La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 27 de agosto de 2017

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»

21° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 16, 13 – 20

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy (Mt 16, 13 – 20) somos testigos de una conversación profunda e interesante entre Jesús y sus discípulos. Este diálogo tuvo lugar cuando Jesús y los suyos llegaron «a la región de Cesarea de Filipo» (Mt 16,13).

«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»

            En un primer momento el Señor pregunta: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?» (Mt 16,13). Mientras van caminando, pareciera ser que Jesús quiere saber qué piensa la gente de él; o, para ser más precisos, cómo la gente lo percibe a él y su ministerio. Los discípulos le responden: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas» (Mt 16,14).

           
San Pedro deja la barca y las redes.
Capilla de la Nunciatura Apostólica.
París, Francia. 2003 - 2004. 
                Como podemos ver, la “opinión pública” sitúa a Jesús en el nivel de los profetas; pareciera ser que él es simplemente un profeta más en la larga historia religiosa de Israel. Esta es la respuesta de aquellos que ven a Jesús desde lejos; de aquellos que no tienen un contacto personal; de aquellos que han oído hablar algo sobre el Rabino de Nazaret.

           Luego, Jesús vuelve a formular una pregunta a sus discípulos, similar a la primera pero a la vez totalmente diferente, pues cambia el contexto de la misma. Ahora, Él dirige la pregunta no al “público en general” sino a sus discípulos, a aquellos a quienes él llamó para hacerlos «pescadores de hombres» (Mt 4,19); a aquellos a quienes él «dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia» (Mt 10,1); a aquellos a quienes él instituyó «para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14).

            A ellos, Jesús les pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?» (Mt 16,15). Es interesante notar otro detalle que ha cambiado en la pregunta. Jesús ya no se refiere a sí mismo con el título «Hijo del hombre», sino que simplemente formula la pregunta usando implícitamente el pronombre personal “yo”. Él realiza esta pregunta de una forma muy personal y la dirige a aquellos que lo conocen personalmente.

«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»

            Como sabemos, es Simón Pedro quien responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16); y, con esta respuesta, Pedro formula la profesión central de la fe cristiana: “Tú, Jesús, eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

            A esta profesión de fe, que Pedro realiza “en nombre de los Doce”[1], Jesús responde: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16,17). Esto significa que el acto de fe, el acto de confianza en Jesús que Pedro realiza, es fruto no solamente de sus capacidades, sino también de la gracia de Dios.

            Muchos vieron los signos que Jesús realizó, pero no muchos tuvieron un corazón receptivo para ellos; no muchos vieron lo que Pedro vio y comprendió en esos signos. Por lo tanto, “para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, [y] abre los ojos de la mente”.[2]

            Y por este acto de fe, Pedro se confía libre y totalmente a Jesús, y a través de él, a Dios.[3] Sí, Pedro se confió, se entregó totalmente a Jesús reconociéndolo como Cristo. Cuando Pedro realizó esta profesión de fe, él no estaba simplemente declarando una verdad intelectual, más bien, estaba expresando su experiencia vital con Jesús. Y en esa experiencia de vida, la gracia de Dios actuó para abrirle los ojos y el corazón de modo que pueda reconocer en Jesús al «Hijo de Dios vivo».

            Por lo tanto, necesitamos tener experiencia de Jesús para reconocerlo como Cristo, como Hijo de Dios, como Salvador. Solo en la experiencia que se realiza con fe puede el Espíritu Santo actuar. Si no tenemos una experiencia personal de Jesús; si no tenemos un contacto y una relación personal con Jesús, entonces seremos como aquellos que solo lo conocen de lejos y a través de lo que otros han dicho sobre él.

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia»

            Y porque Pedro le confió su vida a Cristo Jesús, nuestro Señor le confió a él su Iglesia: Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mt 16, 18 – 19).

