La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 26 de febrero de 2021

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto»

 

Domingo I de Cuaresma – Ciclo B – 2021

Mc 1, 12 – 15

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto»

           

Queridos hermanos y hermanas:

En este primer Domingo de Cuaresma, la Liturgia de la Palabra nos ofrece como texto evangélico un pasaje tomado del Evangelio según San Marcos (Mc 1, 12 – 15). Se trata de cuatro versículos que están redactados muy sencillamente, en el estilo de Marcos, pero que contienen una riqueza que no solamente vale la pena desentrañar sino que puede orientar este inicio de la Cuaresma.

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto»

En primer lugar quisiera llamar la atención sobre el primer versículo del texto: «El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto» (Mc 1, 12). Vemos que el Espíritu Santo actúa, el Espíritu guía, orienta, conduce. Es Él quien lleva a Jesús al desierto. Así mismo es importante notar que Jesús se deja guiar, Él es dócil a esa conducción del Espíritu Santo. A partir de este versículo podemos tomar conciencia de que la docilidad significa apertura y humildad. Ser dóciles significa estar abiertos al otro; ser humildes significa aceptar la orientación, la guía y la conducción de otro, y en ese otro percibir la conducción del mismo Espíritu.

Esta apertura de corazón, esta apertura de alma trae a mi mente una oración que está en el libro de oraciones Hacia el Padre. En una de esas estrofas dice: “Abre nuestras almas al Espíritu de Dios, y que Él nuevamente arrebate al mundo desde sus cimientos.”[1]

“Abre nuestras almas al Espíritu de Dios”. Pienso que esta debe ser nuestra petición y nuestra actitud constante en el inicio de esta Cuaresma. Que nuestra alma esté abierta al Espíritu de Dios, a sus inspiraciones y a su conducción.

En ese sentido, Cuaresma es el tiempo de la apertura y de la docilidad del alma a Dios. Y ese es el sentido profundo de las prácticas cuaresmales del ayuno, de la oración y de la limosna.

Siempre de nuevo necesitamos recordar cuál es el sentido de las prácticas cuaresmales. En primer lugar para no realizarlas como meros actos exteriores o como mero cumplimiento formal o ritual, y en segundo lugar, para realizar la experiencia a la cual quieren llevarnos estas prácticas cuaresmales.

En la oración colecta de este día el sacerdote le pide a Dios el poder conocer el misterio de Cristo en este tiempo de Cuaresma. Precisamente ese es el sentido de estas prácticas cuaresmales cuando las vivimos de corazón, cuando las vivimos con sinceridad: tener ese conocimiento vital del misterio de Cristo, estar más abiertos a la presencia y acción de Dios en nuestra vida y por ello ser dóciles a su conducción.

A medida que vayamos realizando con sinceridad estás prácticas, ellas nos abrirán a la presencia de Dios. El ayuno nos señala la primacía de Dios en nuestras vidas, ya que como está en el Evangelio de Mateo: «El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4). Por eso el ayuno quiere señalarnos que en último término, si bien el alimento físico es necesario, nuestro alimento más profundo es la relación con Dios y por tanto, verdaderamente en nuestra vida hay una primacía, una prioridad de Dios. Prioridad que muchas veces nosotros mismos olvidamos. La oración apunta a la apertura del corazón hacia Dios, esa apertura íntima que se da en el diálogo y la escucha de su Palabra. Y la limosna nos invita a abrir el corazón hacia nuestros hermanos, a salir de nosotros mismos hacia su encuentro con sinceridad y generosidad.

Por eso, al iniciar este tiempo de Cuaresma es bueno que llenemos de sentido nuestras prácticas cuaresmales para vivirlas como experiencias de apertura a Dios y de docilidad a su Espíritu y a sus mociones.

Por eso les invito a volver a mirar estas tres prácticas cuaresmales y preguntarnos cómo las vamos a realiza, cómo las vamos a vivir. ¿Cómo va a ser en este tiempo de Cuaresma mi ayuno, cómo va hacer mi oración, en qué circunstancias o situaciones voy a poder practicar esa generosidad a la que me llama la limosna?

