La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!
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domingo, 29 de diciembre de 2024

La Natividad del Señor - La luz de la esperanza

La Natividad del Señor – Ciclo C – 2024

Misa de la Noche

Is 9, 1 – 6

Lc 2, 1 – 14

La luz de la esperanza

 

Queridos hermanos y hermanas:

Esta santísima noche está iluminada por la claridad de Cristo[1], por la claridad de su nacimiento entre nosotros. Por medio del misterio de su encarnación y de su nacimiento en el tiempo, Cristo se hace para nosotros luz de esperanza que «ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9).

Una luz clara y serena, una luz fuerte y al mismo tiempo frágil; una luz que se ha de recibir, acoger y hacer crecer, como el Niño de Belén, como la luz que hemos recibido en el día de nuestro Bautismo.

«El pueblo ha visto una gran luz»

            El profeta Isaías expresa de forma poética y hermosa cómo el Niño de Belén es esa luz tan esperada y anhelada que tiene la capacidad de iluminar a todo hombre y a toda mujer:

            «El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz. (…) Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado» (Is 9, 1. 5).

Sí, la gran luz que ha visto el pueblo, la gran luz, cuya claridad recibimos nosotros, es el Niño que nos ha nacido.

            Lo experimentamos en el ámbito natural, en el ámbito de nuestras comunidades y familias. Cuando un niño nos nace, cuando un niño llega a la vida familiar y comunitaria, trae consigo una luz de alegría, ternura y renovación. Una luz que renueva los corazones y la vida familiar. Una luz cuya claridad vuelve a mostrarnos la ternura y la esperanza presentes en el día a día.

            Si esto experimentamos cuando nacen nuestros niños y niñas; ¡cuánto más lo experimentaremos al celebrar y vivir con fe el nacimiento de Jesús Salvador!

«Has multiplicado la alegría»

            Al dirigirse a Dios, dice el profeta: «Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo» (Is 9, 2). Sí, cuando recibimos el don de un niño, cuando nos abrimos al don del Niño de Belén, se multiplica la alegría, pues la luz de la esperanza es capaz de alumbrar las pequeñas y las grandes alegrías de la vida cotidiana.

            Al recibir en esta santa noche la luz del Niño Jesús dejemos que su claridad multiplique nuestra alegría. Pensemos en todas las pequeñas y grandes alegrías que hemos tenido a lo largo de este año: la vida familiar –con sus gozos y desafíos-, el encuentro con los amigos y seres queridos; los pequeños y grandes logros en el ámbito laboral o académico; el conservar la salud o haberla recuperado; el avanzar en proyectos personales o comunitarios; el reencuentro con una persona significativa; el perdón recibido o donado; la vida de oración y fe en la Iglesia.

            Sí, la luz del Niño Jesús, que es luz de esperanza, alumbra nuestra vida toda, y nos muestra que siempre hay razones para volver a creer, para volver a amar, para volver a esperar.

            Al alumbrar nuestras pequeñas y grandes alegrías del día a día, la luz de Jesús nos permite vivir nuestra vida presente llena de sentido y propósito, «con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús» (Tit 2, 12 - 13).

            Es cierto que “necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar.”[2]

            Sí, nuestras pequeñas y grandes alegrías, nuestras pequeñas y grandes esperanzas, en el fondo son manifestación y preparación a la gran esperanza, la feliz esperanza que no es otra que Cristo mismo, Él es nuestra esperanza.[3]

«La gloria del Señor los envolvió con su luz»

            Y siendo Cristo la gran esperanza de nuestra vida, con su nacimiento en medio de nosotros, Él ha querido alcanzarnos y envolvernos con la luz de su esperanza; tal como lo experimentaron los pastores que recibieron el anuncio del nacimiento del Salvador: «se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz» (Lc 2, 9).

           

Pesebre
Iglesia Santa María de la Trinidad.
En esta Noche Buena, dejémonos envolver por la luz del pequeño Niño de Belén, dejémonos envolver por la luz de la esperanza. Que esa luz ilumine todas las dimensiones de nuestra vida y de nuestro corazón. Que esa luz nos muestre que siempre es posible volver a empezar; que siempre es posible volver a creer en lo bueno que hay en el propio corazón y en el corazón de los demás. Que el bien, por pequeño que aparezca, si lo acogemos, crece, madura y fructifica.

            Que la luz que nos trae el pequeño Niño de Belén encienda en nuestros corazones la esperanza; y que así, cada uno de nosotros, se convierta también en un signo, en una luz de esperanza para los demás. De modo que, iluminados por la claridad de Jesucristo, compartamos esa claridad con aquellos que nos rodean y especialmente con aquellos que más necesitan de la luz de la esperanza.

