La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!
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viernes, 9 de mayo de 2025

Ha resucitado Cristo, mi esperanza - Vigilia Pascual 2025

 

Vigilia Pascual en la Noche Santa – Ciclo C – 2025

Lc 24, 1 – 12

Ha resucitado Cristo, mi esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

            Surrexit Christus spes mea – Ha resucitado Cristo, mi esperanza; son las palabras que la Liturgia cristiana pone en boca de María Magdalena al entonar la Secuencia Pascual en la Misa del día del Domingo de Pascua. Son las palabras que la fe cristiana quiere poner en nuestros labios y en nuestros corazones: Ha resucitado Cristo, mi esperanza.

            Al reunirnos para celebrar esta solemne Vigilia Pascual en la Noche Santa, volvemos a recordar, asumir y manifestar que “Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe”[1] y es la razón de nuestra esperanza. Sin embargo, cabe preguntarnos con sinceridad y responsabilidad si todavía esperamos la venida del Resucitado y la vida definitiva con Él.

            ¿Está nuestro corazón abierto a esta esperanza o tal vez la existencia terrena se ha convertido en nuestro único horizonte?

«Las mujeres fueron al sepulcro»

            Esta pregunta, este cuestionamiento al núcleo de nuestra personalidad sigue siendo vigente hoy, como lo era también en tiempos de los discípulos de Jesús. Si prestamos atención al texto evangélico proclamado hoy, notaremos que «el primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado» (Lc 24, 1).

            Esto significa que en un primer momento, tanto las mujeres que acompañaron a Jesús durante su ministerio público, como los discípulos que fueron llamados para estar con Él y luego ser enviados; no esperaban la resurrección del Maestro.

            ¿Qué esperaban los discípulos? ¿Qué esperaban los apóstoles y tantos hombres y mujeres que siguieron a Jesús –y sus signos- en su peregrinación desde Galilea a Jerusalén?

            Los Evangelios dan cuenta de las diversas expectativas –y con ello de las diversas esperanzas- que las personas de su tiempo tenían sobre Jesús. Mencionemos simplemente dos ejemplos.

«Han comido pan hasta saciarse»

            Por un lado, se nos menciona en el Evangelio según san Juan, que luego del signo de la multiplicación de los panes (cf. Jn 6, 1 – 15), Jesús dice a la multitud que lo busca: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse» (Jn 6, 26). Así mismo se menciona, que inmediatamente después del signo de los panes,  la multitud, viendo el signo que realizó, quería hacerlo rey (cf. Jn 6, 15).

            Se trata de la esperanza meramente mundana; la esperanza de saciar únicamente el hambre física o material. Por supuesto que es necesario saciar el hambre material, es necesario atender a las necesidades concretas y urgentes de los hombres; pero no es suficiente. “El hombre tiene hambre de algo más, necesita algo más. El don que alimenta al hombre debe ser superior, estar a otro nivel.”[2] La esperanza que sacia al corazón humano debe ser superior.

            Otro pasaje que demuestra la diversidad de esperanzas puestas sobre Jesús y su misión, aún entre sus propios discípulos, es el conocido pasaje de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13 – 35).

            En el mismo se nos dice con toda claridad, qué esperaban los discípulos de su Maestro; con semblante triste, en el camino, responden al Resucitado –a quien todavía no reconocen-, diciendo: «Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas» (Lc 24, 21).

            Se trata de la esperanza en el mesianismo político. Del mesianismo que simplemente quiere hacer de Israel un reino político entre los reinos y naciones del mundo. El horizonte se hace pequeño, se circunscribe solamente a los terrenal y mundano. Sin embargo, lo hemos escuchado en el relato de la Pasión del Señor: «Mi realeza no es de este mundo» (Jn 18, 36).

            “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar.”[3]

Ha resucitado Cristo, mi esperanza

            Todos esperamos algo en nuestro corazón. Todos somos movidos día a día por esa esperanza que no sabemos formular bien  del todo. Pero que la anhelamos: anhelamos la plenitud, anhelamos la felicidad auténtica; el amor auténtico.

