La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 24 de diciembre de 2023

«El ángel entró en su casa»

Domingo 4° de Adviento – Ciclo B - 2023

Lucas 1, 26 – 38

«El ángel entró en su casa»

 

Este 4° domingo del tiempo de Adviento es del todo particular. Durante la mañana de este día, con la Iglesia, vivimos y celebramos todavía el Adviento, el tiempo del anhelo y de la espera de Cristo Señor que viene a nuestro encuentro.

Por la tarde, y sobre todo “en la noche santa”, nos introduciremos en el misterio del nacimiento del Salvador: "el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios." El evangelio del Domingo 4° de Adviento nos introduce ya en esta particular expectación al poner ante nuestros ojos el relato de la Anunciación.

El nombre de la virgen era María

            Así mismo, el relato evangélico nos muestra a los protagonistas, por decirlo así, del tiempo de Adviento, conforme este se acerca a la Navidad: José y María.

            Si la figura de Juan el Bautista se destaca durante las primeras dos semanas del Adviento, invitándonos a preparar el camino del Señor y señalando al mismo tiempo su venida escatológica; en la segunda parte del Adviento, aparecen con claridad ante nosotros las figuras de san José y la Viren María. Ellos nos ayudan a hacer memoria de la primera venida del Salvador, esa venida que celebramos al contemplar y anhelar su nacimiento.

            San José y la Virgen María, cada uno según su propia originalidad y carácter –tal cual nos lo muestran los evangelios- nos hablan no sólo de la ternura y el anhelo del nacimiento del Salvador; también nos hablan, con mucha sencillez pero profundidad, que ese anhelo por el Salvador, ese anhelo por Dios, se cultiva y experimenta en lo cotidiano de nuestra vida.

El ángel entró en su casa

            Por eso la conocida escena de la Anunciación del Señor ocurre en casa de María. Así lo señala el texto desde su inicio: “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. (…) El ángel entró en su casa.”

            No debemos dejar de considerar y meditar una y otra vez en el hecho que el ángel de Dios entra en la casa de María. Es decir, llega a la cotidianeidad de la santísima Virgen. El texto evangélico no nos da detalles sobre lo que realizaba en ese momento María. Simplemente nos dice que el ángel entra en su presencia y al saluda: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.

           

- María en el Pesebre -
Iglesia Santa María de la Trinidad 


Podemos imaginar toda una serie de situaciones: tal vez María se encontraba en medio de sus tareas domésticas, o tal vez estaba en oración. No lo sabemos con certeza. Lo que sí nos transmite el Evangelio es que Ella se encontraba en su día a día, y aún así, en medio de lo cotidiano, se encontraba abierta a la presencia y a la palabra de Dios.

            De eso se trata. De tomar conciencia de que Dios viene a nuestro encuentro en lo cotidiano; se trata de tomar conciencia del Adviento cotidiano de Dios en nuestras vidas.

            María nos señala eso: Dios viene a nuestro encuentro en lo cotidiano, el Adviento ocurre día a día, y así ha de ser, para que también el Nacimiento del Salvador en nuestros corazones, ocurra día a día.

            ¿Cuán abiertos y disponibles estamos en el día a día para percibir la presencia de Dios en nuestras vidas, sus saludos y palabras? ¿Estamos serenamente atentos y disponibles o inquietamente dispersos?

Alégrate – No temas - Hágase

            Esa disponibilidad de María, esa su apertura a Dios en lo cotidiano, le permite entrar en un diálogo de fe con Dios, a través de su ángel. Conocemos el diálogo, lo hemos escuchado. Tratemos de contemplarlo y de adentrarnos en el mismo.

            En primer lugar, María es capaz de escuchar el saludo de Dios: Alégrate. La presencia de Dios en nuestras vidas siempre trae una sincera alegría, un gozo sereno y profundo que nada ni nadie nos puede arrebatar. La raíz de esa alegría es la certeza de que no estamos solos, Dios nos acompaña. “El que cree nunca está solo” (Benedicto XVI).

            Junto con la alegría por la presencia de Dios en nuestra historia de vida, se nos confía también una misión de vida, un ideal por el cual y para el cual vivir. Si bien esto puede desconcertarnos, Dios vuelve a decirnos una y otra vez: no temas. Es el momento de la oración constante, sincera y confiada. Donde se le presenta a Dios nuestras capacidades, pero también nuestros límites, preguntas e inseguridades. Si nuestra oración es sincera, Él no dejará de responder a nuestras preguntas y necesidades con el don y la acción de su Espíritu Santo.