María, Madre de la esperanza

            “En el pobre y pequeño establo de Belén, María muestra al Niño a postores y reyes”[4]; y en esta noche, también nos lo muestra y entrega a nosotros para que lo acojamos en nuestros corazones y en nuestras vidas.

            Al confiarnos a Jesús, María se muestra como Madre de la esperanza, porque hoy Ella vuelve a creer y a esperar en lo bueno que hay en cada uno de nosotros; Ella vuelve a creer y a esperar en nuestra disponibilidad para llevar la luz de la esperanza, la luz de su hijo Jesús a cuantos la anhelan y la necesitan.

Desde Belén, Ella nos envía como peregrinos de la esperanza, para comunicar a todos la buena notica del nacimiento del Salvador, y con ello, la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), la esperanza que es el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt



[1] Cf. MISAL ROMANO, Natividad del Señor, Misa de la Noche, Oración colecta

[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 31

[3] Cf. MISAL ROMANO, Domingo de Pascua, Secuencia

[4] Cf. P. J. KENTENICH, Hacia el Padre, 343

jueves, 11 de enero de 2024

«Salió de Nazaret» - La Natividad del Señor - 2023

 

La Natividad del Señor – Ciclo B - 2023

Misa de la Noche

Lc 2, 1 – 14

«Salió de Nazaret»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más nos reunimos para celebrar juntos la Natividad del Señor en esta “santísima noche”[1], en esta Noche Buena. Una vez más nos hemos acercado al pesebre, para poder representar y contemplar el nacimiento del Salvador en Belén de Judea. Una vez más hemos escuchado los textos de la Sagrada Escritura que nos transmiten el misterio del nacimiento de Jesús.

            Sin duda la celebración de la Navidad y todo lo que ella implica tiene una atemporal y constante atracción para todos nosotros; de tal modo, que siempre de nuevo nos encaminamos hacia Belén con la fe, con los afectos y con el corazón.

«Salió de Nazaret»

            José y María también se han encaminado hacia Belén, lo hemos escuchado en el texto evangélico proclamado hoy (Lc 2, 1 – 14).

“«En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero» (2, 1). Lucas introduce con estas palabras su relato sobre el nacimiento de Jesús, y explica por qué ha tenido lugar en Belén. Un censo cuyo objeto era determinar y recaudar los impuestos es la razón por la cual José, con María, su esposa encinta, van de Nazaret a Belén. (…) Y así, aparentemente por casualidad, el Niño Jesús nacerá en el lugar de la promesa.”[2]

Sin duda que la travesía que realizaron José y María desde Nazaret hasta Belén ha sido más exigente que nuestra propia peregrinación interior; sobre todo por la condición en la que se encontraba María y por todo el movimiento de personas que habrá supuesto el censo ordenado por la autoridad imperial. Moverse es siempre exigente, y más aún en medio de una multitud de personas.

Sin embargo, toda peregrinación es movimiento, es salir de la propia casa, de la propia realidad conocida, de la propia zona de confort para ponerse en camino hacia un nuevo lugar. José y María han salido de Nazaret, aparentemente por una causa humana, sin embargo, al mirar la historia con ojos de fe, vemos que detrás de esa causa segunda, se encuentra la llamada “causa primera”, el Dios vivo y providente, que guía la gran historia universal y la pequeña gran historia de cada uno de sus hijos.

José y María han salido de Nazaret, ¿de qué lugares, espacios o situaciones Dios me ha invitado a salir en el último tiempo? ¿Qué situaciones han hecho que tenga que ponerme en movimiento dejando atrás lo conocido? ¿He mirado estas situaciones a la luz de la fe práctica en la Divina Providencia para descubrir así la conducción de Dios en mi vida?

«Mientras se encontraban en Belén»

            José y María se dirigían a Belén para poder inscribirse en el censo. Y “mientras se encontraban en Belén, [a María] le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito.”

           

San José y el Niño.
Pesebre, Iglesia
Santa María de la Trinidad 

Es cierto que Belén era el lugar de la promesa, el lugar donde debía nacer el Salvador; sin embargo, el hecho del nacimiento de Jesús en estas circunstancias no deja de ser inesperado. Tal es así, que no había lugar preparado para el nacimiento del Salvador; María debe acostar en un pesebre a su pequeño Hijo envuelto en pañales.