            A pesar de sus desilusiones ante la muerte en cruz de Jesús, los discípulos -en su desesperanza ante el no cumplimiento de sus expectativas mundanas-, siguen abiertos a la auténtica esperanza, aquella que no defrauda (cf. Rm 5, 5).

           

Vigilia Pascual en Noche Santa
19/04/2025

Es por ello que en lo inesperado del acontecimiento de la Resurrección se abre para ellos –y para nosotros- el horizonte de la esperanza que no defrauda. De la esperanza que sacia todos los anhelos del corazón humano. Digámoslo con toda claridad y convicción junto con María Magdalena: Ha resucitado Cristo, mi esperanza.

            “La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la «vida eterna», la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud.”[4]

            En esta Noche Santa “renovemos nuestra esperanza en la vida eterna fundada realmente en la muerte y resurrección de Cristo. "He resucitado y ahora estoy siempre contigo", nos dice el Señor, y mi mano te sostiene. Dondequiera que puedas caer, caerás entre mis manos, y estaré presente incluso a las puertas de la muerte. A donde ya nadie puede acompañarte y a donde no puedes llevar nada, allí te espero para transformar para ti las tinieblas en luz.”[5]

            María, a quien saludamos como Regina Coeli – Reina del Cielo, brille para nosotros como Estrella de esperanza en nuestra peregrinación diaria, de modo que, luego de estos días santos, cada uno de nosotros –como el Cirio Pascual- distribuya entre todos los hombres y mujeres de este tiempo, la luz de la esperanza que proviene de Jesucristo resucitado “que brilla sereno para el género humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

19/04/2025

Jubileo de la Esperanza



[1] FRANCISCO, Spes non confundit, 20

[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Planeta, Chile2007), 315.

[3] BENDICTO XVI, Spe salvi, 30

[4] BENDICTO XVI, Spe salvi, 27

[5] BENEDICTO XVI, Ángelus, Conmemoración de los fieles difuntos, 2 de noviembre de 2008

miércoles, 16 de abril de 2025

Domingo de Ramos 2025 - «Señor, estoy dispuesto a ir contigo»

 

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor - Ciclo C – 2025

Lc 19, 28 – 40

Lc 22, 7. 14 – 23, 56

«Señor, estoy dispuesto a ir contigo»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En este día tan especial para la Liturgia de nuestra fe y para el sentir religioso del Pueblo de Dios, se proclaman dos textos evangélicos. En primer lugar el texto propio de la Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén (Lc 19, 28 – 40); y luego, la Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Lc 22, 7. 14 – 23, 56).

            De este modo se nos presentan las dos dimensiones de la celebración de este día: el jubiloso peregrinar a Jerusalén para proclamar a Jesús como rey-mesías; y el significado profundo de la realeza de Cristo y de su misión mesiánica, manifestado en su pasión y muerte redentora.

«Iba camino a Jerusalén»

            En el texto proclamado al inicio de la procesión del Domingo de Ramos se nos dice que «Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén» (cf. Lc 19, 28). También nosotros queremos acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén, en su peregrinación hacia el cumplimiento del Misterio Pascual.

            De alguna manera, por la fe y la devoción, nosotros nos hemos hecho contemporáneos a esta peregrinación de Jesús hacia Jerusalén, y nos unimos a la gente y a los discípulos del Evangelio alabando a Dios llenos de alegría y reconociendo a Jesús como «Rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19, 38). La alegría y la emoción se apoderaron de nuestros corazones.

            ¡Qué hermoso es creer! ¡Qué hermoso poder expresar juntos nuestra fe! ¡Qué hermoso es ser Pueblo de Dios que camina detrás de su Señor!

            Sí, la emoción, la alegría y la esperanza nos colman el corazón, y eso nos vuelve a poner en movimiento, nos vuelve a encender el corazón para caminar, para peregrinar detrás de Jesús, el «Rey que viene [a nuestras vidas] en nombre del Señor».

            Pero, ¿qué significa peregrinar, qué significa caminar detrás de Jesús?¿Cuál es la meta de esta peregrinación?