            Y precisamente, movidos por ese Espíritu Santo, es que finalmente logramos decir con los labios y el corazón: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra.”

            Lo que María vivió en el momento de la Anunciación, y lo cual fue siempre fiel, debemos nosotros vivirlo cada día, para llegar también a decir como Ella: que se haga en mí según tu Palabra.

            En este Domingo 4° de Adviento, tan cercanos a la Noche Buena, pidámosle a María, Mujer del Adviento, que haga de cada uno de nosotros hombres y mujeres del adviento cotidiano, hombres y mujeres que en medio de las preocupaciones y ocupaciones del día a día, sepan escuchar el saludo del ángel de Dios y así responder a la llamada que nos hace el Señor de acoger su Palabra en nuestros corazones. Que así sea. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Misa matutina del 24 de diciembre de 2023


domingo, 12 de noviembre de 2023

«¡Yo te bendigo Padre!» - 10° Aniversario sacerdotal

Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán - Fiesta

Décimo aniversario de mi ordenación sacerdotal

Jn 2, 13 – 22

Mt 11, 25 – 30

«¡Yo te bendigo Padre!»

Queridos hermanos y hermanas:

            En este día, la Liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de la dedicación de la basílica romana de san Juan de Letrán, “madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y del orbe cristiano”. La basílica papal de san Juan de Letrán es la Iglesia catedral del Obispo de Roma, del Papa. Por esta razón celebramos esta fiesta litúrgica, y así renovamos nuestra comunión con el Papa y la Iglesia de Roma, y nuestra oración por él.

            Además, al celebrar hoy Eucaristía aquí en Tupãrenda, con ustedes quiero dar gracias a Dios por el décimo aniversario de mi ordenación sacerdotal. Diez años de sacerdocio ministerial; diez años de misericordia. Como aquél día de gracias -en el cual me postré en esta misma Iglesia al rezar la letanía de los santos-, quiero volver a decir con los labios y el corazón: «¡Yo te bendigo Padre!» (Mt 11, 25).

La fuerza del sacramento

            Sinceramente no es fácil para mí pronunciar hoy una homilía. ¿Qué decir? ¿Cómo tratar de sintetizar y testimoniar diez años de ministerio sacerdotal? ¿Cómo testimoniar tanta misericordia del Padre? ¿Cómo compartir algo sin ser auto-referente?

            Respecto de su propia ordenación sacerdotal y primera Misa, decía el entonces Cardenal Ratzinger:

            “Estábamos invitados a llevar a todas las casas la bendición de la primera misa y fuimos acogidos en todas partes –también entre personas completamente desconocidas- con una cordialidad que hasta aquel momento no me podría haber imaginado. Experimenté así muy directamente cuán grandes esperanzas ponían los hombres en sus relaciones con el sacerdote, cuánto esperaban su bendición, que viene de la fuerza del sacramento. –Continúa Ratzinger- No se trataba de mi persona ni de la de mi hermano: ¿qué podrían significar, por sí mismos, dos hermanos, como nosotros, para tanta gente que encontrábamos? Veían en nosotros unas personas a las que Cristo había confiado una tarea para llevar su presencia entre los hombres.”[1]

           


¿Qué puede significar por sí mismo un hombre para tantas personas, para tantos que llegan hasta este Santuario? ¡Cuántos buscan la bendición del sacerdote! Una palabra, un consejo, una orientación. No se trata de mi persona, sino de la fuerza del sacramento, de la fuerza del sacramento del orden: de la presencia y acción eficaz del “único sacerdocio de Cristo que se perpetúa en la Iglesia.”[2]

            A lo largo de estos años de ministerio sacerdotal he comprendido a qué se refiere la teología sacramental cuando habla de un “cambio ontológico” en el varón bautizado que recibe el ministerio sacerdotal en el grado del presbiterado. El ente en cuanto tal, la persona misma, no experimenta un cambio; pero sí cambia el sentido de la misma para la Iglesia, para el pueblo que vive con él la fe. Para su pueblo es de ahora en más sacerdote, presencia sacramental de Cristo cuando actúa in Persona Christi et in nomine Christi.

