La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!
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martes, 15 de agosto de 2017

The Assumption of the Blessed Virgin Mary

The Assumption of the Blessed Virgin Mary:

A mystery that concerns the whole Church

“Just as you accompanied Our Lord in this life

and lived and loved and suffered with him,

so, at the completion of your life,

he takes you body and soul into heaven.

            With my whole heart I share in your happiness

            and pray that the world may enjoy a similar fate.”[1]

Every year, on the 15th of August, we celebrate the Solemnity of the Assumption of the Blessed Virgin Mary. That is why I invite you to meditate in this mystery of the life of Mary; a mystery that actually concerns us all, each one of us and the whole Church.

You accompanied Our Lord in this life

In the book of prayers Heavenwards, Fr. Joseph Kentenich, begins his meditation on this marian mystery addressing the Blessed Mother as follows: “Just as you accompanied Our Lord in this life”. These words are not only pious or tender thoughts; rather they express the conviction of our Founder, that the Virgin Mary has a mission to fulfill alongside Jesus.

If we go through the pages of the Gospel we will see how intimately united was Mary to Jesus during his whole life. From his virginal conception and birth (cf. Lk 1:35. 2: 6-7), going through his first sign in Cana of Galilee (cf. Jn 2: 1-11) up to the Cross (cf. Jn 19: 25-27) and the beginning of the Church in Pentecost (cf. Acts 1:14). Truly, Mary has “accompanied Our Lord in this life”. She has walked through this life with Jesus and his disciples.

This constant presence of Mary alongside Jesus shows us her mission: She is the constant Helpmate and Companion of Jesus Christ in his Redemption work.

He takes you body and soul into Heaven

            And because she has been so intimately united to Jesus during her life, at the completion of her existence, He takes her, “body and soul into Heaven”.

Coronation of the Virgin Mary in Heaven - Detail.
Chapel of the Maison Marie Saint-Frai.
Tarbes, France. May, 2012.
If we realize that the faith of the Church always contemplates the Virgin Mary as “so wondrously united with Jesus Christ”[2]; then, we will understand that the Assumption of the Virgin Mary is a consequence of the fidelity of God to each person in his plan of salvation. She was called to participate of the earthly life of Jesus; therefore, she is also called to participate in his glory in Heaven.

And this participation of the Virgin Mary in the heavenly glory of Jesus is in body and soul. That means that the totality of the human personality of Mary participates in the fullness of life of the Risen Christ.

When the faith of the Church says Assumption in body and soul of Mary to Heaven; we should not imagine a new “localization” of Mary´s body. But, rather we should think of a change in the condition of Mary´s body. That is, the transit from an earthly condition to a glorious condition of the whole being. She is presently united to the spiritual and glorious body of her Risen Son.

I pray that the world may enjoy a similar fate

            This marian mystery, this salvific mystery, is far from being just a particular privilege accorded to Mary alone. We should look at this mystery as a concrete realization of the History of Salvation; history that always involves the whole Church and the whole of humanity; a history that is the work of God the Father, the Son and the Holy Spirit. A history, in which God, with his action, takes the initiative in favor of the man, grounds his life and makes possible his free answer to the divine initiative and takes it to his fulfillment.

            That is why the Assumption of Mary signals us the destiny of the whole of the Church and of the whole of the humanity. Just as Mary was assumed in body and soul to Heaven, we too are going to be assumed in the totality of our humanity and of our life into the full and definitive presence of the Risen Christ.

            But, in order to get there, we must, as Mary, walk through life with Jesus Christ and his disciples. If we live with Him, love and suffer with Him, then we will participate also in his new life, in his Resurrection.

            That is why, with faith and hope we can pray now as we still walk in this life: “With my whole heart I share in your happiness and pray that the world may enjoy a similar fate.” Amen.