 También podemos cuestionarnos con sinceridad de qué tenemos que ayunar para estar más abierto a Dios y ser más libres y dóciles a su conducción en mi vida.

Cuando hablamos del ayuno, sin duda lo hacemos concretamente del ayuno corporal, donde se nos invita a renunciar a alimentarnos durante un tiempo de alimentos físicos, para volver a recordar que necesitamos alimentarlos de la Palabra y la presencia de Dios.

Así mismo, la práctica del ayuno implica fortalecer nuestra débil voluntad de sacrificio y animarnos a hacer el bien. Aquel que no educa su propia voluntad difícilmente va a realizar el bien que quiere realizar, porque realizar el bien siempre requiere cierto sacrificio, cierta renuncia del yo. Por ello, el ayuno también apunta a fortalecer la propia personalidad, pero en último tiempo a recordar que nuestro alimento es la presencia y la Palabra de Dios, y por eso, además del ayuno físico, preguntémonos también de qué situaciones, de qué actitudes mías, de qué costumbres, tengo yo que ayunar, ya que muchas veces, al realizar estas actitudes, al realizar estos actos, al vivir esas costumbres, nos vamos cerrando a la presencia de Dios y a su conducción.

«Al desierto»

«El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto». Para la Sagrada Escritura el desierto como realidad e imagen es muy importante. El desierto es soledad y silencio. Nos cuesta imaginar un paraje desierto, porque no tenemos una experiencia de primera mano, pero podemos entender lo que un lugar físico como el desierto implica y cuáles son también sus implicancias espirituales.

En primer lugar el desierto, en el sentido espiritual, apunta hacia la soledad y el silencio. El desierto es un lugar exigente y rústico, sin comodidades, y sobre todo sin distracciones.

El texto evangélico menciona tres realidades que Jesús encuentra en el desierto: las tentaciones, la convivencia con las fieras -es decir animales-, y la compañía y el servicio de los ángeles de Dios. ¿De qué nos hablan estas tres realidades?

Si bien las tentaciones no están desarrolladas en la versión de Marcos (Mc 1, 12 – 15), por Lucas (Lc 4, 1 – 13) y Mateo (Mt 4, 1 – 11) conocemos el contenido de las mismas. Pero más allá del contenido, la realidad de la tentación nos habla de la necesidad del autoconocimiento y de la integración de nuestra personalidad humana.

Jesús tentado en el desierto
Mosaico. Marko Ivan Rupnik.

Muchas veces miramos la tentación solamente desde el punto de vista moral -que es necesario-, pero también tenemos que mirar la tentación desde el punto de vista del autoconocimiento, porque nuestras tentaciones nos hablan de las grietas que hay en nuestra alma, en nuestra personalidad. Grietas que van a estar siempre presentes, que nos van a acompañar en el camino de la vida y, en ese sentido, necesitamos aprovechar la tentación para desarrollar un autoconocimiento: ¿qué cosas y situaciones, qué personas y realidades abren esas grietas que hay en mi alma y que necesito integrar por medio del autoconocimiento y de la autoeducación? Recordémoslo: la tentación, en último término, apunta a la necesidad de integración de la personalidad humana.

La convivencia con los animales nos habla de la comunión con la realidad creada. En la primera lectura, tomada del libro del Génesis (Gn 9, 8 – 15), hemos escuchado sobre el arca de Noé y los animales que estaban en ella, y cómo el Señor renueva su alianza con todo el género humano, pero también con toda la realidad creada representada en los animales. También nosotros como personas estamos llamados a entrar en esa comunión con la creación, con la realidad que nos rodea. En efecto, todo  pecado es siempre una ruptura de esa comunión con Dios, con las personas que nos rodean, con la realidad en la cual vivimos y con nosotros mismos.

