La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 25 de julio de 2016

Padrenuestro: filialidad y fraternidad

Padrenuestro: filialidad y fraternidad

17° Domingo durante el año – Ciclo C

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra  hoy nos habla de la oración, de ese diálogo íntimo y personal entre Dios y el hombre.

Enséñanos a orar

           
        En el evangelio (Lc 11, 1-13) nos unimos al discípulo que lleno de anhelos le pide a Jesús: «Señor, enséñanos a orar». Señor, enséñanos a dirigirnos a Dios; enséñanos a ponernos en su presencia; enséñanos a hablarle como tú lo haces; enséñanos a escucharle como tú lo haces.

     Ante el pedido de su discípulo Jesús responde diciendo:

            «Cuando oren, digan:
             Padre, santificado sea tu nombre,
 que venga tu Reino, 
danos cada día nuestro pan cotidiano;
 perdona nuestros pecados, porque también nosotros      perdonamos a aquellos que nos ofenden;
 y  no nos dejes caer en tentación» (Lc 11, 2-4).

Nos equivocaríamos si pensamos que ante la petición del discípulo Jesús responde con una fórmula o conjunto de palabras que hay repetir. Es cierto que el Señor responde con una oración concreta que la Iglesia ha recogido en los evangelios de Mateo (Mt 6, 9-13) y Lucas (Lc 11, 2-4). Oración que ha sido transmitida de generación en generación como el “Padrenuestro” y que es venerada como “la oración del Señor”.

Sin embargo, el Padrenuestro es más que una fórmula o conjunto de palabras que hay que memorizar y repetir. El Padrenuestro es ante todo la actitud de vida del cristiano.[1] Y lo es, porque en realidad, para el cristiano la oración vivida en Cristo Jesús no es simplemente un “momento” de su vida: la oración es su vida, y su vida es oración.

Actitud de vida

            Por eso cuando Jesús nos enseña a orar, no nos enseña solamente palabras; sino que, en cada una de estas palabras nos enseña una actitud de vida, un estilo de vida.

            ¿Y qué actitud, qué estilo de vida nos enseña Jesús en la oración? Si partimos de la versión de san Mateo de la oración Padrenuestro (Mt 6, 9-13), tomaremos conciencia de que la actitud cristiana de vida es una actitud filial y fraternal.

            Filial en tanto que el cristiano se dirige a Dios llamándolo «Padre» (Lc 11,2; «Padre nuestro» en Mt 6,9). Es decir, utiliza un apelativo familiar, íntimo y personal para dirigirse a Dios, para invocarlo, para ponerse en su presencia. Un hermoso Salmo nos invita a orar diciendo: «Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos barro» (Salmo 103, 13-14).[2]

           
           Sí, al enseñarnos esta oración, Jesús, que es el Hijo unigénito del Padre, nos permite introducirnos en su alma, en su corazón, en su intimidad de Hijo. Nos permite ser con Él hijos para el Padre.

            Por eso, para el cristiano, la oración no es nunca una obligación o un compromiso a cumplir. Más bien se trata de una manera en que se experimenta profundamente como hijo ante Dios. Invocarlo como «Padre» significa hacernos hijos en su presencia, abrirle el corazón sin temor y con confianza compartir nuestra vida con Él. Él es nuestro Padre, somos obra de sus manos, Él conoce cada corazón y comprende todas sus acciones (cf. Salmo 33,15).

            Así entonces estamos en condiciones de comprender las peticiones contenidas en el Padrenuestro, son peticiones que se le hacen a un Padre, a Aquel de quienes somos y nos sentimos hijos amados: que su hermoso nombre de Padre sea santificado, reconocido; que su reinado se haga presente en nuestras vidas; que nos conceda el sustento diario; que perdone nuestras ofensas y que no nos deje solos en los momentos de tribulación y tentación.