[1] FR. JOSEPH KENTENICH, Heavenwards, Rosary of God´s Instrument, the Fourth Glorious Mystery.
[2] POPE PIUS XII, Apostolic Constitution Munificentissimus Deus.

jueves, 31 de diciembre de 2015

Maternidad de María: un nuevo comienzo

Santa María, Madre de Dios – Solemnidad

1° de enero de 2016


Queridos hermanos y hermanas:

            Al iniciar este nuevo año, la Liturgia de nuestra fe nos propone celebrar la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Al hacerlo pone ante nuestros ojos la maternidad divina de María; es decir, nos recuerda que confesamos a Jesucristo como “verdadero Dios y verdadero hombre”[1], y por lo tanto, reconocemos a la Santísima Virgen María, su madre, como “Madre de Dios”[2].

            Con esta celebración culmina la Octava de la Navidad del Señor, los ocho días que litúrgicamente se celebran como un solo día: “el día santo en que la Virgen María dio a luz al Salvador del Mundo.”[3]

            El contexto litúrgico de esta solemnidad nos muestra la relación que hay entre el dogma de la Encarnación del Hijo de Dios y el dogma de la maternidad divina de María (Concilio de Éfeso, año 431): el Verbo de Dios, el Hijo unigénito del Padre, realmente se hizo carne (cf. Jn 1, 14), se hizo hombre, y de tal forma que María es realmente Madre de Dios, “no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del Verbo, [es de ella] de quien se dice que el Verbo nació según la carne.”[4]

            Sí, la maternidad de María con respecto al Hijo de Dios es verdadera; y si su maternidad es verdadera, la humanidad del Hijo de Dios es verdadera. El Hijo no aparenta ser humano; en Jesús el Hijo de Dios es verdaderamente humano. Él comparte nuestra naturaleza humana, nuestra realidad; Él comparte nuestras alegrías y tristezas, nuestros cansancios y límites; Él se hizo «en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4,15); Él comparte nuestras esperanzas y así nos salva. Él nació «de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos» (Ga 4, 4-5).

Un nuevo comienzo

            La maternidad divina de María es la razón por la cual Ella tiene un lugar privilegiado en la Historia de Salvación.

Su presencia en el Nuevo Testamento da testimonio de que desde los inicios se la reconoció como madre de Jesús: Isabel la saluda preguntándose «¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?» (Lc 1,43); cuando los pastores fueron a ver lo que el ángel le había anunciado, «encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre» (Lc 2,16); también los magos de Oriente que siguieron la estrella, «al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre» (Mt 2,11).

            A lo largo del ministerio de Jesús se ve esta relación especial e íntima entre madre e hijo (cf. Jn 2, 1-12), relación que llega a su culmen al pie de la cruz de Jesús, junto a la cual «estaba su madre» (Jn 19,25).

           
           De esta relación materno-filial, del reconocimiento de la maternidad divina de María, brotan todos los demás dogmas marianos: la virginidad perpetua, la inmaculada concepción y la asunción en cuerpo y alma a los cielos. Se trata de la íntima relación entre Cristo y María.

            Pero también se trata de la íntima relación entre María y la Iglesia. Y con esta solemnidad se pone de manifiesto esta relación. La maternidad divina de María es el “comienzo nuevo y absoluto en carne y espíritu”[5]. El comienzo nuevo de la humanidad, porque con Jesucristo, nacido de María, comienza nuevamente la humanidad, comienza la salvación.

            Sí, para toda la humanidad y para toda la Iglesia, la maternidad divina de María es señal de un nuevo inicio “en carne y en espíritu”, es decir, en la totalidad de lo humano. La salvación que se realiza por la Encarnación del Hijo de Dios en María es un comienzo nuevo que abarca todas las dimensiones de la vida humana. Y al recordar esta maternidad, al recordad el nacimiento de Jesús en Belén, recordamos que siempre podemos empezar de nuevo. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.[6]

            ¡Qué bien nos hace, al iniciar un nuevo año, tomar conciencia de que con Jesús y con María se da un nuevo inicio! Que con ellos siempre cada uno de nosotros puede empezar de nuevo. Siempre podemos dejarnos salvar por el Señor.

«El Señor te conceda la paz»

            Y en este nuevo año, en este nuevo inicio que nos ofrece la Salvación en Cristo siempre disponible para nosotros por su misericordia, la Sagrada Escritura nos ofrece la bendición del Señor sobre su pueblo:

            «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26).

