La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 30 de julio de 2017

«Concede a tu siervo un corazón sabio»

Domingo 17° del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 13, 44 – 52

1 Reyes 3, 5. 7 – 12

«Concede a tu siervo un corazón sabio»

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más la Liturgia de la Palabra nos presenta un texto tomado del Evangelio según san Mateo. El texto evangélico de hoy (Mt 13, 44 – 52) contiene tres parábolas que con imágenes nos hablan del Reino de los Cielos.

            La primera parábola utiliza la imagen de un hombre que, en un campo, encuentra un tesoro escondido. De acuerdo con el texto, el hombre vuelve a esconder el tesoro «y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo» (Mt 13,44), de modo que pueda quedarse con el tesoro.

            La segunda parábola utiliza la imagen de «un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró» (Mt 13, 45 – 46).

«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro»

            Ambas parábolas utilizan imágenes que nos hablan del valor y de la importancia que le damos a las cosas. Normalmente utilizamos la palabra tesoro para designar objetos muy valiosos, con frecuencia imaginamos tesoros escondidos en la forma de cofres llenos de monedas o piedras preciosas. Todos comprendemos que un tesoro es algo por lo cual vale la pena el trabajo de una dura e intensa búsqueda.

            Así Jesús nos dice que el Reino de los Cielos es como un tesoro valioso –o como una perla preciosa-, por el cual deberíamos trabajar arduamente para encontrarlo y apropiárnoslo.  ¿Por qué utiliza Jesús esta imagen? ¿Por qué compara Jesús el Reino de los Cielos a un tesoro valioso?

            Pienso que esto se debe a que Él conoce muy bien el corazón humano. Jesús sabe muy bien que cada persona lleva en su corazón un conjunto de valores que considera importante y valioso. Cada uno de nosotros lleva el anhelo de un tesoro en el corazón.

            Algunas personas valoran la amistad y la lealtad; otros valoran la verdad y la autenticidad; otras personas ponen su corazón en los bienes materiales: dinero, ropa, terrenos o automóviles. Otros desean prestigio y poder. La lista podría ser interminable.

            También cada uno de nosotros lleva un conjunto de valores en su corazón; un conjunto de realidades que creemos y sentimos importantes para nosotros y que nos esforzamos por realizar y lograr. Como dice el Señor en otro pasaje del Evangelio: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21).

            Por lo tanto, cuando nosotros creemos que algo es valioso, que algo es importante, nos esforzamos con todas nuestras capacidades para obtenerlo, para lograrlo. Tal vez, hoy podemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cuáles son las realidad de mi vida que yo considero un tesoro? ¿Cuáles son las cosas en mi vida por las que más me he esforzado? Si logramos responder a estas preguntas, seremos conscientes de cuáles son los tesoros de nuestra vida.

«Lleno de alegría, vende todo lo que posee»

            Entonces, si entendemos que nuestro corazón, que todo nuestro ser, se mueve en dirección a las cosas que valoramos como importantes; deberíamos esforzarnos por descubrir y comprender que el Reino de los Cielos, es decir, la presencia de Dios Padre en nuestra vida y la relación personal con Jesucristo, es el tesoro más importante y valioso al cual podemos aspirar.

            ¡Sí, el Reino de los Cielos es valioso! ¡El Reino de los Cielos es un tesoro precioso! Más precioso y valioso que todas las cosas terrenas que consideramos importante y queridas para nosotros.

            Esta es la razón por la cual el salmista dice: «Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata» (Salmo 119 (118), 72). Esta es la razón por la cual san Pablo dice: «Todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo» (Filp 3, 7 – 8).

            Por lo tanto debemos ser como aquél hombre que encontró un tesoro escondido en un campo. Debemos ir y con alegría vender todo lo que tenemos para poder comprar el campo y poseer el tesoro (cf. Mt 13,44). Esto significa que debemos aprender a desprendernos de algunas cosas para poder recibir el Reino de los Cielos. Sí, debemos desprendernos del pecado, del egoísmo y de la indiferencia. Pero también, a veces, debemos desprendernos de cosas buenas para estar más abiertos a la presencia de Dios.