La intercesión: fraternidad en la oración          

Comprendemos también ahora la actitud de Abraham en su diálogo con Dios. Abraham sabe que ante este Dios paternal que ha salido a su encuentro puede rezar por cada uno de sus hijos de forma insistente.

La oración de Abraham (cf. Gn 18, 20-21. 32-32) nos muestra también la dimensión profundamente fraterna de la oración cristiana y de la vida cristiana.

El diálogo íntimo y personal con Dios nunca es aislamiento intimista, nunca es indiferencia ante los hermanos. Muy por el contrario, al invocar a Dios como «Padre nuestro» (Mt 6,9) tomamos conciencia de que somos todos hijos del mismo Padre y por lo tanto hermanos los unos de los otros.

Siguiendo a Jesús, el cristiano no puede invocar a Dios como Padre de forma privada; siempre lo hace inmerso en el “nosotros” de la Iglesia, en el “nosotros” de sus hermanos y hermanas.

Así la oración alimenta nuestra fraternidad, la cual se expresa bellamente en la oración de intercesión por los demás. ¿Cuánto rezamos por los demás? ¿Cuán intensa es nuestra oración por la vida de los demás? En mi oración con Cristo y Dios Padre, ¿se ensancha mi corazón para dejar entrar la vida de los demás? Siendo hermano para los demás, santifico el nombre del Padre. Y en la medida en que soy hermano de mis hermanos, soy hijo para el Padre. Y así, la oración de Jesús se convierte en vida vivida en mi existencia.

A María Santísima, quien educó a Jesús desde su más tierna infancia, le pedimos que nos eduque para vivir según las palabras y actitudes del Padrenuestro siendo hijos y hermanos. Amén.



[1] Cf. BENEDICTO XVI, La importancia de la oración: Audiencia general, 11 de mayo de 2011: “Naturalmente, cuando hablamos de la oración como experiencia del hombre en cuanto tal, del homo orans, es necesario tener presente que es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas, un modo de estar frente a Dios, antes que de realizar actos de culto o pronunciar palabras.”
[2] En la Liturgia de las Horas este salmo es numerado como Salmo 102 II y se reza en el Oficio de Lectura del miércoles IV. En la Biblia el mismo salmo es numerado como Salmo 103, 13-14.

domingo, 17 de julio de 2016

Aprender a hospedar

Aprender a hospedar

Domingo 16° durante el año – Ciclo C

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra hoy nos presenta el tema de la “hospitalidad”, tanto en la primera lectura tomada del Génesis (Gn 18, 1-10a), como en el evangelio tomado de San Lucas (Lc  10, 38-42). El mismo tema resuena en la respuesta litúrgica al Salmo 14: «Señor, ¿quién entrará en tu casa?».

La hospitalidad de Abraham

            El tema de la hospitalidad marca “toda la historia de Israel. En efecto, el huésped que pasa y pide el techo que le falta recuerda a Israel su condición pasada de forastero y extranjero de paso sobre la tierra.”[1] Así lo expresa el texto bíblico de Levítico 19,34: «Al forastero que reside entre ustedes, lo mirarán como a uno del pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues también ustedes fueron forasteros en la tierra de Egipto».

            Abraham es presentado como el modelo de toda hospitalidad. Lo vemos en el texto que hemos escuchado. Abraham no se limita a ofrecer hospitalidad en respuesta a un pedido; sino que, Abraham toma la iniciativa y ofrece hospitalidad antes de que se la pidan.

           
        Dice el texto de Génesis: «Alzando los ojos, divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa» (Gn 18, 2). Apenas ve a estos tres hombres cerca de su tienda, sale a su encuentro, se inclina y ofrece hospitalidad. Ver, salir al encuentro, inclinarse y hospedar: cuatro actitudes y acciones de hospitalidad.

            El hombre que ve es aquel que no está encerrado en sí mismo –en sus egoísmos e indiferencias-; y porque ve es capaz de percibir la realidad que le rodea y notar la necesidad de sus hermanos. Ante esta necesidad sale al encuentro, se involucra con el otro, hace propia su necesidad. Pero lo hace de tal manera que se inclina  con respeto ante el otro, ante el necesitado. Así la ayuda que ofrece no hace sentir al otro menospreciado sino dignificado. Y así lo acoge, lo hospeda, lo recibe en su hogar.

