La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 28 de marzo de 2019

María, Compañera y Colaboradora de Jesucristo


La Anunciación del Señor – Solemnidad – 2019

Lc 1, 26 – 38

María, Compañera y Colaboradora de Jesucristo

Queridos hermanos y hermanas:

            En medio del camino cuaresmal hacia la Pascua, celebramos la Anunciación del Señor, el momento en que se anuncia a María que será la Madre del Hijo de Dios, la Madre de Jesús (cf. Lc 1, 30 – 33). Esta escena evangélica y su significado profundo nos muestran a María como colaboradora de Dios en la obra de la salvación humana.

            Por esta razón –y por toda la vida de María tal cual nos llega a través de los evangelios canónicos- el Padre José Kentenich formuló el ideal personal de María de la siguiente manera: María es la Compañera y Colaboradora permanente de Jesucristo en toda su obra de Redención.

            Y en este contexto litúrgico, nuestros Guardianes del Santuario de Tupãrenda y nuestros voluntarios del equipo Instrumentos de la Mater, quieren consagrase como María para llegar a ser –en el apostolado de cada uno- compañeros y colaboradores de Cristo.

Compañeros y colaboradores de Cristo

            Si meditamos a partir de la Liturgia de la Palabra, ser compañeros y colaboradores de Cristo implica, al menos, tres dimensiones o actitudes a cultivar.

            En primer lugar se trata de llegar a ser un signo de que Dios está con nosotros, de que Dios está en medio de nosotros (cf. Is 7, 10 – 14; 8, 10). Todos podemos llegar a ser un pequeño signo de Dios para nuestros hermanos; un signo de Dios a través de nuestras miradas, palabras y gestos.

            En segundo lugar, podemos aprender esa disponibilidad para con Dios y para con nuestros hermanos de la que nos habla el texto tomado de la Carta a los Hebreos (cf. Hb 10, 4 – 10).

            Se nos dice que al entrar en este mundo, Cristo dijo: «Aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley- para hacer, Dios, tu voluntad» (Hb 10, 7). El «Aquí estoy» de Cristo es disponibilidad. Por eso, siguiéndole a Él, queremos aprender a no escondernos, a no huir de los pedidos de amor, de tiempo, de ternura y de servicio que nos hacen nuestros hermanos.

Lo contrario a esta disponibilidad de Cristo es el esconderse de Adán y Eva luego del primer pecado (cf. Gn 3, 10). Esconderse en las excusas, en la comodidad, en la acedia o pereza espiritual que no es otra cosa que el cansancio del amor.

La Anunciación.
Paolo de Matteis, 1712. Óleo sobre tela.
Saint Louis Art Museum, Saint Louis, Missouri, US.
Wikimedia Commons.
Finalmente, llegar a ser compañeros y colaboradores de Cristo, implica hacer nuestro el sí de María: «Que se haga en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). El sí de María es un sí consciente; meditado, reflexionado y sereno. No hay apuros ni ansiedades en su respuesta. El sí de María es un sí auténticamente libre. Libre de caprichos y pretensiones. No hay en su respuesta segundas intenciones. El sí de María es un sí fiel. Un sí que permanece desde la Anunciación hasta la Cruz. En su sí “no hay amargas quejas”[1] o reclamos. Su sí permanece y es para siempre. Ella es coherente con ese sí, Ella es la Virgo Fidelis.

También nosotros queremos ser compañeros y colaboradores de Cristo como María.
Por ello, al dar hoy nuestro «sí», imploramos de María, Mater Annuntiationis - Madre de la Anunciación:

“Adéntranos
profundamente en tu misión;
haz de nosotros servidores del Redentor.”[2] Amén.


[1] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 349.
[2] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 341.

sábado, 23 de marzo de 2019

«Puede ser que así de frutos en adelante»


Domingo 3° de Cuaresma – Ciclo C

Lc 13, 1 – 9

«Puede ser que así de frutos en adelante»

Queridos hermanos y hermanas:

            Para meditar el texto evangélico de hoy (Lc 13, 1 – 9) podemos dividir el mismo en dos momentos. En un primer momento se nos llama la atención sobre el diálogo entre un grupo de personas y Jesús. Se nos dice que este grupo de personas «comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios». (Lc 13, 1).  

            Ante este aparente simple comentario, Jesús responde con cierta dureza. ¿Por qué lo hace? ¿Qué quiere decirnos hoy el Señor a nosotros?

«Se presentaron unas personas que comentaron a Jesús…»

            Volvamos a observar esta primera escena del evangelio. Ante el comentario de estas personas, Jesús responde: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque era más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.» (Lc 13, 2 – 3). El Señor incluso añade otro caso más, el de aquellas personas que murieron al derrumbarse una torre, para volver a insistir en que estas no eran más pecadoras que las demás, y para señalar la necesidad de la propia conversión (cf. Lc 13, 4 – 5).

            ¿Por qué reacciona de esta manera Jesús? Pienso que Jesús descubre en sus interlocutores una mala costumbre muy extendida también entre nosotros: el dedicarse a observar la vida de los demás, comentarla y juzgarla.

