativa” (María). Sin embargo no quisiera aludir a esto en esta breve meditación. Sino, simplemente compartir algo que Jesús me regaló mientras con Él volvía a meditar sobre este evangelio.

Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas,
y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria (Lc 10,41-42a).

            Me impresiona esta respuesta de Jesús ante el reclamo de Marta: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude” (Lc 10,40). Sin duda que Marta estaba muy atareada con los quehaceres de la casa… Me imagino a una mujer trabajadora, activa. La veo con una escoba en la mano, limpiando la casa, sacudiendo el polvo. Al mismo tiempo hecha una mirada sobre el fuego donde la comida se está cocinando. Muchas cosas, muchas preocupaciones. Sin duda estará también pensando en lo que todavía tiene por hacer, en el tiempo que le falta y en todas aquellas cosas que le preocupan. Es comprensible que –como muchos dicen- lo urgente tome preeminencia ante lo importante.

            También nosotros nos experimentamos así. Como Marta tenemos muchas cosas que hacer, muchas cosas nos preocupan, y desfilan ante nuestra mente las listas interminables de cosas por realizar… El estudio, algún trabajo para la universidad, el compromiso que asumí con mi grupo, un mandado de la casa que debo realizar, mi agenda, el viaje que debo preparar, etc. Y así nos llenamos la cabeza y el corazón de nuestras muchas tareas, ocupaciones y preocupaciones.

Y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria (Lc 10,42a)

            Sí, muchas cosas nos agitan, nos inquietan en el interior. Cuántas veces llegamos al final del día con la sensación de que “me falta tiempo”. A veces pareciera que nos negamos a terminar el día, y por más que nos acostamos, la mente sigue pensando, sigue tratando de resolver aquello que nos preocupa, que nos inquieta, que nos obsesiona.

            Y sin embargo Jesús dice: “pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria” (Lc 10,42a). Pocas cosas son necesarias, es decir, en el mundo de cosas que “tenemos que hacer”, realmente pocas cosas son importantes, son necesarias. Necesarias para nuestra vida, para nuestro corazón. ¿Todo lo que corro, todo lo que me preocupo, vale realmente la pena? Pocas cosas son necesarias. Cuánto tenemos que aprender a vivir. Cuánto tenemos que aprender a valorar correctamente en el día a día. ¿Cuáles son las cosas que realmente me hacen bien? ¿Cuáles son las cosas que me ayudan a vivir bien, que me ayudan a darme a los demás, a ser pleno?

María eligió la mejor parte, que no le será quitada (Lc 10,42b)

            “María eligió la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10,42b). Esta es la respuesta de Jesús ante el reclamo de Marta, ante ese pedido de ayuda, de atención, de amor. María eligió la mejor parte, es decir, ella optó por sentarse a los pies del Señor y escuchar su palabra (cf. Lc 10,39). Ella optó por dedicarle tiempo a Jesús, ella optó por recibirlo, por acogerlo, y en esa acogida dejarse acoger por Él. A la larga, lo único realmente importante para nuestra vida es vivirla con Cristo, vivirla en amistad con Él, todo lo demás vendrá por añadidura. Porque “la vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación.”[1] Así, lo importante es esa relación fundamental, ese vínculo fundamental: la amistad con Cristo.

            Y lo más hermoso es que el Señor nos dice que si verdaderamente escogemos a diario cultivar la amistad con Él –sea una pequeña oración, sea buscándolo en el Evangelio, en el Sagrario, en la Eucaristía-, esa amistad, ese vínculo no nos será quitado, pues Él estará siempre presente en la intimidad de nuestro corazón.

            ¿No lo experimentamos acaso con nuestros amigos? Cuando nos hemos dedicado de corazón a cultivar nuestras amistades, cuando en medio de nuestros muchos quehaceres nos hicimos tiempo para compartir, para estar con el otro y para el otro, experimentamos que así como hemos dado morada en nuestro corazón a otra persona, esa persona también nos ha dado morada en el suyo.