«Señor, estoy dispuesto a ir contigo»

            “La peregrinación (…) es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada.”[1]

            Sí, cada uno de nosotros es un peregrino; o más bien, está llamado a ser un peregrino, que transita por los senderos de la vida siguiendo a «Cristo Jesús, nuestra esperanza» (1Tim 1, 1).

            Sin embargo, no siempre caminamos detrás de Jesús. Muchas veces, como Pedro le decimos al Señor: «estoy dispuesto a ir contigo» (Lc 22, 33), pero con nuestros pasos y nuestra indiferencia o dejadez espiritual negamos conocer a Jesús, negamos nuestra condición y vocación de peregrinos, y así nos convertimos en vagabundos errantes “que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte.”[2]

            ¡No permitas Señor que perdamos nuestra vocación de peregrinos! ¡No permitas Señor que perdamos nuestra vocación de discípulos tuyos!

           No permitamos que el pecado, la tristeza, el vacío interior y el aislamiento nos paralicen y detengan nuestro caminar, nuestro peregrinar.

           


Al iniciar hoy al Semana Santa caminando detrás de Jesús y aclamándolo como «el que viene en nombre del Señor», preguntémonos qué detiene nuestro caminar en el día a día: ¿qué situaciones, qué actitudes, qué egoísmos, rencores y pecados detienen mi caminar detrás de Jesús?

            Dejemos atrás aquello que nos detiene, aquello que distrae nuestro caminar y desvía nuestros pasos –y nuestro corazón- del seguimiento de Jesús.

            Caminar detrás de Jesús –en la procesión del Domingo de Ramos y en la vida cotidiana- es permanecer con Él en el bullicio y alegría de la emoción, pero también, permanecer con Él en el silencio y la soledad de la cruz. Caminar detrás de Él es seguir sus pasos, sus actitudes, sus gestos; su modo de ser y de actuar, tanto en la alegría como en la dificultad. Caminar detrás de Él es reconocerle todos los días como rey de nuestras vidas y de nuestros corazones; y así, entregarle el propio corazón con toda su capacidad de amar y con toda su fragilidad.

            Solo así venceremos lo que nos paraliza, lo que muchas veces desvía nuestros pasos y nos impide caminar detrás de Jesús. Solo así seremos, con Él, peregrinos de la esperanza.

«Hoy estarás conmigo»

            Y solo así, llegaremos a la meta de nuestra peregrinación. “La meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santa con su templo.”[3] Pero “la última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz (…), es la subida hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Jn 13, 1)”[4], que es la verdadera meta de Cristo y de todo cristiano.

            Caminamos con Jesús, caminamos detrás de Jesús hacia el «amor hasta el extremo», porque solo muriendo con Cristo es que resucitamos a una  vida nueva, a una vida plena. Esa es nuestra gran esperanza.

            María, que como Madre Dolorosa se hace con nosotros peregrina de la esperanza, acompaña nuestro caminar. Aún en medio del dolor y de la incertidumbre, Ella brilla ante nosotros como estrella de la esperanza.

            Y su presencia luminosa nos recuerda que podemos levantarnos de nuestras caídas y volver a caminar, no porque podamos solos; sino, porque Ella está con nosotros, porque nuestros hermanos están con nosotros. “El que cree nunca está solo”[5]; el que cree nunca camina solo, sino que camina en la gran peregrinación de la esperanza hacia el «amor hasta el extremo», hacia la promesa de Jesús: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Que así sea. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

13/04/2025 


[1] FRANCISCO, Misericordiae vultus, 14

[2] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 170

[3] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, 12

[4] Ibídem

[5] BENEDICTO XVI, Homilía en la Santa Misa en la explanada de Isling, 12 de septiembre de 2006

domingo, 31 de marzo de 2024

Vigilia Pascual - Ciclo B - 2024 - «Allí lo verán»

Vigilia Pascual en la Noche del Sábado Santo – Ciclo B

2024

Mc 16, 1 – 8

«Allí lo verán»

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos la Vigilia Pascual en la Noche del Sábado Santo, y con ello llegamos al culmen del Triduo Pascual. Luego de acompañar al Señor Jesús en su entrada mesiánica a Jerusalén y contemplarlo lavando los pies a sus discípulos, para luego adentrarnos en su oración en el huerto de Getsemaní, desde la cual vivirá su muerte en cruz; lo contemplamos ahora como el Resucitado.

