La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 13 de noviembre de 2016

Vivir en esperanza

33° Domingo durante el año – Ciclo C

Clausura del Año Santo de la Misericordia en Tupãrenda

Vivir en esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra orienta nuestra mirada hacia el final del tiempo litúrgico. El próximo domingo, con la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, concluye el año litúrgico, y, en Roma, el Papa Francisco clausurará solemnemente el Año Santo de la Misericordia.

También nosotros, en este día, clausuramos el Año Santo aquí en Tupãrenda. Todo nos habla del tiempo final; y por eso, queremos dejarnos guiar por la Palabra de Dios para comprender el significado de ese tiempo final y así aprender cuál es la actitud adecuada para afrontarlo.
  
El día del Señor

            El profeta Malaquías nos dice: «Llega el día abrasador como un horno» (Mal 3,19a). Se trata del “día del Señor”, día de Juicio. Día en que se descubren las acciones e intenciones de los hombres, las acciones e intenciones del corazón. La profecía nos ayuda a mirar hacia adelante, hacia el momento escatológico en que el Señor juzgará a su pueblo y a toda la creación. Se trata del día del Juicio.

Normalmente, ante la perspectiva del Juicio tememos. En la cultura popular se ha instalado una visión pesimista, lúgubre y caótica del Juicio: el llamado “fin del mundo”.

Sin embargo este texto profético nos dice otra cosa. Es cierto que para «los arrogantes y los que hacen el mal (…); el día que llega los consumirá» (Mal 3,19). Pero, para aquellos que han sido fieles al Señor, para aquellos que temen su Nombre, es decir, lo respetan y viven invocándolo con sus labios, corazón y obras; para ellos, ese día «brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos» (Mal 3,20).

            Así, el día del Juicio, el día del Señor, es día de esperanza para los que creen en Él. La Sagrada Escritura nos presenta el Juicio de Dios fundamentalmente como un acontecimiento de esperanza para sus fieles.

Juicio como lugar de esperanza

Esta esperanza del Antiguo Testamento fue asumida por la fe cristiana. En concordancia con esto, Benedicto XVI nos dice que “ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios” (Spe Salvi 41).

Pienso que podemos comprender que el Juicio final –tal como lo expresamos cada domingo en el Credo diciendo: “ha de venir a juzgar a vivos y muertos”- sea criterio que ordena nuestra vida y llamada que despierta nuestra conciencia. Pero, ¿comprendemos por qué el Juicio es esperanza para nosotros?

            En primer lugar no debemos olvidar que el Juicio es de Dios. Es Dios quien  juzgará nuestra vida. Él, que nos conoce y nos ama personalmente, es el que nos juzgará. Él, que comprende las acciones de nuestro corazón, es el que nos juzgará. Es Dios quien nos juzgará en Cristo; por lo tanto, seremos juzgados por el Amor. No debemos temer, sino confiar.

            En segundo lugar, el Juicio es encuentro cara a cara con el Señor, con Cristo que nuestro Salvador y Juez. “El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mimos” (Spe Salvi 47).

            Sí, seremos juzgados por el Amor y ese juicio será encuentro decisivo con Él. Y en ese encuentro todo lo que sea falso o malsano se consumirá. Nuestra falsedad se consumirá, en eso consiste el Juicio. Pero gracias a ese Juicio, brotará en nuestro ser la autenticidad. Llegaremos a ser plenamente quienes estamos llamados a ser. Llegaremos a ser plenamente lo que hemos tratado de ser en nuestra peregrinación terrena. En ello consiste el Juicio. Seremos “por fin totalmente nosotros mismos y con ello, totalmente de Dios” (Spe Salvi 47).

            Vemos así cómo, en el Juicio de Dios, justicia y misericordia se unen y se realizan plenamente. Comprendemos entonces por qué para el cristiano el Juicio de Dios es fundamentalmente esperanza. Y se nos hacen claras las palabras del profeta Malaquías: «para ustedes, los que temen mi nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos». Sí, brillará el Sol de Justicia que es Cristo mismo.

            Por esa razón la Liturgia hoy nos invita a rezar y a cantar jubilosos con el salmo: «Griten de gozo delante del Señor, porque él viene a gobernar la tierra; él gobernará el mundo con justicia y a los pueblos con rectitud» (Sal 97,9).