Cuando elegimos la mejor parte, estar con el otro, darle mi tiempo, y recibir de su tiempo, cuando elegimos la mejor parte, compartir la vida con otros, entonces experimentamos esa alegría, esa felicidad de amar y ser amados. Experimentamos esa plenitud que viene no tanto de hacer varias cosas, sino de amar concretamente. Entonces experimentamos que cuando elegimos la mejor parte, cuando elegimos amar a nuestros hermanos y dejarnos amar por ellos, esto no nos será quitado. Experimentamos que aún en la distancia hay una profunda cercanía espiritual. Experimentamos que nuestros hermanos y amigos están en nuestro corazón y que nosotros estamos también en sus corazones.

Pidámosle a Jesús y a María Santísima, aprender a “elegir la mejor parte”, elegir siempre a las personas, y aprender a amarlas como Jesús nos ama. Amén.
           



[1] BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi sobre la esperanza cristiana, 27.

lunes, 27 de julio de 2015

Signo eucarístico

Signo eucarístico

17° Domingo durante el año – Ciclo B

Queridos hermanos y hermanas:
            
            El texto evangélico que acabamos de escuchar (Jn 6,1-15), tomado del Evangelio según san Juan, nos presenta un «signo» de Jesús. En el Evangelio de Juan intencionadamente se habla de «signos» y no de «milagros» para referirse a las acciones extraordinarias de Jesús en las cuales se manifiesta la presencia y cercanía del Reino de Dios.

            A través de estos «signos» Jesús muestra que ha sido enviado por el Padre (cf. Jn 4,34), y al mismo tiempo estos «signos» son una invitación a creer en Él (cf. Jn 2,11) y en su misión.


Hambre existencial

            Podríamos decir que el evangelio de hoy nos relata un «signo eucarístico». El mismo texto nos da señales de ello. El contexto es la cercanía de la «Pascua, la fiesta de los judíos» (Jn 6,4). Ante la multitud que se acerca a Jesús, Él pregunta a sus discípulos: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» (Jn 6,5).

            Sabemos, por el mismo texto (cf. Jn 6,6), que Jesús estaba poniendo a prueba a sus discípulos. Pero también se expresa en esta pregunta la preocupación del Pastor por los suyos: ¿con qué los alimentaremos?, ¿con qué alimentaremos a tanta gente?, ¿con qué la saciaremos?

            Aquellos que siguen a Jesús tienen «hambre», un hambre material y concreta, pero también un «hambre espiritual», un «hambre de sentido para sus vidas». ¿Con qué se sacia esta hambre? ¿No es acaso también esa nuestra pregunta? ¿No experimentamos todos esa «hambre existencial»?

            Y en el contexto del «hambre» material y espiritual, Jesús realiza este signo eucarístico. «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es eso para tanta gente?» (Jn 6,9).

            Es necesario saciar el hambre material, es necesario atender a las necesidades concretas y urgentes de los hombres; pero no es suficiente: «¿qué es eso para tanta gente?». «El hombre tiene hambre de algo más, necesita algo más. El don que alimenta al hombre debe ser superior, estar a otro nivel.»[1] Sí, necesitamos del alimento material, pero verdaderamente vivimos, verdaderamente nos alimentamos del encuentro con Dios en Cristo. Ese encuentro sacia nuestra «hambre existencial», nuestra hambre de amor y de sentido.

Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó

            Jesús no niega la necesidad material y concreta; al contrario, la hace suya y la orienta hacia Dios y hacia los demás. Es el sentido de su acción en el evangelio: «Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó» (Jn 6,11). Sí, Jesús toma los panes, toma nuestra necesidad concreta y lo que podemos hacer para remediarla; pero la eleva a Dios –dio gracias- y la orienta hacia el encuentro con los demás.

