La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 31 de marzo de 2024

Vigilia Pascual - Ciclo B - 2024 - «Allí lo verán»

Vigilia Pascual en la Noche del Sábado Santo – Ciclo B

2024

Mc 16, 1 – 8

«Allí lo verán»

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos la Vigilia Pascual en la Noche del Sábado Santo, y con ello llegamos al culmen del Triduo Pascual. Luego de acompañar al Señor Jesús en su entrada mesiánica a Jerusalén y contemplarlo lavando los pies a sus discípulos, para luego adentrarnos en su oración en el huerto de Getsemaní, desde la cual vivirá su muerte en cruz; lo contemplamos ahora como el Resucitado.

            También para nosotros valen las palabras que el ángel dirigió a las mujeres que se encaminaban hacia el sepulcro en «la madrugada del primer día de la semana» (Mc 16, 2): «Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado.» (Mc 16, 6).

            ¡Ha resucitado! Ese es el anuncio pascual que hoy escuchamos, ese es el acontecimiento que hoy queremos celebrar y vivir.

«No teman»

            El texto de san Marcos si bien nos dice que María Magdalena, María y Salomé se dirigían al sepulcro con ánimo de ungir el cuerpo de Jesús, nos da a entender que, a pesar de esto, las mismas no se encontraban preparadas para los signos que encontraron ni para el anuncio que recibieron.

            Aunque el ángel les dice: «No teman»; el texto señala que «salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí» (Mc 16, 8). ¿Por qué ocurrió esto? ¿Por qué reaccionaron así?

            Podemos suponer al menos dos razones. En primer lugar, las mujeres del evangelio no están preparadas para el anuncio que han recibido ni para el acontecimiento mismo que se les ha anunciado. En su momento, tampoco los discípulos comprendieron del todo “cuando Jesús les habló por primera vez sobre la cruz y la resurrección; mientras bajaban del monte de la Transfiguración, ellos se preguntaban qué querría decir eso de «resucitar de entre los muertos» (Mc 9, 10).”[1]

            Ellas buscan todavía al Crucificado, busca su cuerpo que debería estar depositado en el sepulcro. Es por ello que el ángel les dice: «Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí» (Mc 16, 6).

«Ha resucitado, no está aquí»

           

Acoger el anuncio de la resurrección y hacer experiencia del Resucitado, no es algo que dependa sola y exclusivamente de nuestras facultades y capacidades. No se trata de un ejercicio intelectual; no se trata de arrebato de los afectos. Es un don y una misión.

            Y nos adentramos aquí en la segunda razón por la cual las mujeres del evangelio, en un primer momento, reaccionan con temor ante el anuncio de la resurrección y los signos que acompañan este anuncio. Todavía no han recibido el don del Espíritu Santo, que en la oración, capacita a los creyentes para acoger en anuncio gozoso de la resurrección, hacer experiencia del Resucitado y anunciarlo a toda la creación.

            Para acoger plena y auténticamente el anuncio de la resurrección necesitamos el don del Espíritu Santo y necesitamos cultivar el hábito de la oración.

            La oración es el ámbito en el cual la Iglesia recibe el anuncio de la resurrección; lo asume, lo interioriza y lo experimenta. Y desde allí, desde la oración, que no es otra cosa que encuentro con el Resucitado, lo anuncia, testimonia y comparte.

«Allí lo verán»   

             Cuando el ángel dice: «Él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán» (Mc 16, 7); podemos interpretar que ese “allí” es la oración. Es en la oración donde podemos ver  Jesús Resucitado, presente y actuante en nuestras vidas.

            Sin duda que la oración es diálogo con el Dios vivo, con el Dios de la vida. Pero en realidad, la oración cristiana es siempre diálogo del bautizado con la Trinidad; es íntimo diálogo trinitario.

            En la oración por el Espíritu que nos ha sido dado en el Hijo, dialogamos con el Padre. Pero también, muchas veces, nuestra oración es diálogo con el Hijo, encuentro con el Resucitado que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20).

            En efecto, en la oración, cuando es auténtico diálogo, no hablamos solamente nosotros; Dios también nos habla; Cristo también nos habla, nos dirige su palabra.

