La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 22 de mayo de 2022

“María, Madre y Maestra de la escucha”

 

Celebración en honor a María Auxiliadora

Santuario María Auxiliadora – Asunción

5° día de la Novena

“María, Madre y Maestra de la escucha”

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En el contexto del Año del Laicado que estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay, y cercarnos espiritualmente al proceso sinodal que vive toda la Iglesia Católica, celebramos este novenario de preparación a la solemnidad de Nuestra Madre, María Auxiliadora de los cristianos.

            En este hermoso Santuario dedicado en su honor la invocamos en estos días también como Madre y Maestra de la Iglesia sinodal. Sin duda María es sobre todo Madre; es el gran don que Jesús nos ha hecho en la cruz al decir al discípulo amado –y en él a todos nosotros-: «Aquí tienes a tu madre» (Jn 19, 26).

            Don Bosco y tantos otros santos y santas de la Iglesia han experimentado a María como Madre, y también como Maestra; Ella es la educadora de nuestra fe, la educadora de nuestra vida, la educadora de nuestros corazones.

Madre de la escucha

            Y hoy quisiéramos invocarla como Madre y Maestra de la escucha. ¡Cuánto necesitamos que Ella nos enseñe a escuchar! Que Ella nos ayude a “recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige”[1]; la Palabra de Dios, y la palabra que día a día nos dirigen nuestros hermanos.

            Sí, hoy necesitamos recuperar el silencio. Sobre todo el silencio y la serenidad del corazón. Cuántas veces, aún cuando estamos exteriormente callados, vivimos interiormente inundados por diversidad de ruidos. El ruido de las preocupaciones y frustraciones personales; el ruido de los problemas laborales; el ruido de nuestros pensamientos confusos; el ruido de nuestros sentimientos de tristeza, de incomprensión y de soledad.

            Estamos tan llenos de estos ruidos interiores que no saboreamos ya la serenidad del silencio y así ya no somos capaces de escuchar. “Oímos las palabras pero no escuchamos realmente.”[2]

            Escuchar entonces requiere de ese silencio interior, de ese silencio y esa paz del corazón que caracterizaron a María quien «conservaba las cosas y las meditaba en su corazón» (cf. Lc 2, 19). Sólo quien ha serenado su corazón puede escuchar auténticamente, conservar lo recibido en el corazón y meditarlo.

            El primer paso para aprender a escuchar en la escuela de María es entonces reconocer e identificar todo aquello que hace “ruido” en nuestro interior. Todas aquellas situaciones, preocupaciones y personas, que constantemente generan ese ruido interior, esa cacofonía en el alma, que nos quita serenidad y nos impide escuchar el sonido del paso de Dios en nuestras vidas.

            Identificando lo que hace ruido, el siguiente paso es reconocerlo. Tomar conciencia de ello. Asumir que eso está en mi interior y me pide una respuesta, una decisión. Si no lo encaro, seguirá haciendo ruido y sacándome paz interior.

Finalmente, el tercer paso, es entregar eso que hace ruido. Entregárselo a María. En el diálogo sincero con Ella, esas situaciones y preocupaciones que generan ruido se irán ordenando y serenando hasta que volvamos a encontrar la sintonía entre nuestro corazón, el corazón de María y el corazón de Dios. Tres corazones latiendo en sintonía. Eso nos devuelve la serenidad interior y la paz necesaria para escuchar auténticamente.

            Si hemos perdido esa capacidad de silencio interior, acudamos a María, acudamos a la Madre de la escucha. Ella nos cobijará y nos ayudará a transformar nuestros ruidos interiores en armonía agradable a Dios. Ella nos escuchará y nos devolverá la paz y la esperanza.

            Precisamente en la oración sincera experimentamos que “cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con nadie, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si me veo relegado a la extrema soledad…, el que reza nunca está totalmente solo.”[3]  

  Maestra de la escucha

            Y porque María nos escucha, porque Dios siempre nos escucha; somos capaces también nosotros de escuchar a Dios y a nuestros hermanos.

            En la Iglesia –en esta Iglesia que anhela recuperar una actitud sinodal- aprendemos a escuchar. Podríamos decir que la Iglesia está hecha de escucha. De escucharnos los unos a los otros como hermanos; de escucharnos los unos a los otros con misericordia y ternura. Y de juntos, ponernos a la escucha de la Palabra que Dios nos dirige en las Escrituras y en los signos que realiza en la vida cotidiana.