           
Rey Salomón.
Capilla del Colegio Universitario de San Estanislao.

Ljubljana-Šentvid, Eslovenia, Mayo 2004.
¿Cuáles son las cosas a las que tenemos que renunciar para poder recibir el Reino de Dios en nuestras vidas? ¿Tenemos la motivación y la fuerza para hacerlo?

            Mientras nos vamos haciendo estas preguntas, comenzamos a comprender el contenido principal de la oración que el rey Salomón le dirigió a Dios: «Concede a tu siervo un corazón sabio» (cf. 1 Reyes 3,9). Sí, necesitamos un corazón comprensivo, un corazón sabio, no solamente «para discernir entre el bien y el mal», sino para ver claramente dónde está el verdadero tesoro en nuestra vida. Necesitamos un corazón comprensivo y sabio para percibir el Reino de los Cielos en nuestra vida. Y esa sabiduría proviene de Dios.

            Así que pidamos constantemente este don en la oración. El don  de la sabiduría que nos permita tomar las decisiones correctas en nuestro día a día; el don de la sabiduría que nos permita elegir el Reino de los Cielos por encima de todo.

«El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar»

            Y si aprendemos a elegir día a día el Reino de los Cielos como nuestro tesoro, entonces podemos esperar confiados de que al final del tiempo, cuando vengan los ángeles a separar «a los malos de entre los justos» (Mt 13,49), seremos elegidos como para formar parte del tesoro precioso a los ojos del Señor.

            Que nuestra Madre Santísima, Sedes Sapientiae – Trono de la Sabiduría, por medio de su intercesión y de su presencia activa en el Santuario, nos obtenga a cada uno la gracia de un corazón sabio y comprensivo, un corazón orientado hacia el Reino de los Cielos. Amén.


     

«Give your servant an understanding heart»

17th Sunday of the Year (A)

Mt 13: 44 – 52
1 Kings 3: 5. 7 – 12

«Give your servant an understanding heart»

Dear brethren:

            Once more the Liturgy of the Word presents us a text from the Gospel according to Saint Mathew. And today´s text (Mt 13: 44 – 55) contains three parables regarding the Kingdom of Heaven.

            The first one uses the image of a man who, in a field, finds a hidden treasure. According to the text, this man hides the treasure again «and out of joy goes and sells all that he has and buys that field» (Mt 13: 44), so he can own the treasure.

The second parable uses the image of a «merchant searching for fine pearls. When he finds a pearl of great price, he goes and sells all that he has and buys it» (Mt 13: 45 – 46).

«The Kingdom of Heaven is like a treasure…»

            Both parables use images that speak to us about the value and worth of things. We speak of a treasure to refer to “very valuable things, usually in the form of a store of precious metals, precious stones or money”[1]. We all understand that a treasure is worthwhile an intense and hard working search. The same idea can be apply to the pearl.

            So, Jesus tells us that the Kingdom of Heaven is like a treasure -or like a pearl- that is very valuable and that we should work hard to find it and keep it. Why does Jesus use this image? Why does he compares Heaven to a valuable treasure?

            I think he does this because he knows very well the human heart. He knows very well that each person has within his heart a set of values that he or she considers to be important and valuable. Each one of us has a treasure in his heart.

            Some people value friendship or loyalty, others may value truth and authenticity; some people set their hearts in material things: money, cloth, lands or cars. Others wish for prestige and power, and so on. The list could go on as people we can find.

Also each one of us has a set of values within his heart, a set of things that we believe to be important and that we try to achieve in our everyday life. As the Lord says in other passage of the Gospel: «For where your treasure is, there also your heart will be» (Mt 6: 21).

            Therefore, when we believe that something is valuable, that something is important, we strive with all our forces to get it; to achieve it. Maybe, today we can ask ourselves: What are the things in my life that I consider to be my treasure? What are the things in my life that I have worked hard for? If we can answer these questions we will realize which ones are our treasures in life.

«And out of joy goes and sells all that he has»

              Therefore, if we have realized that our heart, that all of our being, moves in the direction of the things we believe to be important; then we should discover that the Kingdom of Heaven, that is, the presence of God our Father in our life and the personal relationship with his Son our Lord Jesus Christ, is the most important and precious treasure we can aspire at.