            ¡Qué gran responsabilidad! ¡Qué gran confianza! ¡Qué gran amor! “Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien le parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo.”[4]

            Aunque sabemos que “siempre es la Iglesia de Cristo y no de Pedro”[5], es impresionante la gran confianza y misión que el Señor puso sobre los hombros de Pedro. ¿Por qué el Señor puso su confianza en Pedro? ¿Por qué el Señor le encargó esta misión?

            Tal vez tratemos de responder a esta pregunta pensando en las capacidades de Pedro, o en su impulsividad o en su lealtad. Sin embargo, por los evangelios sabemos que Pedro era un sencillo y rudo pescador; y también conocemos sus debilidades e inconsistencias. Entonces, ¿por qué el Señor confió en Pedro?

            Pienso que podemos decir que el Señor confió en Pedro simplemente porque Pedro tuvo fe, porque Pedro se entregó totalmente a Jesús. En Pedro, Jesús no buscó primeramente inteligencia o capacidades, sino que, buscó humildad y confianza. Y cuando el Señor encuentra un corazón humilde, un corazón que confía; entonces el Señor puede encomendar una gran misión.

            Por lo tanto, cuando tomemos conciencia de que el Señor Jesús nos está entregando una gran misión, no pongamos en primer lugar nuestras fortalezas y capacidades; más bien, pongamos en primer lugar nuestra fe y confianza en Jesús. Dejándonos sostener por la confianza que Jesús tiene en nosotros, podremos llevar adelante la misión que Él nos ha encomendado.

            Con esta certeza, renovamos nuestra fe en Jesús a través de la Virgen María, Nuestra Señora de la Confianza, rezando:

            “Cuando consideramos nuestras propias fuerzas,

            toda esperanza y confianza flaquean;

            Madre, a ti extendemos las manos

            E imploramos abundantes dones de tu amor.”[6] Amén.




[1] BENEDICTO XVI, Audiencia General, miércoles 7 de junio de 2006.
[2] CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum, 5.
[3] Cf. Ibídem
[4] BENEDICTO XVI, Audiencia General, miércoles 7 de junio de 2006.
[5] Ibídem
[6] P. J. KENTENICH, Hacia el Padre 13.

sábado, 26 de agosto de 2017

«You are Peter, and on this rock I will build my Church»

21st Sunday of the Year (A)

Mt 16: 13 – 20

«You are Peter, and on this rock I will build my Church»

Dear brethren:

            In today´s gospel (Mt 16: 13 – 20) we are witnesses of a very interesting dialogue between Jesus and his disciples. This dialogue took place «when Jesus came into the district of Caesarea Philippi».

«Who do you say that I am?»

            In a first moment the Lord asks «Who do men say that the Son of man is?». As they walk together, Jesus seems to want to know what people think of him; or, more precisely, how people perceive him and his ministry. The disciples answer: «Some say John the Baptist, others say Elijah, and others Jeremiah or one of the prophets».

            As we can see, the answer of the “general public” situates Jesus at the level of the prophets; it seems he is only another prophet in the long religious history of Judaism. This is the answer of those who see Jesus from afar, the ones who don´t have a personal contact with him but rather have heard a thing or two about the Rabbi of Nazareth.

            Then, Jesus asks a similar question, but totally different because he changes the context of the question. He directs the question not to the “general public” but to his disciples, those whom he called to be «fishers of people» (Mt 4:19); those whom he gave «authority over unclean spirits with power to drive them out and to cure all kinds of disease and all kinds of illness» (Mt 10:1); those whom he appointed «to be his companions and to be sent out to proclaim the message» (Mk 3:14).

            To those, Jesus asks: «But who do you say that I am?». It is interesting to note that the question has also changed in an important way. Jesus does not refer to himself any more with the title the «Son of man»; he simply uses the personal pronoun «I». So he directs this question in a very personal manner to those who know him in a very personal way.

«You are the Christ, the Son of the living God»

            It is Peter who answers: «You are the Christ, the Son of the living God»; and, with this answer Peter formulates the main profession of faith of Christianity: “You, Jesus, are the Christ, the Son of the living God”.

