La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 23 de septiembre de 2014

La gratitud filial

LA GRATITUD FILIAL

Queridos hermanos y hermanas,
querida Familia:

El Evangelio que hemos escuchado hoy[1] (Mt 19,30 - 20,16) nos invita reflexionar sobre nuestra actitud ante la vida y nuestra vivencia de la fe. Una vez más, Jesús utiliza una parábola para explicarnos la dinámica del Reino de los Cielos.

El texto evangélico que hemos escuchado llama nuestra atención sobre tres puntos: 1. La actitud del dueño de la viña –Jesús-: “Quiero dar a este que llegó último lo mismo que a ti. (…) ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”. 2. La actitud de los primeros trabajadores que protestan, que reclaman. 3. Y la situación de los últimos trabajadores que han sido convocados a la viña.

Adentrarnos en la parábola

Toda parábola tiene como intención no sólo darnos información, sino entregarnos una enseñanza de vida. Y para darnos esa enseñanza de vida nos invita a involucrarnos en el relato,  adentrarnos en la historia narrada e incluso identificarnos con alguno de los personajes, con sus sentimientos y experiencias.

Así las cosas, está claro quién es el dueño de la viña, del campo: Jesús, que no se cansa de salir a nuestro encuentro para convocarnos a vivir y trabajar con él. A nosotros entonces nos quedan dos personajes con los cuales podríamos identificarnos: los trabajadores de la primera hora o los de la última hora.

Dos actitudes ante la vida

Pienso que estos dos grupos de trabajadores pueden representar dos actitudes ante la vida. ¿A qué me refiero?

Cuando los trabajadores de la primera hora recibieron su pago, probablemente pensaron: “¡qué injusto!”; y de hecho se lo reclamaron al dueño (cf. Mt 20, 10-12). A pesar de que habían quedado de acuerdo en un denario al día, al compararse con los otros esperaron recibir algo más.

En cambio los trabajadores de la última hora habrán pensado: “¡qué generoso!”; pues ya con sorpresa aceptaron el trabajo casi al final del día. Probablemente la gratitud llena de asombro haya sido el sentimiento dominante en su interior.

¿Y cuál es nuestro sentimiento vital? ¿Nuestra actitud ante la vida? ¿Vivimos reclamando constantemente aquello que pensamos que se nos debe o nos abrimos al don de la vida con gratitud? ¿Reclamo o gratitud?

Muchas veces sucede que con sinceridad nos esforzamos por vivir nuestros compromisos y nuestra vida; ya sea en la familia, el matrimonio, la comunidad o el trabajo y la vida espiritual. Ponemos de nuestra parte –trabajamos desde la primera hora-, pero al final del día terminamos no sólo cansados, sino también algo frustrados porque no todas las cosas salieron como esperábamos o porque no obtuvimos el reconocimiento que esperábamos obtener… Y entonces allí empezamos a reclamar, a demandar. Y el constante reclamo, el constante ver lo que no salió bien, nos quita la alegría y la frescura de la vida.

Si constantemente nos estamos fijando en el detalle que no salió bien o reclamando que no se nos agradeció lo suficiente por nuestro esfuerzo, nos estaremos perdiendo de disfrutar y vivir cada experiencia de vida. Y con ello nos estaremos haciendo ciegos a la presencia del Reino de los Cielos en medio nuestro.

Una actitud de vida evangélica

El Evangelio –no sólo este texto sino todo el Evangelio de Jesús- nos invita a otra actitud ante la vida: la del asombro y la gratitud. Asombrarnos ante cada experiencia de vida y ante cada persona. Asombrarme de la vida que he recibido, de las personas que están a mi lado, de cada experiencia que voy viviendo… Y no tomar todo esto como algo obvio o evidente, sino agradecer y disfrutar. ¡Vivir!

Aprender a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida también con sus imperfecciones. Aprender a aceptar y disfrutar nuestra propia imperfecta vida. Y agradecer por ella en lugar de reclamar y exigir.

Por eso el Salmo de hoy nos invita a hacer nuestras sus palabras: “Día tras día te bendeciré, y alabaré tu nombre sin cesar” (Salmo 144, 2-3). Día tras día te bendeciré… ¿Cuántas veces al día bendigo a Dios, agradezco a Dios? ¿Cuántas veces al día reconozco positivamente a la persona que está a mi lado, o sólo le reclamo y exijo?

La gratitud a la que nos invita Jesús es la gratitud de los hijos de Dios. Aquel que es hijo amado tiene su gran alegría –y recompensa- en esa relación viva con Dios. Por eso los trabajos y sacrificios cotidianos no son ya obligación que requieren una recompensa, sino respuesta de amor a Aquel que nos amó primero.[2] Que María nos eduque e implore para nosotros esta nueva actitud de vida, esta actitud de gratitud filial. Que así sea. Amén.




[1] 21 de septiembre de 2014, DOMINGO 25° DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO, CICLO A.
[2] Cf. BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est sobre el amor cristiano, 1: “Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.