La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 14 de septiembre de 2012

La Iglesia en la sociedad y ante la sociedad


La Iglesia en la sociedad y ante la sociedad

Si bien ya han pasado casi tres meses desde el juicio político que destituyera a Fernando Lugo como presidente de la República del Paraguay, recién ahora tengo tiempo de volver a escribir algunas reflexiones más a partir de la situación política del Paraguay[1].

Sin embargo no es tanto la situación política misma la que me interesa reflexionar, sino, más bien el rol de la Iglesia Católica en la sociedad y sus conflictos políticos. El tema en sí es bastante complejo y amerita ser tratado con mayor seriedad y tal vez en un escrito de mayor envergadura. Sin embargo creo que es posible hacer un análisis serio de la situación política paraguaya y observar cómo la Iglesia ha respondido a esto, y, sobre todo, preguntarnos qué nos dice de la Iglesia esta situación.

La Iglesia cumple su misión evangelizadora inserta en el “mundo”, y este “mundo” no es otro que las sociedades y países en los que ella se encuentra peregrinando.

La situación política generada en el Paraguay y la reacción de la sociedad ante la misma, me parece que es una gran oportunidad para reflexionar profundamente en torno a la situación del país y en torno al rol de la Iglesia en la sociedad actual.

El actuar de la Iglesia

El actuar de la Iglesia se ha manifestado de muchas maneras en esta situación política que afecta a la sociedad paraguaya. Tal vez lo que más resonancia mediática tuvo fue la petición de renuncia a Fernando Lugo formulada por los integrantes de la comisión permanente de la Conferencia Episcopal Paraguaya, y la visita que el nuncio apostólico hizo a Federico Franco una vez instalado como presidente de la República[2].

Me parece importante distinguir las dimensiones implicadas en este actuar de la Iglesia. En varias declaraciones, los obispos paraguayos han insistido en que su actuar respondía a su oficio de pastores de la Iglesia, y que en esta acción en concreto, les guiaba su interés por evitar la violencia y “para poner paños fríos a la candente situación de crisis política que vive el país”[3]. Por otro lado hay que señalar que el nuncio apostólico actúa en su carácter de representante diplomático de la Santa Sede.

Por lo tanto hay que distinguir lo político –es decir, lo relacionado a la polis, a la sociedad y su gobierno- de lo pastoral. No se trata de separar estas actuaciones en concreto, pero sí de distinguir sus dimensiones respectivas. Lo importante es siempre la dimensión pastoral. La dimensión política del actuar eclesiástico está al servicio de su actuar pastoral, está al servicio de la comunicación del designio salvífico de Dios para con todos los hombres, comunicación que se realiza en un tiempo y espacio determinados, en una sociedad concreta con sus desafíos concretos.

Esta distinción debiera ya mostrarnos la complejidad del actuar de la Iglesia en la sociedad, y por  lo mismo, debería ayudarnos a matizar y sopesar nuestros juicios al respecto. Si la Iglesia ha de comunicar el Evangelio a todos los hombres, en todo pueblo y nación, ha de hacerlo tanto en su labor pastoral como en su labor político-social. Por lo mismo la Iglesia nunca puede quedar indiferente ante los problemas de la sociedad.

¿Cuál es el rol de la Iglesia?

Cabe entonces la pregunta de ¿cuál es el rol de la Iglesia en la sociedad y ante la sociedad?

Para responder a esta pregunta, debemos todavía considerar un aspecto fundamental: la relación Iglesia-sociedad. Ésta es una relación multifacética, porque, tanto la Iglesia como la sociedad son realidades multifacéticas; es más la Iglesia misma se encuentra en la sociedad, pero su actuar muchas veces la manifiesta ante la sociedad.

Una manera de considerar esta relación multifacética entre Iglesia y sociedad es hacerla a partir del rol de los obispos y sacerdotes, de los fieles laicos y de los religiosos en ambas realidades. Todos ellos son miembros de la Iglesia, pero cada uno con una particularidad vocacional y sacramental, y por ello existencial. Al mismo tiempo, todos ellos son también ciudadanos y por ello actores en la sociedad civil, están en la sociedad y ante la sociedad.

Dicho esto, me parece importante recordar las palabras del Papa Benedicto XVI con respecto a la ayuda que puede ofrecer la Iglesia a la sociedad: «La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende “de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados” (Pablo VI, Populorum progressio 13). No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis, porque no está interesada en tomar en consideración los valores –a veces ni siquiera el significado- con los cuales juzgarla y orientarla. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn  8, 32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral.»[4]

Entonces, la Iglesia al actuar en la sociedad y ante la sociedad no trata de ofrecer “soluciones técnicas”, sino de ofrecer una acción pastoral a favor de la dignidad humana y de una sociedad verdaderamente humana; se trata muchas veces, de llamar al diálogo y a la reflexión por más que no se posean las soluciones concretas, por más que en este esfuerzo puedan cometerse errores.