            Salir de lo conocido nos expone siempre a lo inesperado, a lo sorpresivo. Pero precisamente allí, en lo inesperado, en lo no planeado, en lo sorpresivo, irrumpe Dios, irrumpe el mensaje de Dios, irrumpe la salvación de Dios.

            Cada vez que nos dejamos sorprender por Dios más allá de nuestros propios planes, cálculos, previsiones y deseos, permitimos que su luz irrumpa en nuestra vida y así la alumbre con un nuevo esplendor: «el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz» (Is 9, 1).

«Les ha nacido un Salvador»

            Tal ha sido la irrupción de lo divino en lo inesperado de Belén, que los pastores -que se encontraban en la región cercana- recibieron el gozoso y luminoso anuncio del nacimiento de Jesús: «Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor».

            Cuando permitimos que Dios sea Dios en nuestras vidas; cuando confiamos en su conducción providente –aún por medio de limitados instrumentos humanos-, dejamos que su cálida luz alumbre nuestras vidas y corazones y así resplandezca en nuestra vida cotidiana. Y ese resplandor no puede sino difundirse, compartirse con los demás y así convertirse en alegre anuncio y testimonio de la acción de Dios: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!».

            En esta Noche Buena, en que todos peregrinamos hacia Belén, dejemos atrás y soltemos todo aquello que no nos permite caminar con libertad y generosidad; permitamos que Dios nos saque de nuestros lugares conocidos y seguros, de modo que, dejándonos guiar por Él, permitamos que nuevamente hoy se realice el milagro de Belén: la irrupción de Dios en lo inesperado y pequeño, la irrupción de Dios en un Niño que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5).

            A María, Mater peregrinans – Madre que peregrina, le pedimos que motive y acompañe siempre nuestro peregrinar, nuestro caminar, nuestro salir de nosotros mismos hacia la meta que nos indique la Providencia de Dios, de modo que también nosotros veamos la cálida y tierna luz que hoy resplandece en Belén: Jesús Niño, Mesías y Señor.

            Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Misa de la Noche – 24 de diciembre de 2023

[1] MISAL ROMANO, La Natividad del Señor, Misa de la Noche, Oración colecta.

[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús, 65.

jueves, 29 de diciembre de 2022

«Vayamos a Belén» – La Natividad del Señor – 2022

 

La Natividad del Señor – Ciclo A – 2022

Misa de la Aurora

Lc 2, 15 – 20

«Vayamos a Belén»

Queridos hermanos y hermanas:

            El evangelio que se proclama en esta Misa de la Aurora (Lc 2, 15 – 20) es continuación del texto proclamado en la celebración de la Noche Buena (Lc 2, 1 – 14). Por lo tanto, ambos textos se pertenecen mutuamente al igual que ambas celebraciones litúrgicas.

            La Liturgia de alguna manera nos hace contemporáneos a los acontecimientos en Belén y sus alrededores.

            En la Misa de la Noche de Navidad fuimos rodeados por la luz de la gloria del Señor al escuchar el anuncio del Ángel: «les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 10 – 11).

            Y en esta Misa de la Aurora, la Liturgia nos permite unirnos a los pastores, con ellos ponernos en camino al decir: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc 2, 15).

«Vayamos a Belén»

            «Vayamos a Belén» dicen los pastores. Y es como si desde el evangelio estas palabras saliesen dirigidas hacia nosotros y nos involucrasen en su peregrinación: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc 2, 15).

            Para los pastores de entonces, «vayamos a Belén» significaba propiamente llegar al espacio físico en el cual aconteció el nacimiento anunciado por los ángeles. Para nosotros, pastores de hoy, significa sobre todo una peregrinación espiritual. No se trata de llegar a un punto geográfico; sino, tal vez, a un punto temporal o a un punto existencial. ¿A qué me refiero?

            «Vayamos a Belén», para nosotros, significa mirar nuestra vida cotidiana; recorrer lo vivido a lo largo de este año y descubrir allí a las personas, los momentos y circunstancias que han sido Belén para nosotros.

            Es decir, volver a esos momentos donde en lo sencillo, auténtico y cotidiano hemos experimentado que «se manifestó la bondad de Dios» en nuestra vida (Tit 3, 4). Esos momentos donde «por su misericordia, él nos salvó» (Tit 3, 5).

            Sí, todos tenemos “momentos de Belén” donde Dios se nos ha manifestado, donde Dios nos ha regalado a Jesús, donde Dios no ha donado “la nueva luz de su Verbo hecho carne”[1]. «Vayamos a Belén», volvamos a esos momentos y personas.