En el fondo, los que se acercaron a Jesús con el comentario –con el chisme- sobre los galileos que murieron a manos de Pilato, esperaban que Jesús siguiera comentando el hecho para luego llegar a la conclusión de que probablemente se merecían lo que había sucedido. “Según la mentalidad del tiempo, la gente tendía a pensar que la desgracia se había abatido sobre las víctimas a causa de alguna culpa grave que habían cometido.”[1]

            Junto con el chisme se encuentra el juicio inmisericorde sobre los demás y la imagen distorsionada de un Dios que castiga a través de situaciones duras en la vida e incluso a través de desgracias. Murmuración, juicio e imagen distorsionada de Dios.

            Jesús no entra en ese juego, en esa dinámica. En lugar de mirar la vida de los demás y juzgarla, él nos invita a mirar nuestra propia vida y discernir con sinceridad si nuestra vida está en consonancia con la voluntad de Dios.

            Muchas veces, al observar la vida de los demás y al juzgarla, nos estamos escapando de observar nuestra propia vida con realismo y humildad, y de juzgar nuestras propias actitudes y acciones. Juzgar a los demás es como un relajante para la propia conciencia, una manera de anestesiar la conciencia. Mientras observo la vida de los otros, no observo mi propia vida; mientras me preocupo por la vida de los demás no me ocupo de mi propia vida.   

«Un hombre tenía una higuera…»

            Por eso, luego de corregir estos comentarios, estos chismes estériles, Jesús abre el segundo momento de esta perícopa evangélica relatando la parábola de la higuera que no ha producido frutos (Lc 13, 6 – 9).

            Es interesante cómo Jesús traslada el eje del diálogo. Lo central no es comentar la vida de los demás; lo central no es tampoco la desesperanza ante las situaciones difíciles de la vida. Se trata más bien de dejarnos interpelar personalmente por lo que ocurre a nuestro alrededor y con nuestros hermanos. Se trata de interpretar a la luz de la fe, y de la libertad y responsabilidad personales, los acontecimientos de la realidad que nos rodea.

            Eso es precisamente lo que Jesús realiza con la parábola que relata. Interpretando las imágenes contenidas en la parábola podemos ver que el dueño de la viña es Dios mismo; la viña, originalmente el Pueblo de Israel, es la Iglesia, y cada uno de nosotros; el viñador es Jesucristo.

            Por lo tanto, en lugar de entregarnos a comentarios estériles o a la desesperanza, nuestra tarea es la de producir frutos en la viña de Dios. Se nos muestra una dimensión importante de la conversión. Ella consiste en dejar de acusar a los otros y comenzar a reconocer con humildad nuestros propios límites y pecados.

            Y ese reconocimiento debe llevarnos a trabajar en nuestra propia personalidad y vida, a trabajar en las situaciones que están a nuestro alcance. ¿Qué puedo hacer para dar frutos de conversión? ¿Qué puedo hacer concretamente para dejar de ser juez implacable de mis hermanos y convertirme en humilde penitente?

            El penitente es aquel que se conoce y se reconoce, tanto en sus límites como en sus capacidades. El penitente sabe educarse a sí mismo con lucidez renunciando a la soberbia, al egocentrismo y a la auto-suficiencia. Por eso el auténtico penitente se comparte de forma sencilla y humilde ante Dios y ante sus hermanos. Y esa humildad, es una humildad serena y llena de confianza.     

«Puede ser que así de frutos en adelante»

            ¿Dónde radica su confianza? No en sí mismo, sino en Cristo Jesús. Porque sabe que Jesús es el viñador que intercede ante el dueño de la viña: «Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así de frutos en adelante.» (Lc 13, 8 – 9).

            Sí, Jesús remueve la tierra de nuestro corazón buscando que podamos absorber los nutrientes que nos concede a través del Evangelio y de los sacramentos. Jesús remueve nuestras conciencias adormecidas que con facilidad se distraen y olvidan examinarse a sí mismas. Jesús quiere remover nuestras seguridades humanas para oxigenar nuestra vida y abrirnos a la acción siempre renovadora y transformadora del Espíritu Santo.

            Todavía hay una dimensión más que quisiera señalar a partir de este episodio evangélico. Al trasladar el centro del diálogo del comentario estéril al fecundo examen de conciencia, Jesús nos señala también que el mal presente en el mundo siempre se vence en primer lugar en el propio corazón. Por eso la penitencia es siempre un acto de esperanza. Se realiza con la confianza de que el mal puede ser superado en su propia raíz que no es otra que el pecado en el corazón humano.

            Sí, mirando nuestro propio corazón –con humildad y sinceridad- y abriéndolo con confianza a la acción de Jesús, participamos de la esperanza del Señor: «Puede ser que así de frutos en adelante» (Lc 13, 9). Sí, la esterilidad del pecado no tiene la última palabra. Si nos abrimos a Jesús la fecundidad de su gracia se manifestará también en nuestra vida y –con nuestro compromiso- en la Iglesia y la sociedad.

           
A María, Madre de los penitentes, le pedimos que nos siga guiando por la senda cuaresmal hacia la fecundidad de la vida nueva, de la vida su hijo resucitado, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


[1] BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 11 de marzo de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 23 de marzo de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2007/documents/hf_ben-xvi_ang_20070311.html>