En ese sentido, la experiencia del desierto le permite a Jesús mostrarnos que es necesario primero integrar nuestra personalidad, en segundo lugar renovar nuestra comunión con la realidad creada, con el ambiente en el cual vivimos, y finalmente, por medio de la compañía y el servicio de los ángeles, nos habla de la necesidad de renovar también siempre la comunión con Dios.

Así el desierto se nos muestra como lugar exigente, pero precisamente por ello, como lugar de madurez y de crecimiento, como lugar de integración y de comunión, como lugar de experiencia y preparación.

Es interesante que la Liturgia ponga en el primer Domingo de Cuaresma este episodio de Jesús guiado por el Espíritu hacia el desierto, y que en el desierto encontremos este lugar de integración de la personalidad humana, de la relación con la creación y de la comunión con Dios. En el fondo, esto es lo que necesitamos hacer en este tiempo de Cuaresma.

Así el tiempo de Cuaresma se nos brinda como una oportunidad para que vayamos integrando nuestra personalidad, con ayuda de la gracia de Dios y también con nuestra propia colaboración. Aquellos pecados, aquellos defectos, aquellas tentaciones que parecen siempre desordenar  nuestra vida, debemos integrarlas en la relación con Jesús. Eso nos llevará a integrarnos en el ambiente en el cual vivimos de forma sana y auténtica; y eso nos llevará también a la comunión con Dios.

Así el desierto, lugar exigente pero lugar de la integración, es lugar de preparación. Porque la conducción del Espíritu y la estancia en el desierto se transforman para Jesús -y por lo tanto para cada bautizado- en experiencia de la cercanía del Reino de Dios.

«El Reino de Dios está cerca»

Antes de iniciar su misión, Jesús es conducido por el Espíritu a la experiencia del desierto y eso es como una preparación a lo que Él tiene que realizar posteriormente. Luego de esa experiencia puede Jesús anuncia que «el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».

También nosotros necesitamos dejarnos conducir  por el Espíritu en este tiempo, dejarnos llevar al desierto para así experimentar la cercanía del Reino de Dios y la llamada del Señor a la conversión.

Por eso quisiera invitarles a que hagamos de esta Cuaresma un auténtico desierto espiritual, un auténtico tiempo de apertura a Dios y de docilidad a su Espíritu. Cuando sintamos en nuestro corazón que el Espíritu nos invita a hacer silencio, a retirarnos de repente a la soledad para poder facilitar el encuentro con Dios, sigamos esa moción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo se manifiesta muchas veces como una pequeña brisa, por ello tenemos que estar atentos. Si vivimos constantemente distraídos y dispersos no percibiremos esa pequeña brisa del Espíritu.

Esa moción del Espíritu en nuestro interior muchas veces nos invita a buscar la oración, a buscar el silencio, a buscar la lectura de los Evangelios, a buscar la reconciliación con Dios. Cuando sintamos esa moción, ese soplo del Espíritu de Dios en el corazón, no dejemos que pase, sigamos esa moción y busquemos esos espacios de desierto espiritual. El Señor nos está llamando, Él quiere que le abramos el corazón para que Él pueda conducirnos en el día a día.

Por todo ello, una vez más, a nuestra querida Mater, Mujer de corazón dócil y abierto, le pedimos: “abre nuestras almas al Espíritu de Dios, y que Él nuevamente arrebate al mundo desde sus cimientos”. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 353.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Cuaresma: tiempo de interioridad

 

Miércoles de Ceniza – 2021

Mt 6, 1 – 6. 16 – 18

Cuaresma: tiempo de interioridad

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Nuevamente la Liturgia de nuestra fe nos introduce en el tiempo de Cuaresma a través de esta celebración del Miércoles de Ceniza. La imposición de la ceniza bendecida significa el inicio de un tiempo y de una actitud de conversión. Como sabemos, la Cuaresma se nos ofrece como “un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente.”[1]

            Si bien la Cuaresma es un ofrecimiento, un don, un «tiempo favorable, un día de salvación» (2 Cor 6, 2), depende de cada uno de nosotros el aceptar y acoger este don auténticamente. Depende de cada uno, de cada corazón, el vivir este tiempo de renovación con una actitud de conversión. Tiempo y actitud son acontecimientos que se deciden en el corazón humano.