Vivir en esperanza

            También el evangelio (Lc 21, 5-19) desarrolla el tema del “día del Señor”, aunque con una imagen distinta: la de la destrucción del Templo de Jerusalén (Lc 21, 5-6).

Ante la pregunta: «“Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto y cuál será la señal de que va a suceder?”» (Lc 21,7); Jesús no responde dando una datación o tiempo preciso de cuándo sucederá el “día del Señor”. Más bien, Jesús enseña a vivir el tiempo presente orientados por la certeza de que el Señor volverá y transformará la realidad presente. No se trata de saber cuándo ocurrirá, sino de cómo vivir el tiempo presente esperando el día del Señor.

            Si seguimos el discurso de Jesús nos daremos cuenta de que el “día del Señor” está precedido por varios procesos. Guerra y revoluciones, señalan la crisis de la sociedad humana; terremotos y señales en el cielo, nos hablan de la crisis del cosmos; y las persecuciones nos hablan de la crisis de fe. Toda la realidad humana entra en crisis, y al entrar en crisis demuestra su provisionalidad, y por ello, su apertura a la plenitud definitiva que solo Cristo puede darle.

            Pero todavía debemos desarrollar cuáles son las actitudes que Jesús enseña a sus discípulos para afrontar los tiempos de crisis con esperanza. Primeramente el Señor nos dice: «No se dejen engañar» (Lc 21,8). «Muchos se presentarán en mi nombre diciendo: ‘Soy yo’, y también: ‘El tiempo está cerca’. No los sigan» (Lc 21,8).

            Impresiona cómo tantos hombres y mujeres se dejan engañar y atemorizar por personas o, incluso, por simples mensajes anónimos, que anuncian que «el tiempo está cerca», que ya llega el fin del mundo, el final de los tiempos. Los que anuncian solamente temor y no señalan un camino de esperanza, no provienen de Cristo Jesús.

No nos dejemos engañar, no nos dejemos atemorizar. Si nos dejamos llevar por estas cosas, en el fondo, es señal de que nuestra fe es débil y de que no vivimos en un constante diálogo con el Señor. No olvidemos que Él es el Resucitado que nos dice: «No teman» (Mt 28,10).

La segunda actitud a la que nos invita Jesús para vivir en esperanza, es el tomar conciencia de que todo tiempo de crisis tiene un sentido. ¿Y cuál es ese sentido? «Esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí» (Lc 21, 13). Sí, sea que experimentemos la crisis social, sea que experimentemos la crisis del cosmos, sea que experimentemos la crisis de fe; ello es oportunidad para dar testimonio de nuestra confianza en el Señor Jesús.

Ante las crisis e inseguridades del tiempo actual, estamos llamados a dar testimonio, con nuestras palabras y obras, de nuestra fe y confianza en Cristo Jesús.

Finalmente Jesús nos invita a la constancia: «Gracias a la constancia salvarán sus vidas» (Lc 21,19). El Señor nos invita a ser constantes en nuestra fe, en nuestra relación personal y comunitaria con Él. Solo la constancia en medio de la crisis y de la adversidad nos permite mirar con esperanza hacia adelante, hacia la venida del Señor.

No dejarse engañar, dar testimonio de Cristo y ser constantes. Tres actitudes características del cristiano. Tres actitudes para vivir momentos de crisis personal, familiar o social. Tres actitudes que transforman el tiempo presente en tiempo de esperanza, y nos abren a anhelar el encuentro con el Señor que viene.

Al clausurar el Año de la Misericordia, miramos con gratitud todo lo que hemos vivido y experimentado en este tiempo de gracia; y, sobre todo, miramos con esperanza el tiempo que viene. Es el Señor de la Misericordia el que volverá; es el Señor de la Misericordia el que nos invita a perseverar en el amor. Es el Señor de la Misericordia el que nos envía a seguir practicando misericordia con nuestros hermanos.


A María, Madre de la esperanza y de la misericordia, confiamos el peregrinar de la Iglesia en este nuevo tiempo; y le pedimos, que nos ayude a caminar hacia el encuentro con Jesucristo, Sol de Justicia, que con sus rayos de luz nos sana y nos llena de esperanza. Amén.