La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 9 de julio de 2013

Lumen Fidei: un acontecimiento luminoso

Un acontecimiento eclesial que ilumina

Hace poco hemos recibido la primera carta encíclica del Papa Francisco, un acontecimiento eclesial del todo particular, porque se trata de “una encíclica a cuatro manos”[1] como el mismo Obispo de Roma ha comentado.

Al leer la Lumen Fidei no puedo evitar escuchar en mi mente la voz de Benedicto XVI y percibir sus expresiones y temáticas teológicas en el texto. Los cronistas vaticanos confirman que se trata de “una encíclica muy ratzingeriana (en cuanto al lenguaje, la estructura, las citas…) que lleva la firma del primer Papa latinoamericano”[2]. El mismo Papa Francisco dice en la carta que Benedicto XVI ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones” (LF 7).


Aun teniendo claro que estamos ya ante un texto del magisterio de Papa Francisco, podríamos decir que Benedicto XVI habla en las palabras de esta carta encíclica y que Francisco habla en el gesto humilde de hacer suyo parte importante del trabajo de su predecesor. Tal vez este gesto de Francisco nos ayude a comprender más vivamente que “la fe es una porque es compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo espíritu”, a mi juicio, este gesto ilustra que “en la comunión del único sujeto que es la Iglesia, recibimos una mirada común(LF 47). Es la misma lumen fidei –la misma luz de la fe- la que nos entregan tanto Benedicto XVI como Francisco, porque ambos la han recibido de la Iglesia, Madre de nuestra fe, de Ella “que nos enseña a hablar el lenguaje de la fe” (LF 38).

Una mirada a la dinámica del texto

En la introducción a la carta encíclica –los primeros siete parágrafos- domina la imagen de la fe como luz que regala al hombre una nueva visión. “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso” (LF 1). Así, la imagen de la luz “ilumina” todo el texto y el basto  campo semántico asociado a la fe como luz estará muy presente a lo largo de la encíclica. La riqueza simbólica de la luz y la visión es fundamental para comprender lo que Francisco nos ha querido transmitir sobre la fe cristiana. Por así decirlo, esta carta hay que leerla con los ojos de la mente y de la imaginación para dejar que el corazón capte su mensaje.

La fe también es asociada al escuchar y con ello al sentido auditivo: “Para el cuarto Evangelio, creer es escuchar (…).La escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal, que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor(LF 30). Y dando todavía un paso más la fe es asociada al tacto, pues, “con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca” y “con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia” (LF 31).

El capítulo primero –Hemos creído en el amor (cf. 1 Jn 4,16)- nos dice que “si queremos entender lo que es la fe, tenemos que narrar su recorrido, el camino de los hombres creyentes” (LF 8). Así, el texto parte desde la fe de Abraham y recorre el camino de la fe de Israel hasta llegar a la plenitud de la fe cristiana que es “fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo” (LF 15). Pero todavía la encíclica avanza un paso más –un paso decisivo-, pues “la plenitud a la que Jesús lleva a la fe tiene otro aspecto decisivo. Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver” (LF 18). La vida de fe es también “existencia filial” que “consiste en reconocer el don originario y radical, que está a la base de la existencia del hombre” (LF 19).

El segundo capítulo de la Lumen FideiSi no creéis, no comprenderéis (cf. Is 7,9)- aborda una temática eminentemente ratzingeriana: la relación entre fe y verdad, entre fe y razón (moderna). “Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos” (LF 25).

A mi juicio, este segundo capítulo es lo más “sabroso” de la encíclica. En particular el desarrollo de la relación entre amor y conocimiento de la verdad (parágrafos 26-28). “La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad” (LF 26). En definitiva amor y verdad se entrelazan porque sólo logramos comprender –conocer verdaderamente, con el corazón- cuando somos amados. Esto se hace realidad sobre todo cuando se trata de conocer el sentido de nuestras vidas. Así, del amor nace la verdad, y por eso la verdad es siempre don y no una construcción auto-referente. “La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca” (LF 27).

Así, si el amor que percibimos en la fe es fuente de conocimiento (cf. LF 28) entonces podemos comprender que “la fe lleva a una visión más profunda” (LF 30). La fe es entonces mirada profunda de la realidad y así se convierte en interpretación de la propia realidad personal que nos lleva a decisiones de vida.

El don de la fe (capítulo I) que es verdadero (capítulo II), es don que se ha de transmitir –capítulo tercero: Transmito lo que he recibido (cf. 1 Co 15,3)-. Y “la fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama” (LF 37). En este acto de transmisión de la fe, “mediante una cadena ininterrumpida de testimonios llega a nosotros el rostro de Jesús” (LF 38). Y así comprendemos que “la Iglesia es una Madre que nos enseña a hablar el lenguaje de la fe” (LF 38) y que por lo tanto la fe no es sólo “opción individual” sino que “se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia” (LF 39) y “por eso, quien cree nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con otros” (LF 39).

Los parágrafos 40 al 46 al hablar de “los cuatro elementos que contienen el tesoro de memoria que la Iglesia transmite: la confesión de fe, la celebración de los sacramentos, el camino del decálogo [y] la oración” (LF 46) nos señalan que “lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo” (LF 40).

Finalmente el don de la luz de fe que se transmite en la Iglesia está llamado a servir al bien común –capítulo cuarto: Dios prepara una ciudad para ellos (cf. Hb 11,16)-: “La fe no sólo se presenta como un camino, sino también como una edificación, como la preparación de un lugar en el que el hombre pueda convivir con los demás” (LF 50), pues “la fe revela hasta qué punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en medio de ellos” (LF 50). “Precisamente por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz” y así “nos ayuda a edificar nuestras sociedades” pues “las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios” (LF 51).

La luz de la fe además ilumina la vida en sociedad al mostrarnos “la verdadera raíz de la fraternidad” (LF 54) y al afirmar “la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso” (LF 55).

En las líneas que más iluminan muchos de los gestos de Papa Francisco –pensemos en su reciente visita a los inmigrantes en la isla de Lampedusa[3]-, Lumen Fidei dice: “La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz(LF 57).

María, Madre de nuestra fe

Papa Francisco termina su primera encíclica con un hermoso colofón mariano –Bienaventurada la que ha creído (Lc 1,45)-, colofón que en cuatro párrafos ilustra magistralmente por qué “la Madre del Señor es ícono perfecto de la fe”. En Ella “la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de la fe” (LF 58).

Luego de leer esta encíclica –de leerla y releerla, de reflexionarla y meditarla- vale la pena mirar nuestra vida a la luz de la fe y en un sincero momento de oración hacer nuestra la súplica confiada que Francisco le dirige a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe:
“¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.”[4] Amén.
Oscar Iván Saldivar, I.Sch.P.



[1] ANDREA TORNIELLI, El Papa: «Saldrá una encíclica a cuatro manos» [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio de 2013]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/papa-el-papa-pope-vaticano-vatican-25611/˃
[2] ANDREA TORNIELLI, La humildad de Francisco [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio de 2013]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/papa-el-papa-pope-bergoglio-ratzinger-enciclica-26229/˃
[3] ANDREA TORNIELLI, Un viaje emblemático a la extrema periferia de Europa [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio de 2013]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/lampedusa-papa-el-papa-pope-26313/˃
[4] FRANCISCO, Lumen Fidei, 60.