            Es interesante que el texto del Génesis señale que fruto de ese encuentro entre Abraham y estos hombres forasteros, se le anuncie que él y su esposa Sara recibirán un hijo (cf. Gn 18, 10a). El que se anima a acoger, a hospedar; el que se anima a encontrarse con el otro, siempre recibe un don, una nueva vida.

La hospitalidad de Marta y María

            El evangelio (Lc 10, 38–42) nos presenta el conocido episodio de Marta y María. Mirándolo desde la perspectiva de la hospitalidad, podríamos decir que ambas mujeres –cada una según su estilo- ofreció hospitalidad a Jesús. Por un lado Marta, que «lo recibió en su casa» (Lc 10,38); y por otro lado, María, que «sentada a los pies del Señor escuchaba su palabra» (Lc 10,39).

            Sin embargo ante el reproche de Marta sobre las tareas de la casa y la respuesta de Jesús: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42); vale la pena que volvamos a preguntarnos ¿qué significa hospedar? ¿Qué significa brindar hospitalidad?


            Pareciera que la respuesta de Jesús nos indica que hospedar no se trata simplemente de acoger a una persona en nuestra casa, sino que hospedar significa primeramente acoger a una persona en nuestro corazón.

            Hospedamos, acogemos, brindamos hospitalidad sobre todo cuando regalamos hogar en nuestro corazón. Cuando los demás experimentan el cobijamiento en nosotros. Y como fruto de ese cobijar a los demás en nuestro corazón nacen las atenciones concretas de la hospitalidad.

            Comprendemos entonces por qué una de las obras de misericordia corporal es el “acoger al forastero”. Y cuando acogemos de corazón a una persona que necesita un techo, un descanso o compañía, estamos acogiendo al mismo Cristo que se hace peregrino y necesitado de hospitalidad en nuestros hermanos: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

Aprender a hospedar

            Esta meditación en torno a la hospitalidad me recuerda a las palabras que el Papa Francisco pronunció durante la Misa que celebró en el campo de Ñu Guasu, durante su visita al Paraguay. Nos decía el Papa: “cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar”.[2]

            Mirando la Sagrada Escritura –tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento-, podemos deducir que aprender a hospedar tiene una doble dimensión, un doble sentido.

            En primer lugar, aprender a hospedar se trata de aprender a ser “huésped”. Aprender a depender de la bondad de los demás, aprender a depender de la bondad de Dios y de su providencia. Dejarnos cobijar, acoger. Dejarnos hacer misericordia; lo cual, requiere de humildad y de que renunciemos a la pretensión de auto-suficiencia y de control.

            En segundo lugar, aprender a hospedar significa a prender a ser “hospedero”; aprender a acoger a otros. Aprender a recibir a otros, a cuidar, a tratar bien, a respetar y valorar. En definitiva dar hogar. “Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido.”[3]

            El aprender a hospedar se trata de un estilo de vida: recibir cobijo y regalar cobijamiento. Ese es el camino de los discípulos de Jesús, el camino de los que siguen al Señor que todavía hoy sigue buscando un hogar donde ser acogido, un corazón donde habitar.

            Por eso, aquí en el Santuario de Tupãrenda, le pedimos a María, Madre de la misericordia y de la hospitalidad, que nos eduque: que nos enseña a dejarnos hospedar por Dios para que también nosotros brindemos hospitalidad a nuestros hermanos que sufren y así nos encaminemos juntos para entrar en la casa del Señor. Amén.     