Pienso que ésta ha sido la intención de los obispos del Paraguay al actuar en medio de la crisis política. La tarea es compleja. Los obispos, quienes al interior de la Iglesia tienen la tarea de conservar “constantemente íntegro y vivo” el Evangelio de Jesucristo y han sucedido a los apóstoles en el magisterio[5], tienen un oficio pastoral, que es más claro y articulado al interior de la Iglesia; sin embargo, este oficio pastoral alcanza también a la sociedad en su conjunto, pues “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” y “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.”[6]  

Cuando esta tarea pastoral alcanza a la sociedad en su conjunto, la misma se hace más exigente y difícil de articular, pues las situaciones sociales no son siempre claras y el juicio sobre las mismas requiere de información completa y precisa, de discernimiento y de decisiones en favor del bien común.

Me parece que en su actuar en la sociedad y ante la sociedad, los obispos del Paraguay han tratado de “meditar e interpretar” las “circunstancias, los signos de los tiempos en nuestro país y en nuestra Iglesia en el Paraguay[7] y en la percepción de algunos han acertado en su actuar y en la de otros han errado. Los mismos obispos señalan que “podemos discrepar con opiniones y acciones que no conciernen directamente a la doctrina y moral cristiana, pero evitando que éstas puedan generar divisiones y discordias en la comunidad”[8]. Y de hecho podemos hacerlo porque la situación política en toda sociedad es una situación contingente, es decir, es una situación en proceso, una situación dinámica que se genera a partir de la situación dada en una sociedad en particular. A lo que los cristianos no podemos renunciar es observar esta contingencia desde los valores del Evangelio y a proponer principios de actuación conformes al mismo.

Esto supone grandes desafíos para toda la Iglesia, y no sólo para los obispos. Se trata de adquirir una capacidad para discernir la actuación de la Iglesia y sus dimensiones, y las situaciones políticas concretas que se presentan en una sociedad dada. A esta capacidad de discernimiento hay que unir sobre todo una capacidad de diálogo maduro, tanto al interior de la Iglesia, como en la sociedad. Sin un sincero diálogo no podremos encontrarnos en la sociedad y ciertamente no podremos aportar como Iglesia al crecimiento de la misma.

Madurez cristiana

Sin embargo, y desde una mirada de fe, me parece que los cristianos católicos estamos llamados particularmente a unir al discernimiento y a la capacidad de diálogo, una madurez cristiana, una madurez en nuestra fe.

Ciertamente el tiempo de hoy nos exige esta madurez y la situación del Paraguay es un llamado a ello. Un compromiso social serio y verdadero, supone un verdadero y profundo encuentro con Jesucristo. Sólo desde ese encuentro con Jesucristo -que por ser encuentro personal es siempre eclesial- es posible dar respuestas a los desafíos de nuestra sociedad. Un compromiso social sin fe a la larga puede volverse activismo ideológico que carece del sustrato más profundo de dicho compromiso: el amor al prójimo en Jesucristo. Ésta es la raíz del trabajo por el bien común, por el bien de la sociedad. «Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis[9]

No podemos olvidar que «la “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo.»[10]     


[1] Una primera reflexión la compartí ya en una entrada anterior en este mismo blog. Disponible en: http://www.vidaescamino.blogspot.com/2012/07/proposito-de-la-situacion-en-paraguay.html
[2] [en línea]. [fecha de consulta: 14 de septiembre de 2012]. Disponible en: http://www.ultimahora.com/notas/539395-Nuncio-apostolico-brinda-respaldo-al-nuevo-Gobierno-y-aboga-por-la-paz
[3] [en línea]. [fecha de consulta: 14 de septiembre de 2012]. Disponible en: http://www.ultimahora.com/notas/538637-Iglesia-Catolica-recomienda-a-Lugo-renunciar-para-evitar-violencia
[4] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate 9.
[5] CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Divina revelación, 7.
[6] CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[7][en línea]. [fecha de consulta: 14 de septiembre de 2012]. Disponible en: http://www.episcopal.org.py/contenido/856/carta-de-los-obispos-del-paraguay.html
[8][en línea]. [fecha de consulta: 14 de septiembre de 2012]. Disponible en: http://www.episcopal.org.py/contenido/856/carta-de-los-obispos-del-paraguay.html
[9] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate 7.
[10] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate 6.