            También para nosotros valen las palabras que el ángel dirigió a las mujeres que se encaminaban hacia el sepulcro en «la madrugada del primer día de la semana» (Mc 16, 2): «Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado.» (Mc 16, 6).

            ¡Ha resucitado! Ese es el anuncio pascual que hoy escuchamos, ese es el acontecimiento que hoy queremos celebrar y vivir.

«No teman»

            El texto de san Marcos si bien nos dice que María Magdalena, María y Salomé se dirigían al sepulcro con ánimo de ungir el cuerpo de Jesús, nos da a entender que, a pesar de esto, las mismas no se encontraban preparadas para los signos que encontraron ni para el anuncio que recibieron.

            Aunque el ángel les dice: «No teman»; el texto señala que «salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí» (Mc 16, 8). ¿Por qué ocurrió esto? ¿Por qué reaccionaron así?

            Podemos suponer al menos dos razones. En primer lugar, las mujeres del evangelio no están preparadas para el anuncio que han recibido ni para el acontecimiento mismo que se les ha anunciado. En su momento, tampoco los discípulos comprendieron del todo “cuando Jesús les habló por primera vez sobre la cruz y la resurrección; mientras bajaban del monte de la Transfiguración, ellos se preguntaban qué querría decir eso de «resucitar de entre los muertos» (Mc 9, 10).”[1]

            Ellas buscan todavía al Crucificado, busca su cuerpo que debería estar depositado en el sepulcro. Es por ello que el ángel les dice: «Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí» (Mc 16, 6).

«Ha resucitado, no está aquí»

           

Acoger el anuncio de la resurrección y hacer experiencia del Resucitado, no es algo que dependa sola y exclusivamente de nuestras facultades y capacidades. No se trata de un ejercicio intelectual; no se trata de arrebato de los afectos. Es un don y una misión.

            Y nos adentramos aquí en la segunda razón por la cual las mujeres del evangelio, en un primer momento, reaccionan con temor ante el anuncio de la resurrección y los signos que acompañan este anuncio. Todavía no han recibido el don del Espíritu Santo, que en la oración, capacita a los creyentes para acoger en anuncio gozoso de la resurrección, hacer experiencia del Resucitado y anunciarlo a toda la creación.

            Para acoger plena y auténticamente el anuncio de la resurrección necesitamos el don del Espíritu Santo y necesitamos cultivar el hábito de la oración.

            La oración es el ámbito en el cual la Iglesia recibe el anuncio de la resurrección; lo asume, lo interioriza y lo experimenta. Y desde allí, desde la oración, que no es otra cosa que encuentro con el Resucitado, lo anuncia, testimonia y comparte.

«Allí lo verán»   

             Cuando el ángel dice: «Él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán» (Mc 16, 7); podemos interpretar que ese “allí” es la oración. Es en la oración donde podemos ver  Jesús Resucitado, presente y actuante en nuestras vidas.

            Sin duda que la oración es diálogo con el Dios vivo, con el Dios de la vida. Pero en realidad, la oración cristiana es siempre diálogo del bautizado con la Trinidad; es íntimo diálogo trinitario.

            En la oración por el Espíritu que nos ha sido dado en el Hijo, dialogamos con el Padre. Pero también, muchas veces, nuestra oración es diálogo con el Hijo, encuentro con el Resucitado que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20).

            En efecto, en la oración, cuando es auténtico diálogo, no hablamos solamente nosotros; Dios también nos habla; Cristo también nos habla, nos dirige su palabra.