            Incluso cuando en el cansancio he intentado esconder el sacerdocio de Cristo presente en mí; aquellos que me rodean siempre lo han buscado, encontrado y sacado a relucir. Recuerdo especialmente una situación, en la cual estaba ya cansado y algo saturado por las tareas pastorales y otros temas. En ese momento, recibo el mensaje de un amigo que me decía que vendría a visitarme. Tal fue mi alegría por la visita que recibiría que pensaba en qué conversaría con este amigo cuando llegase.

            Finalmente el encuentro y compartir se dio. Pero casi al final del mismo, esta persona me dice: “¿puedo confesarme?”. Y ahí volví a comprender que ya no soy solamente yo, sino el sacerdocio de Cristo en mí. Como bien lo expresa el Papa Francisco: “gracias a Dios, la gente nos roba la unción”; esa unción recibida en la ordenación sacerdotal.

«¡Yo te bendigo Padre!»

            Sí, se trata de la fuerza del sacramento, pero también de la fuerza del sentido de fe de los fieles –sensus fidelium-. No hay Eucaristía sin sacerdote; pero tampoco hay –vital y existencialmente- sacerdote sin pueblo fiel de Dios. Jesús “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”[3], sin esta pertenencia al Pueblo de Dios, a la Iglesia de Jesucristo.

            Sí, el sacramento del orden constituye verdaderamente a los varones bautizados como sacerdotes: ministros de la Palabra, de la Eucaristía y del santo pueblo fiel de Dios. Y al mismo tiempo, el contacto vivo con el pueblo de Dios en cada sacramento, en cada Eucaristía, en cada confesión, en cada diálogo, en cada alegría, sufrimiento y apostolado, constituye a los sacerdotes como hermanos, padres y amigos. Caminamos juntos –ministros y fieles-, el Señor Jesús, como en una peregrinación, camina con nosotros, en medio de su Iglesia.

            Por eso hoy, al repetir las palabras del Evangelio según san Mateo: «¡Yo te bendigo Padre!»; bendigamos a Dios, en primer lugar por habernos otorgado el gran don del Bautismo en Cristo; y con ello, habernos constituido como pueblo santo, pueblo de su propiedad: Nación de Dios.

            Bendigamos al Padre, por el gran don de su hijo, Jesucristo; bendigamos al Padre porque es el encuentro con Él lo que nos ha hecho cristianos; bendigamos al Padre, por el sacerdocio de Cristo, presente en su Iglesia, y por el ministerio sacerdotal de tantos hombres que con sus capacidades y límites hacen presente a Cristo para su Iglesia.

            Finalmente bendigamos al Padre por estos diez años de misericordia, en los cuales, en Alianza de Amor con María, me ha permitido ser “un sacerdote-padre con alma de niño. Ungido para ungir, perdonado para perdonar, amado para amar, salvado para salvar.” Un sacerdote-padre que intenta reflejar y reglar “el abrazo de ese Padre de misericordia” que un día lo abrazó en Tupãrenda.

María de la Trinidad

            A María de la Trinidad, a María de Tupãrenda, le pido la misma gracia que el P. Juan Pablo Catoggio pidió para mí en primera Misa (10/11/2013): “Que María, como desde el comienzo, vele por el encuentro del hijo con el Padre, que Ella vele desde el Santuario por cada uno de los que Dios te confía y te confiará.”[4]

            ¡Yo te bendigo Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños! Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

9 de noviembre de 2023



[1] J. RATZINGER, Mi vida. Autobiografía, 114 – 115.

[2] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de Ordenaciones I

[3] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 268.

[4] P. JUAN PABLO CATOGGIO, Primera Misa del P. Oscar Iván Saldívar. Homilía, 10 de noviembre de 2013. 

miércoles, 25 de octubre de 2023

María, mujer sinodal - 18 de Octubre de 2023

 

Fiesta del 18 de Octubre de 2023

Santuario de Tupãrenda

Jn 2, 1 – 11

María, mujer sinodal

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos hoy los 109 años de la primera Alianza de Amor con María, la alianza del 18 de octubre de 1914; celebramos además el 42° aniversario de la bendición de nuestro querido Santuario de Tupãrenda. ¡Celebramos la alianza, el Santuario y la Mater! ¡Qué gran día de celebración! ¡Qué gran día de bendición!