            Es la experiencia que nos transmite el texto de los Hechos de los Apóstoles (Hch 15, 7 – 21). La Iglesia de Jerusalén se pone a la escucha de Pedro mientras él da testimonio de que tanto los cristianos de origen pagano como los cristianos de origen judío son «salvados por la gracia del Señor Jesús» (Hch 15, 11).

            Así mismo, en silencio, la asamblea escucha también a Bernabé y a Pablo, «que comenzaron a relatar los signos y prodigios que Dios había realizado entre los paganos por intermedio de ellos» (Hch 15, 12).

            Y en este escuchar con apertura de corazón a Pedro, a Bernabé y a Pablo, la Iglesia hace experiencia de que está escuchando Dios mismo, quien habla a través del testimonio, de los signos y de la comunidad.

            Dios quiere hacerse escuchar también por medio de nuestros hermanos; sobre todo por medio del testimonio y de las experiencias vividas. Y en la medida en que abrimos el corazón a nuestros hermanos, en la medida en que escuchamos con sinceridad, vamos percibiendo en los signos y en las palabras humanas, la voz de Dios que se dirige a nuestros corazones.

           

María, Auxilio de los cristianos
Santuario de María Auxiliadora
Arquidiócesis de Asunción
Aquí está el desafío auténtico de la actitud sinodal en la Iglesia, en nuestras comunidades, parroquias, santuarios y grupos. Escucharnos con sinceridad los unos a los otros creyendo que en las palabras y experiencias humanas se hace presente la voz de Dios que quiere tocar nuestro corazón y guiar nuestras vidas.

            La escucha creyente llega a su plenitud en la obediencia. En decidir y actuar según lo que en la fe hemos escuchado y discernido. Así lo entendió la primera Iglesia: no hay que imponer la Ley Mosaica a los cristianos de origen pagano, sino recibirlos en la Iglesia como Dios lo ha hecho al enviarles el Espíritu Santo (cf. Hch 15, 8).

            Y por ello, escuchar auténticamente y cumplir con sinceridad los mandamientos de Dios es permanecer en el amor tal como nos lo pide Jesús en el Evangelio: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor.» (Jn 15, 9 – 10a).

            Comprendemos ahora la importancia de la auténtica escucha cristiana. En último término, escuchar es permanecer en el amor. El que escucha con sinceridad al otro, lo ama. El que escucha con sinceridad a Jesús, lo ama y se deja amar por Él. En efecto, “la escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor (cf. Jn 10, 3 – 5).”

María Auxiliadora

             Por ello, una vez más invocamos a María Auxiliadora como Madre y Maestra de la escucha. A Ella que supo escuchar el anuncio del Ángel en Nazaret; a Ella que escucha las peticiones y oraciones de todos sus hijos; a Ella le decimos:

           

Madre y Maestra de la escucha,

            “haznos comprender

que el silencio no es desinterés por los hermanos

sino fuente de energía e irradiación;

no es repliegue sino despliegue;

y que, para derramar riquezas,

es necesario acumularlas.”[4]

 

Madre y Maestra de la escucha,

 Haznos comprender que en un mundo sordo y lleno de tanto ruido

el que escucha con sinceridad ama profundamente.

Enséñanos a escucharnos los unos a los otros.

Que nadie se sienta solo ni abandonado en la Iglesia.

 

Madre y Maestra de la escucha,

enséñanos la escucha del amor, esa escucha personal

que reconoce y distingue la voz de tu hijo, el Buen Pastor.

Esa voz tierna que nos concede el gozo que nada ni nadie nos podrá arrebatar.

Esa voz que una y otra vez nos dice:

«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.»  

 

Madre y Maestra de la escucha,

Auxilio de los cristianos,

ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,

para que seamos auténticos discípulos

y un día alcancemos las promesas, la gracia y la misericordia,

de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

19/05/2022



[1] FRANCISCO, Misericordiae Vultus, 13

[2] P. NESTOR LEDESMA, SDB, Novena a María Auxiliadora, Día 5

[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 32

[4] IGNACIO LARRAÑAGA, Señora del Silencio