«Desgarren el corazón y no sus vestiduras»

            Por eso, los textos de la Liturgia de la Palabra apuntan hacia el corazón humano, hacia nuestra interioridad: «Vuelvan a mí de todo corazón… Desgarren su corazón y no sus vestiduras» (Jl 2, 12. 13), dice el Señor por boca del profeta Joel. En la misma línea se expresa Jesús en el evangelio: «Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre de ustedes que está en el cielo» (Mt 6, 1).

            Tanto la limosna como la oración y el ayuno se realizan auténticamente cuando se hacen en presencia del Padre «que ve en lo secreto» (cf. Mt 6, 1-6. 16-18), es decir, que ve el corazón.

            Cuando vivimos la Cuaresma como tiempo de conversión y con actitud de conversión, “la vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.”[2]

            La actitud de conversión nace de un corazón sincero, de un corazón manso y humilde. El corazón que reza con el salmista: «yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí»; es el mismo que es capaz de pedir: «crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 50, 5. 12).

            Del corazón brotan “los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.”[3] Por ello, no nos engañemos, no seamos ingenuos ni irresponsables. El mero paso del tiempo cuaresmal no nos transformará. La mera práctica exterior de penitencias y renuncias no nos convertirá al Señor.

            Lo que nos transformará interiormente, por obra del Espíritu Santo, es el decidirnos día a día por Jesús y su seguimiento; es el volver a comenzar todos los días. Cada día de este tiempo cuaresmal será «día de la salvación»  si en nuestro corazón elegimos el amor a Dios y a nuestros hermanos por sobre el egoísmo que nos encierra en nosotros mimos: si elegimos la oración por sobre la distracción; el ayuno por sobre los excesos y la comodidad; la limosna por sobre las excusas y la indiferencia.

            Recordémoslo: en el corazón tenemos la capacidad de elegir cómo vivir; de elegir qué realizar y qué evitar. Tenemos la capacidad del amor y de la libertad.

«Para ser vistos por ellos»

            Aún en las condiciones exigentes y a veces inciertas del tiempo actual debido a la pandemia de Covid-19, podemos elegir en nuestro corazón cómo vivir cada situación y circunstancia.

            De hecho, la actual situación sanitaria nos da diversas oportunidades para llenar de sentido cristiano lo que hacemos o evitamos. En este tiempo, el amor al prójimo, el encuentro con Cristo en el hermano, puede expresarse no sólo en la limosna, sino también en el cuidado paciente y respetuoso de nuestros enfermos, ancianos y niños; en el cumplimiento consciente y responsable de las medidas sanitarias de prevención; en las palabras de aliento a los enfermos y a los trabajadores de la salud; en el soportar con rostro y corazón sereno las pequeñas contrariedades de la vida cotidiana.

            Y todo ello, no para ser «vistos por los hombres» (cf. Mt 6, 1) sino por amor al «Padre que ve en lo secreto» (cf. Mt 6, 4. 6. 18) y para formar nuestro corazón a semejanza del corazón de Jesús, ya que “quien desea un corazón misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.”[4]

Tiempo de interioridad

            Por ello, en este «tiempo favorable» volvamos a nuestro corazón, a nuestro mundo interior, para poder abrirnos desde adentro a Dios y a nuestros hermanos, para poder renovar nuestra actitud, cultivar nuestro espíritu y así asumir auténticamente un estilo de vida cristiano que irradie desde el corazón lo que «el Padre que está en el cielo» ha puesto en cada uno de nosotros: la vocación de hijos y hermanos en Cristo.