            To this profession of faith, which Peter declares “on behalf of the Twelve”[1], Jesus answers: «Blessed are you, Simon Bar-Jona! For flesh and blood has not revealed this to you, but my Father who is in heaven.» This means that the act of faith, the act of trust that Peter does in Jesus, is not only fruit of his own capacities, but also from the grace of God.

            Many saw the signs Jesus perform, but not many had an open heart to them; not many saw what Peter saw in those signs.  Therefore “to make this act of faith, the grace of God and the interior help of the Holy Spirit must precede and assist, moving the heart and turning it to God, opening the eyes of the mind”.[2]

            And by this act of faith, Peter committed his whole self freely to Jesus and through him to God.[3] Yes, Peter entrusted himself to Jesus as Christ. When he did his profession of faith he was not only declaring an intellectual truth, rather he was expressing his vital experience with Jesus. And in that experience the grace of God opened his eyes and his heart to recognize in Jesus «the Son of the living God».

            So, we need to do experiences with Jesus in order to recognize him as Christ, as Son of God and as our Savior. Only in the experience made with faith the Holy Spirit can act. If we do not make a personal experience with Jesus; if we do not have a personal contact and relationship with him, then, we´ll be like those who know him only from afar, only though what others say about him.                

«You are Peter, and on this rock I will build my Church»

            And because Peter entrusted his life to Jesus Christ, our Lord entrusted him his Church: «And I tell you, you are Peter, and on this rock I will build my Church (…). I will give you the keys of the kingdom of heaven, and whatever you bind on earth shall be bound in heaven, and whatever you loose on earth shall be loosed in heaven.»

            What a great responsibility! What a great trust! What a great love! “The three metaphors that Jesus uses are crystal clear:  Peter will be the rocky foundation on which he will build the edifice of the Church; he will have the keys of the Kingdom of Heaven to open or close it to people as he sees fit; lastly, he will be able to bind or to loose, in the sense of establishing or prohibiting whatever he deems necessary for the life of the Church.”[4]

            Even though we know “it is always Christ's Church, not Peter's”[5], it is amazing the great confidence and mission that the Lord has put on Peter´s shoulders. Why has the Lord put this trust in Peter? Why has the Lord given him this mission?

           
Our Lady of Confidence - Madonna della Fiducia.
Pontifical Major Roman Seminary.
Rome, Italy.

              We may want to answer this question thinking on Peter´s capacities; or maybe his impulse or even his loyalty. However, by the Gospel we know that he was a simple fisherman, and we also know of his many faults. So, why has the Lord trusted on Peter?

           We can say that the Lord trusted in Peter simply because of Peter´s faith, because of Peter´s self-surrender to Jesus. On Peter, Jesus did not look for intelligence or capacities first, but rather, he looked for humbleness and trust. And when the Lord finds a humble heart, a heart that trusts, then He can entrust that heart with a great mission.

            Therefore, when we realize that the Lord has given us a great mission, lets us not put our own strength and capacities first; let us put our faith and trust in Jesus first. Knowing that Jesus trust sustain us we will be able to carry out the mission he put on our hands.

            With this certain hope; we renew our trust in Jesus trough our Blessed Mother, Our Lady of Confidence, as we say:

“When we consider our own strength

we lose all hope and confidence.

Mother, we stretch out our hands to you

and ask for your many gifts of love.”[6]Amen.



[1] BENEDICT XVI, General Audience, Wednesday, 7 June 2006.
[2] SECOND VATICAN COUNCIL, Dogmatic Constitution Dei Verbum, 5.
[3] Cf. Ibid.
[4] BENEDICT XVI, General Audience, Wednesday, 7 June 2006.
[5] Ibid.
[6] FR. J. KENTENICH, Heavenwards, Morning Consecration, Confidence.

domingo, 20 de agosto de 2017

«Mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos»

Domingo 20° del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 15, 21 – 28

«Mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos»

Queridos hermanos y hermanas:

            El Evangelio hoy nos narra el encuentro entre Jesús y una mujer cananea (cf. Mt 15, 21-28). Miremos con atención esta escena y veamos lo que sucede en el diálogo entre Jesús y esta mujer.

«¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!»

            Primeramente se nos dice que «Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón» (Mt 15,21); y en este lugar «una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”» (Mt 15,22).

            Es importante señalar que esta mujer era considerada pagana, pues, no pertenecía al pueblo de Israel, el pueblo de Dios según la carne. Y aunque ella no pertenece a Israel, implora misericordia, y, al hacerlo, reconoce en Jesús al menos dos cosas: su condición de Mesías de Dios –Hijo de David- y su poder para conceder la sanación y la salvación a su hija.

            Por lo tanto, estamos viendo a una persona que, aparentemente, está alejada de Dios y de su pueblo. Sin embargo, es ésta persona la que tiene la capacidad de reconocer la presencia de Dios en Jesús y su poder salvador. Aunque esta mujer es pagana, está sedienta y anhelante de Dios.

            Tal vez esta sea la primera enseñanza de este pasaje del Evangelio. Muchas personas, que aparentemente están lejos de Dios o de su Pueblo; en realidad, tienen nostalgia de Dios, anhelo de Dios.  Y ese anhelo de Dios se expresa en la necesidad de ayuda, de amor y de comprensión; en la necesidad de sanación, tanto del cuerpo como del alma. ¿Somos capaces de reconocer ese anhelo de Dios en las personas de hoy? ¿Somos capaces de reconocer ese anhelo de Dios en aquellos que aparentemente están lejos de la Iglesia?

            No en vano la Iglesia dice de sí misma: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.”[1]

«Mujer, ¡qué grande es tu fe!»

            Sin embargo, se nos dice en el texto evangélico que, aunque la mujer clamó pidiendo ayuda, Jesús «no le respondió nada» (Mt 15,23). “Puede parecer desconcertante el silencio de Jesús, hasta el punto de que suscita la intervención de los discípulos, pero no se trata de insensibilidad ante el dolor de aquella mujer. San Agustín comenta con razón: «Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no por rechazarle la misericordia, sino para inflamar su deseo» (Sermo 77, 1: PL 38, 483).”[2]

           
Jesús y la mujer cananea.
Capilla Redemptoris Mater.
Ciudad del Vaticano, 1996 - 1999.
Así, la mujer insiste, y postrándose ante Él le dice: «¡Señor, socórreme!» (Mt 15,25). Con palabras que podrían sorprendernos, el Señor responde: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros» (Mt 15,26).

            Y la mujer cananea muestra una gran humildad y fe al responder: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!» (Mt 15,27). Luego de que la mujer cananea se humilló a sí misma, el Señor Jesús la ensalzó y le concedió su pedido: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» (Mt 15,28).

            Así, en el evangelio de hoy, es la mujer cananea la que nos enseña cómo debemos presentarnos ante el Señor en la oración. El primer paso es pedir el don de la misericordia para nosotros y para los que amamos. Luego, reconocer al Señor como Dios, como Aquel que puede salvarnos. Finalmente, debemos humillarnos –hacernos pequeños- en su presencia. Confianza, reconocimiento y humildad, son las actitudes de la persona que cree en Dios y busca su misericordia.

« Mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos»

            La experiencia de esta mujer cananea, a quien Jesús “señala (…) como ejemplo de fe indómita”[3]; nos muestra que la misericordia, el amor y la salvación de Dios son una realidad para todos los hombres. Con Jesús, la misericordia de Dios rompe las barreras del prejuicio humano.

            Esto se encuentra bellamente expresado en las palabras del profeta Isaías: « Mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos» (Is 56,7). El profeta preanuncia un tiempo en el cual todos los pueblos se unirán al pueblo de Israel en el reconocimiento, la alabanza y la adoración al Dios vivo y verdadero.