            ¡Yes the Kingdom of Heaven is valuable! ¡The Kingdom of Heaven is a precious treasure! More precious and valuable than all the earthly things we hold dear.

            That is why the psalmist says: «The law of your mouth is to me more precious than thousands of gold and silver pieces» (Psalm 119 (118): 72). That is why Saint Paul says: «Whatever gains I had, these I have come to consider a loss because of Christ. More than that, I even consider everything as a loss because of the supreme good of knowing Christ Jesus my Lord. For his sake I have accepted the loss of all things and I consider them so much rubbish, that I may gain Christ» (Phil 3: 7 – 8).

            So we must be like the man who found the buried treasure in a field. We have to go and with joy sell all what we have and buy the field (cf. Mt 13: 44). That means that we have to give up certain things in order to receive the treasure of the Kingdom of Heaven. Yes, we have to give up sin, selfishness and indifference. But, also, some times, we may have to give up even good things to be more open to the presence of God.

The Virgin Mary as Seat of Wisdom - Sedes Sapientiae.
Saint Stanislaus University College Chapel.
Ljubljana-Šentvid, Slovenia, May 2004.
 
Which ones are the things we have to renounce to in order to receive the Kingdom of Heaven in our life? Do we have the motivation and the strength to do it?  

            And as we ask ourselves these questions, we begin to understand the content of the prayer of King Solomon: «Give your servant an understanding heart» (cf. 1 Kgs 3: 9). Yes, we need an understanding heart, a wise heart in order not only «to distinguish right from wrong», but to see clearly where is the true treasure in our life. We need an understanding and wise heart to perceive the Kingdom of Heaven in our life. And wisdom comes from the Lord God.

So lets us constantly ask for this gift in prayer. The wisdom that allows us to make the right choices, that allows us to choose the Kingdom of Heaven above everything else.

«The Kingdom of Heaven is like a net thrown into the sea»

            And if we learn to choose every day the Kingdom of Heaven as our treasure, we can be confident that at the end of time when the angels come to «separate the wicked from the righteous» (Mt 13: 49), we will be chosen as the Lord´s own treasure.     

            May our Blessed Mother, Sedes Sapientiae - Seat of Wisdom, with her intercession and her active presence in the Shrine, obtain for us a heart wise and understanding, a heart that is set on the Kingdom of Heaven. Amen.



[1] CAMBRIDGE DICTIONARY, Treasure [on line]. [Date of consultation: 30th of July 2017]. Available at: <http://dictionary.cambridge.org/es/diccionario/ingles/treasure>

jueves, 27 de julio de 2017

«¡Felices los ojos de ustedes porque ven!»

Domingo 15° del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 13, 1 – 23

«¡Felices los ojos de ustedes porque ven!»

Queridos hermanos y hermanas:

            Hoy, la Liturgia de la Palabra nos trae el texto evangélico de la “parábola del sembrador” (Mt 13; 1-23). Probablemente este texto nos resulte muy familiar, muy conocido.

            «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino… Otras cayeron en terreno pedregoso… Otras cayeron entre espinas… Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta» (Mt 13; 4. 5. 7. 8).

            Sin embargo, aunque aparentemente conozcamos el texto y comprendamos su significado, una vez más necesitamos abrir nuestros corazones a las palabras de Jesús. Queremos ser como la «buena tierra» que está abierta a recibir la semilla del Señor para que ésta germine y sea fecunda.

«¿Por qué les hablas por medio de parábolas?»

            Si observamos la estructura del texto con atención, podremos ver que está compuesto de tres partes temáticas: la parábola misma (Mt 13; 4-9); un diálogo entre Jesús y sus discípulos (Mt 13; 10-17), y la explicación de la parábola (Mt 13; 18-23).

           
 La parábola del sembrador, Manuscrito "Hortus Deliciarum" (1167-1185).
Herrada de Landsberg.
Wikimedia Commons .
Deseo que meditemos juntos en torno al diálogo de Jesús con sus discípulos. Los discípulos le preguntan al Señor: «¿Por qué les hablas por medio de parábolas?» (Mt 13,10); y Jesús les proporciona una interesante respuesta: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no» (Mt 13,11).