            Celebramos este 18 de Octubre guiados por el lema: “Con María, familia en alianza al servicio de una Iglesia sinodal”. Con este lema quisimos unir la espiritualidad de Schoenstatt, la espiritualidad de alianza, con el impulso del Año del Laicado que estamos viviendo como Iglesia que peregrina en el Paraguay.

Iglesia sinodal

            La primera parte del lema nos habla de nuestra espiritualidad de Schoenstatt, de nuestra identidad: “Con María, familia en alianza”. Como familia espiritual, el Movimiento Apostólico de Schoenstatt está conformado por diversidad de ramas, comunidades e iniciativas apostólicas.

            Y lo que une esta diversidad de comunidades es la Alianza de Amor con María. Es Ella la que nos convoca en su Santuario, la que nos llama a sellar una alianza de amor con Ella, y la que nos enseña a vivir en alianza los unos con los otros; Ella nos hace familia. Una familia de bautizados que nace de la Alianza de amor con Ella, vive en y desde esa alianza, y quiere regalar el carisma de la Alianza de Amor a la Iglesia y a la sociedad.

            En la segunda parte del lema de este año se nos invita a ponernos “al servicio de una Iglesia sinodal”. Pero, ¿qué es una Iglesia sinodal? ¿Qué significa ser Iglesia sinodal?

            El término “sinodal” proviene de una institución eclesial. La Iglesia ha llamado Sínodo a uno de los órganos colegiales que aconseja al Papa, concretamente al Sínodo de los Obispos. A su vez el término sínodo proviene del griego y significa caminar juntos. Así el Sínodo quiere convertirse en una actitud sinodal, en un modo de ser y vivir la Iglesia.

            Por lo tanto la Iglesia sinodal es la Iglesia que toma conciencia de que todos los bautizados caminamos juntos, los unos con los otros, y todos, caminamos detrás de Jesús, nuestro Salvador, nuestro Maestro y Señor.

           

Fiesta del 18 de Octubre en Tupãrenda.
Con María, familia en alianza
al servicio de una Iglesia sinodal.
En la alianza de amor, María nos enseña vitalmente a vivir una actitud sinodal; es decir, la actitud de quien sabe que no camina solo en la vida ni en la fe, sino en comunión con todos los hombres y mujeres, con todos los bautizados. Recordémoslo una vez más: “el que cree nunca está solo” (Cf. Benedicto XVI); sino que en Cristo Jesús está íntimamente unido a todos los bautizados.

            Sí, en Cristo y por Cristo, nunca estamos solos. Jesús está siempre con nosotros, y en realidad, siempre estamos unidos a toda la Iglesia: se trata de la realidad del Cuerpo místico de Cristo. “Nosotros somos sus miembros, Él la única cabeza” (Cf. P. J. Kentenich). Y esta realidad sobrenatural, se nos hace accesible a través de la Alianza de Amor con María. Lo que el bautismo nos da por gracia, la alianza de amor nos ayuda a vivir y experimentar.

Iglesia orante

            Es más, mirando a la Santísima Virgen comprendemos vitalmente en qué consiste ser Iglesia sinodal.

            La primera característica de la Iglesia sinodal es que ella es una Iglesia orante. Así lo vemos en el texto tomado de los Hechos de los Apóstoles, en el cual se nos dice que: «Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.».

            Sí, la primera característica de una Iglesia sinodal es la oración vivida en comunidad. Se nos dice con mucha claridad que «después de subir Jesús al cielo», los discípulos se reunieron para hacer oración en común. No individualmente, sino en común, en comunidad, como Iglesia. La Iglesia se vive cuando oramos en común; cuando juntos escuchamos, acogemos y meditamos la Palabra de Dios que se nos dirige; cuando juntos celebramos con fe los sacramentos.

            ¡Cuánto nos falta aprender a orar en común! Puede que hagamos oración de forma individual; puede que leamos y meditemos la Palabra de Dios cada día de forma personal. Pero debemos dar un paso más: aprender a orar en comunidad. Que nos es otra cosa que aprender a abrir el corazón a Dios y a los hermanos. Aprender a poner el corazón –y todo lo que llevamos dentro- en presencia de nuestros hermanos. ¡Qué hermoso sería que en cada familia, en cada comunidad, cada uno pueda abrir el corazón en oración para que Dios reciba lo que llevamos dentro! Y de ese modo hacer propias las intenciones de los demás.