            En la oración, Jesús nos habla al corazón diciéndonos: “«Resurrexi et adhuc tecum sum». «He resucitado y estoy aún y siempre contigo». Estas palabras, tomadas de una antigua traducción latina —la Vulgata— del Salmo 138 (v. 18 b), resuenan al inicio de la santa misa”[2] del día de Pascua. “En ellas […] la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que, resucitando de la muerte, lleno de felicidad y amor, se dirige al Padre y exclama: Padre mío, ¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo estaré siempre.”[3]

            “Gracias a su muerte y resurrección Jesús nos dice también a nosotros: he resucitado y estoy siempre contigo.”[4] En la oración podemos escuchar al mismo Resucitado que nos habla al corazón. En la oración, nosotros mismos unimos nuestra voz a la del Resucitado y le decimos al Padre: ¡Con tu Hijo he resucitado, y estoy –y estaré para siempre- contigo!

            Sí, por el Bautismo, ya hemos muerto y resucitado con Cristo. Por el Bautismo, la oración, los sacramentos y la caridad fraterna, estamos siempre con Jesús y con el Padre. Sí, allí radica la alegría pascual, allí radica la razón por la cual queremos testimoniar a todos que Cristo Jesús ha resucitado.

            A María, a quien con alegría invocamos como Regina Coeli – Reina del Cielo, le pedimos hoy y siempre, que con su presencia orante en nuestras vidas nos eduque en la oración, en esa “actitud interior de escucha, que es capaz de leer la propia historia personal, reconociendo con humildad y confianza que es el Señor quien actúa”[5], quien nos guía y acompaña.

Es el Resucitado el que nos dice:

Aquí estoy contigo, y lo estaré para siempre;

Aquí estoy contigo y me verás en la oración llena de fe y confianza.

Aquí estoy contigo y tú estarás siempre conmigo.

Amén. Aleluya.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Vigilia Pascual 2024



[1] Cf. BENEDICTO XVI, Homilía, Sábado Santo, Vigilia Pascual, 15 de abril de 2006.

[2] BENEDICTO XVI, Mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2008.

[3] Ibídem

[4] Cf. BENEDICTO XVI, Mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2008.

[5] Cf. BENEDICTO XVI, Audiencia General, 14 de marzo de 2012.

viernes, 29 de marzo de 2024

Pasión del Señor - Ciclo B - 2024 - «Quédense aquí, mientras yo voy a orar»

Acción litúrgica de la Pasión del Señor – Ciclo B - 2024 

Jn 18,1 – 19,42 

Mc 14, 32 - 42 

«Quédense aquí, mientras yo voy a orar» 

Queridos hermanos y hermanas:

            En este Viernes Santo hacemos memoria de los dramáticos acontecimientos de la Pasión del Señor. Jesús, al beber el cáliz que el Padre le ha dado (cf. Jn 18, 11) para nuestra redención, nos demuestra una vez más que nos ama hasta el fin (cf. Jn 13, 1).

            Como preparación a esta Acción litúrgica de la Pasión del Señor hemos revivido la Crucifixión del Señor con las imágenes sagradas de Cristo, la Dolorosa y el Discípulo amado. Y ahora hemos escuchado el relato de la Pasión del Señor.

            Todo esto en el contexto de un año dedicado a la oración, tanto en la Iglesia universal como en el Iglesia que peregrina en el Paraguay. Por ello, les invito a tomar la oración como clave de interpretación de los acontecimientos que estamos conmemorando, celebrando y actualizando.

«Quédense aquí, mientras yo voy a orar»

Por un momento volvamos a la celebración del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, concretamente al relato de la Pasión según san Marcos, y dentro de ese texto, al apartado de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní (Mc 14, 32 – 42).

El texto nos dice:

 «Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Quédense aquí, mientras yo voy a orar». Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.  Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando». Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».» (Mc 14, 32 – 36).

Me parece que este texto es clave y paradigmático. Clave para comprender en profundidad los acontecimientos de la Pasión del Señor, para asomarnos con fe, respeto y reverencia al corazón mismo de Jesús y contemplar con qué disposición interior ha vivido Él todos estos acontecimientos que hoy rememoramos y celebramos litúrgicamente. No basta con una conmemoración exterior, con una emoción pasajera o con visualizar una representación ritual. Debemos dejarnos tocar el corazón –núcleo de nuestra personalidad- por los acontecimientos salvíficos de la Pasión de Cristo.

Y para ello debemos adentrarnos en ellos desde nuestra interioridad por medio de la oración.

Por ello, el texto citado es también paradigmático; es decir, se torna un ejemplo de oración para todos nosotros en este momento en que contemplamos la Cruz del Señor, pero sobre todo, se torna modelo de oración al confrontarnos con nuestras propias cruces vitales.

«Yo voy a orar»

            Tanto en el relato de Marcos como en el de Juan, se nos dice que Jesús y sus discípulos, luego de la cena pascual, se retiraron a un lugar ubicado  «al otro lado del torrente Cedrón», a «una propiedad llamada Getsemaní» (Jn 18, 1 ; Mc 14, 32).

            ¿Y qué es lo primero que Jesús dice a sus discípulos? «Yo voy a orar». En el momento más dramático de su vida, en el momento en que «siente una tristeza de muerte»; lo primero -y único en realidad- que Jesús realiza es orar; es decir, buscar ponerse en la presencia del Padre Dios y bajo su mirada.

            Y en ese ponerse bajo la mirada providente de Dios, Jesús realiza una oración que lo involucra totalmente y de manera sincera. Lo involucra totalmente porque su experiencia de oración implica voluntad –Yo voy a orar-, alma y afectos –mi alma siente una tristeza de muerte- y cuerpo - se postró en tierra y rogaba-. Una oración total y totalizante. Personal y personalizante.

            ¿Cuál es nuestra reacción en los momentos de turbación y tristeza? ¿Acudimos a la oración o tratamos de evadirnos con mil distracciones y conexiones? Y si logramos hacer oración, ¿nuestra oración implica a nuestra voluntad, alma y cuerpo? ¿O nuestra oración se limita a un ejercicio intelectual que no logra abrir nuestro corazón al Dios de la vida?

            La oración de Jesús en el huerto de Getsemaní es una oración sincera. Él no esconde su temor, su tristeza. Incluso pide abiertamente: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14, 36).

           

Calvario 
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Viernes Santo 2024.
Y en realidad, en esa oración total y sincera, se realiza la obra de la redención humana; es decir, de la liberación humana. En esa lucha en la oración, Jesús ha vivido ya su Pasión, la misma que se concretará en los acontecimientos de su Crucifixión y Muerte; en esa lucha en la oración, Jesús ha liberado nuestra voluntad humana del temor, de la tristeza y del sinsentido, al orientar y alinear nuestra voluntad con la voluntad el Padre. En eso consiste la redención, en eso consiste la auténtica liberación; asumir desde nuestra interioridad, con Cristo, la voluntad de Dios para nuestras vidas.

            Como bien lo expresaba Benedicto XVI: “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8, 32).”[1]      

«No se haga mi voluntad, sino la tuya»

            Así, al aceptar ese proyecto salvífico de Dios, que contiene amor y verdad, Cristo responde libre y plenamente: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y es por ello que con fuerza le dirá a Pedro: «¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?» (Jn 18, 11). Y así, al consumar su Pasión, dirá con soberana y filial libertad: «Todo se ha cumplido» (Jn 19, 30).          

            Vemos así la grandeza y profundidad de la oración de Cristo; vemos así lo grande y profunda que está llamada a ser la oración cristiana; la oración de toda la Iglesia y la de cada uno de los bautizados.

«Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre»

            A María, Mater Dolorosa – Madre Dolorosa, quien supo estar al pie de la Cruz de su hijo, le pedimos:

            Madre, enséñanos a orar.

“Haznos comprender que el silencio [y la oración] no es desinterés por los hermanos

sino fuente de energía e irradiación;

no es repliegue sino despliegue;

y que, para derramar riquezas,

es necesario acumularlas.”[2]

Madre, enséñanos a orar.

Haznos comprender que los momentos de cruz, son momentos de oración.

Haznos comprender, que solamente orando con tu Hijo, alcanzaremos un día

la gloria, la alegría y la plenitud de la resurrección.

Madre, enséñanos a orar. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Viernes Santo 2024



[1] BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, 1.

[2] I. LARRAÑAGA, El silencio de María (Paulinas, Buenos Aires 20003), 7.

miércoles, 27 de marzo de 2024

Domingo de Ramos - Ciclo B - 2024 - «Príncipe de la Paz»

 Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo B - 2024 

Mc 11, 1 – 10 

Mc 14, 1 – 15, 47 

«Príncipe de la Paz»

 

Queridos hermanos y hermanas:

Con esta celebración del Domingo de Ramos iniciamos la gran semana de nuestra fe, la Semana Santa. Y esta Liturgia tiene la particularidad de que, por un lado, se proclama el texto evangélico de la entrada de Jesús en Jerusalén (Mc 11, 1 – 10); y por otro lado, -ya en la Eucaristía misma- escuchamos el relato de la Pasión del Señor -este año tomado del Evangelio según San Marcos (Mc 14, 1 – 15, 47).

En el texto evangélico que hemos escuchado antes de iniciar la procesión del Domingo de Ramos (Mc 11, 1 – 10) se nos relataba que Jesús y sus discípulos se aproximaban a Jerusalén; y a medida que el Señor se acerca a la Ciudad Santa, indica a los suyos los preparativos para su significativa entrada a la misma: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo» (Mc 11, 2).

Claramente el Señor prepara su entrada a Jerusalén. El texto nos da a entender que Jesús es consciente del significativo modo en que entrará a la Ciudad de David; así mismo, podemos suponer que  comprende el simbolismo que hay en el gesto de entrar montado sobre un asno. La referencia a la profecía de Zacarías  es inevitable: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna.» (Zac 9, 9).

Jesús es consciente del significado de todo este simbolismo, sin embargo, me pregunto si los discípulos comprendieron la verdadera profundidad y alcance de este gesto de Jesús.

«Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó»

Se nos dice que los discípulos obraron tal «como Jesús les había dicho» (Mc 11, 6) y que «entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó» (Mc 11, 7). También es probable que los mismos discípulos se hayan unido a los muchos que «extendían sus mantos sobre el camino» o a los que lo «cubrían con ramas que cortaban en el campo» (cf. Mc 11, 8).

Probablemente, los discípulos y muchos de los que estaban con ellos siguiendo a Jesús, fueron capaces de relacionar todos estos gestos con distintos pasajes del Antiguo Testamento y con la historia del pueblo de Israel.

Al pedir prestado un asno «que nadie ha montado todavía», “Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad. El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a un derecho real.”[1]

Así mismo, “el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9, 13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella.”[2]

Los discípulos son capaces de relacionar todos estos gestos con la tradición de la realeza davídica y con la esperanza de un Mesías; sin embargo, queda pendiente la pregunta de si comprendieron la verdadera profundidad de estos gestos. ¿Comprendieron en ese entonces qué clase de realeza Jesús reivindicaba para sí? ¿Comprendieron la manera en que Jesús quería llevar adelante su misión mesiánica? Preguntas que siguen siendo válidas para nosotros actualmente.  

Hoy nosotros hemos aclamado a Jesús como rey;  anhelamos que sea el rey de nuestras vidas, el rey de nuestros corazones. Lo hemos aclamado como Mesías, es decir, como el Salvador, el lleno del Espíritu. Anhelamos que reine en nuestros corazones y que nos salve.

¿Pero cómo esperamos que sea su salvación? ¿Según nuestros criterios, según nuestras ideas, según  nuestra medida? ¿Comprendemos su misión?

«¡Hosana en las alturas!»

Al igual que los discípulos de ese entonces, también nosotros nos hemos unido a «los que iban delante y los que seguían a Jesús» gritando y aclamando: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11, 9 – 10).

Domingo de Ramos 2024
Iglesia Santa María de la Trinidad 

De alguna manera, sobre todo en la primera parte de la celebración, cuando en procesión seguíamos las imágenes del Señor de las Palmas, de la Dolorosa y de san Juan, el discípulo amado; también nosotros entramos en esa atmósfera festiva y alegre, llena de expectativa. También nosotros hemos aclamado con alegría al Señor que entra en la Jerusalén de hoy que es su iglesia congregada para la celebración eucarística.

 Sin embargo, en medio de tanta emoción, de tanta alegría y de tanta expectativa, el único que comprende profundamente el sentido de esta entrada mesiánica es el mismo Jesús.

Así como la imagen del Señor de las Palmas hoy nos muestra un rostro sereno, así podemos imaginar al Señor Jesús en medio de las multitudes que entonces lo aclamaban con la expresión «¡Hosanna!».

Contemplemos la imagen sagrada del Señor de las Palmas. Tengamos en cuenta que una imagen religiosa quiere resaltar algún rasgo particular de aquel a quien representa. En lo personal, pienso que lo que más resalta en este Jesús de las Palmas es su rostro sereno. Aún en medio de tanta alegría, de tanto ruido y de tanta expectativa; incluso aún en medio de tanta presión, su rostro transmite serenidad y paz.

«Príncipe de la Paz»

A pesar de que Israel esperaba de Él un Mesías triunfalista, un Mesías político; Jesús sabe que la meta última de su peregrinación y entrada en Jerusalén “es la entrega de sí mismo en la cruz”.[3] Sabe que es «necesario que el Mesías soporte sufrimientos para entrar en su gloria» (cf. Lc 24, 26). Pues su gloria es la gloria del grano de trigo que cae en la tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12, 24).

 Jesús permanece sereno y su mirada penetra los acontecimientos externos para llegar al sentido profundo de su vida y misión. En su corazón Jesús tiene la certeza de que Dios vendrá en su ayuda, aún en medio de tanta conmoción exterior.

¿Cómo podemos participar de esta serenidad de Jesús? Hay una clave en la invitación que la Iglesia nos hace en este año dedicado a la oración. Lo hemos escuchado también en el relato de la Pasión (Mc 14, 1 – 15, 47), en medio de toda la conmoción exterior, en medio de toda la gente que se acercaba a Jesús para arrestarlo; Él hace oración.

En lugar de inquietarse, Él se toma el tiempo para hacer oración e invita a sus discípulos a hacer lo mismo. Este Año de la Oración[4] es como una invitación que Jesús nos hace para aprender a orar. Cuando mayor sea la intranquilidad, cuando mayor sea la cantidad de cosas que tenemos que hacer, más intensa debe ser nuestra oración. La clave de la paz y de la serenidad interior está en buscar el encuentro con el Dios de la vida en la oración.

Porque la oración es claridad de pensamiento, serenidad de alma y fortaleza de voluntad. Muchas veces no logramos vivir los momentos de inquietud con fe porque nos falta la oración persevera. El texto de la Pasión dice que tres veces Jesús se echó en tierra a orar.

Por eso, con soberana paz interior, Jesús ingresa en la Ciudad Santa, aún sabiendo que «ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores» (Mc 14, 41).

La soberanía que Jesús irradia en toda situación radica en su profunda oración, en su relación filial con Dios y en su total conformidad con la voluntad del Padre. Y precisamente, en ese dominar las circunstancias exteriores desde una interioridad profunda, desde la relación personal con el Padre Dios, en eso consiste su soberanía, en eso consiste su ser rey, su ser Señor, su ser Mesías.

Desde ese dominio interior puede entregarse libremente para la salvación de todos. Mirando a Jesús como Señor de las Palmas, como Señor de la serenidad interior, los descubrimos también como «Príncipe de la Paz» (Is 9, 5).  

Queridos hermanos y hermanas, iniciamos hoy la Semana Santa. Probablemente también nosotros la iniciamos con inquietudes, preguntas, intranquilidades y tareas pendientes. Miremos al Príncipe de la Paz, al sereno Señor de las Palmas, y con él adentrémonos en la oración que es fuente de paz, de serenidad, de claridad y de fortaleza.

A María, Mater serenitatis – Madre de la Serenidad, le pedimos la gracia de comprender profundamente el misterio de la realeza mesiánica de Cristo, y así, unidos a Él en oración, permanecer serenos en medio de las conmociones de la vida cotidiana, sabiendo que nuestra vida siempre descansa en las manos del Padre Dios. Amén.

 

P. Óscar I. Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

24 de marzo de 2024



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, S.A., Madrid 2011), 14.

[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, 16.

[3] J. RATZINGER/BENDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, 12.

[4] PAPA FRANCISCO, Carta a S.E. Mons. Rino Fisichella para el Jubileo 2025.