La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 29 de septiembre de 2018

«El que no está contra nosotros está con nosotros»


Domingo 26° durante el año – Ciclo B

Mc 9, 38 – 43. 45. 47 – 48

«El que no está contra nosotros está con nosotros»

Queridos hermanos y hermanas:

En el evangelio que acabamos de escuchar (Mc 9, 38-43. 45. 47-48) vemos cómo “alguien, que no era de los seguidores de Jesús, había expulsado demonios en su nombre. El apóstol Juan, joven y celoso como era, quería impedirlo, pero Jesús no lo permite; es más, aprovecha la ocasión para enseñar a sus discípulos que Dios puede obrar cosas buenas y hasta prodigiosas incluso fuera de su círculo, y que se puede colaborar con la causa del reino de Dios de diversos modos.”[1]

También nosotros, que vivimos en un contexto social cada vez más heterogéneo, tenemos que aprender a discernir las maneras siempre nuevas en las que el Espíritu del Señor resucitado actúa en la Iglesia y más allá de ella. ¿Qué implicancias tiene esto? ¿Cómo ser auténticos discípulos de Jesús y al mismo tiempo ser capaces de dialogar con las inquietudes y necesidades del tiempo actual?

«Nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí»

            El texto evangélico inicia con un diálogo entre Juan y Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.» (Mc 9, 38). ¿Qué hay detrás de las palabras de Juan?

            Por un lado, tal vez haya algo de celo e inmadurez; un afán de distinguir entre aquellos que pertenecen al círculo íntimo de Jesús y aquellos que no pertenecen al mismo. Tal vez se pueda ver en ello un anhelo de “poseer” exclusivamente a Cristo y su gracia.

Por otro lado, es también posible pensar que el discípulo está auténticamente preocupado por la identidad del naciente movimiento en torno a Jesús. Es la preocupación por la identidad y por lo tanto por las formas concretas que identifican y distinguen a la comunidad cristiana y el espíritu que ella quiere vivir.

Sea cual fuere la motivación de Juan la respuesta de Jesús es clara y orientadora para los discípulos de entonces y de hoy: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros está con nosotros.» (Mc 9, 39-40).

La primera parte de la respuesta de Jesús apunta no primeramente a la pertenencia formal a la comunidad de los discípulos, sino más bien al espíritu que anima a dicha comunidad y a cada creyente: «Nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.»

Invocar el nombre de Jesús supone la fe en él como Hijo de Dios y como Mesías. Y por lo tanto esta persona que no pertenecía al grupo de los discípulos supo captar el espíritu que los animaba y abrirse a él con tanta fe que fue capaz de realizar un signo en el nombre de Jesús. Lo cual nos lleva a comprender que el Espíritu de Dios actúa no sólo en los creyentes sino que más allá de ellos.

Y si esto es así, entonces los discípulos de Jesús estamos llamados a discernir con humildad y apertura la acción del Señor más allá de la Iglesia visible. Y cuando descubrimos esa acción, entonces con gozo comprendemos que los católicos no estamos solos en el empeño por hacer presente en el día a día el Reino de Dios.

El Concilio Vaticano II habla de los hombres de buena voluntad, “en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible” y “en la forma de sólo Dios conocida” se asocian al Misterio Pascual de Cristo.[2] Éste es el sentido de la segunda parte de la respuesta de Jesús: «El que no está contra nosotros está con nosotros.»    

«¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor!»

            La actitud a la que nos invita Jesús en este pasaje del Evangelio implica madurez espiritual y humana; es decir, una intensa vida de oración en el Espíritu Santo y una humildad y libertad de espíritu.

            Sólo la madurez espiritual nos permitirá en primer lugar apropiarnos –por decirlo así- del mensaje y del espíritu cristianos de tal modo que tengamos la certeza interior de estar viviendo y obrando según el carisma de Jesús; es decir, según la vida de gracia, la vida del Espíritu Santo que Dios done en Cristo y a través de Cristo.

            El mismo Jesús lo dice en un pasaje del Evangelio según san Juan: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer.» (Jn 15, 5). En la medida en que permanecemos en Jesús bebemos de su Espíritu, nos nutrimos de su savia –como los sarmientos de la vid- y nos asemejamos a Él. Lo que nos hace cristianos es el contacto vivo, íntimo y fecundo con Él. Y desde ese contacto, desde esa relación, somos capaces de descubrir su presencia en distintas circunstancias, incluso en aquellos lugares donde aparentemente Dios está ausente.

            Así la madurez espiritual acompaña, motiva y sostiene la madurez humana. Esa capacidad de tener certeza y serenidad en la propia identidad pero al mismo tiempo apertura, humildad y sabiduría ante los demás y sus pensamientos y opciones.

            Es la sorprendente y elogiable actitud de Moisés ante el celo de Josué: «¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!». (Nm 11, 29). Si el Señor nos concedió su Espíritu en bien de los demás, ¿por qué no lo puede dar también a otros para edificación de su Reino en medio de la humanidad?   

«Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe»

Y precisamente porque como cristianos hemos recibido el gran don del Evangelio y del Espíritu Santo, el Señor Jesús también nos exige estar a la altura de estos dones y de nuestra vocación cristiana.

XV Asamblea General Ordinaria 
del Sínodo de los Obispos.
Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. 
Sello Postal.
Oficina de Filatelia y Numismática 
de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano.
Cristian Ceccaroni. 2018. 
Así como el Señor comprende que el Espíritu puede actuar más allá de sus discípulos, y el bien que puede sacarse de la mutua colaboración entre creyentes y hombres de buena voluntad; el Señor comprende también el gran mal que los creyentes hacemos cuando no vivimos según el Espíritu que hemos recibido y la misión encomendada: «Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.» (Mc 9, 42).

En el fondo, antes de acusar a otros y buscar si son o no de Cristo, lo primero que debemos hacer es tomar consciencia de nuestras propias fragilidades e incoherencias; corregirnos, luchar con nosotros mismos y renovar siempre de nuevo nuestra pertenencia al Señor. Miremos nuestro propio corazón antes de juzgar las acciones de los demás. Entonces permitiremos que el Señor nos renueve por dentro y nos capacite para seguirlo más plena y libremente. Entonces seremos capaces de dialogar con las inquietudes del tiempo actual como auténticos cristianos.

A María, Mater Christi et Mater discipulorum – Madre de Cristo y Madre de los discípulos, que “vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús”[3], compendio del espíritu cristiano, le pedimos que una y otra vez nos eduque como auténticos discípulos de su Hijo para que comprendamos de corazón que «el que no está contra nosotros está con nosotros» (Mc 9, 40). Amén.



[1] BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 30 de septiembre de 2012 [en línea]. [fecha de consulta: 29 de septiembre de 2018]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2012/documents/hf_ben-xvi_ang_20120930.html>
[2] CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.
[3] PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, 176.