            Esa experiencia de oración en común auténticamente vivida, y bajo la guía maternal de María, puede llevarnos a experimentar lo que vivieron los primeros discípulos: «Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración». Esa íntima unidad inicia, se cultiva y se fortalece con la oración. Esa íntima unidad es la auténtica sinodalidad. Sin oración no podremos ser una Iglesia sinodal.  

Iglesia diligente

            La Iglesia sinodal es también una Iglesia diligente en el servicio a los demás. Una vez más, es María la que nos muestra de forma vital y concreta cómo ponernos al servicio de los demás.

            Lo vemos en el pasaje evangélico de las Bodas de Caná (Jn 2, 1 – 11). Es Ella la que percatándose de la necesidad, se acerca a Jesús y le dice: «No tienen vino». Y más, aún. Ante la aparente resistencia de Jesús, Ella dice con serena certeza: «Hagan todo lo que él les diga»

            Estar al servicio de los demás como Iglesia diligente es prestar atención a las necesidades de los demás y tomar la iniciativa; involucrarse concretamente venciendo toda comodidad e indiferencia. Así, la Iglesia sinodal “es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”.[1]

            Estamos llamados a involucrarnos como lo hizo Jesús. “Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican» (Jn 13, 17).”[2]

            Por eso, siguiendo a Jesús y aprendiendo de María, la Iglesia sinodal se adentra con obras, gestos y servicios en la vida cotidiana de los demás. Y así se convierte en Iglesia diligente; es decir, en  Iglesia que ama concretamente en el servicio, la misericordia y la ternura.

            Sin servicio, sin ternura, sin misericordia, no podremos ser Iglesia sinodal, Iglesia en salida, que camina al encuentro de los demás, al encuentro de Cristo Jesús presente en los más vulnerables: en los ancianos, enfermos y necesitados de ternura. Ternura que no es otra cosa que tocar con delicadeza y respeto la fragilidad del otro, para, con  esa caricia darle consuelo.

María, mujer sinodal

            En último término, queridos hermanos y hermanas, al peregrinar hoy a Tupãrenda y celebrar la Alianza de Amor con María, nos damos cuenta de que María es la personificación de la Iglesia sinodal. Y esto es así, porque María es mujer sinodal; es decir, María es mujer orante y diligente. Mujer de profunda y viva oración, que desde la oración camina al encuentro de los demás en el servicio de amor.

A María, la mujer sinodal, le pedimos que nos eduque en su Santuario, y nos conceda las actitudes de la Iglesia sinodal: la oración y el servicio diligente. A Ella, mujer de la alianza, le decimos en este Santuario y en este día de gracias:

“Aseméjanos a ti y enséñanos
a caminar por la vida tal como tú lo hiciste:
fuerte y digna, sencilla y bondadosa,
repartiendo amor, paz y alegría.
En nosotros recorre nuestro tiempo
preparándolo para Cristo Jesús.”[3]

Con María, familia en alianza.

Con María, Iglesia sinodal.

Amén.

P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 24

[2] Ibídem

[3] P. J. Kentenich, Hacia el Padre, 609

martes, 19 de septiembre de 2023

Nuestra Señora de los dolores - 2023

 

Celebración en honor a san Pio de Pietrelcina

Capilla Conventual San Pio – Surubi´í

2° día del Novenario

María, Virgen hecha Iglesia

Nuestra Señora de los dolores

 

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Iglesia hoy nos invita a hacer memoria de la Bienaventurada Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de los dolores. Hemos escuchado juntos el pasaje del Evangelio según san Juan en el cual se nos relata que «junto a la cruz de Jesús, estaba su madre» (Jn 19, 25 – 27). Así mismo, conocemos la secuencia que se entona en este día: Stabat Mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa – Estaba la Madre Dolorosa, de pie junto a la Cruz, llorosa.

            En la mente podemos visualizar el momento, y en el corazón tratar de unirnos íntimamente a Jesús y a su Madre; esa Madre que precisamente nos fue confiada al pie de la Cruz: «Aquí tienes a tu madre».

Nuestra Señora de los dolores

            ¿Qué sabiduría de vida se esconde detrás de esta advocación mariana y su memoria litúrgica?