«Encontraron al recién nacido»

           

Con las Madres de la Sagrada Familia de Urgell
En el pesebre de la Iglesia Santa María de la Trinidad
Navidad del 2022

    Cuando los pastores del evangelio llegaron a Belén «encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre» (Lc 2, 16). Tal vez se habrán asombrado ante esa escena tan sencilla. Allí, en un pesebre estaba el Salvador, el Mesías y Señor anunciado por los ángeles (cf. Lc 2, 1- 14). Sí, “en el pobre y pequeño establo de Belén”, María dio a luz para todos nosotros al Señor del mundo (cf. Hacia el Padre, 343).

            Jesús, el recién nacido, no está solo. María y José lo rodean. Está apoyado en un pesebre, es decir, en el lugar donde habitualmente come el ganado doméstico. Familia y sencillez; comunidad y austeridad. Los dos signos que marcan la presencia y la manifestación de «la bondad de Dios» en Belén.

            Esos son los signos que tenemos que buscar  en nuestra vida para encontrar a Jesús. Esos son los valores que tenemos que asumir y vivir para dejarnos encontrar, sanar y salvar por Jesús.

Lo contrario a ello son el aislamiento y el consumismo. No dejemos que estas actitudes nos impidan ir al encuentro de Jesús en el Belén de nuestras vidas.

«Conservaba y meditaba»

            El texto nos dice que una vez que los pastores llegaron a Belén «contaron lo que habían oído decir sobre este niño» (Lc 2, 17). Mientras ellos hablaban «María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19).

            Como María, también nosotros estamos llamados a conservar esos momentos de Belén en nuestros corazones, y a partir de ellos meditar lo que Dios nos ha dicho y nos dice.

            Si volvemos a mirar nuestra vida para descubrir allí los momentos de Belén que hemos vivido, no es para quedarnos en la nostalgia del pasado. No, se trata de hacer memoria, memoria de la fe y del amor. Ya que “la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios.”[2]

            Y a partir de esa memoria actualizada del encuentro con Dios en Belén estamos llamados a meditar; es decir, a dialogar con el Dios de la vida, el Dios de nuestra vida, y estar atentos a lo que Dios nos dice en ese Belén, a lo que nos invita a realizar. Si Dios habla, Él espera una respuesta de nuestra parte. Esa respuesta puede ser una oración, una decisión a tomar, un perdón a conceder, o simplemente la gratitud sincera por lo vivido, por encontrar allí «la bondad de Dios» en el Belén de hoy.

            «Vayamos a Belén», redescubramos esos momentos de sencillez, autenticidad y comunidad en los que Dios nos regaló a Jesús en un pesebre. Hagamos memoria de ello, y a partir allí dialoguemos con el Dios vivo y volvamos a la vida cotidiana «alabando y glorificando a Dios por todo lo que hemos visto y oído» (cf. Lc 2, 20).

            En este día santo de la Navidad, en que hacemos memoria del nacimiento del Salvador, le pedimos a María, Madre de Belén:

            “Con alegría sumerge nuevamente

            al Señor en mi alma, y, al igual que tú,

            me asemeje a Él en todo;

            hazme portador de Cristo a nuestro tiempo

            para que se encienda

            en el más luminoso resplandor del sol.”[3] Amén.

           

            ¡Feliz y bendecida Navidad!

P. Óscar Iván Saldivar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt  

[1] Cf. MISAL ROMANO, Oración Colecta, Misa de la Aurora.

[2] PAPA FRANCISCO, Memoria de Dios, Homilía durante la Misa para la jornada de los Catequistas, Roma, 29 de septiembre de 2013. [en línea]. [fecha de consulta: 29 de diciembre de 2022]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130929_giornata-catechisti.html>

[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 189.

jueves, 31 de marzo de 2022

«Belén de Judea, la ciudad de David» - Natividad del Señor 2021

 

La Natividad del Señor – 2021

Misa de la Noche

Lc 2, 1 – 14

«Belén de Judea, la ciudad de David»

Hermanos y hermanas:

            “«En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero» (2, 1). Lucas introduce con estas palabras su relato sobre el nacimiento de Jesús, y explica por qué ha tenido lugar en Belén. Un censo cuyo objeto era determinar y recaudar los impuestos es la razón por la cual José, con María, su esposa encinta, van de Nazaret a Belén. (…) Y así, aparentemente por casualidad, el Niño Jesús nacerá en el lugar de la promesa.”[1]

«Belén de Judea, la ciudad de David»

            Belén de Judea era una pequeña ciudad, aparentemente sin importancia ni relevancia política o religiosa. Es cierto que era «la ciudad de David» (Lc 2, 4); pero para el tiempo del nacimiento de Jesús ya no había un descendiente de David en el trono de Israel, sino un rey idumeo, es decir, extranjero, sostenido por el poder romano: Herodes.

