La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!
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domingo, 16 de marzo de 2025

«Busquen mi rostro»

 

Domingo 2° de Cuaresma – Ciclo C - 2025

Lc 9, 28b – 36

«Busquen mi rostro»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos el Domingo 2° de Cuaresma; y al iniciar la segunda semana de este tiempo cuaresmal, la Liturgia de la Palabra pone ante nuestros ojos y nuestros corazones el relato de la transfiguración del Señor según san Lucas (Lc 9, 28b – 36).

            En el camino cuaresmal se nos muestra –de forma anticipada- la gloria del Señor Jesús: «Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante» (Lc 9, 29).

            Podríamos decir que iniciando el tiempo penitencial, la Liturgia quiere animarnos mostrándonos la gloria del Hijo. ¿Por qué se nos muestra esta gloria? ¿Por qué la manifiesta Jesús ante Pedro, Juan y Santiago?

«Sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante»

            Se nos muestra esta gloria para despertar nuestro anhelo por la misma; se nos muestra la gloria del Hijo para anhelarla, desearla y esperarla activamente. Se nos muestra la plena condición filial para despertar nuestra esperanza.

Procesión del Santísimo Sacramento
18 de octubre de 2024
Santuario de Tuparenda

        Ver el rostro luminoso de Jesús nos recuerda el sentido del camino y de la penitencia cuaresmal. Nos recuerda el sentido del camino de toda nuestra vida. La transfiguración del Hijo es también la meta de todos los hijos e hijas de Dios que peregrinamos en esta vida. La plenitud filial es nuestra meta, es nuestro anhelo, es nuestra esperanza.

            Por eso, en estos días cuaresmales, en los cuales estamos llamados a una oración más intensa y más fervorosa, preguntémonos: ¿Qué anhelo en mi vida? ¿A qué aspiro? ¿Hacia qué meta me dirijo día a día? ¿Anhelamos la gloria de Jesús? ¿O nos conformamos con las pequeñas glorias de este mundo?

            Como nos recuerda el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium – La Alegría del Evangelio: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.”[1]

            ¿Qué anhelamos? ¿Qué anhela mi corazón? ¿Está mi corazón abierto a la voz de Dios; busco su rostro, su luz (cf. Sal 26)? ¿O mi corazón «no aprecia sino las cosas de la tierra» (cf. Flp 3, 19)?

«Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño»

            El texto de san Lucas nos señala que en medio de la experiencia de la transfiguración «Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño» (Lc 9, 32). No conocemos las razones de esto; ¿el cansancio de la subida a la montaña? ¿El cansancio de la vida cotidiana? El texto no lo señala.

            Lo que sí podemos suponer es que los discípulos deben luchar contra su propio cansancio, contra el sueño, para así permanecer despiertos y ver la gloria de Jesús.

            También nosotros, discípulos de hoy debemos luchar por permanecer despiertos, por permanecer atentos, vigilantes y en movimiento. Volvamos a preguntarnos, a cuestionarnos: “¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort?”[2] El sueño es imagen de la dispersión del corazón, de la distracción; de una conciencia dormida, cerrada, indiferente; “clausurada en los propios intereses”.[3]

            ¿Cómo ocurre esto? ¿Cómo se adormece nuestra conciencia? La respuesta está en el texto de la Carta a los Filipenses: «Hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la predicción, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra.» (Flp 3, 18 – 19).

            El Apóstol usa la expresión “su dios es el vientre”; es decir, nuestro propio vientre, nuestros propios instintos se convierten en dioses para nosotros cuando nos dejamos dominar por ellos; cuando nos dejamos dominar  por nuestros caprichos e impulsos. Así vamos adormeciendo nuestra conciencia; vamos clausurando el acceso a nuestra propia interioridad, a nuestro propio corazón. Con ello vamos desordenando nuestra vida y nuestras vinculaciones.