            En la oración, Jesús nos habla al corazón diciéndonos: “«Resurrexi et adhuc tecum sum». «He resucitado y estoy aún y siempre contigo». Estas palabras, tomadas de una antigua traducción latina —la Vulgata— del Salmo 138 (v. 18 b), resuenan al inicio de la santa misa”[2] del día de Pascua. “En ellas […] la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que, resucitando de la muerte, lleno de felicidad y amor, se dirige al Padre y exclama: Padre mío, ¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo estaré siempre.”[3]

            “Gracias a su muerte y resurrección Jesús nos dice también a nosotros: he resucitado y estoy siempre contigo.”[4] En la oración podemos escuchar al mismo Resucitado que nos habla al corazón. En la oración, nosotros mismos unimos nuestra voz a la del Resucitado y le decimos al Padre: ¡Con tu Hijo he resucitado, y estoy –y estaré para siempre- contigo!

            Sí, por el Bautismo, ya hemos muerto y resucitado con Cristo. Por el Bautismo, la oración, los sacramentos y la caridad fraterna, estamos siempre con Jesús y con el Padre. Sí, allí radica la alegría pascual, allí radica la razón por la cual queremos testimoniar a todos que Cristo Jesús ha resucitado.

            A María, a quien con alegría invocamos como Regina Coeli – Reina del Cielo, le pedimos hoy y siempre, que con su presencia orante en nuestras vidas nos eduque en la oración, en esa “actitud interior de escucha, que es capaz de leer la propia historia personal, reconociendo con humildad y confianza que es el Señor quien actúa”[5], quien nos guía y acompaña.

Es el Resucitado el que nos dice:

Aquí estoy contigo, y lo estaré para siempre;

Aquí estoy contigo y me verás en la oración llena de fe y confianza.

Aquí estoy contigo y tú estarás siempre conmigo.

Amén. Aleluya.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Vigilia Pascual 2024



[1] Cf. BENEDICTO XVI, Homilía, Sábado Santo, Vigilia Pascual, 15 de abril de 2006.

[2] BENEDICTO XVI, Mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2008.

[3] Ibídem

[4] Cf. BENEDICTO XVI, Mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2008.

[5] Cf. BENEDICTO XVI, Audiencia General, 14 de marzo de 2012.

viernes, 29 de marzo de 2024

Pasión del Señor - Ciclo B - 2024 - «Quédense aquí, mientras yo voy a orar»

Acción litúrgica de la Pasión del Señor – Ciclo B - 2024 

Jn 18,1 – 19,42 

Mc 14, 32 - 42 

«Quédense aquí, mientras yo voy a orar» 

Queridos hermanos y hermanas:

            En este Viernes Santo hacemos memoria de los dramáticos acontecimientos de la Pasión del Señor. Jesús, al beber el cáliz que el Padre le ha dado (cf. Jn 18, 11) para nuestra redención, nos demuestra una vez más que nos ama hasta el fin (cf. Jn 13, 1).

            Como preparación a esta Acción litúrgica de la Pasión del Señor hemos revivido la Crucifixión del Señor con las imágenes sagradas de Cristo, la Dolorosa y el Discípulo amado. Y ahora hemos escuchado el relato de la Pasión del Señor.

            Todo esto en el contexto de un año dedicado a la oración, tanto en la Iglesia universal como en el Iglesia que peregrina en el Paraguay. Por ello, les invito a tomar la oración como clave de interpretación de los acontecimientos que estamos conmemorando, celebrando y actualizando.

«Quédense aquí, mientras yo voy a orar»

Por un momento volvamos a la celebración del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, concretamente al relato de la Pasión según san Marcos, y dentro de ese texto, al apartado de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní (Mc 14, 32 – 42).

El texto nos dice:

 «Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Quédense aquí, mientras yo voy a orar». Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.  Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando». Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».» (Mc 14, 32 – 36).

Me parece que este texto es clave y paradigmático. Clave para comprender en profundidad los acontecimientos de la Pasión del Señor, para asomarnos con fe, respeto y reverencia al corazón mismo de Jesús y contemplar con qué disposición interior ha vivido Él todos estos acontecimientos que hoy rememoramos y celebramos litúrgicamente. No basta con una conmemoración exterior, con una emoción pasajera o con visualizar una representación ritual. Debemos dejarnos tocar el corazón –núcleo de nuestra personalidad- por los acontecimientos salvíficos de la Pasión de Cristo.