           
El «signo eucarístico» que Jesús realiza al multiplicar los panes y los peces, implica el tomar la necesidad humana y su capacidad de respuesta, hacerla entrar en comunión con Dios, orientarla hacia Dios para recibir de Él el don de su amor y así compartir ese don distribuyéndolo entre los demás. El don que Dios nos hace de su amor no puede quedar en la soledad del egoísmo.

            Este relato de la multiplicación de los panes fue comprendido muy pronto por la Iglesia como una alusión a la eucaristía dominical. Es en la eucaristía donde Jesús mismo se nos regala como pan, como alimento que sustenta nuestra vida, tanto en su palabra como en su cuerpo eucarístico. En ese sentido la misma eucaristía que celebramos cada domingo es un «signo». Signo de la presencia y acción de Jesús en medio de nosotros y a través de nosotros.          

Al ver el signo…

            Pero todo signo requiere ser comprendido, requiere ser interpretado. En el mismo texto evangélico se nos señala que los presentes no comprendieron del todo el signo que Jesús realizó: «Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: “Éste es verdaderamente el Profeta que debe venir al mundo”. Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.» (Jn 6,14-15).

            En Juan 6,26 Jesús debate con los judíos en la sinagoga de Cafarnaúm y «llama la atención sobre el hecho de que no han entendido la multiplicación de los panes como un «signo», sino que todo su interés se centraba en lo referente al comer y saciarse».[2] Como se habían saciado materialmente, querían hacerlo rey.

            También nosotros podemos reducir el significado real del «signo eucarístico» que celebramos. Y lo podemos hacer no en un sentido material, sino en un sentido intimista e individual. Muchas veces experimentamos la alegría de recibir el Cuerpo de Cristo, experimentamos la alegría de entrar en comunión con Él, pero olvidamos entrar en comunión con nuestros hermanos. Olvidamos que recibir el Cuerpo de Cristo es ser parte de ese Cuerpo que es la Iglesia y que son nuestros hermanos. Entrar en comunión con el Cuerpo de Cristo es «con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, soportarnos mutuamente por amor» (cf. Ef 4,2).

            El Papa Francisco lo ha dicho con palabras más fuertes en su visita a nuestro país: «por más Misa de los domingos, si no tienes un corazón solidario, si no sabes lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil o es enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo, la fe sin solidaridad es una fe sin Cristo, es una fe sin Dios, es una fe sin hermanos.»[3]

            Solamente con la solidaridad, con el compartir el don recibido, se hace completo y patente el «signo eucarístico» que celebramos cada domingo. Jesús toma nuestra hambre de sentido, la pone en manos del Padre y se regala Él mismo para que nosotros lo compartamos con los demás; para que nosotros nos demos como pan a los demás. Ahí se sacia entonces nuestra hambre existencial, nuestra hambre de amor y de sentido.

            Que María, mujer eucarística y Madre de la Ternura, eduque nuestro corazón para que alimentándonos de Jesús nos transformemos por la solidaridad en alimento para nuestros hermanos. Amén.






[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Chile 2007), 315.
[2] Ibídem
[3] PAPA FRANCISCO, Discurso en la capilla San Juan Bautista en la visita a la población del Bañado Norte, domingo 12 de julio de 2015.

miércoles, 22 de julio de 2015

Santa María Magdalena - ¿A quién buscas?

SANTA MARÍA MAGDALENA

¿A quién buscas?

“Durante la noche, busqué al amado de mi alma” (Cant 3,1)

           La Liturgia de la Palabra nos propone hoy el bello texto del Cantar de los cantares para describir el alma de santa María Magdalena, para describir su experiencia de vida y dejarnos inspirar por ella.

            “Durante la noche, busqué al amado de mi alma” (Cant 3,1). Durante la noche… La noche es oscuridad, silencio y soledad. La noche puede simbolizar también el temor y la dificultad.

            Muchas veces experimentamos la “noche del alma” en la cual dejamos de sentir la claridad y calidez del fervor de la fe… A veces nuestra alma se oscurece por dificultades que nos sobrevienen sin que las busquemos o provoquemos. Otras veces, nuestra alma se oscurece por nuestro propio pecado y egoísmo, perdiendo así la luminosidad de la alegría y de la confianza.