            Invoquemos al Señor para que Él nos bendiga. A eso nos invita la Sagrada Escritura: «invoquen mi nombre sobre los israelitas, y Yo los bendeciré» (Nm 6,27). Sí, cuando los sacerdotes invocamos el nombre de Dios sobre su pueblo, Él bendice a su pueblo; cuando los padres invocan el nombre de Dios sobre sus hijos, Él bendice el fruto de sus entrañas; cuando invocamos con fe el nombre de Dios sobre las personas que amamos, Él bendice a los que se confían a nuestra oración.

            Al iniciar este nuevo año, con sus desafíos y esperanzas, invoquemos sobre este nuevo tiempo el nombre de Dios para que Él bendiga el caminar que hoy iniciamos como personas, como familias, como país y como Iglesia.

            Pero invocar el nombre del Señor para que Él nos conceda su paz es también trabajar por la paz. Por eso hoy también invocamos el nombre del Señor sobre nuestros hermanos damnificados por las inundaciones y nos comprometemos también a solidarizarnos con ellos. La paz de Dios es un don de lo alto, pero también una tarea cotidiana para el hombre en la tierra.[7]

            En ese sentido, la paz que desea concedernos Dios en este nuevo inicio es la paz que se consigue venciendo la indiferencia, el egoísmo y la comodidad que no se compromete con los demás.

            A María, Madre de Dios y Madre de la paz, se dirige nuestra súplica al iniciar un nuevo año, un nuevo tiempo, un nuevo comienzo:

            “Bajo tu amparo nos acogemos,

            Santa Madre de Dios;

            no deseches las súplicas

            que te dirigimos en nuestras necesidades;

            antes bien, líbranos de todo peligro,

            ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!”. Amén.    




[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n° 464.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, n° 466.
[3] Misal Romano, Plegaria Eucarística II: «Acuérdate, Señor» propio de la Natividad del Señor y su octava.
[4] Concilio Ecuménico de Éfeso (DS 251), citado del Catecismo de la Iglesia Católica, n°466.
[5] K. RAHNER, «Virginitas in partu. En torno al problema de la Tradición y de la evolución del dogma», en K. RAHNER, Escritos de Teología, Tomo IV (Taurus Ediciones, Madrid 1962), 201-202.
[6] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 1.
[7] Cf. PAPA FRANCISCO, «Vence la indiferencia y conquista la paz», Mensaje para la celebración de la XLIX Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2016, n°1 [en línea]. [fecha de consulta: 31 de diciembre de 2015]. Disponible: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/peace/documents/papa-francesco_20151208_messaggio-xlix-giornata-mondiale-pace-2016.html>

lunes, 8 de diciembre de 2014

La Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción

La Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción,
noble árbol y fruto sin igual

Queridos hermanos y hermanas:

            El peregrinar desde la Parroquia-Santuario de Ñandejara Guasu de Piribebuy, hasta el Santuario de la Virgen de los Milagros de Caacupé, nos permite meditar en este día de fiesta en torno a la relación entre Ñandejara Guasu y la Virgen de los Milagros de Caacupé, entre la Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción de María.

            ¿Qué misterio de fe encierran éstas imágenes sagradas? ¿Qué mensajes desean transmitirnos?

            Según sus historias –que llegan hasta nosotros por medio de la tradición oral y se enlazan con leyendas- ambas imágenes estarían en nuestro departamento de Cordillera desde los siglos XVII o XVIII.[1] Dicha presencia suele ser atribuida a la actividad evangelizadora de los franciscanos. Pero más allá de los hechos históricos y de los relatos legendarios, vale la pena que nos preguntemos por qué la Divina Providencia quiso unir las imágenes de Ñandejara Guasu y de Tupãsy Caacupe en esta verde serranía regada por manantiales y arroyos que es Cordillera. ¿Cuál es la relación entre ambas? ¿Cuál es la relación entre los misterios de fe que ilustran?

La Cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción de María

            La fe de la Iglesia siempre ha visto en estrecha unión la cruz de Cristo y la Inmaculada Concepción de María. De hecho, si hemos prestado atención a la oración colecta de este día habremos escuchado que el sacerdote, al dirigirse a Dios en oración le dice:

“Dios nuestro, por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preservada de todo pecado, preparaste a tu Hijo una digna morada; en atención a los méritos de la muerte redentora de Cristo.”[2]

            Sí, la liturgia de nuestra fe expresa lo que la inteligencia de la fe ha captado: María ha sido preservada de todo pecado, de todo egoísmo, de toda separación de Dios y de los hombres, por la entrega de Cristo en la cruz. Previendo la entrega de amor de Jesús en la cruz, el Padre preservó del pecado a aquélla que sería la Madre del Hijo. Comprendemos entonces las hermosas y contundentes palabras del Cantar de los cantares: “el Amor es fuerte como la Muerte” (Ct 8,6); más aún, el amor es más fuerte que la muerte, la entrega del amor es más fuerte que el egoísmo del pecado.

            Al contemplar las imágenes de Ñandejara Guasu y de Tupãsy Caacupe me vienen a la mente las palabras del Himno a la Cruz del Viernes Santo:

“Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles: ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

El Creador tuvo compasión de Adán, nuestro padre pecador, que al comer del fruto prohibido se precipitó hacia la muerte; y para reparar los daños de ése árbol, Dios eligió el árbol de la Cruz.”[3]

            Sí, al contemplar a Cristo en la cruz y a su Madre Inmaculada, contemplamos el árbol de la cruz y el fruto de la redención: la libertad del pecado. Aquél árbol de la vida que perdimos (cf. Gn 2,9. 3,11.22), Jesús nos lo regala en el árbol de la cruz. Aquél fruto que nos estaba prohibido (cf. Gn 3,11), se transforma en el fruto sin igual de la redención: María Inmaculada.

            Sí, ahora comprendemos por qué quiso Dios unir en este jardín cordillerano a Ñandejara Guasu y a Tupãsy Caacupe. Sí, árbol y fruto nos recuerdan aquél jardín en Edén (cf. Gn 2,8) que Dios plantó para colocar allí al hombre, aquél jardín en el cual a la hora de la suave brisa Dios se paseaba buscando la compañía del hombre y de la mujer (cf. Gn 3, 8-9).

Santos por el amor, por el encuentro con los demás

            Y si Jesucristo y María habitan en medio de nosotros, ya no es necesario temer ni escondernos. También para nosotros son las palabras que el ángel dirigió a María: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido” (Lc 1,30). Sí, Dios nos ha favorecido al regalarnos a Cristo y a su Madre. Con razón podemos hacer nuestras las palabras y los sentimientos de júbilo de San Pablo: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.” (Ef 1, 3-4).

            Sí, es el amor misericordioso de Dios el que nos hace dignos de servirle en su presencia;[4] es el amor misericordioso de Dios el que nos quiere ir haciendo santos e irreprochables en su presencia. Cuando vivimos en su presencia, cuando respondemos a su llamada y salimos a su encuentro, entonces nuestra vida se va haciendo plena y por ello santa. La plenitud de vida, la felicidad, no se alcanza en el aislamiento egoísta del pecado sino en el encuentro con Cristo y con los demás hombres en presencia de Dios Padre.

Es lo que el relato del Génesis y el texto del Evangelio según San Lucas nos muestran. Cuando nos aislamos, cuando nos encerramos en nosotros mismos y queremos ser autosuficientes, “como dioses” (cf. Gn 3,5), descubrimos que estamos desnudos (cf. Gn 3,7.10). Experimentamos que nuestros pecados desnudan nuestras heridas y fragilidades; desnudan ante nuestros ojos nuestra realidad, y como Adán tenemos miedo y nos escondemos de Dios y de los demás. El pecado siempre genera temor, tristeza, vacío interior y aislamiento.[5]

Sin embargo, Dios no cesa de buscarnos, de llamarnos y de preguntarnos: “¿dónde estás?” (Gn 3,9). Dios no cesa de decirnos: “¡Alégrate! El Señor está contigo” (cf. Lc 1,28). En Jesucristo, Ñandejara Guasu, Dios nos dice una y otra vez: “¡Alégrate! Yo estoy contigo, hoy y siempre”. Y en María, Tupãsy Caacupe, aprendemos a confiar en ese amor y a responder: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Cristo es el amor misericordioso del Padre que se nos ofrece, y María es la respuesta confiada que acoge ese amor.