            Para permanecer despiertos, y ser capaces de ver el rostro luminoso de Jesús, también nosotros debemos luchar por no dejarnos dominar por nuestros instintos y egoísmos. La Cuaresma nos ofrece las armas con las cuales hemos de luchar: oración, ayuno y limosna.

            No se tratan de meras prácticas externas y aisladas, sino de verdaderos remedios para nuestros excesos. Verdaderos elementos de nuestra auto-educación diaria. Gracias a estas prácticas –cuando las vivimos auténticamente- vamos ordenando nuestra vida hacia Dios; vamos abriendo nuevamente nuestra interioridad a la Palabra y la voz de Dios; vamos orientando nuestra vida toda hacia el Padre, vamos buscando su rostro (cf. Salmo 26).   

«Busquen mi rostro»

            El salmista lo ha expresado bellamente:

            «Mi corazón sabe que dijiste:

Busquen mi rostro.

Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí» (Salmo 26 [27], 8 – 9).

Una vez más dejémonos cuestionar por la Palabra de Dios: ¿Qué buscamos? ¿Qué anhelamos en la vida? ¿Buscamos el rostro de Jesús o buscamos en las pequeñas glorias del mundo ver nuestro propio rostro?

Como bautizados y aliados estoy seguro que buscamos y anhelamos en los profundo de nuestro corazón el rostro de Jesús. Ese rostro que es reflejo del rostro bondadoso del Padre; en efecto, “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre.”[4]

Así el rostro de Cristo nos revela la misericordia del Padre, pero al mismo tiempo, nos muestra la dignidad de hijos a la que todos estamos llamados. Por ello, el rostro de Jesús es también esperanza de nuestra propia condición filial plena; esperanza de la plenitud de nuestro Bautismo.

Madre de la esperanza pascual

            Que María, Madre de la esperanza pascual, nos eduque en el auténtico espíritu penitencial –en la constante, perseverante y esperanzada auto-educación-, que nos prepara a la luminosa alegría pascual, que nos prepara para participar de «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 21). Que así sea. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

16/03/2025



[1] Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1

[2] FRANCISCO, Mensaje para la Cuaresma 2025: Caminemos juntos en la esperanza

[3] Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1

[4] FRANCISCO, Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordiae vultus, 1

miércoles, 14 de febrero de 2024

Miércoles de Ceniza – 2024

 

Miércoles de Ceniza – 2024

 

Tiempo de conversión, tiempo de libertad

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más nos disponemos a iniciar el tiempo cuaresmal con la celebración del Miércoles de Ceniza. Nuevamente el calendario litúrgico nos pone en el umbral de la Cuaresma, y así, en camino hacia la Pascua del Señor.

            Si bien año a año celebramos el inicio de la Cuaresma con esta Eucaristía y con el rito de la bendición e imposición de la ceniza, siempre de nuevo es necesario preguntarnos: ¿Cómo queremos vivir el tiempo cuaresmal? ¿Hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos, y sobre todo nuestro corazón, durante el itinerario cuaresmal?

Tiempo de conversión, tiempo de libertad

            Sabemos que la Cuaresma «es el tiempo favorable, es el día de la salvación» (cf. 2Co 5, 20 – 6,2), pues es la oportunidad de buscar nuevamente la conversión. “Dios no se cansa de nosotros”[1], por eso nuevamente nos dice: «Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras.» (Joel 2, 12 - 18).

            Sí, nuestro buen Dios no se cansa de nosotros; y por ello una vez más nos llama, nos invita, nos pide volver a Él de todo corazón. Por eso queremos vivir la Cuaresma como un tiempo de conversión. Un tiempo donde volvamos a escuchar la voz de Dios en nuestros corazones, esa voz que nos invita a volver; esa voz que nos llama a retornar al hogar, al corazón del Padre.