            A María, Refugium peccatorum – Refugio de los pecadores, encomendamos el itinerario cuaresmal que nos lleva a adentrarnos en el propio corazón, para allí ser renovados en Cristo, y desde allí, caminar junto a nuestros hermanos hacia la noche santa de la Pascua, en la cual “Jesucristo resucitado brillará sereno para el género humano.”[5]Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2015.

[2] FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2021.

[3] FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2021.

[4] FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2015.

[5] MISAL ROMANO, Pregón Pascual.

domingo, 14 de febrero de 2021

«Lo quiero, queda purificado»

 

Domingo 6° del tiempo durante el año – Ciclo B - 2021

Mc 1, 40 – 45

«Lo quiero, queda purificado»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy (Mc 1, 40 – 45) se nos presenta el encuentro entre un hombre que padecía lepra y Jesús. Como sabemos la lepra “era símbolo de impureza: el leproso tenía que estar fuera de los centros habitados e indicar su presencia a los que pasaban. Era marginado por la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.”[1]

            Lo hemos escuchado en la primera lectura, tomada del Libro del Levítico: «La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.» (Lv 13, 45 – 46).

            Podemos imaginar lo duro de la vida de un leproso. Al dolor propio de la enfermedad, se suma el sufrimiento que causan la estigmatización y marginación social y el aislamiento. Y por estas mismas razones podemos apreciar la fuerza interior de este hombre que busca a Jesús y se acerca a Él, venciendo prejuicios y temores.

            Sólo un auténtico encuentro entre personas es capaz de vencer prejuicios y temores. Contemplemos cómo se da este encuentro en el texto evangélico de hoy.

«Se le acercó un leproso»  

            Según nos relata el evangelio: «se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”» (Mc 1, 40). Consideremos con atención este sencillo versículo. El leproso se acerca, se pone de rodillas y expresa con palabras su petición. Acercarse, arrodillarse y hablar, pedir, orar; expresar con palabras lo que hay en el corazón.

            Repitámoslo: acercarse a Jesús, arrodillarse con humildad y orar con confianza. Estos actos del leproso del evangelio son como tres pasos para hacer oración. Es como si el leproso, con sus acciones y actitudes, nos estuviese mostrando el camino hacia la oración que es encuentro con Jesús.

El primer paso que nos muestra este hombre es el acercarse a Jesús, el buscarle a Él con sinceridad, insistencia y valentía. Por ello, vale la pena que nos preguntemos: ¿cómo acercamos al Señor, cómo buscarle a Él?

            En primer lugar debemos buscar tiempos y espacios de intimidad con Él. Aprender a cultivar una sana soledad llena de la presencia de Jesús. Para ello “debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige.”[2]

           

Cristo purifica al leproso
Mosaico Bizantino
Wikimedia Commons
Sí, necesitamos no solamente recuperar el valor del silencio, sino atrevernos a hacer silencio, tanto exterior como interiormente. El espacio de silencio interior puede ser un espacio para percibir la presencia de Jesús y así estar en intimidad con Él sin distracciones, sin dispersiones ni ansiedades.

            En el silencio lleno de su presencia descubrimos que Él está siempre cercano a nosotros, Él está cerca de los que lo buscan, de los que lo invocan con sinceridad (cf. Salmo 145, 18) “y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.”[3]

            No deja de ser interesante que el leproso, por su condición de enfermo, vivía ya en soledad, en aislamiento. Y en esa soledad, él supo buscar a Jesús, supo llenar su soledad de su búsqueda. ¿Con qué llenamos nosotros nuestra soledad? ¿Es una soledad sana o un aislamiento nocivo que nos encierra más y más en nosotros mismos y en nuestras obsesiones?

            El segundo paso que realiza el leproso del evangelio es arrodillarse. Este hombre no sólo se acerca a Jesús, no sólo lo busca, sino que una vez ante Él, se arrodilla. Con su cuerpo, con su postura, expresa su alma, su corazón. Arrodillarse significa abajarse, abandonar toda pretensión de superioridad y auto-suficiencia. Significa reconocerse desvalido y necesitado, y mostrarse como tal.

