La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 29 de diciembre de 2022

«Vayamos a Belén» – La Natividad del Señor – 2022

 

La Natividad del Señor – Ciclo A – 2022

Misa de la Aurora

Lc 2, 15 – 20

«Vayamos a Belén»

Queridos hermanos y hermanas:

            El evangelio que se proclama en esta Misa de la Aurora (Lc 2, 15 – 20) es continuación del texto proclamado en la celebración de la Noche Buena (Lc 2, 1 – 14). Por lo tanto, ambos textos se pertenecen mutuamente al igual que ambas celebraciones litúrgicas.

            La Liturgia de alguna manera nos hace contemporáneos a los acontecimientos en Belén y sus alrededores.

            En la Misa de la Noche de Navidad fuimos rodeados por la luz de la gloria del Señor al escuchar el anuncio del Ángel: «les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10 – 11).

            Y en esta Misa de la Aurora, la Liturgia nos permite unirnos a los pastores, con ellos ponernos en camino al decir: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc 2, 15).

«Vayamos a Belén»

            «Vayamos a Belén» dicen los pastores. Y es como si desde el evangelio estas palabras saliesen dirigidas hacia nosotros y nos involucrasen en su peregrinación: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc 2, 15).

            Para los pastores de entonces, «vayamos a Belén» significaba propiamente llegar al espacio físico en el cual aconteció el nacimiento anunciado por los ángeles. Para nosotros, pastores de hoy, significa sobre todo una peregrinación espiritual. No se trata de llegar a un punto geográfico; sino, tal vez, a un punto temporal o a un punto existencial. ¿A qué me refiero?

            «Vayamos a Belén», para nosotros, significa mirar nuestra vida cotidiana; recorrer lo vivido a lo largo de este año y descubrir allí a las personas, los momentos y circunstancias que han sido Belén para nosotros.

            Es decir, volver a esos momentos donde en lo sencillo, auténtico y cotidiano hemos experimentado que «se manifestó la bondad de Dios» en nuestra vida (Tit 3, 4). Esos momentos donde «por su misericordia, él nos salvó» (Tit 3, 5).

            Sí, todos tenemos “momentos de Belén” donde Dios se nos ha manifestado, donde Dios nos ha regalado a Jesús, donde Dios no ha donado “la nueva luz de su Verbo hecho carne”[1]. «Vayamos a Belén», volvamos a esos momentos y personas.

«Encontraron al recién nacido»

           

Con las Madres de la Sagrada Familia de Urgell
En el pesebre de la Iglesia Santa María de la Trinidad
Navidad del 2022

    Cuando los pastores del evangelio llegaron a Belén «encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre» (Lc 2, 16). Tal vez se habrán asombrado ante esa escena tan sencilla. Allí, en un pesebre estaba el Salvador, el Mesías y Señor anunciado por los ángeles (cf. Lc 2, 1- 14). Sí, “en el pobre y pequeño establo de Belén”, María dio a luz para todos nosotros al Señor del mundo (cf. Hacia el Padre, 343).

            Jesús, el recién nacido, no está solo. María y José lo rodean. Está apoyado en un pesebre, es decir, en el lugar donde habitualmente come el ganado doméstico. Familia y sencillez; comunidad y austeridad. Los dos signos que marcan la presencia y la manifestación de «la bondad de Dios» en Belén.

            Esos son los signos que tenemos que buscar  en nuestra vida para encontrar a Jesús. Esos son los valores que tenemos que asumir y vivir para dejarnos encontrar, sanar y salvar por Jesús.

Lo contrario a ello son el aislamiento y el consumismo. No dejemos que estas actitudes nos impidan ir al encuentro de Jesús en el Belén de nuestras vidas.

«Conservaba y meditaba»

            El texto nos dice que una vez que los pastores llegaron a Belén «contaron lo que habían oído decir sobre este niño» (Lc 2, 17). Mientras ellos hablaban «María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19).