            «A ustedes se les ha concedido». Se trata de un regalo, de un don, de un privilegio; y, precisamente por ello, se trata al mismo tiempo de una misión. Las palabras del evangelio de hoy deberían ayudarnos a tomar conciencia de que el tener acceso a los «misterios del Reino de los Cielos» es un gran y hermoso regalo. El tener acceso a la persona de Jesús, a su Evangelio, a su íntima cercanía en la oración; el tener acceso a su Iglesia y a sus sacramentos, es un gran regalo, un gran don, una gran alegría.

            Todo esto trae a mi memoria las hermosas palabras de Jesús contenidas en el Evangelio de san Mateo: «Yo te alabo, Padre, señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).

            Por lo tanto, hoy estamos invitados a tomar conciencia de todas las cosas, de todos los regalos, que hemos recibido a través de la fe en Cristo Jesús, a través de la fe de los pequeños.

            ¿Somos conscientes de todos los regalos que diariamente recibimos de las manos de Dios? ¿Somos conscientes de que todo es un regalo? ¿Alabamos a Dios por todo lo que nos ha concedido y concede? ¿Alabamos a Dios por el gran regalo que nos ha hecho al entregarnos a su Hijo?

Don y misión

            En el diálogo con sus discípulos, Jesús continúa diciendo: «Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden» (Mt 13,13).

            Jesús era bastante crítico con respecto a muchos de sus contemporáneos porque, aun  cuando vieron muchos de los milagros y signos que hizo en medio de ellos, no comprendieron el profundo significado salvífico que había en los mismos. Aunque miraron, no vieron; aunque oyeron, no escucharon. En realidad, el problema de estos hombres no radicaba en sus ojos o en sus oídos, sino en sus corazones.

            La incapacidad para ver o para oír es, en realidad, la incapacidad del corazón para estar abierto a los signos de Dios en medio de la vida cotidiana; y, si no estamos abiertos a la presencia de Dios en la vida cotidiana, entonces somos incapaces de creer, de creer de verdad. Somos incapaces de basar nuestra vida –nuestras decisiones- en la fe.  

            Por eso, si no nos arriesgamos creer, entonces nos volvemos ciegos y sordos a la presencia de Dios en nuestra vida. Esta es la razón por la cual la carta encíclica Lumen fidei dice: “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros de Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso.”[1]

            Por lo tanto, la fe es un don, pero también una tarea y una misión. Como discípulos de Jesús nos preguntamos, ¿en qué consiste nuestra tarea cotidiana en relación con la fe? Y podemos responder que nuestra misión, nuestra tarea cotidiana, consiste en aprender a escuchar para comprender, en aprender a observar la realidad para percibir la presencia de Dios en ella.

            Como hijos del P. José Kentenich queremos entrar en la escuela de la fe práctica en la Divina Providencia. Queremos aprender a percibir con los ojos y los oídos del corazón la presencia del Dios vivo en medio de nuestra vida. Queremos desarrollar en nosotros mismos –con la gracia del Espíritu Santo y la intercesión de la santísima Virgen María- la capacidad para contemplar la vida con ojos de fe,  tal como rezamos en el Hacia el Padre:

            “También así quieres actuar en nuestro Santuario
             fortaleciendo la fe
            de nuestros débiles ojos,
            para que contemplemos la vida
            con la mirada de Dios
            y caminemos siempre bajo la luz del cielo.”[2]
    
        Y si aprendemos a ver y a escuchar en la fe; si aprendemos a contemplar con fe nuestra propia vida, la de nuestras familias, comunidades y naciones; entonces, cada uno producirá el fruto que el Señor espera de nosotros: «Otras semillas cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta» (cf. Mt 13,8). Que Jesús y María Santísima nos concedan esta fecundidad de fe y amor a cada uno de nosotros. Amén.




[1] PAPA FRANCISCO, Carta encíclica Lumen fidei sobre la fe, 1.
[2] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 213.

domingo, 23 de julio de 2017

«Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?»

Domingo 16° del tiempo durante el año – Ciclo A

Mt 13, 24 – 43

«Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?»