            Finalmente, el leproso del evangelio confía en Jesús y por ello le pide y le implora su purificación. La oración confiada se expresa con los labios: «si quieres, puedes purificarme» (Mc 1, 40); es decir, “Señor, yo sé que tú tienes el poder de purificarme. Yo sé que si tú lo quieres, puedes hacerlo.” En esta petición confiada hay una impresionante certeza de fe.

El hombre que se expresa así no está probando para ver si logra algo; muy por el contrario, sabe que es posible, sabe que el Señor puede hacerlo; sólo depende de la voluntad del Señor, que su voluntad se mueva a misericordia y que su sabiduría estime que es el momento adecuado para esta sanación.

Acercarse, arrodillarse y orar. Este es el movimiento exterior, pero sobre todo interior del hombre aquejado de lepra.   

«Jesús, conmovido, extendió la mano»

            Así como en el leproso hay un movimiento exterior que expresa un movimiento interior, también en Jesús, el encuentro con el hombre leproso genera un movimiento tanto exterior como interior.

            El encuentro con este hombre leproso y su oración humilde y confiada conmueven interiormente a Jesús. El evangelio nos muestra un movimiento que parte desde el corazón, pasa por las manos y se expresa plenamente por medio de la palabra sanadora y purificadora. La oración conmueve el corazón, y esto se expresa en la mano que se acerca y toca, para llegar a su plenitud en la palabra sanadora: «Lo quiero, queda purificado» (Mc 1, 41).

            ¡Qué experiencia de oración! ¡Qué encuentro con Jesús!

            Aquí podemos ver verdaderamente que la auténtica oración es encuentro entre Dios y el hombre; es peregrinación del hombre hacia Dios y de Dios que sale a su encuentro. Constantemente caminamos el uno hacia el otro. Se trata de una peregrinación de amor, de una búsqueda y encuentro de amor.

«Lo quiero, queda purificado»

            El encuentro con Jesús restituye al hombre leproso no sólo la pureza de su cuerpo, sino también de su alma y corazón. Es decir, restablece la relación de comunión con Dios, con los demás y consigo mismo. El encuentro con Jesús sana, reconcilia, purifica y nos abre a relaciones plenas con Dios, con los demás y con nosotros mismos.

            No olvidemos que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,  con una Persona, que da un nuevo horizonte  a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[4]

            Sí, es la experiencia del encuentro con Jesús lo que nos sana y transforma, lo que nos va haciendo plenamente cristianos, discípulos y testigos de Jesús y su acción salvadora. “Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro- con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de nuestra autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le pedimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero.”[5]

            ¡Cuánto necesitamos de ese auténtico encuentro con el Señor!

            ¡Cuánto necesitamos acercarnos de verdad a Él!

            ¡Cuánto necesitamos arrodillarnos y orar con humildad y confianza!

            ¡Cuánto necesitamos que él purifique nuestro corazón!

            En la cercanía del inicio de la Cuaresma volvamos a despertar en nuestros corazones el anhelo de un auténtico y renovador encuentro con Jesús. La Cuaresma “es el momento para decirle a Jesucristo:

            «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».[6]

            Que María, Mater misericordiae – Madre de misericordia, nos eduque y nos lleve hacia un auténtico y sanador encuentro con su hijo Jesús. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt  

[1] FRANCISCO, Ángelus, 15 de febrero de 2015.

[2] FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 13.

[3] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 3.

[4] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1.

[5] FRANCISCOS, Evangelii Gaudium, 8.

[6] FRANCISCOS, Evangelii Gaudium, 3.

domingo, 7 de febrero de 2021

«Se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar»

 

Domingo 5° del tiempo durante el año – Ciclo B – 2021

Mc 1, 29 – 39

«Se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar»

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy vemos a Jesús que «fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés». Allí se encuentra con que «la suegra de Simón estaba en cama con fiebre».