            La presencia de Nuestra Señora de los dolores nos señala en primer lugar la íntima unión entre Cristo y María. María está al pie de la cruz de su hijo porque estuvo a su lado a lo largo de toda su vida.

Si recorremos las páginas del Evangelio veremos cómo María ha estado íntimamente unida a Jesús durante toda su vida, desde la misma concepción virginal y nacimiento de Jesús (cf. Lc1, 35. 2 ,6-7), pasando por sus primeros signos en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-11) hasta la cruz (cf. Jn 19, 25-27) y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés (cf. Hch1, 14). Verdaderamente María “ha pasado con el Señor por la vida”[1]. Ella ha caminado por la vida con Jesús y sus discípulos.

¿Y qué nos dice este constante caminar de la Madre con el Hijo? Este constante caminar de María al lado de Jesús nos descubre que Ella es la Colaboradora y Compañera de Jesucristo en toda su obra de Redención.

Sí, María colabora con Jesús en toda su obra de redención, y por ello, lo acompaña en la hora de la Cruz. Ella se ofrece también con el Hijo al Padre, y todavía, en la hora de la Cruz, acepta una nueva tarea, una nueva misión de parte del Hijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo».

La colaboración de María continua, su misión se extiende ahora a todos los discípulos de su Hijo. Así como acompaña al Hijo en la Cruz, nos acompañará a todos nosotros en nuestros grandes y pequeños dolores.

María de la Trinidad, en la advocación de 
Nuestra Señora de los dolores.
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Y es por ello, que la presencia de Nuestra Señora de los dolores nos señala todavía algo más. Nos señala la presencia del dolor y del sufrimiento en la vida humana, en la vida de los creyentes.

A veces quisiéramos evitar el dolor y el sufrimiento, a veces quisiéramos evitar el sacrificio. Y sin embargo: Cristo «aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer» (Heb 5, 8). A veces quisiéramos que nuestra fe en Cristo Jesús nos dispense de dificultades y sufrimientos. Pero esa sería una fe muy inmadura y que no nos ayudaría a enfrentar los desafíos de la vida humana.

María, como Madre Dolorosa, nos recuerda que el dolor y el sufrimiento son parte del camino humano y del camino de fe. “Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo vemos- es una fuente continua de sufrimiento.”[2]

Digámoslo con toda claridad, contemplando a la Madre Dolorosa y al llagado san Pio de Pitrelcina, “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito.”[3]

La Madre Dolorosa en realidad es por ello también Madre de la Esperanza; porque aceptando el dolor y uniéndolo al dolor redentor de Cristo sabe, cree y espera que todo ese sufrimiento se transformará en gozo: «Felices los afligidos, porque serán consolados» (Mt 5, 5).

La Dolorosa llena de esperanza nos eduque y nos enseña a aceptar con madurez el dolor que no podemos cambiar, la dificultad ante la cual no debemos huir. Nos enseñe que asumiendo ese dolor, esa dificultad, maduramos en la vida humana y en la fe cristiana. Y así nos preparamos ya desde ahora para participar del gozo de aquellos que serán consolados por el mismo Señor Jesús.

María, Virgen hecha Iglesia

            Así es como María se ha hecho Iglesia: acompañando al Señor a lo largo de toda su vida; incluso hasta la Cruz y el sufrimiento. Asumiendo el dolor llena de esperanza para así participar plenamente de la Resurrección.

            Así es como Ella nos hace Iglesia: enseñándonos a acompañar al Señor y a nuestros hermanos. Enseñándonos a no huir del propio sufrimiento ni del sufrimiento de los demás. Sino a asumirlo y hacer lo posible por aliviarlo, por consolar. Y lo que no podamos aliviar, entregarlo en oración y unirlo a la Cruz redentora de Jesús, sabiendo que misteriosamente colaboramos en la obra de redención del Señor y así nuestros sufrimientos encuentran un sentido y nos ayudan a madurar en la vida, en la fe y en el amor. Allí se esconde un gozo que nada ni nadie nos podrá arrebatar.

            En este día, llenos de fe, y también unidos a san Pio de Pietrelcina, decimos:

            “Concédeme entregar a los pueblos,

            como el signo de redención,

            tu cruz, Jesucristo,

            y tu imagen María.