Y para ello debemos adentrarnos en ellos desde nuestra interioridad por medio de la oración.

Por ello, el texto citado es también paradigmático; es decir, se torna un ejemplo de oración para todos nosotros en este momento en que contemplamos la Cruz del Señor, pero sobre todo, se torna modelo de oración al confrontarnos con nuestras propias cruces vitales.

«Yo voy a orar»

            Tanto en el relato de Marcos como en el de Juan, se nos dice que Jesús y sus discípulos, luego de la cena pascual, se retiraron a un lugar ubicado  «al otro lado del torrente Cedrón», a «una propiedad llamada Getsemaní» (Jn 18, 1 ; Mc 14, 32).

            ¿Y qué es lo primero que Jesús dice a sus discípulos? «Yo voy a orar». En el momento más dramático de su vida, en el momento en que «siente una tristeza de muerte»; lo primero -y único en realidad- que Jesús realiza es orar; es decir, buscar ponerse en la presencia del Padre Dios y bajo su mirada.

            Y en ese ponerse bajo la mirada providente de Dios, Jesús realiza una oración que lo involucra totalmente y de manera sincera. Lo involucra totalmente porque su experiencia de oración implica voluntad –Yo voy a orar-, alma y afectos –mi alma siente una tristeza de muerte- y cuerpo - se postró en tierra y rogaba-. Una oración total y totalizante. Personal y personalizante.

            ¿Cuál es nuestra reacción en los momentos de turbación y tristeza? ¿Acudimos a la oración o tratamos de evadirnos con mil distracciones y conexiones? Y si logramos hacer oración, ¿nuestra oración implica a nuestra voluntad, alma y cuerpo? ¿O nuestra oración se limita a un ejercicio intelectual que no logra abrir nuestro corazón al Dios de la vida?

            La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní es una oración sincera. Él no esconde su temor, su tristeza. Incluso pide abiertamente: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14, 36).

           

Calvario 
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Viernes Santo 2024.
Y en realidad, en esa oración total y sincera, se realiza la obra de la redención humana; es decir, de la liberación humana. En esa lucha en la oración, Jesús ha vivido ya su Pasión, la misma que se concretará en los acontecimientos de su Crucifixión y Muerte; en esa lucha en la oración, Jesús ha liberado nuestra voluntad humana del temor, de la tristeza y del sinsentido, al orientar y alinear nuestra voluntad con la voluntad el Padre. En eso consiste la redención, en eso consiste la auténtica liberación; asumir desde nuestra interioridad, con Cristo, la voluntad de Dios para nuestras vidas.

            Como bien lo expresaba Benedicto XVI: “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8, 32).”[1]      

«No se haga mi voluntad, sino la tuya»

            Así, al aceptar ese proyecto salvífico de Dios, que contiene amor y verdad, Cristo responde libre y plenamente: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y es por ello que con fuerza le dirá a Pedro: «¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?» (Jn 18, 11). Y así, al consumar su Pasión, dirá con soberana y filial libertad: «Todo se ha cumplido» (Jn 19, 30).          

            Vemos así la grandeza y profundidad de la oración de Cristo; vemos así lo grande y profunda que está llamada a ser la oración cristiana; la oración de toda la Iglesia y la de cada uno de los bautizados.

«Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre»

            A María, Mater Dolorosa – Madre Dolorosa, quien supo estar al pie de la Cruz de su hijo, le pedimos:

            Madre, enséñanos a orar.

“Haznos comprender que el silencio [y la oración] no es desinterés por los hermanos

sino fuente de energía e irradiación;

no es repliegue sino despliegue;

y que, para derramar riquezas,

es necesario acumularlas.”[2]

Madre, enséñanos a orar.

Haznos comprender que los momentos de cruz, son momentos de oración.

Haznos comprender, que solamente orando con tu Hijo, alcanzaremos un día

la gloria, la alegría y la plenitud de la resurrección.

Madre, enséñanos a orar. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Viernes Santo 2024



[1] BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, 1.

[2] I. LARRAÑAGA, El silencio de María (Paulinas, Buenos Aires 20003), 7.