            Jesús realiza un sencillo gesto y con su presencia y contacto sana a la suegra de Simón: «Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar» (Mc 1, 31). Cercanía, compañía y dignificación. Así podemos describir y sintetizar los gestos y actitudes de Jesús. Gestos y actitudes que sanan, presencia que sana.

«Se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar»

            La suegra de Simón experimenta estos gestos y actitudes de Jesús, y así, ella queda sanada e interiormente transformada. El texto nos dice que «entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos».

           

La curación de la suegra de Pedro
John Bridges, 1839.
Wikimedia Commons.

La cercanía de Jesús, su compromiso con ella y su valoración, no solamente la han sanado de la fiebre que padecía sino que la han transformado interiormente. Por eso es ella se levanta, se pone en pie y sirve a aquellos que están a su alrededor.

            Este sencillo versículo del evangelio de Marcos encierra importantes enseñanzas para nosotros. En primer lugar vuelve a recordarnos que la presencia de Jesús en nuestras vidas nos sana y nos transforma.

            Y en segundo lugar, nos señala que somos sanados de nuestras dolencias físicas y espirituales para servir a otros, para sanar a otros. Sanados para servir, sanados para sanar. Somos dignificados para dignificar a nuestros hermanos. Como dice san Pablo: «que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios» (1 Co 1, 4).

«Allí estuvo orando»

            Luego del episodio de la sanación de la suegra de Simón, se nos dice que «Jesús sanó a muchos enfermos (…) y expulsó a muchos demonios» (Mc 1, 34). Pero además se nos informa que a la mañana siguiente, «antes de que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando» (Mc, 1, 35).

            Jesús es capaz de sanar las enfermedades del cuerpo y de expulsar los demonios del corazón humano porque es el Hijo de Dios y porque mantiene una íntima comunión con su Padre en la oración. Así, Él trae a nuestra vida la presencia sanante y salvífica de Dios. “Las curaciones demuestran que el reino de Dios, Dios mismo, está cerca. Jesucristo vino para vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su victoria, obtenida con su muerte y resurrección.”[1]

            Además, nuevamente el Evangelio nos señala que lo que sana nuestro cuerpo y nuestra alma, es decir, la totalidad de la persona humana, es el contacto personal y auténtico con Dios. “Sólo gracias a ese encuentro con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad.”[2]

            Ese contacto personal e íntimo que se convierte en relación cotidiana y feliz amistad con Jesús se produce en la oración que es diálogo diario, en la lectura atenta y orante del Evangelio y la celebración llena de fe de los sacramentos. Allí Jesús nos toca. En esos espacios Él se acerca, nos toma de la mano y nos levanta de la fiebre del egoísmo y el pecado.

«Para eso he salido»

            Y al ponernos en pie, al restaurar nuestra salud, dignidad y alegría, Jesús nos capacita para servir a nuestros hermanos y caminar con Él anunciando el Evangelio: «vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1, 38).

            Sí, para eso salimos con Jesús de la fiebre del egoísmo, de la autorreferencialidad y del pecado; para vivir con Él una vida nueva de servicio y anuncio, de alegría y plenitud.

            Dejémonos tocar por las manos de Jesús, dejémonos sanar por Él y animémonos a salir con Él hacia los demás con “la alegría del Evangelio [que] llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”.[3]

            A María, Salud de los enfermos y Madre que se pone en camino para servir (cf. Lc 1, 39), le pedimos que nos eduque y nos acompañe en este proceso de dejarnos sanar por el Señor y así salir de nosotros mismos para caminar con Jesús hacia los demás. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.

Rector del Santuario Tupãrenda

[1] BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 5 de febrero de 2021 [en línea]. [fecha de consulta: 7 de febrero de 2021]. Disponible en: <https://www.deiverbum.org/homilias-ciclo-b_semana-05_tiempo-ordinario_dia-01-domingo/#Benedicto_XVI_papa>

[2] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 8.

[3] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 1.