Queridos hermanos y hermanas:

            Nuevamente la Liturgia de la Palabra nos presenta una selección de las parábolas de Jesús; de hecho, el Evangelio de hoy (Mt 13, 24 – 43) contiene tres parábolas. Estamos acostumbrados a escuchar las parábolas y a tratar de comprender el mensaje de cada una de ellas. Sin embargo, también podríamos preguntarnos: ¿qué implica para nosotros que Jesús elija transmitir sus enseñanzas a través de parábolas?

            Implica al menos dos cosas. En primer lugar, Jesús nos muestra que la rutina diaria, el lenguaje cotidiano del hombre y su realidad, es capaz de hablarnos sobre Dios y su Reino. “Al utilizar imágenes y situaciones de la vida cotidiana, el Señor «quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas… Nos muestra… al Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano».”[1] Dios no está lejos de nuestra rutina cotidiana y sus preocupaciones; más bien, somos nosotros los que nos alejamos de Dios en lo cotidiano, y así, nos hacemos incapaces de relacionarnos con Él en el día a día.

            Por otro lado, esta cercanía de Dios significa que tenemos que aprender, siempre de nuevo, a percibir su presencia serena y constante en medio nuestro, porque «el Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas» (Mt 13, 31-32). Sí, el Reino de los Cielos está presente en las pequeñas cosas de nuestra vida, de modo que, podemos pasar cerca del mismo sin notar su presencia.

«Un hombre sembró buena semilla en su campo»

            Por eso, debemos esforzarnos por vivir constantemente en la presencia de Dios; debemos esforzarnos por estar en permanente contacto con el Dios Vivo que ha sembrado su buena semilla en el campo de nuestro corazón (cf. Mt 13, 24).

           
Campo de Trigo, Renania-Palatinado, Alemania.
Foto tomada por el P. Beltrán Gómez, ISch.
Sí, sabemos que el Padre Celestial ha sembrado su buena semilla en nuestra vida y en nuestro corazón. Lo sabemos por experiencia propia: hemos recibido la semilla de la fe cristiana en el Bautismo; a lo largo de nuestra vida, con la ayuda de nuestras familias y comunidades, hemos cultivado esta fe cristiana a través de los sacramentos, y, con el tiempo, cada uno de nosotros la ha hecho fructificar y la ha renovado sellando una Alianza de Amor con la Santísima Virgen María.

            También nosotros, al mirar nuestra propia vida, podemos decir: “Dios ha sembrado buena semilla en el campo de mi vida y de mi corazón”. Y por esta razón debemos estar agradecidos con Él.

            Sin embargo, también es verdad que muchas veces hemos experimentado en nosotros mismos la mala semilla, la cizaña del egoísmo y del pecado que conduce a la angustia, el vacío interior y la soledad.[2] En momentos como esos, en nuestro interior le preguntamos al Señor: «¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?» (Mt 13, 27).

«Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?»

            Entonces, ¿qué debemos hacer cuando experimentamos esta cizaña en el campo de nuestro corazón? El Evangelio nos invita a que evitemos la impaciencia y el apuro. A veces, ante estas experiencias, queremos ser como los trabajadores del campo e inmediatamente arrancar la cizaña (cf. Mt 13,28). Sin embargo, el Señor nos dice: «No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: “Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero”» (Mt 13, 28-30).

            Por eso, nuestro fundador, el P. José Kentenich, nos dice que cuando nos confrontamos con nuestras propias debilidades y pecados no debemos sorprendernos, no debemos confundirnos, no debemos desanimarnos, y, sobre todo, no debemos acostumbrarnos a ellos.[3]

            Sí, debemos reconocer que la cizaña está allí, está en nuestro corazón y en nuestra vida; pero esto no significa que debemos abandonar nuestro anhelo y esfuerzo por alcanzar la santidad, por alcanza una vida plenamente humana. Si abandonamos ese anhelo, significa que hemos dejado que nuestra debilidad nos confunda y nos desanime.

            No olvidemos que –como dice el papa Francisco- “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”[4]. Por eso, siempre podemos volver a empezar, volver a comenzar. Día a día, debemos esforzarnos para que, en nuestro interior, la buena semilla del trigo germine y crezca más abundantemente que la cizaña.