            Si para nosotros, el tiempo de Cuaresma es el tiempo de volver al Padre; para el Padre Dios, el tiempo de Cuaresma, es el tiempo en que Él « se conmueve profundamente, corre a nuestro encuentro, nos abraza y nos besa» (cf. Lc 15, 20), tal como lo hace el Padre de la parábola del hijo pródigo.

            Sin embargo, todavía debemos hacernos una pregunta más; todavía debemos cuestionar nuestra conciencia y nuestro corazón. ¿En qué consiste la conversión? ¿De qué necesitamos convertirnos?

            En su mensaje para la Cuaresma 2024, el Papa Francisco nos señala que la Cuaresma “es tiempo de conversión, tiempo de libertad”.[2] Por lo tanto, la conversión consiste en ser libres, en buscar la auténtica libertad.

            Dice el Papa: “Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). (…) Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar.”[3]

            Sí, dentro de nosotros mismos, en nuestros propios corazones, llevamos ataduras que nos impiden ser libres; cadenas que nos sacan la libertad, la alegría y la capacidad de amar generosamente.

            Así, la Cuaresma entendida como tiempo de libertad consiste entonces en mirar nuestro propio corazón, mirar nuestra propia vida con honestidad, para reconocer cuáles son las cadenas y ataduras que debemos abandonar para vivir con Cristo en «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 21).

            Al recibir hoy la ceniza como señal de penitencia y de inicio de un camino hacia la libertad; por un lado vayamos meditando qué situaciones, qué actitudes, qué ataduras estoy llamado a abandonar; y, por otro lado, pidamos la gracia de que en este tiempo el Señor Jesús vuelva a hablarnos al corazón, para darnos la fuerza de abandonar la esclavitud del pecado y así abrazar la libertad del amor.

            A María, que supo dar su sí libremente al plan de Dios, le pedimos que nos acompañe en este tiempo cuaresmal, en este tiempo donde buscamos la libertad, para que su presencia maternal nos ayude día a día a elegir la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

14/02/2024



[1] FRANCISCO, Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2024

[2] Ibídem

[3] Ibídem

martes, 28 de febrero de 2023

«Para ser tentado»

 

Domingo 1° de Cuaresma – Ciclo A- 2023

Mt 4, 1 – 11

«Para ser tentado»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Luego de la escena del Bautismo de Jesús (cf. Mt 3, 13 – 17), se nos presenta en el Evangelio según san Mateo la escena de las “tentaciones” (Mt 4, 1 – 11). Llamativamente, luego del bautismo, en el cual el Espíritu de Dios vino sobre Jesús, el mismo Espíritu lo conduce al desierto para ser tentado.

«Para ser tentado»

            ¿No nos causa cierta sorpresa que el mismo Espíritu conduzca a Jesús al desierto para ser tentado? ¿No es esto extraño? Acaso, ¿no rezamos en el Padrenuestro “no nos dejes caer en la tentación?”?

            ¿Cómo comprender este pasaje evangélico? ¿Cómo comprender en profundidad este momento tan singular de la vida de Jesús?

            Para ello deberíamos preguntarnos, ¿por qué es necesario que Jesús sea tentado?

            Luego del Bautismo, y de un tiempo de recogimiento interior en el desierto - «después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches»-, Jesús debe enfrentarse a una profunda y verdadera lucha. Se trata de “una lucha interior por la misión, una lucha contra sus desviaciones, que se presentan con la apariencia de ser su verdadero cumplimiento.”[1]

            Comprendemos ahora no solamente por qué Jesús debe enfrentarse a las tentaciones. Comprendemos además qué son las tentaciones en su sentido más profundo: desviaciones de la misión encomendada, desviaciones del camino señalado para la misión y vocación. Desviaciones que se presentan bajo la apariencia de su cumplimiento. Pero de un cumplimiento cómodo y alejado del querer de Dios.

            En realidad, las tentaciones en tanto desviación de la auténtica misión de Jesús y el modo auténtico de realizarla, se presentarán a lo largo de toda su vida, incluso en el momento de la crucifixión: «¡Sálvate a ti mismo, si eres hijo de Dios, y baja de la cruz!» (Mt 27, 40).

«Al desierto»

            Así como Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu, también nosotros estamos llamados a ir al desierto; encaminarnos al desierto. Probablemente no se trate de un desierto como lugar físico o como realidad ecológico; sino del desierto como lugar espiritual y realidad interior.

           

Atrio de la Iglesia Santa María de la Trinidad
Santuario de Tup
ãrenda - Schoenstatt
Miércoles de Ceniza 2023

Sin duda en la Cuaresma se nos invita e incluso se nos urge a realizar la experiencia interior del desierto. Vamos al desierto cuando nos animamos a buscar la soledad, la desconexión y el silencio.

            ¡Nada más alejado de nuestra realidad y de nuestra sociedad! ¡Nada más alejado de la cultura de la constante conexión, exposición y distracción! ¡Nada más alejado de la cultura del consumo! Y sin embargo, nada más necesario para el corazón humano que el silencio y los momentos sanos de soledad; los mementos de estar con uno mismo.

            En la soledad y el silencio aprendemos a estar con nosotros mismos. Aprendemos a percibirnos y conocernos a nosotros mismos. Aprendemos a soportarnos a nosotros mismos, a vivir con nosotros; con nuestra realidad.

            En el silencio propio de la soledad aparecen todos nuestros ruidos interiores: aparecen nuestras propias tentaciones. Aparecen nuestras fragilidades; nuestros límites; nuestras obsesiones, miedos y desconfianzas; aparecen también nuestros deseos egoístas, nuestras malas intenciones y nuestras pretensiones vanas.

            Y muchas veces huimos de ellas. Huimos del silencio y de la soledad, porque no queremos confrontarnos con nosotros mismos y con nuestras propias tentaciones.

            Al huir de nuestras tentaciones –al no querer confrontarnos con ellas, al no querer luchar con ellas-, perdemos la oportunidad de conocernos más profundamente a nosotros mismos; perdemos la oportunidad de aceptarnos a nosotros mismos, y, sobre todo, de educarnos a nosotros mismos. Cada tentación, vivida en unión a Jesús, es una oportunidad de autoconocimiento y de autoeducación. 

«El demonio lo dejó»

            El hecho de que Jesús se haya dejado guiar al desierto para confrontarse con las tentaciones es un gran consuelo y un signo de esperanza para todos nosotros.

            En efecto, esta lucha interior de Jesús a favor de su auténtica misión mesiánica, es una lucha a favor de todos y cada uno de nosotros. Cuando Jesús lucha contra el tentador realiza “un descenso a los peligros que amenazan al hombre, porque sólo así se puede levantar al hombre que ha caído. Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana –esto forma parte del núcleo de su misión-, recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a «la oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil.”[2]

            Sí; Jesús se ha confrontado con las tentaciones, en su mismo núcleo, y así se ha confrontado con el tentador, y al hacerlo ha “descendido a los infiernos” como rezamos en el Credo, y ha salido victorioso; por eso «el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo» (Mt 4, 11).

            Esta victoria de Jesús nos muestra por un lado, que la manera de confrontarnos con la tentación es con sinceridad y como hijos de Dios; nunca solos, nunca aislados o tratando de vencer con nuestras propias fuerzas. Y por otro lado, nos muestra que al final de la lucha, la victoria es de Cristo, es Dios. En esperanza, en Cristo, hemos ya vencido la tentación. Jesús ha vencido, Él nos ha redimido. No lo olvidemos y no desesperemos.

            Al iniciar el tiempo cuaresmal, miremos a María, Madre de los redimidos, y confiando en la victoria de Cristo adentrémonos en el desierto cuaresmal para confrontarnos con nuestras propias tentaciones, y dejar que Cristo Jesús venza en ellas. Que así sea.

 

P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt



[1]J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Chile 20073), 50.

[2] Ibídem