            ¡Que jamás nadie separe

            lo uno de lo otro,

            pues en su plan de amor

            el Padre los concibió como unidad!”[4] Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 354

[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 36

[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 37

[4] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 332

martes, 13 de junio de 2023

Corpus Christi 2023

 

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo A – 2023

Jn 6, 51 – 58

«El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra de este día nos presenta una parte del capítulo 6 del Evangelio según san Juan; capítulo conocido como el “discurso del pan”. En la perícopa que hoy leemos y meditamos (Jn 6, 51 – 58), los estudiosos de la Sagrada Escritura nos dicen que se da un movimiento en el texto.

Se pasa del “discurso del pan”, que se refiere a la persona misma de Jesús, al “discurso eucarístico”. Así se produce un cambio de acentuación en relación con los versículos anteriores de este capítulo. “Aquí ya no se habla del pan que es el propio Jesús, sino del pan que «él dará», y ese pan «es mi carne para la vida del mundo».[1]

De a poco se nos vuelve a manifestar que «el pan vivo bajado del cielo» en la Eucaristía es verdaderamente la «carne» de Jesucristo entregada «para la vida del mundo».

Por eso en esta celebración litúrgica queremos verdaderamente «glorificar al Señor» (Salmo 147, 12); glorificar al Señor por su Palabra; glorificar al Señor por su Cuerpo y Sangre eucarísticos; glorificar al Señor por su presencia en medio de nosotros y en nosotros.   

«El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo»

            Al inicio del texto evangélico, Jesús vuelve a presentarse como «el pan vivo bajado del cielo». Es decir, se trata del pan que viene de Dios mismo. Jesús vuelve a presentarse a sí mismo como el auténtico enviado de Dios. Por esta razón afirma que «el que coma de este pan vivirá eternamente». Él es “el alimento que contiene la vida misma de Dios y es capaz de comunicarla a quien come de él, el verdadero alimento que da la vida, que nutre realmente en profundidad.”[2]  

Seguidamente el Señor precisa que este pan que Él ofrece es su «carne para la vida del mundo». Es importante notar aquí que a esta altura del discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, ya no se trata de aceptar con fe que Jesús es «el pan bajado del cielo» (Jn 6, 41), pan que es ofrecido por el Padre que «da el verdadero pan del cielo» (Jn 6, 32). Se trata de dar un paso más en el seguimiento de Jesús.

Además de esa fe, unida a esa fe y como expresión de esa fe, se trata ahora de aceptar que el «pan vivo bajado del cielo» que Jesús ofrece es su misma carne. Y que si queremos vivir en plenitud, debemos alimentarnos con fe de su carne.

La insistencia en la expresión “carne”, en lugar de la expresión “cuerpo”, en el Evangelio según san Juan, se explica por la concepción realista de la Encarnación del Hijo de Dios y por lo tanto de la Eucaristía.

Si es verdad que la Palabra Eterna (cf. Jn 1,1) se encarnó en el hombre Jesús y «habitó entre nosotros» (Jn 1,14), viviendo una vida humana; si es verdad que verdaderamente el Hijo de Dios padeció, murió y resucitó para nuestra salvación. Entonces también es verdad y real la Eucaristía del Señor.

Comprendiendo así nuestra fe, la celebración eucarística no se trata de un símbolo desprovisto de realidad; no se trata solamente de un recuerdo o de una representación teatral; se trata de la realidad de la Eucaristía y de la realidad de la Encarnación.

Y porque la Eucaristía es real tiene la fuerza, tiene la virtud de comunicar Vida Eterna ya ahora y de ser semilla de la resurrección: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6, 54). Precisamente porque la Eucaristía es real, porque es verdadera, el alimentarnos de esta «verdadera comida» y de esta «verdadera bebida» (cf. Jn 6, 55) otorga la potencialidad de la resurrección al creyente. En el fondo, en cada Eucaristía el Señor realiza el proceso misterioso de asimilar nuestro cuerpo mortal a su cuerpo glorioso, a su cuerpo resucitado. «¡Glorifica al Señor, Jerusalén!».

«¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»

Para glorificar y alabar al Señor en la Eucaristía, necesitamos la fe. La fe en Dios y en su Hijo, Jesucristo; esa fe por la cual “el hombre se confía libre y totalmente a Dios”[3]; esa fe por la cual creemos como niños y así nos abrimos al don que Dios nos quiere hacer en Cristo.