¿Cómo lograr esto? ¿Cómo hacer que el trigo supere a la cizaña? Siendo honestos con nosotros mismos y a través de la auto-educación.

Auto-educación

            La auto-educación es la herramienta que está a nuestro alcance para crecer como personas con la ayuda de la gracia divina. Dios ha sembrado en nosotros su buena semilla, pero debemos estar atentos y cuidar el campo de nuestro corazón, para que, llegado el momento adecuado, podamos arrancar la cizaña del egoísmo y dejar que el trigo del amor fructifique.

            Parte de nuestra auto-educación consiste en aprender a manejar de manera positiva nuestras debilidades y pecados. Para lograr esto, el P. Kentenich nos invita a que nos transformemos en un “cuádruple milagro”. A través de nuestras debilidades –y con la ayuda de la Santísima Virgen María-, debemos convertirnos, primeramente, en un milagro de humildad; en segundo lugar, en un milagro de confianza; en tercer lugar, en un milagro de paciencia; y, en cuarto lugar, en un milagro de amor.[5]

            La humildad y el amor nos ayudan a volver a comenzar, una y otra vez, nuestra lucha diaria por la santidad y la plenitud de vida. La humildad nos ayuda a mirarnos a nosotros mismos con serenidad y madurez, y a tomar conciencia de las dimensiones de nuestra personalidad en las que necesitamos educarnos. La humildad y la confianza en la misericordia de Dios, nos permiten tomar serena conciencia de la cizaña en el campo de nuestro corazón.

            El amor es el impulso que nos permite salir de nuestro egoísmo y soledad, y nos lleva al encuentro con Dios y con nuestros hermanos. El amor es el impulso del alma que nos permite cuidar y nutrir la buena semilla en nuestro corazón. Sí, porque el amor es como «un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa» (Mt 13,33).

            Es por eso que, cada día queremos volver a reavivar el fuego del amor; es por eso que, cada día nos volvemos hacia María, nuestra Madre tres veces Admirable, y llenos de confianza y esperanza le decimos:

            “Queremos reflejarnos en tu imagen

            y volver a sellar nuestra Alianza de Amor.

            A nosotros, tus instrumentos,

            en todo aseméjanos a ti

y en todas partes por nosotros

construye tu Reino de Schoenstatt.”[6] Amén.         

              




[1] BENEDICTO XVI, Ángelus del domingo 17 de julio de 2011.
[2] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 1.
[3] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Terciado de Milwaukee (1963).
[4] PAPA FRANCISCO, Evaengelii Gaudium 1.
[5] Cf. P. JOSÉ KENTENIHC, Terciado de Milwaukee (1963).
[6] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 180.

«Did you not sow good seed in your field?»

16th Sunday of the Year (A)

Mt 13: 24-43

«Did you not sow good seed in your field? »

Dear brethren:

            Once more, the Liturgy of the Word presents us a selection of the parables of Jesus, in fact, today´s Gospel (Mt 13: 24-43) contains three parables. We are used to hear them and to try to understand their message. However, what does it imply for us that Jesus chooses to teach in parables?

At least two things: Jesus shows us that the daily routine, the daily language of man and his reality, can speak about God and his Kingdom. “Using imagery from situations of daily life, the Lord «wants to show us the real ground of all things… He shows us… the God who acts, who intervenes in our lives, and want to take us by the hand»”.[1] God is not far a way of our daily routine and concerns. It is us that some times are unable to relate to God in our daily life.

             On the other hand, this nearness of God to us means that we have to learn, always again, to perceive God´s serene and constant presence in our midst, because «the Kingdom of Heaven is like a mustard seed that a person took and sowed in a field. It is the smallest of all the seeds, yet when full-grown it is the largest of plants. It becomes a large bush, and the birds of the sky come and dwell in its branches». (Mt 13: 31-32). Yes, the Kingdom of Heaven is present in the small things of our life, and thus, we can pass it by without noticing it.

«A man sowed good seed in his field »

            Therefore we must always strive to be constantly in the presence of God. We must always be in touch with the living God who has sow his good seed in the field of our heart (cf. Mt 13:24).