Y así cuando renunciamos a “ser como dioses”, cuando renunciamos a aislarnos en nosotros mismos y en nuestros intereses; y nos convertimos día a día en “servidores del Señor” (cf. Lc 1,38), confiando en su amor y saliendo al encuentro de los demás en su presencia, entonces experimentamos que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”; entonces experimentamos que somos “liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento.”[6]

La plenitud de vida y la santidad no están en el aislamiento egoísta sino en el encuentro con los demás en presencia de Dios. María ha sido hecha Inmaculada, es decir plena, por el amor misericordioso de Dios y en unión con Cristo; y, también nosotros seremos hechos plenos por la misericordia de Dios y en el encuentro con Cristo y con nuestros hermanos.

Por eso, desde nuestros santuarios de Piribebuy y de Caacupé, desde este jardín que evoca el jardín en Edén, queremos entregar a nuestro pueblo, como signo de la salvación, como signo de la vida plena, la Cruz de Cristo y la imagen de María Inmaculada, el árbol de la vida y el fruto de la salvación. “¡Que nadie separe lo uno de lo otro, pues en su plan de amor el Padre los concibió como unidad!”.[7] Que así sea. Amén.

P. Oscar Iván Saldivar F.
Vicario de la Parroquia-Santuario de Ñandejara Guasu de Piribebuy,
en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María,
Fiesta de la Virgen de los Milagros de Caacupé 2014.



   




[1] Cf. Santuarios del Paraguay, Publicación N° 1, COMISIÓN NACIONAL DE LITURGIA Y PASTORAL BÍBLICA (CEP), Área de Pastoral de Santuarios, Págs. 6 y 12.
[2] MISAL ROMANO, La Inmaculada Concepción de la Virgen María, Solemnidad, Oración Colecta.
[3] MISAL ROMANO, Himno a la Cruz, Liturgia del Viernes Santo de la Pasión del Señor.
[4] Cf. MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística II.
[5] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 1.
[6] Ibídem
[7] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 332.

lunes, 20 de octubre de 2014

18 de octubre: un acontecimiento de fe

18 de octubre: un acontecimiento de fe

Queridos hermanos y hermanas,

Querida Familia del Santuario Joven:

“¡Alégrate!, el Señor está contigo” (cf. Lc 1,28), el saludo del Ángel Gabriel a la Virgen María resuena también hoy en nuestros oídos, en nuestras almas y en nuestros corazones.

Sí, a través de la presencia de María en el Santuario también nosotros experimentamos que el Señor está con nosotros, y la presencia del Señor en nuestras vidas es ya alegría, pues “alegría y gracia van juntas”.[1]

Sí, alegría y gracias van juntas, es lo que experimentamos en este día de celebración, en este día de renovación.

¿Qué celebramos el 18 de octubre de 2014?

            Y para profundizar esta alegría por la gracia recibida, vale la pena que volvamos a tomar conciencia de qué celebramos este 18 de octubre de 2014.

           
          Celebramos un acontecimiento histórico, un acontecimiento de fe ocurrido en una pequeña capillita en el valle de Schoenstatt a orillas del Rin. Como dice nuestro propio Padre Fundador: “¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!”.[2] Y lo corrobora el texto evangélico que hemos escuchado: “el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret” (Lc 1, 26).

            Sí, celebramos un acontecimiento de fe ocurrido hace 100 años en Schoenstatt y que hunde sus raíces en el acontecimiento de fe ocurrido en Nazaret hace más de 2000 años. Se trata de una nueva iniciativa divina, se trata de Dios que quiere entrar una vez más en la historia de la humanidad, se trata de la fe de José Kentenich y de los primeros congregantes, que como María dijeron que sí, primero en la intimidad de sus propios corazones y luego a lo largo de toda su vida. Es la Alianza de Amor: iniciativa divina y confiada respuesta humana.