[1] PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, Las obras de misericordia corporales y espirituales (San Pablo, Buenos Aires 2015), 57s.
[2] PAPA FRANCISCO, Santa Misa, Campo Grande de Ñu Guasu, Paraguay, 12 de julio de 2015. [en línea]. [fecha de consulta: 16 de julio de 2016]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2015/documents/papa-francesco_20150712_paraguay-omelia-nu-guazu.html>
[3] Ibídem

lunes, 11 de julio de 2016

Hacer memoria, renovar la fe y despertar el amor

Hacer memoria, renovar la fe y despertar el amor

Celebración eucarística con los Servidores del Papa

1° Aniversario de la visita del Papa Francisco al Paraguay

Queridos jóvenes,
queridos servidores del Papa,
queridos amigos y amigas:

            Nos reunimos a la sombra del santuario mariano de Tupãrenda para recordar y revivir los intensos y emocionantes días de la visita del Papa Francisco a nuestro país.

Hacer memoria

            A un año de esos días tan bendecidos para nuestro pueblo y nuestra Iglesia, vuelven a nuestras mentes y a nuestros corazones tantos momentos y vivencias. ¡Tantos recuerdos! Tal vez, uno recuerda la primera vez que vio al Papa en su raudo paso por nuestras calles. Otro recordará estar de pie haciendo parte del “cordón humano” que debía contener a las personas que querían ver al Papa. Algún otro recordará su servicio en el campo de Ñu Guasu que se convirtió en un templo abierto; un templo con techo de nubes, retablo de maíz y coco, y piso de barro. ¡Cómo no recordar el encuentro del Papa y los jóvenes en la Costanera de Asunción!

            ¡Cuántas emociones! ¡Cuánto trabajo! ¡Cuánta solidaridad, fe y alegría! ¡Cuántas experiencias hemos vivido en esos días!

           Tal vez, nos haría bien cerrar un momento los ojos y recordar alguna vivencia, alguna experiencia o momento de la visita papal. Alguna palabra,  imagen o momento significativo para mí. Un momento en el que Jesús tocó mi corazón a través del Papa Francisco.

            …

            Sí, recordar es vivir. Pero lo es, en la medida en que vuelvo a pasar por mi corazón los momentos donde Dios salió al encuentro de mi vida; los momentos donde Dios tocó mi vida. Así el recuerdo de esos momentos se transforma en “memoria de mi fe”.

            Al Papa Francisco le gusta decir que “el creyente es fundamentalmente «memorioso».[1] Y lo es porque “la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios”.[2] Se trata de la memoria de nuestra historia de amor con Dios. No olvidemos los momentos en que Dios ha tocado nuestras vidas. Sigamos el ejemplo de los apóstoles que “jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón”[3] cuando los llamó para que le siguieran.

            ¿Dónde y cómo me tocó Jesús durante la visita del Papa Francisco? La memoria del amor de Jesús en nuestras vidas –el recordar su amor, sus gestos de amor para con cada uno- renueva  nuestra fe y despierta nuestro amor y compromiso.

Renovar la fe

            Por eso hoy, al recordar todo lo que hemos vivido durante la visita del Papa Francisco al Paraguay, queremos renovar nuestra fe en Cristo Jesús y despertar nuestro amor.

            Renovar la fe y despertar el amor. Renovar la fe significa creer que Jesús sigue saliendo a nuestro encuentro hoy. Sigue tocando nuestra vida hoy. Sigue llamándonos a vivir con Él hoy. Sigue enviándonos al encuentro de los demás hoy. Como escuchamos en la primera lectura, tomada del libro del Profeta Isaías (Is 6, 1-8), el Señor sigue buscando servidores a quienes enviar hoy: «Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Yo respondí: “¡Aquí estoy: envíame!”» (Is 6,8).