            Y en ese lugar signado por la pequeñez, brota «una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» (Lc 2, 10 – 11). Una gran alegría brota en un lugar pequeño, «una gran luz» (Is 9, 1) que serenamente se irá difundiendo por todos los lugares y tiempos de la humanidad.

            No debemos dejar de notar esta paradoja: cómo lo grande brota de lo pequeño. Pareciera ser que se trata de una constante del Reino de Dios; por lo tanto, esta paradoja debe convertirse para nosotros en un criterio de orientación y de discernimiento. En lo pequeño se ha manifestado la gracia de Dios (cf. Tit 2, 11).

            Desde el inicio de su vida en medio de nosotros, Jesús nos muestra que lo pequeño puede ser el inicio de lo auténticamente grande. ¿Logramos comprender este mensaje? ¿Nos animamos a creer en ello y vivir según este criterio?

«Acampaban unos pastores»

            El nacimiento de Jesús no solamente ocurre en un lugar pequeño, sino que es anunciado en primer lugar a los pequeños: «En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. El ángel les dijo: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor”.» (Lc 2, 8 – 11).

            Los pastores “formaban parte de los pobres, de las almas sencillas, a las que Jesús bendeciría, porque a ellos está reservado el acceso al misterio de Dios (cf. Lc 10, 21s). Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios.”[2]

            Esta pequeñez, esta pobreza de los pastores, nos recuerda además que “cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios (…). Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.”[3]

            La pequeñez que está abierta al anuncio de la salvación se manifiesta también como mansedumbre ya que esta “es otra expresión de la pobreza interior, de quien deposita su confianza en Dios”[4] y por ello “no necesita maltratar a otros para sentirse importante”[5], al contrario, mira a los demás –y sus defectos- con ternura y sin sentirse más que ellos, dispuesto a dar una mano, pues sabe, que también él necesita de ayuda, de paciencia y ternura.[6]

            No olvidemos que la palabra ternura –en las enseñanzas del Papa Francisco- hace referencia al “modo para tocar lo que es frágil en nosotros”[7] y en los demás.

            Sí, la pequeñez que es pobreza espiritual, austeridad material y tierna mansedumbre ante la fragilidad humana, es la pequeñez abierta a recibir el anuncio de la gran alegría, el anuncio del nacimiento del Salvador.

Nuestra pequeñez

            Por lo tanto, Jesús puede y quiere nacer también en nuestra propia pequeñez: en nuestros límites y miserias; en nuestras debilidades y defectos; en nuestras inseguridades y soledades; en nuestro desvalimiento. La única condición que hace posible este nacimiento, esta gran alegría, es el reconocimiento y aceptación de nuestra pequeñez.

            Cuando le damos un sí sincero a nuestra pequeñez, brota allí una gran alegría para cada uno de nosotros y para todos los que nos rodean. Brota allí la paz que proviene de la certeza de ser amados en nuestra pequeñez, en nuestra verdad. Se cumplen entonces la alabanza del ejército celestial: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lc 2, 14).

            Darle un sí sincero a la propia pequeñez nos capacita también para reconocer todos los pequeños inicios del Reino de Dios en medio de nosotros; ¡cuántas veces el Reino de Dios se ha manifestado en pequeños inicios! En un gesto de ternura, en una mirada de misericordia, en un perdón otorgado o recibido, en un diálogo esperanzador, en una oración sincera, en un encuentro, en un abrazo, en un momento compartido, en un sencillo gozo interior. Sí, en lo pequeño nace el Salvador, en lo pequeño inicia el Reino de Dios, inicia la alegría y la paz como en Belén.

            Aún en medio de los desafíos y exigencias del tiempo actual no dejemos de creer en la grandeza de la pequeñez entregada a Dios. No dejemos de creer en los pequeños inicios del Reino de Dios en nuestra vida. No olvidemos que “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”[8]  

            Que María, Madre de los pequeños a quienes el Padre ha querido revelar los misterios del Reino, nos conceda un corazón pobre y manso para contemplar con los pastores al «al niño recién nacido envuelto en pañales» (Lc 2, 12) alegría para toda la humanidad. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

24/12/2021     



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús, 65.

[2] Ídem, 79.

[3] PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 68.

[4] Ídem, 74.

[5] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 288.

[6] Cf. PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 72.

[7] PAPA FRANCISCO, Patris Corde, 2.

[8] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 1.