            Esto es posible al menos por dos razones. En primer lugar, porque todo aquel que «observa el derecho y practica la justicia» (cf. Is 56,1) ya se encuentra «unido al Señor, ama el nombre del Señor y se mantiene firme en su alianza» (cf. Is 56,6). Por lo tanto, es importante que nosotros, los creyentes, no nos conformemos con una mera pertenencia eclesial formal y exterior. Muy por el contrario, debemos vivir nuestra pertenencia eclesial y nuestra experiencia cristiana desde nuestra interioridad, desde nuestro corazón. Se trata de actitud y acción. O como diría el P. J. Kentenich, se trata de estar siempre atentos al “máximo cultivo del espíritu”.

            Hay también otra razón por la cual la salvación de Dios está dirigida a todos. San Pablo lo expresa de esta manera: «Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos» (Rom 11,32). Esto significa que todos los hombres y mujeres necesitan ser salvados por el Señor. Todos necesitamos del encuentro con Jesús que es “el rostro de la misericordia del Padre”.[4] Por lo tanto, nadie está demasiado lejos de la misericordia de Dios. Tanto aquellos que pertenecen a la Iglesia de una forma activa; como aquellos que rara vez se acercan a ella, todos necesitan la misericordia de Dios.

            Lo único que Dios nos pide es un corazón humilde y sincero. Un corazón que con confianza busca la presencia de Dios y su misericordia; un corazón abierto a reconocer a Dios como Salvador; un corazón que es lo suficientemente humilde como para reconocer la necesidad que tiene de Dios.

            Así, tomando conciencia de que toda la humanidad está llamada a formar parte del Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, con confianza nos dirigimos a María, Mater Ecclesiae – Madre de la Iglesia, y le decimos:

            “Ayuda a la Iglesia a extenderse por todo el mundo

            y a caminar victoriosa a través las naciones,

            para que pronto haya un solo rebaño

            y un solo Pastor,

            que conduzca a los pueblos

            hacia la Santísima Trinidad. Amén.”[5]               




[1] CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[2] BENEDCITO XVI, Ángelus, domingo 14 de agosto de 2011.
[3] BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 14 de agosto de 2005.
[4] PAPA FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 1.
[5] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 528.

sábado, 19 de agosto de 2017

«A house of prayer for all peoples»

20th Sunday of the Year (A)

Mt 15: 21 – 28

«A house of prayer for all peoples»

Dear brethren:

            Today the Gospel narrates to us the encounter between Jesus and a Canaanite woman (Mt 15: 21 – 28). Lets us look carefully at the dialogue between Jesus and this woman.

«Have mercy on me, O Lord, Son of David»

            First, we are told that «Jesus went away and withdrew to the district of Tyre and Sidon» (Mt 15:21); and in this scenario, «a Canaanite woman from that region came out and cried, “Have mercy on me, O Lord, Son of David; my daughter is severely possessed by a demon”» (Mt 15:22).

            It is important to note that the woman was a gentile, that is, she did not belong to Israel, the people of God according to the flesh. And even though she did not belong to Israel, she asks for mercy and in doing so she recognizes two things in Jesus: his condition as God´s Messiah –Son of David- and his power to bring salvation to her daughter.

            Therefore, we are seeing a person who, apparently, is far away from God and his people. But it is this person the one who has the capacity to recognize God´s presence in Jesus and his salvific power. Even though the woman was a gentile, she was thirsting for God.

            Maybe that is the first teaching of this passage of the Gospel. Many people, who are apparently far from God or his people, are longing for Him. And that longing for God expresses itself in the need of help, love and comprehension; in the need of health for both, body and soul. Are we capable of seeing that need of God in today´s people? Are we capable of seeing that need of God in those who are apparently far away from the Church?