            Pero el 18 de octubre no es sólo un acontecimiento histórico, sino un acontecimiento de fe actual. Por eso estamos aquí. Cada uno de nosotros, a su manera y en su historia personal, ha experimentado el acontecimiento del 18 de octubre y ha respondido con su sí. Cada uno de nosotros ha creído en el amor y la misericordia de María en su vida y ha sellado –para siempre- una Alianza de Amor con Ella. Se ha entregado totalmente, y Ella, lo ha recibido totalmente. Es la Alianza de Amor: alegría de pertenecerle a Ella y de que Ella nos pertenezca.

Un acontecimiento de fe

            Entonces, ¿en qué consiste este acontecimiento de fe que celebramos y queremos renovar? El evangelio de la Anunciación (Lc 1,26-38) puede ayudarnos a meditar en torno a este acontecimiento de fe.

            Así como el texto inicia diciendo: “El Ángel Gabriel fue enviado por Dios” (cf. Lc 1,26), de la misma manera nuestro Padre Fundador vivió el 18 de octubre de 1914 como una irrupción de lo divino en su vida, como una iniciativa de Dios. De distintas maneras en su vida, él fue percibiendo la Divina Providencia que lo guiaba a sellar una Alianza de Amor con María, que lo invitaba a dar un salto de fe en medio de las circunstancia de la Primera Guerra Mundial.

            Así como María y el ángel entran en diálogo: “¿Cómo puede ser esto?” (cf. Lc 1,34), José Kentenich se pregunta: “¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María?”.[3] Se trata de nuestra pequeñez que se entrega confiada en las manos de Dios y así se convierte en filialidad y por ello en Alianza.

            Finalmente el sí de María, el “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) abre la historia a la encarnación del Verbo de Dios y en esa fecundidad nos trae al Salvador del mundo, a Jesús, el Cristo. Así también el sí de José Kentenich y de los primeros ha hecho posible la fecundidad de la Alianza de Amor que hoy cumple 100 años de vida.

            Iniciativa divina –misericordia-, entrega confiada –filialidad- y fecundidad es el acontecimiento de fe que llamamos Alianza de Amor y que hoy celebramos.

¿Qué celebra cada uno de nosotros en este día?

            Así, cada uno de nosotros hoy debe volver a recordar, a pasar por el corazón, aquel día, aquel momento, aquella hora de gracia en la cual Dios irrumpió de forma misericordiosa en su vida. Aquel día en que de forma original nos dijo: “¡Alégrate! Yo estoy contigo”. Y volver a responderle: “sí, yo creo que Tú estás conmigo, hágase en mí según tu palabra”; para que Él vuelva a hacer fecunda nuestra pequeñez entregada en sus manos.

            Al renovar hoy nuestra Alianza de Amor volvemos a entregarnos totalmente a María, volvemos a entregarle nuestra pequeñez, para que en Alianza con Ella seamos fecundos para su Obra de Schoenstatt.

            Quisiera terminar esta meditación haciendo nuestras las palabras de nuestro Padre Fundador:

            “Tres veces Admirable,
            benigna y poderosa,
            espiritualmente me postro ante tu imagen
            en unión con todos los consagrados a ti,
            que están dispuestos
            a morir por tu Reino.

            Queremos reflejarnos en tu imagen
            y volver a sellar nuestra Alianza de Amor.
            A nosotros, tus instrumentos,
            en todo aseméjanos a ti
            y en todas partes por nosotros
            construye tu Reino de Schoenstatt.”[4] Amén.

            Nos cum prole pia, benedicat Virgo Maria.

P. Oscar Iván Saldivar F.  



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La infancia de Jesús (Buenos Aires, Planeta 2012), 35.
[2] J. KENTENICH, «Acta de Fundación» en Documentos de Schoenstatt (Córdoba, Patris 2007), 30.
[3] J. KENTENICH, «Acta de Fundación» en Documentos…, 29.
[4] J. KENTENICH, Hacia el Padre 179-180.