Y precisamente necesitamos renovar nuestra fe y nuestro asombro ante la Eucaristía, ante la celebración misma y ante el don eucarístico. Sin esa fe sincera ante el don de Dios en Cristo, puede ocurrirnos lo mismo que a los oyentes de Jesús: «Los judíos discutían entre sí diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne”» (Jn 6, 52).

Por un lado, el comentario y la resistencia de algunos de los judíos expresa un mal entendido. ¿Invita Jesús a la antropofagia, es decir, a comer simplemente carne humana? Ciertamente no. Jesús entrega como alimento salvador su carne y su sangre en la cruz. Y este alimento salvador se hace accesible a los creyentes en el cuerpo y sangre eucarísticos. El alimento eucarístico no es carne humana sin más, es ya “la carne de nuestro redentor Jesucristo, carne que padeció por nuestros pecados y que el Padre resucitó en su bondad.”[4]

Por ello, la resistencia de los oyentes en la sinagoga de Cafarnaúm también puede expresar la resistencia a creer en el Misterio Pascual de Jesucristo y en el misterio de la Encarnación. Por la Encarnación el Hijo de Dios toma la carne humana y la asume plena y verdaderamente. Por el Misterio Pascual esa carne humana es resucitada y glorificada, haciéndose así accesible en la Eucaristía.

Por eso, vale la pena que nos preguntemos con sinceridad: ¿Somos conscientes del gran don que Dios nos ha hecho en la Encarnación de su Hijo? ¿Creemos verdaderamente en la eficacia y fuerza salvadora de la Muerte y Resurrección de Jesucristo? ¿Creemos que esa fuerza salvadora puede tocarnos hoy a través de los sacramentos? ¿Creemos verdaderamente en la presencia real de Jesucristo en los dones eucarísticos? ¿Nos abrimos con fe al don de la Eucaristía? ¿Nos preparamos para recibirla y dejar que obre en nosotros? ¿La anhelamos con todo el corazón? «¡Glorifica al Señor, Jerusalén!».

«El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él»

Abrirnos con fe al don que nos hace Cristo en la Eucaristía, el don de su «carne para la vida del mundo», nos concede el inicio de la Vida eterna en nosotros y la esperanza de la resurrección. Y todo esto cimentado en la íntima comunión con Cristo Jesús: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6, 56).

Corpus Christi 2023
Santuario de Tuparenda - Schoenstatt

Precisamente la comunión con Cristo Jesús, la amistad con Cristo Jesús, amistad que se realiza en la Eucaristía y por la Eucaristía[5], es el fundamento para el inicio de la Vida eterna en nosotros y es el fundamento de nuestra esperanza en la resurrección. Por un lado, porque al alimentarnos del Señor vivimos por Él (cf. Jn 6, 57) que vive por el Padre; y por otro lado, porque aquel que ha sido acogido en la amistad de Jesús ya no nunca más estará solo, ni siquiera en el paso a través de la muerte hacia la nueva Vida. Su amistad nos sostiene y no permite que caigamos en el vacío y la nada.   

Así la comunión que Jesús nos ofrece en su Cuerpo y Sangre es en primer lugar un gran y hermoso don: «¡Glorifica al Señor, Jerusalén!» Y en segundo lugar, es una tarea cotidiana: la tarea cotidiana de creer en Jesús y en su amor y abrirnos con fe a su don para recibirlo y vivirlo en el día a día hasta que lleguemos al banquete de la Vida eterna.

A María, Mater Eucharistiae - Madre de la Eucaristía, de quien el Hijo de Dios tomó carne para entregarla «para la Vida del mundo», le pedimos que nos eduque para que con un corazón creyente nos alimentemos de Jesucristo, Pan de Vida eterna, y así experimentemos ya en la tierra su íntima cercanía y el inicio de la Vida plena en nosotros. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Corpus Christi 2023



[1] J. BLANK, El Evangelio según san Juan. Tomo 1a (Editorial Herder, Barcelona 1991), 406.

[2] BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 16 de agosto de 2009 [en línea]. [fecha de consulta: 7 de junio de 2023]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2009/documents/hf_ben-xvi_ang_20090816.html>

[3] CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación, 5.

[4] Ignacio de Antioquía, citado por J. BLANK, El Evangelio según san Juan. Tomo 1a (Editorial Herder, Barcelona 1991), 410.  

[5] Cf. J. BLANK, El Evangelio según san Juan…, 412.