Not in vain the Church says of herself: The joys and the hopes, the griefs and the anxieties of the men of this age, especially those who are poor or in any way afflicted, these are the joys and hopes, the griefs and anxieties of the followers of Christ. Indeed, nothing genuinely human fails to raise an echo in their hearts.”[1]

«O woman, great is your faith»

            However, we are told in the gospel that after the woman cried for help, Jesus «did not answer her a word» (Mt 15:23). “Jesus’ silence may seem disconcerting, to the point that it prompted the disciples to intervene, but it was not a question of insensitivity to this woman’s sorrow. St Augustine rightly commented: “Christ showed himself indifferent to her, not in order to refuse her his mercy but rather to inflame her desire for it” (Sermo 77, 1: PL 38, 483).”[2]

Jesus and the Canaanite woman. Detail.
Redemptoris Mater Chapel. 
Vatican City. 1996 - 1999.
So the woman persisted, and kneeling before Him she said: «Lord, help me» (Mt 15:25). Whit words that may surprise us, the Lord answered: «It is not fair to take the children´s bread and throw it to the dogs» (Mt 15:26).

The Canaanite woman showed a great deal of humility and faith as she answered: «Yes, Lord, yet even the dogs eat the crumbs that fall from their masters´ table» (Mt 15:27). After this self humiliation, came the exaltation by the Lord: «O woman, great is your faith! Let it be done for you as you desire» (Mt 15:28).

In today´s gospel, it is the Canaanite woman that teaches us how to present ourselves to the Lord in prayer. The first step is to ask for his mercy in our life and the life of those whom we love. Then, to recognize him as God; as the One who can save us. Finally, we have to humble ourselves in His presence. Trustfulness, recognition and humility are the attitudes of the person who believes in God and his mercy.  

«My house shall be called a house of prayer for all peoples»

            The experience of this Canaanite woman, to whom “Jesus singles out (…) as an example of indomitable faith”[3]; shows us, that God´s mercy, love and salvation is for everyone. With Jesus, God´s mercy has broken the walls of human prejudice.

            This reality is expressed in a beautiful way in the words of the prophet Isaiah: «My house shall be called a house of prayer for all peoples» (Is 56:7). The prophet foresees a time in which all peoples shall join the people of Israel in the recognition, praise and worship of the Lord.

            And that is so at least for two reasons. Firstly, because everyone who «keeps justice and do righteousness» (cf. Is 56:1), is actually «joining themselves to the Lord, loving his name and keeping his covenant» (cf. Is 56:6). Therefore, it is important for us not only to have an external attachment to God´s people, to his Church; but to live our religious and Christian experience from within ourselves, from our heart. It is about attitude and action. Or, as Fr. J. Kentenich says, we should always be attentive to the “cultivation of the spirit”.

            There is also another reason why God´s salvation is open for everyone. Saint Paul puts it in this way: «For God has consigned all men to disobedience, that he may have mercy upon all» (Rm 11:32). This means that all men and women need to be saved by the Lord. Everyone needs the encounter with Jesus Christ who is “the face of the Father´s mercy”[4]. Therefore, there is no one who is too far away of the mercy of God. Those who belong to the Church in an active way, and also, those who seldom participate on her, are all in need of the Father´s mercy.

            The only thing that God asks of us is a humble and sincere heart. A heart that trust and searches for God´s presence and mercy; a heart that is open to recognize God as savior; and a heart that is humble enough to recognize that it needs God´s salvation.

            And as we realize that all of humanity is called to enter into the people of God, Christ´s Church, we pray to our Blessed Mother, Mater Ecclesiae:

            “Help the Church to spread throughout the world

            and go victoriously through all the nations

            that soon there be one flock and one shepherd

            leading all peoples to the Trinity. Amen.”[5]  



[1] SECOND VATICAN COUNCIL, Gaudium et Spes, 1.
[2] BENEDICT XVI, Angelus, Sunday, 14 August 2011.
[3] BENEDICT XVI, Angelus, Sunday, 14 August 2005.
[4] POPE FRANCIS, Misericordiae Vultus, 1.
[5] Cf. FR. JOSEPH KENTENICH, Heavenwards, Prayer of the Leaders.