            Ante cada situación de necesidad con la cual nos encontramos en el día a día resuena la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?». Ante los ancianos y enfermos: «¿A quién enviaré?». Ante los niños en las calles y los jóvenes sin esperanza: «¿A quién enviaré?». Ante los indígenas abandonados y los campesinos olvidados: «¿A quién enviaré?». Ante los encarcelados, los drogadictos y los que se sienten solos: «¿A quién enviaré?». Ante un país que necesita educación y lucha contra la corrupción: «¿A quién enviaré?». Ante una sociedad que necesita de jóvenes que descubran la alegría del amor en el matrimonio y la belleza de la paternidad y la maternidad como vocación de vida: «¿A quién enviaré?». Ante una Iglesia que espera la consagración auténtica y generosa de muchos jóvenes: «¿A quién enviaré?».

            Si sabemos escuchar la voz de Dios que nos habla en el día a día, y si aprendemos a observar la realidad a la luz de la fe, responderemos con generosidad y alegría: «¡Aquí estoy: envíame!».

            En el Encuentro con representantes de la sociedad civil, en el estadio León Condou, el Papa Francisco nos decía con fuerza que “la juventud es tiempo de grandes ideales”. Y animaba a cada joven “a jugársela por algo, a jugársela por alguien”, porque “esa es la vocación de la juventud”. Y todavía insistía: “No tengan miedo de dejarlo todo en la cancha. […] No tengan miedo de entregar lo mejor de sí”. “Si decís una palabra, comprométete con esa palabra”.[4]

Despertar el amor

            Pero para despertar nuestro compromiso, para despertar nuestro amor, debemos recurrir a Jesús. Él es quien nos llama, nos envía y nos acompaña. Lo decía el Papa: “No lo hagan solos. […] Encuentren también consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y constante. Él no defrauda”.[5]

            Y en el mismo evangelio que hemos escuchado hoy (Mt 10, 24-33), tres veces Jesús dice a sus discípulos –y por eso a nosotros-: «no teman» (Mt 10, 26. 28. 31). Es como si Él nos dijese hoy: “No teman, porque ustedes son valiosos a los ojos de mi Padre y a mis ojos” (cf. Mt 10, 29-31). “No teman reconocer mi presencia en la vida cotidiana entre los hombres” (cf. Mt 10, 32-33).

           
        Sí, lo característico de un servidor del Papa, de un servidor de Jesús, no es el temor, sino la confianza en Dios, la generosidad en la entrega y la alegría en el servicio.

            Y todo ello es posible porque Jesús nos ha llamado y lo sigue haciendo. Todo ello es posible porque en el servicio a los demás Jesús nos regala un corazón nuevo, un corazón joven, un corazón libre.

            Hoy, al hacer memoria de lo vivido con el Papa Francisco, al renovar nuestra fe en Jesús y al despertar nuestro amor, queremos volver a pedirle al Señor el regalo de un corazón libre.

            Recemos como lo hicimos con el Papa Francisco en la Costanera de Asunción:

            “Señor Jesús, dame un corazón libre.
            Que no sea esclavo de todas las trampas del mundo.
            Que no sea esclavo de la comodidad, del engaño.
            Que no sea esclavo de la buena vida.
            Que no sea esclavo de los vicios.
            Que no sea esclavo de una falsa libertad.”[6]

            Señor Jesús, dame un corazón libre.
Un corazón de servidor.
Un corazón que ante cada situación de la vida te responda:
«¡Aquí estoy: envíame!».

Amén.

P. Oscar Iván Saldivar, I.Sch.
Tupãrenda, 9 de julio de 2016




[1] PAPA FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 13.
[2] PAPA FRANCISCO, Memoria de Dios, Homilía durante la Misa para la jornada de los Catequistas, Roma, 29 de septiembre de 2013. [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio de 2016]. Disponible en:
[3] PAPA FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 13.
[4] PAPA FRANCISCO, Encuentro con representantes de la sociedad civil, Asunción, 11 de julio de 2015. [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio de 2016]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/july/documents/papa-francesco_20150711_paraguay-societa-civile.html>
[5] Ibídem
[6] PAPA FRANCISCO, Encuentro con los jóvenes, Costanera de Asunción, Paraguay, 12 de julio de 2015. [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio de 2016]. Disponible en: