La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!
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domingo, 11 de mayo de 2025

Habemus Papam 2025

Habemus Papam 2025

Elección del Papa León XIV


            Eran alrededor de las 13:10 horas del jueves 8 de mayo de 2025 cuando a través de un mensaje de WhatsApp me enteré de la “fumata blanca”; la esperada señal desde la chimenea instalada en el techo de la Capilla Sixtina.

Desde el inicio del Cónclave 2025 –el 7 de mayo- los ojos del mundo estaban puestos en esa chimenea: cámaras fotográficas; cámaras de televisión y por supuesto redes sociales y medios de comunicación a través de Internet. Todos esperábamos la señal de que un nuevo Papa, un nuevo Obispo de Roma, había sido elegido.

Los anteriores anuncios papales

            Al tratar de poner por escrito mis primeras impresiones de estos días de cónclave, elección y anuncio, no puedo evitar recordar los anteriores anuncios papales que me tocó vivir.

            El primero para mí fue el del 2005. El 19 de abril de 2005, fue elegido papa el cardenal Joseph Ratzinger, quien tomó el nombre de Benedicto XVI.

            En ese entonces yo era novicio de los Padres de Schoenstatt y estaba realizando mi práctica social en el Hospital Interzonal General de Agudos de la ciudad de Mar del Plata, Argentina.

Es el alemán

            En medio de las tareas de auxiliar de enfermería que me habían asignado a mí y a otros dos hermanos de comunidad, uno de los pacientes nos dice: “ya tienen nuevo jefe; es el alemán”. Enseguida nos dimos cuenta de que se trataba  del cardenal Ratzinger.

            En ese entonces todavía no había redes sociales, y las noticias no tenían la inmediatez actual. Recuerdo que compramos diarios y allí nos fuimos enterando del Habemus Papam y de las primeras palabras y bendición del papa Benedicto XVI.

            Debo admitir que Ratzinger tenía bastante mala prensa como el “cardenal de la inquisición”; y algo de esa mala prensa permeó mi primera impresión. Después de tantos años de papado de Juan Pablo II, era extraño escuchar en Misa un nombre tan poco común en ese entonces: Benedicto.

            Sin embargo, con el tiempo, y sobre todo con su primera encíclica, Deus caritas est, lo fui descubriendo, apreciando y admirando. Él había puesto palabras a mi propia experiencia de fe con Schoenstatt: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[1]

            Imposible para mí olvidar su histórica renuncia al papado. Escuché esa noticia siendo estudiante y preparando el examen para el Bachillerato en Teología en la Pontifica Universidad Católica de Chile, en Santiago, el 11 de febrero de 2013.

Georgium Marium

            Lo que me lleva al cónclave del 2013 y el anuncio de la elección del papa Francisco. El 13 de marzo de 2013, estando en el Colegio Mayor Padre José Kentenich, nos enteramos de la “fumata blanca”. Todos los seminaristas nos dirigimos apresuradamente a la sala de la televisión para escuchar el anuncio, y luego ver al nuevo Papa.

            Recuerdo que fui de los primeros en comprender que el Cardenal Bergoglio, entonces Arzobispo de Buenos Aires, Argentina, había sido elegido Papa. Al escuchar los nombres Georgium Marium, pronunciados por el cardenal protodiácono, supe que era Él. Pero la sorpresa mayor vino con la elección del nombre papal: Francisco.

            Y mayor fue mi sorpresa al verlo solamente con la sotana papal blanca, sin muceta ni estola –la cual se la puso posteriormente para impartir su primera bendición Urbi et Orbi-.

            Sin embargo, de ese día recuerdo el momento de silencio y oración que vivimos todos –tanto los que estaban en la Plaza de San Pedro como los que seguíamos desde lejos los acontecimientos- cuando el papa Francisco pidió la oración del pueblo de Dios por el Obispo de Roma.

¡Prevost!

             Finalmente llegamos al 8 de mayo de 2025. Una vez más el annuntio vobis gaudium magnum, me agarra inesperadamente fuera de Paraguay. Estoy en Argentina, cursando presencialmente una Licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad Católica Argentina.

            Y de hecho, a través de un mensaje de WhatsApp, en el grupo de la Facultad de Derecho Canónico, me enteré de la “fumata blanca”. ¡Los cardenales eligieron Papa! ¡Un nuevo Obispo de Roma!

            Debo decir que me sorprendió la relativa rapidez de la elección. Por alguna razón imaginé un cónclave un poco más largo. Tal vez la prensa contribuyó a eso. Eran varios los artículos en Internet que aseguraban una cierta división en el colegio de cardenales sobre cuál debería ser el perfil del nuevo Sucesor de san Pedro. Más de uno se preguntaba: ¿será progresista o conservador? ¿Será europeo, asiático o africano? ¿Seguirá la línea de Francisco o no?

            Todo eso hacía imaginar un cónclave un poco más largo. Además de la lista de “papables” según los distintos medios de comunicación y los vaticanistas ad hoc.  

            Y sin embargo, Dios que siempre nos excede, que siempre nos “primerea” –a decir del papa Francisco-, una vez más nos sorprendió. El segundo día del cónclave, en la cuarta ronda de votaciones, el cardenal Robert Francis Prevost, fue elegido Sucesor de san Pedro.

            Con mis hermanos de comunidad seguimos la transmisión a través de la página web Vatican Media. Quisimos asegurarnos de seguir un buen recuento de los acontecimientos que se estaban viviendo en la Plaza de san Pedro. Pero esta vez, sí que el Habemus Papam se da en el contexto de la inmediatez de las redes sociales.

            Por un momento la señal de Vatican Media se retrasó, y por medio de un mensaje de WhatsApp un hermano de comunidad escribía: “¡Prevost! Dios es grande y nos quiere”.

            Mi primera impresión fue; ¡un estadounidense! Pero luego de que la señal de Vatican Media retomó su conexión –entre medio nos perdimos al anuncio del cardenal protodiácono- y pudimos ver ya al nuevo papa, León XIV, mi primera impresión cambió.

            Admito que me alegró verlo vestir el hábito coral completo del Papa. Pero sobre todo su rostro me transmitió paz y una serena alegría. En el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro, se veía a este hombre sereno que contemplaba a gran parte del pueblo que Dios le confió. Serenidad, contenida emoción y alegría.

La paz esté con todos ustedes

            Y todo esto se confirmó al escuchar sus primeras palabras a Roma y al mundo: “¡La paz esté con todos ustedes! Este es el primer saludo de Cristo resucitado, el Buen Pastor, que ha dado la vida por la grey de Dios. También yo quisiera que este saludo de paz entre en sus corazones, llegue a sus familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!”[2]

            Su llamado tan claro a la paz me tocó, y estoy seguro tocó el corazón de muchos hombres y mujeres. Con una voz serena pero fuerte, el Vicario de Cristo, nos llamaba y nos marcaba el camino: el camino de la paz.

           

Paz para tantos conflictos internacionales y globales; pero paz también para tantos pequeños grandes conflictos en las comunidades, en las familias, y en el corazón de cada uno de nosotros. La paz que proviene de Cristo Resucitado, “una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente.”[3] 

            En el resto de su primer discurso es claro que asume las grandes líneas del papa Francisco –hoy en día, líneas de toda la Iglesia-: sinodalidad, misión y misericordia. León XIV, desde su originalidad agustiniana y americana –tanto por su proveniencia norteamericana como por su experiencia peruana- asume el legado de Francisco, y lo lleva hacia adelante -también con la referencia a León XIII y su Rerum novarum-: “Sin miedo, unidos, tomados de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede.”[4] 

            Sí, Cristo nos precede. Y una vez más nos ha regalado un Pastor, nos ha regalado a Pedro, nos ha regalado a León XIV. Caminemos juntos; caminos con nuestro Papa detrás de Jesucristo y con María, Madre de la Iglesia; Madre de la Paz; Madre de la Esperanza.

            El Papa León me llena de alegría y esperanza. La vida es un camino. Caminemos con el Papa, llenos de esperanza; somos peregrinos de esperanza. Muchos peregrinos, que en el único Cristo, nos hacemos uno: In Illo uno unum; es decir, en el único Cristo nos hacemos uno.[5]

 

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

9 de mayo de 2025

Facultad de Derecho Canónico, UC Argentina



[1] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1

[2] LEÓN XIV, Primera bendición «Urbi et Orbi» del Santo Padre León XIV, 08.05.2025 [en línea]. [fecha de consulta: 11 de mayo de 2025]. Disponible en: <https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2025/05/08/080525a.html>

[3] Ibídem

[4] Ibídem

[5] Cf. VATICAN NEWS, Fue publicado el escudo y el lema del Papa León XIV [en línea]. [fecha de consulta: 11 de mayo de 2025]. Disponible en:< https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2025-05/fue-publicado-el-escudo-y-el-lema-del-papa-leon-xiv.html>

sábado, 20 de mayo de 2023

Caminando con María, buscamos el bien común

 

Celebración en honor a María Auxiliadora

Santuario María Auxiliadora – Asunción

5° día del Novenario

“Caminando con María, buscamos el bien común”

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Con gran alegría, un año más, estamos viviendo el Novenario en honor a María, Madre y Auxiliadora de los cristianos. Con gran alegría y con gran anhelo, queremos preparar nuestros corazones al día de gracias del 24 de Mayo, día de María, Auxiliadora de los cristianos.

            Desde este santuario mariano estamos invitados a vivir nuestra fe y nuestro Bautismo cristiano “caminando con María para ser fermento de un nuevo Paraguay”; fermento de un Paraguay, que de la mano de María Santísima, llegue a ser Nación de Dios[1] donde reinen la verdad, la justica y el amor.

Caminando con María

            Cada día de este Novenario es como un caminar con María. Con Ella, de su mano y siguiendo los pasos de Jesús, vamos caminando hacia el día de gracias del 24 de Mayo, hacia la profunda renovación de nuestra vocación cristiana.

            La imagen del camino, del caminar con María detrás de Jesús, es también una referencia clara al proceso sinodal que está viviendo la Iglesia. En ese sentido, el camino no es solamente una imagen, sino una invitación a vivir nuestra fe y nuestra vocación cristiana en la experiencia del caminar juntos, como Iglesia, como Pueblo de Dios, como hermanos.

            Sin embargo, es bueno que nos preguntemos: ¿qué significa concretamente la insistente invitación a la sinodalidad que nos hace el Papa Francisco? Pienso que no se trata solamente de tener una claridad intelectual respecto de la sinodalidad; sino que se trata más bien de hacer experiencia de sinodalidad. Y desde la experiencia tomar conciencia de lo que ella significa, implica y aporta a nuestra vida de fe.

           

Imagen Auxiliar de la MTA
Mater Ter Admirabilis
Santuario María Auxiliadora - Asunción 

Precisamente el Novenario en preparación a la Solemnidad de nuestra Madre, María Auxiliadora, es una oportunidad, tanto para ganar claridad respecto de la sinodalidad y lo que ella significa, como para hacer experiencia de sinodalidad –de caminar juntos- y tomar conciencia de todo lo que la vivencia de la sinodalidad aporta a nuestra fe y a nuestra vida.

            En efecto, el hecho de estar reunidos para celebrar esta Eucaristía es un signo de sinodalidad; las vivencias que tenemos como peregrinos de este Santuario o como parroquianos de esta parroquia, son signos concretos de sinodalidad; signos concretos de la naturaleza misma de la Iglesia y de la fe cristiana.

            Desde el mismo Bautismo somos llamados e incorporados a Cristo en un pueblo, en el Pueblo de Dios; en una comunidad, la Iglesia de Cristo. “En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación.”[2] Desde el inicio, nuestra fe y nuestra vida es con otros, es con y en el “nosotros” de la Iglesia.

            Por ello, en estos días del Novenario aprovechemos la oportunidad de renovarnos en nuestro arraigo a Cristo, en la Iglesia, en María, en los hermanos; en la comunidad concreta en la que, con alegrías y desafíos, vivo mi fe. En estos días de gracia, desarrollemos el “gusto espiritual de ser pueblo”; volvamos a descubrir que Jesús “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia.” Sí, “la Palabra de Dios (…) nos invita a reconocer que somos pueblo: «Ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios» (1Pe 2,10)”.[3]     

Buscamos el bien común

            Por lo tanto, si “la misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario”[4]; si nuestra misma vocación bautismal es íntimamente personal y eclesial, comprendemos que como discípulos de Jesús e hijos de María Auxiliadora, estamos llamados a buscar el bien común. Comprendemos que “desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad”[5] cristiana.

            El bien común es el “bien relacionado con el vivir social de las personas (…). Es el bien de ese “todos nosotros”, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz.”[6]

            Por lo tanto, buscar el bien común es salir de nuestro propio yo, salir de nuestros encierros, indiferencias y comodidades, para ir al encuentro de los demás y sus necesidades. La búsqueda del bien común nos ayuda a evitar la tentación de caer en un cómodo e irreal intimismo espiritual o devocional, donde todo lo que cuenta es sentirme bien conmigo mismo olvidando a los demás –y en último término al mismo Cristo presente en los más pequeños-.

Un auténtico hijo de María sabe salir al encuentro de las necesidades y carencias de sus hermanos. Un auténtico hijo de María, sabe que “su ser madre hace que siempre sea Auxiliadora de todos sus hijos, [sabe que] a ella le interesa el bienestar de todos.”[7] Por lo tanto, si la Madre es Auxiliadora de todos, también los hijos debemos ser auxiliadores de todos.

Por ello, buscar el bien común con María implica también “promover a todos los hombres y a todo el hombre”[8]; es decir, el bien común tiene una dimensión social –“todos los hombres”-, pero también una dimensión antropológica –“a todo el hombre”-. Trabajar por el bien común de todos, trabajar por el bien de nuestros hermanos, es construir la ciudad del hombre “haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras”[9]; pues, “la acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana.”[10]

¡Qué hermosa es la vocación cristiana! ¡Qué hermosa es la auténtica vocación de la Iglesia: Pueblo de Dios y anticipo de la Jerusalén celestial!

Anhelando renovar nuestra vocación bautismal, y comprometiéndonos en la edificación de nuestra Patria como Nación de Dios, miramos a María, Madre y Auxiliadora de los cristianos, y le decimos:

“Madre mía, me pides el corazón.

Lo necesitas para construir un nuevo Paraguay.

¡Sí, te lo doy! Que ya no sea mío, sino tuyo.

Que sea de mi familia, de mi Iglesia, de mi Patria.

Que te pertenezca y se asemeje al corazón santo

de Roque González de Santa Cruz.

María, remolino de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,

lleva mi corazón consagrado

hasta el corazón mismo de Dios Trino,

para que nazca Cristo de nuevo en todos los paraguayos.

María, Auxilio de los cristianos:

ruega por nosotros, te damos el corazón. Amén.”[11]

 

P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

19/05/2023



[1] El ideal o lema de la Familia de Schoenstatt en Paraguay es: Nación de Dios, corazón de América.

[2] BENEDICTO XVI, Porta fidei, 10.

[3] Cf. FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 268.

[4] BENEDICTO XVI, Porta fidei, 10.

[5] BENEDICTO XVI, Caitas in veritate, 7.

[6] Ibídem

[7] SOR VENANCIA GONZÁLEZ, FMA, Caminando con María para ser fermento de un nuevo Paraguay. Novenario en honor a María Auxiliadora de los cristianos, Reflexión del 19 de Mayo de 2023.

[8] PABLO VI, Populorum Progressio, 14.

[9] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 7.

[10] Ibídem

[11] Cf. MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOESNTATT, PARAGUAY, Oración María de la Trinidad.

jueves, 27 de octubre de 2022

Llamados a dar testimonio de Jesucristo - Tupãrenda 2022

 

 Domingo 29° del tiempo durante el año – Ciclo C – 2022

Lc 18, 1 – 8

Novena a la Madre, Reina y Victoriosa Tres veces Admirable de Schoenstatt

Santuario de Tupãrenda

Octavo día: Llamados a dar testimonio de Jesucristo con coherencia de vida

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En el marco de la preparación a la Fiesta del 18 de Octubre en Tupãrenda, fiesta de la Alianza de Amor con María y fiesta del Santuario, nos reunimos a celebrar Eucaristía en el domingo, día de Cristo Resucitado.

            Es Cristo quien nos convoca a celebrar Eucaristía, es Cristo quien nos convoca a escuchar su Palabra y así nos desafía a vivir según su Evangelio, como auténticos discípulos suyos, como auténticos bautizados.

            De eso se trata el Año del Laicado que estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay. Por un lado estamos llamados a “redescubrir el ser y la misión de los laicos” desde el sacramento del Bautismo; y por otro lado, estamos llamados a vivir en coherencia con la gracia bautismal que hemos recibido, en coherencia con nuestra fe, en coherencia con el Evangelio de Jesús.

            Redescubrir el gran don del Bautismo cristiano y vivir en coherencia con ese don: esta es nuestra tarea, esto es lo que esperamos de este Año del Laicado; esta gracia imploramos también aquí en Tupãrenda.

Coherencia de vida

            Vivir en coherencia con el gran don del Bautismo, con el gran don de la fe en Cristo. Si queremos vivir en coherencia con ese don, en primer lugar debemos re-descubrir ese don, re-descubrir ese gran regalo que es la fe en Cristo y el Bautismo. O más que re-descubrir ese don, se trata en realidad de descubrirlo como don por vez primera.

            Aunque somos bautizados, no hemos descubierto toda la riqueza que contiene nuestro Bautismo cristiano; aunque somos bautizados, no hemos descubierto toda la riqueza que contiene nuestra fe en Cristo. Porque muchas veces vivimos nuestra fe solamente como compromiso ético y no como don que nos da vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).

            Olvidamos que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva[1]

                Sí, el gran don de la fe es el encuentro con la persona de Jesucristo, vivo y presente en su Iglesia, en su Palabra y en los sacramentos.

Y “sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios [en Cristo], que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad.”[2] Sólo gracias a ese encuentro recibimos la vida en abundancia y estamos en camino hacia una vida auténtica, plena y feliz.

Ése es el gran don de la fe, ése el gran don del cristianismo. Y es con este gran don que estamos llamados a vivir en coherencia. Ser coherentes con el don recibido en el Bautismo.

Misa desde el Santuario de Tupãrenda
Novenario 2022
En profundidad la coherencia cristiana es en primer lugar ser coherentes con la identidad más auténtica que nos regala el Bautismo: hijos e hijas de Dios Padre en Cristo Jesús; morada del Espíritu Santo y miembros del santo Pueblo de Dios. ¡Es hermosa la identidad que nos regala Cristo! Con esa identidad estamos llamados a ser coherentes y así a dar testimonio de Jesús en nuestras vidas.

Una vez que comprendemos la raigambre bautismal de la coherencia, podemos entonces decidirnos a cultivar con decisión la dimensión ética de la coherencia de vida; es decir, actuar concretamente en todas las dimensiones y ambientes de nuestra vida de acuerdo a nuestra identidad más propia y profunda: bautizados en Cristo, aliados de María, con una vocación de vida y con un ideal al cual aspiramos.          

El testimonio de la viuda del Evangelio

            En el fondo, ese es el testimonio que ofrece la viuda del evangelio (cf. Lc 18, 3); ese es el testimonio que ofrecen tantos hombres y mujeres de fe que a pesar de las adversidades e injusticas sufridas, no dejan de «orar siempre sin desanimarse» (Lc 18, 1), y así, con su oración dan testimonio de que Jesús está presente en sus corazones, de que Dios sigue obrando en el mundo de forma silenciosa pero eficaz allí donde hay un corazón creyente, un corazón con fe (cf. Lc 18, 8).

            En efecto, el que permanece en oración constante, y al mismo tiempo hace todo lo posible por realizar el bien concreto en su entorno, da testimonio de esperanza, da testimonio de que “cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. (…) El que reza nunca está totalmente sólo”.[3]

            Y así el hombre y la mujer orantes y activos en el servicio a los demás, dan testimonio de Cristo, porque en el fondo son coherentes con su vocación bautismal, con el gran don recibido en el Bautismo. El que es uno con Cristo, el que está movido por el Espíritu y se sabe hijo del Padre y hermano de todos los miembros del Pueblo de Dios, no puede sino irradiar eso que lleva en el corazón con su oración y su acción.

            El que conoce su identidad cristiana y la asume, connaturalmente vive esa identidad en su obrar y así irradia desde su interior a Cristo vivo y presente en él.   

            Al renovar hoy nuestra Alianza de Amor con María, renovemos también nuestra conciencia de bautizados en Cristo, para que desde el corazón y en oración, nos pongamos al servicio de la edificación de la Nación de Dios en Paraguay. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

16 de octubre de 2022



[1] BENEDICTO XVI, Deus Caritas Est, 1.

[2] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 8.

[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 32.

lunes, 8 de agosto de 2022

El laico, el bien común y la dignidad humana

 

Arquidiócesis de la Santísima Asunción

Parroquia San Juan María Vianney

Fiesta Patronal 2022

Solemne Víspera

“El laico en la búsqueda y promoción del bien común,

en la defensa de la dignidad humana”

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos esta Eucaristía en la Solemne Víspera de la fiesta de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, patrón de todos los sacerdotes[1] y en especial de aquellos a quienes se ha encomendado el oficio pastoral de párrocos.

            San Juan María Vianney, a cuya patrocinio está dedicada esta hermosa comunidad parroquial, nos decía: “Si comprendiéramos bien lo que es un sacerdote en la tierra, moriríamos: no de miedo, sino de amor”. Sintetizaba así su íntima experiencia y comprensión de la vocación sacerdotal. Él nos ayuda a comprender que “el sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor.”[2]

Año del laicado

             Así también, a lo largo de este Novenario, con la presencia espiritual del Santo Cura de Ars y animados por nuestros Pastores, hemos querido comprender en profundidad la vocación del laico cristiano. De eso se trata este Año del laicado que estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay: redescubrir “el ser y la misión de los laicos”[3].

            Incluso podríamos parafrasear al Santo Cura de Ars y decir: “si comprendiéramos bien el misterio del laico cristiano, viviríamos con el corazón lleno de alegría y de amor”.

            Para descubrir en profundidad el misterio del laico cristiano, la grandeza de la dignidad y vocación laical, debemos centrarnos en el sacramento del Bautismo; el sacramento que es como “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia (…). Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22).”[4]

            Sí, el Bautismo es la puerta de entrada a la vida de comunión con Dios y con los hermanos; es el sacramento fundamental y fundante de la vida cristiana, pues, nos une íntima y verdaderamente a Cristo Jesús; y al hacerlo nos hace hijos del Padre, nos perdona el pecado original, nos dona el Espíritu Santo y nos hace Pueblo de Dios.

            Tal como lo expresa la Primera Carta de san Pedro: «Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz: ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.» (1 Pe 2, 9 – 10).

            En el gran don del Bautismo está enraizada la vocación del laico cristiano, aquí está su grandeza, su dignidad; su identidad más auténtica y profunda; y por lo tanto, desde el Bautismo –y la Confirmación- brota su misión: anuncia a todos la dignidad humana y promover incansablemente el bien común.

Dignidad humana

            Los textos bíblicos proclamados en la Liturgia de la Palabra hoy, nos ayudan a comprender dónde radica la dignidad humana que como bautizados estamos llamados a anunciar, cultivar y defender.

            En primer lugar nuestra Fe nos ensaña que somos creación predilecta de Dios: «Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.» (Gn 1, 26 – 27).

           

"Este es el Cordero de Dios..."
Eucaristía en la Parroquia San Juan María Vianney
Arquidiócesis de la Santísima Asunción
Al hecho de ser creación, se une también el gran don del Bautismo en Cristo. ¡Somos valiosos a los ojos de Dios! En primer lugar porque hemos salido de sus manos, de su corazón, de su pensamiento, de su voluntad creacional. Ninguno de nosotros es fruto del azar o la casualidad; ninguno de nosotros es un error; todos y cada uno hemos sido queridos, pensados y amados. Cada uno es creación predilecta. Y este hecho nadie nos lo puede arrebatar; esta dignidad creacional, nadie nos la puede arrebatar. Somos imagen y semejanza de Dios.

            Unida a la dignidad creacional, se encuentra la dignidad bautismal: «Porque todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo.» (Ga 3, 26 – 27).

            Sí, la dignidad humana radicada en el acto creacional de Dios, en el Bautismo se reviste de la dignidad misma del Hijo de Dios: de Jesucristo. No olvidemos que por el Bautismo somos verdaderamente identificados con Cristo y participamos, cada uno según su vocación y particularidad sacramental, del triple oficio de Cristo: sacerdote, profeta y rey.

            ¡Cuánta dignidad se nos ha regalado y confiado! Cuán apropiadas entonces las palabras de san León Magno: “Reconoce, cristiano, tu dignidad.”[5] Animémonos a creer en nuestra dignidad; animémonos creer en lo valiosos y amados que somos.

            Sólo si reconocemos y creemos en el gran don de nuestra dignidad cristiana, también asumiremos la misión de promover esta dignidad a través de la búsqueda del bien común en la sociedad.

Bien común

            Comprendemos entonces que solamente el auténtico encuentro con Jesús, y la auténtica vivencia del Bautismo, son los que transforman nuestra existencia, pues ese encuentro y esa vivencia “da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[6]

Ese encuentro y esa vivencia nos impulsan a una auténtica búsqueda del bien común, pues como bautizados hemos experimentado que “cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32).”[7]

Así mismo, al estar íntimamente unidos a Cristo, y entre nosotros como Pueblo de Dios, comprendemos también que “amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad.”[8] Es exigencia de nuestra dignidad y misión de bautizados en Cristo Jesús.

En el Evangelio (Jn 9, 1 – 7) hemos visto  que tanto los discípulos de Jesús como el ciego de nacimiento tomaron consciencia de la dignidad inherente de cada uno, y así mismo hemos percibido cómo han ido comprendiendo que el bien común implica siempre reconocer, cultivar y defender la dignidad de cada persona humana, sin importar su condición. Pues la vida de todos y de cada uno es siempre oportunidad «para que se manifiesten en él las obras de Dios» (Jn 9,3).

Que la Santísima Virgen María y san Juan M. Vianney, nos ayuden a tomar consciencia de nuestra dignidad cristiana, y así, nos muevan a reconocer y promover la dignidad de todos en la consecución del bien común en nuestras familias, comunidades y en nuestra Patria. Que así sea. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

3 de agosto de 2022  

[1] BENEDICTO XVI, Año Sacerdotal.

[2] BENEDICTO XVI, Homilía, Santa Misa, Clausura del Año Sacerdotal, 11 de Junio de 2010.

[3] CEP, Mensaje de los Obispos del Paraguay, Año del Laicado.

[4] BENEDICTO XVI, Porta Fidei, 1.

[5] LEÓN MAGNO, Sermón 1 en la Natividad del Señor 1 – 3.

[6] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1.

[7] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 1.

[8] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 7.