            Sin embargo, la esposa –el alma enamorada- busca a su Amado, lo anhela aún en la oscuridad de la noche. Lo busca en medio de la noche y de la oscuridad. Y aunque no lo encuentra fácilmente no se da por vencida: “¡Lo busqué y no lo encontré! Me levantaré y recorreré la ciudad… …buscaré al amado de mi alma” (Cant 3,1b-2).

            En nuestras oscuridades, ¿buscamos nosotros a Jesucristo o nos dejamos ganar por el temor, el desánimo y la tristeza?

            La invitación que la Iglesia nos hace hoy al contemplar a María Magdalena es justamente a buscar incansablemente a Jesús en nuestras oscuridades y noches.

“Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” (Jn 20,15a)

           
        Así como en el evangelio (Jn 20,1-3. 11-18), esa búsqueda en la oscuridad tal vez nos lleve al llanto, tal vez nos lleve a derramar lágrimas con las cuales expresaremos mejor nuestra pequeñez y desvalimiento (cf. Jn 20,11). El aceptar nuestra limitación, el tomar conciencia de ella y el desahogarnos en presencia del Señor siempre nos sana, siempre sana nuestra alma.

            Y en ese desahogarnos, en ese derramar lágrimas en presencia del Señor, nos vamos haciendo capaces de volver a escuchar a Jesús, nuestro Amado (cf. Jn 20,16). En medio de las lágrimas, en medio de nuestra oscuridad, Jesús nos vuelve a llamar por nuestro nombre. Vuelve a recordarnos que nos ama personalmente y que su misericordia transforma nuestras oscuridades en luz, nuestra noche en aurora de resurrección.

            Que María Magdalena nos anime a buscar incansablemente a Jesús, y que la Mater implore para nosotros el amanecer de Cristo en nuestras almas. Amén.
             


martes, 21 de julio de 2015

Jesús es nuestro pastor

Jesús es nuestro pastor

Domingo 16° durante el año – Ciclo B

“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.” Mc 6, 34

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos esta Eucaristía a una semana de la visita del Papa Francisco al Paraguay. Por eso, la meditación que quisiera compartir con ustedes está inspirada en su paso por nuestras tierras.

Jesús vio una gran muchedumbre

“Jesús vio una gran muchedumbre”. También nosotros hemos visto una gran muchedumbre durante los días de la visita del Papa Francisco al Paraguay.

Impresionaba ver las avenidas y calles por donde se esperaba el paso del papamóvil abarrotadas de personas esperando ver al Papa Francisco, aunque sea sólo un momento. Hombres y mujeres; niños, jóvenes y ancianos; todos esperando al Papa. Verdaderamente una gran muchedumbre.

¿Qué esperábamos ver? ¿Qué anhelábamos ver? Algunos querían ser parte de un momento histórico; otros, tal vez, querían saciar su curiosidad; pero la gran mayoría esperaba encontrarse con el Papa, con el Vicario de Jesús. La gran mayoría esperábamos encontrarnos con un Pastor. Un pastor cuyos gestos y palabras nos fortalecen y nos dan esperanza.

Así como la muchedumbre del evangelio (cf. Mc 6,30-34) busca un pastor también nosotros lo hacemos. Los anhelos que el Papa Francisco ha despertado en nuestros corazones son anhelos que sólo se pueden saciar en Jesús. Como dice la Carta a los Efesios: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14).

El Señor es mi pastor

            Los intensos y emocionantes días de la visita papal nos han mostrado un pueblo religioso y alegre, pero también nos han mostrado un pueblo anhelante de un pastor. Y esto debe ayudarnos a tomar conciencia de que Jesús, el Señor, es nuestro pastor (cf. Salmo 22,1). El encuentro con el Papa Francisco debe ayudarnos a encontrarnos con Jesús.