            Como María, también nosotros estamos llamados a conservar esos momentos de Belén en nuestros corazones, y a partir de ellos meditar lo que Dios nos ha dicho y nos dice.

            Si volvemos a mirar nuestra vida para descubrir allí los momentos de Belén que hemos vivido, no es para quedarnos en la nostalgia del pasado. No, se trata de hacer memoria, memoria de la fe y del amor. Ya que “la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios.”[2]

            Y a partir de esa memoria actualizada del encuentro con Dios en Belén estamos llamados a meditar; es decir, a dialogar con el Dios de la vida, el Dios de nuestra vida, y estar atentos a lo que Dios nos dice en ese Belén, a lo que nos invita a realizar. Si Dios habla, Él espera una respuesta de nuestra parte. Esa respuesta puede ser una oración, una decisión a tomar, un perdón a conceder, o simplemente la gratitud sincera por lo vivido, por encontrar allí «la bondad de Dios» en el Belén de hoy.

            «Vayamos a Belén», redescubramos esos momentos de sencillez, autenticidad y comunidad en los que Dios nos regaló a Jesús en un pesebre. Hagamos memoria de ello, y a partir allí dialoguemos con el Dios vivo y volvamos a la vida cotidiana «alabando y glorificando a Dios por todo lo que hemos visto y oído» (cf. Lc 2, 20).

            En este día santo de la Navidad, en que hacemos memoria del nacimiento del Salvador, le pedimos a María, Madre de Belén:

            “Con alegría sumerge nuevamente

            al Señor en mi alma, y, al igual que tú,

            me asemeje a Él en todo;

            hazme portador de Cristo a nuestro tiempo

            para que se encienda

            en el más luminoso resplandor del sol.”[3] Amén.

           

            ¡Feliz y bendecida Navidad!

P. Óscar Iván Saldivar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt  

[1] Cf. MISAL ROMANO, Oración Colecta, Misa de la Aurora.

[2] PAPA FRANCISCO, Memoria de Dios, Homilía durante la Misa para la jornada de los Catequistas, Roma, 29 de septiembre de 2013. [en línea]. [fecha de consulta: 29 de diciembre de 2022]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130929_giornata-catechisti.html>

[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 189.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

«No temas recibir a María»

 

Domingo 4° de Adviento – Ciclo A - 2022

Mt 1, 18 – 24

«No temas recibir a María»

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos hoy el Domingo 4° del tiempo de Adviento. ¡Cada vez estamos más cercanos a la Noche Buena y a la Navidad!

            Domingo a domingo hemos peregrinado durante el Adviento hacia el Señor que viene a nuestro encuentro. Y lo hemos hecho acompañados sobre todo por la figura y las palabras de Juan el Bautista.

            Él es quien desde el desierto proclama: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3, 2). Él es quien lleno de anhelos envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11, 3).

            De Juan el Bautista dice el Señor: «Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan, y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él» (Lc 7, 28).

María estaba comprometida con José

            Y precisamente, a medida que avanza el tiempo de Adviento, y nos acercamos a la celebración del nacimiento del Salvador, también la Liturgia de la Palabra mueve nuestra mirada, desde la persona de Juan el Bautista, hacia la persona de María y de José. De alguna manera ellos son esos pequeños que pertenecen al Reino de Dios, y que por la fe se hacen grandes a los ojos de Dios y de la humanidad (cf. Lc 7, 28).

           

María, José y el Niño Jesús.
Tallas en madera, Asunción 1934.
Foto original del P. Hugo Fernández, 
Arquidiócesis de Asunción, Paraguay. 

«El más pequeño en el Reino de Dios es grande»; así podemos parafrasear a Jesús. Así podemos comprender el rol de María y de José en el nacimiento del Salvador, en el nacimiento del Hijo de Dios.

            El texto evangélico proclamado hoy (Mt 1, 18 – 24) precisamente pone ante nuestros ojos y nuestro corazón una constante en el Reino de Dios: sus orígenes son siempre sencillos, pequeños e incluso inesperados.