            Yes, we know that our Heavenly Father has sowed his good seed in our life and in our heart. We know it by our own experience: we have received the seed of the Christian faith in Baptism; along our life, and with the help of our families and communities, we have nourished this Christian faith through the Sacraments; with time, each one of us has bore fruit and renewed his faith in Jesus sealing a Covenant of Love with the Blessed Mother.

            So, we too, looking at our life can say: “God has sowed good seed in the field of my life and of my heart”. And we should be grateful for this.

            However, it is also true that many times we experience within ourselves the bad seed, the weed of selfishness and sin that leads to sorrow, inner emptiness and loneliness.[2] In those times, within ourselves we ask to the Lord: «Master, did you not sow good seed in your field? Where have the weeds come from?» (Mt 13:27).

«Did you not sow good seed in your field? »

            So, what to do when we experience these weeds in the field of our heart? The Gospel prevents us from impatience and hurry. Sometimes we want to be like the servants of the field and immediately pull up the weed (cf. Mt 13:28). However the Lord says: «No, if you pull up the weeds you may uproot the wheat along with them. Let them grow together until harvest; then at harvest time I will say to the harvesters: "First collect the weed and tie them in bundles fur burning; but gather the wheat into my barn"» (Mt 13: 28-30).

           
Wheat field. Rheinland-Pfalz, Germany.
Photo taken by Fr. Beltrán Gómez, ISch.
That is why our Founder, Fr. Joseph Kentenich, says that when confronted with our own weaknesses and sins we don’t have to be surprised about them; we don’t have to get confused; we don’t have to become discouraged; and, we don’t have to get used to them.[3]

Yes, we have to recognize that the weed is there, it is in our heart and in our life; but this does not mean that we have to abandon our pursuit of holiness, our pursuit of a fullness of life. If we do so, that means that we have let ourselves be confused by our sins and discouraged by them.  

            Let us not forget that –as Pope Francis says- “with Christ joy is constantly born anew”[4]. So, we can always begin anew. Day by day, we have to allow the good seed of wheat to germinate within us and to grow greater and stronger than the weed. We do this by being honest with ourselves and through self-education.

Self-education

            Self-education is the means we have to improve ourselves with the help of God´s grace. God has sowed on us his good seed, but we need to take care of the field of our heart in order to –at the right time- pull up the weed by letting the wheat grow and be fruitful.

            Part of our self-education is to learn to handle in a positive way our own weaknesses and sins. In order to do this Fr. Kentenich invites us to transform ourselves in a “fourfold miracle”. Through our own weaknesses –and with the help of the Blessed Mother-, we must become, firstly, a miracle of humility; secondly, a miracle of trust; thirdly, a miracle of patience; and fourthly, a miracle of love.[5]

            Humility and love help us to always begin a new in our pursuit of sanctity and fullness of life. Humility allows us to look to ourselves with serenity and maturity, and to be aware of the things we need to work on our personality. Humility and trust in the mercy of God, allows us to be aware of the weed in the field of our heart.

            Love is the driving force that allows us to get out of our selfishness and solitude, and to go to the encounter of God and our brothers. Love is the driving force of our soul that will help us to nourish the good seed in our heart. Love is like the «yeast that a woman took and mixed with three measures of wheat flour until the whole batch was leavened» (Mt 13:33).

            That is why, each day we want to rekindle our love; that is why each day we turn to Mary, our Mother Thrice Admirable, and full of confidence and hope we say:

            “We want to mirror ourselves in your image

            and seal our covenant of love anew.

            Make us, your instruments, like you in everything

            and through us build Schoenstatt everywhere.”[6] Amen.




[1] BENEDICT XVI, Angelus, Sunday 17 July 2011.
[2] Cf. POPE FRANCIS, Evangelii Gaudium 1.
[3] Cf. FR. J. KENTENICH, Milwaukee Tertianship (1963).
[4] POPE FRANCIS, Evangelii Gaudium 1.
[5] FR. J. KENTENICH, Milwaukee Tertianship (1963).
[6] FR. J. KENTENICH, Heavenwards, introductory prayer for the Schoenstatt Office.