            Así como en el evangelio, también hoy Jesús ve a la gran muchedumbre que lo busca y anhela. Él nos ha visto como pueblo de Dios en estos días. A todos y a cada uno nos mira con amor y ternura. Y con su mirada nos dignifica, nos enaltece.

            Cuando Jesús nos mira, cuando Jesús se dirige a cada uno de nosotros, nos dignifica, nos ayuda a reconocernos valiosos a los ojos de Dios; nos ayuda a tomar conciencia de que somos amados y de que podemos amar.

            Jesús, nuestro pastor, no sólo nos mira sino que compadece con nosotros (cf. Mc 6,34). Es decir, se hace parte de nuestras vidas, de nuestras alegrías y sufrimientos. Él es el pastor que camina a nuestro lado: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo” (Salmo 22,4).

            Jesús, nuestro pastor, es el que nos enseña a vivir (cf. Mc 6,34), el que nos “conduce a las aguas tranquilas” (Salmo 22,2) donde saciamos nuestra sed de amor, nuestra sed de sentido para nuestras vidas.

            Él nos enseña a través de su Evangelio y a través de los pastores que Él ha suscitado para su pueblo (cf. Jer 23,4). Nos enseña a través de gestos y palabras. Por eso sería bueno que recordando el gesto o palabra del Papa Francisco que más me tocó, me pregunte: ¿Qué me quiere enseñar Jesús con esto? ¿Qué enseñanza de vida quiere entregarme?

            Finalmente, Jesús pastorea nuestras vidas para que nosotros mismos nos transformemos en pastores para nuestros hermanos.


            Pastores que miran con respeto y ternura a los demás y así los dignifican; pastores que guían con paciencia y acompañan con esperanza los momentos de oscuridad; pastores que enseñan con palabras y gestos el camino de una vida plena. Pastores que conducen hacia Jesús, “porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu” (Ef 2,18).


            Que María, Madre de la ternura y de la hospitalidad, nos ayude a encontrarnos con Jesús, buen pastor, que  nos acompaña y conduce hacia el Padre. Amén.  

miércoles, 15 de julio de 2015

El Papa Francisco nos quiere

EL PAPA NOS QUIERE
Queridos amigos y amigas,

Luego de haber vivido los intensos días de la visita del Papa Francisco a Paraguay, creo que cada uno de nosotros necesita decantar todo lo vivido. ¡Cuántas emociones! ¡Cuántas experiencias hemos vivido en estos días! Han sido días de una profunda alegría. Nuestros corazones se han desbordado de la “alegría del Evangelio” y de la alegría de experimentarnos como Pueblo de Dios (cf. EG 268-273).

Encuentros con el Papa

El día viernes 10 de julio, junto a un numeroso grupo de la Juventud Masculina de Schoenstatt, esperé al Papa Francisco sobre la Avda. Mcal. López, a la altura del cementerio de La Recoleta. Con la JM, y unidos a muchos servidores, formamos parte del “cordón humano” que debía saludar al Papa y contener a las personas que querían verlo pasar a bordo del papamóvil.

Expectantes esperamos el arribo del Papa a Paraguay. El júbilo estalló a lo largo de las calles y avenidas cuando llegó la noticia de que su avión había tocado suelo guaraní. La espera se vivió con alegría y anhelo. Personas de todas las edades estaban expectantes del paso del papamóvil.

           Finalmente cuando el Papa Francisco pasó raudamente a bordo del papamóvil la alegría fue indescriptible. La alegría de ver llegar al Papa, de tenerlo en nuestro país, de tenerlo entre nosotros.  Para mí, ese primer encuentro fugaz con el Papa fue intenso. Lo vi por segundos, pero su imagen quedó grabada en mis ojos y en mi mente. Vi a un hombre de rostro sonriente, vestido de blanco, saludando y bendiciendo. Transmitía alegría, la alegría de Cristo Jesús, la alegría de estar entre nosotros.