            ¡Cuántas veces esperamos que Dios se manifieste de forma grandilocuente y espectacular! Es como si dijéramos en nuestro interior: “si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde.”[1] Muchas veces buscamos el espectáculo religioso. Sin embargo, una y otra vez la Sagrada Escritura nos muestra que el estilo de Dios es otro,  que lo pequeño es finalmente criterio de discernimiento y de autenticidad de que lo que se manifiesta en un determinado momento y circunstancia, pertenece al Reino de Dios.

            Qué más sencillo que el origen de Jesucristo en el ámbito doméstico de de una pareja de jóvenes judíos: «María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18).

            Sin duda que la concepción virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo es una intervención extraordinaria de Dios en la historia de la humanidad; pero no olvidemos que esta intervención extraordinaria de Dios aconteció en el ámbito doméstico, en el ámbito familiar. Lo extraordinario de Dios acontece en lo ordinario de la vida humana.

            Y fue una intervención tan sencilla, tan pequeña –tan silenciosa podríamos decir- que el mismo José, quien está vinculado a esta intervención y sus consecuencias, no conoce dicha intervención y hasta duda de la situación  que se creó a partir de ella: «José, (…), resolvió abandonarla en secreto» (cf. Mt 1, 19).

            Estos son los inicios de nuestra salvación… En medio de lo cotidiano de la vida de una pareja de prometidos, en medio del ambiente doméstico y sencillo de una aldea judía. “¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!”.[2]

Resolvió abandonarla en secreto

            Pero precisamente lo pequeño y sencillo, que es a la vez inesperado, requiere de discernimiento sincero y de valiente decisión.

            Es lo que vemos en José. En un primer momento, y como hombre justo que no desea exponer públicamente a su prometida, decide abandonarla en secreto, sin llamar la atención ni exponerla.

            Toma esta decisión con los criterios e informaciones de las que disponía en ese momento. Toma una decisión, entre en juego su reflexión y su voluntad. No esquiva el desafío, la dificultad, lo inesperado. Sino que lo confronta haciendo uso de sus capacidades humanas.

            Y haciendo uso de las mismas, precisamente se le abra el camino para recibir el mensaje de Dios; para discernir en lo pequeño, silencioso e inesperado la voluntad de Dios: «El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: no temas recibir a María, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.» (Mt 1, 20).

            Es importante notar que el sueño revelador, ocurre solo luego de que José tomara una decisión; es decir, luego de que se esforzara por reflexionar y tomar una decisión. Por lo tanto, debemos poner de nuestra parte, de nuestras capacidades; y en el desarrollo del discernimiento humano, se irá manifestando el querer divino.

No temas recibir a María

            El texto evangélico nos da todavía una característica más del obrar divino: «No temas recibir a María». La invitación a no temer es una constante en la Sagrada Escritura. Dios siempre nos dice que estará con nosotros, acompañándonos, sosteniéndonos, guiándonos.

Por lo tanto, no hay lugar para el miedo. Sobre todo para aquel miedo que paraliza. El miedo que paraliza no proviene de Dios. En cambio, la serena confianza de su compañía es señal de que estamos en el camino del discernimiento.

            Finalmente, como José y como María, estamos llamados a realizar aquello que hemos descubierto en la fe –gracias a la reflexión y al discernimiento- como voluntad de Dios: «Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó  a María a su casa». (Mt 1, 24).

            Que estos días de Adviento que nos quedan, nos sirvan para descubrir a Dios en lo cotidiano y sencillo de nuestras vidas; y que encontrándolo en lo cotidiano y sencillo, vayamos aprendiendo a discernir su querer para nosotros. Desarrollar esa habilidad para encontrar a Dios en lo cotidiano: en las circunstancias de la vida, en los demás y en el propio corazón; es la mejor preparación para celebrar el misterio del nacimiento del Salvador en medio de nosotros, el misterio y el gran regalo del “Dios con nosotros”.

Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Chile 20073), 55.

[2] P. JOSÉ KENTENICH, Acta de fundación de Schoenstatt, 18 de octubre de 1914.