Por segunda vez, pude verlo a lo lejos, en la Catedral Metropolitana de Asunción, cuando el sábado 11 de julio se reunió con los obispos, sacerdotes, consagrados y laicos de movimientos eclesiales para rezar  los salmos de las Vísperas. La atmósfera en la Catedral era de gran alegría, ¡el Vicario de Cristo estaba en medio de nosotros!

Pero el momento más intenso fue para mí el de la Misa celebrada en Ñu Guasu el día domingo 12 de julio. Impresionante la experiencia de vivir una fiesta de fe, una fiesta como Pueblo de Dios.

Desde la tarde del sábado muchas personas peregrinaron hacia el templo abierto de Ñu Guasu. Un templo con un techo de nubes –por momentos amenazantes de lluvia- y un imponente retablo de maíz, coco y calabazas. Un templo con pisos de barro, pero que los fieles, llenos de fe y fortaleza, supieron transformar en lugar de esperanza y oración.

Las horas de la noche y la madrugada –en vigilia de preparación para la Eucaristía- pasaron entre cantos, alabanzas, oraciones y el rezo del Santo Rosario a cargo de la Campaña Juvenil del Rosario. La alegría explotó con la llegada del Papa Francisco y el canto del himno “Gracias Santo Padre”.

En su homilía el Papa nos dijo que “cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar”, y que “el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón. El suyo y ayudar a transformar el de los demás”. Por eso, él nos recordó que “la Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó.”


Al final de la Eucaristía y antes del rezo del Angelus, el Papa Francisco nos emocionó al decirnos: “yo sé muy bien cuánto se quiere al Papa en Paraguay. También les llevo en mi corazón y rezo por ustedes y su país.”

Finalmente, pude verlo por última vez cuando se dirigía al aeropuerto. La imagen que retengo de ese momento es verlo de espaldas, alejándose y saludando a tantos que salían a su encuentro y que parecían decirle: “quédate con nosotros que se hace tarde” (cf. Lc 24,29). Sentí una fuerte emoción y la nostalgia por la partida del Papa.
    
Nos miró con amor

Les confieso que yo mismo me sorprendí al descubrirme tan emocionado por la presencia del Papa Francisco entre nosotros. No tuve la oportunidad de saludarlo personalmente, de dirigirle una palabra, de abrazarlo o de pedirle su bendición. Sin embargo sentí su presencia y esa alegría y amor que irradia.

Pero sobre todo pude experimentar en estos días que el Papa Francisco nos quiere; el Papa quiere al Paraguay y a los paraguayos, nos quiere en serio, de verdad.

Y pienso que esa es la razón de tanta emoción, de tanto cariño. Nos hemos experimentado amados por el Papa; valorados, elegidos; tal como lo  expresa su lema personal: miserando atque eligendo. Mirándonos con amor nos eligió.

Sí, el Papa Francisco miró con amor al Paraguay. Miró con amor a los niños e indígenas que lo recibieron en el aeropuerto; miró con amor a los miles de jóvenes que alinearon su ruta a través de las ciudades que visitó; miró con amor a los enfermos y ancianos; miró con amor a María, Nuestra Señora de los milagros de Caacupé; miró con amor a la mujer paraguaya; miró con amor a los consagrados; miró con amor a la sociedad y sus luchas; miró con amor a al Pueblo de Dios que peregrina en esta tierra guaraní; miró con amor a los jóvenes y sus inquietudes.

Sí, a todos y cada uno nos miró con amor y nos eligió. Y al hacerlo nos transmitió la misericordia y la predilección de Dios. Sí, a través de Francisco el Señor Jesús miró nuestra pequeñez y nos eligió por nuestra sencillez. (cf. Lc 1,48).

           Y al mirarnos con amor nos ayudó a comprender que somos hijos de Dios, que somos valiosos como nación y Pueblo de Dios; que somos amados y que por eso podemos amar. ¡Gracias Santo Padre por bendecir Paraguay!