Tiempo de ayuno, tiempo de Alianza
La oración colecta de la misa del tercer domingo de Cuaresma, dice que Dios nos otorga “un remedio para nuestros pecados por el ayuno, la oración y la limosna”. Esta oración –que el sacerdote reza al inicio de la misa luego del rito penitencial- retoma las prácticas clásicas de la Cuaresma: el ayuno, la oración y la limosna. Estas tres prácticas tienen en común que nos sacan de nosotros mismos; nos ayudan a salir de nosotros mismos y de nuestros intereses. En el fondo se trata de salir del propio yo hacia el encuentro del tú de nuestros hermanos y de Cristo, se trata de la conversión.
Ayuno y Alianza
Quisiera invitarlos a reflexionar brevemente hoy sobre el ayuno que se nos propone con especial insistencia durante este tiempo cuaresmal.
¿Cuál es el sentido del ayuno? El ayuno tiene que ver sin dudas con el abstenerse de los alimentos. Se trata de la renuncia voluntaria a los alimentos. Pero, ¿qué quiere expresar esta renuncia?
Se trata en el fondo de hacer la misma experiencia que Jesús hizo cuando fue conducido al desierto por el Espíritu (cfr. Lc 4, 1-13). El Evangelio nos dice que en el desierto Jesús fue tentado por el diablo. Cuando Jesús siente hambre –cuando siente la consecuencia del ayuno- aparece el diablo y le tienta diciéndole: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”; Jesús le responde: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre” (cfr. Lc 4, 3-4).
Quisiera detenerme en la tentación del hambre. El ayuno hace referencia a la tentación del hambre, a la preocupación por el sustento vital. “No sólo de pan vive el hombre”, dice Jesús. Y aquí cabe la pregunta para nosotros: ¿de qué vivimos nosotros? ¿Sólo del pan, sólo del alimento material? No se trata de negar esta necesidad elemental. Necesitamos el pan, necesitamos alimentarnos –y muchos hermanos nuestros carecen del alimento cotidiano, hecho ante el cual no podemos permanecer indiferentes-.
Pero nosotros no nos alimentamos solamente de pan, nosotros no nos alimentamos exclusivamente de pan. Para vivir necesitamos de algo más, necesitamos del encuentro con los demás, necesitamos del encuentro con Jesucristo, necesitamos del encuentro con el Dios vivo. “No sólo de pan vive el hombre”. En el fondo el ayuno apunta a que hagamos la experiencia de la “primacía de Dios” en nuestras vidas[1].
Pero hay un paso más que quisiera dar con el tema del ayuno. La Cuaresma nos invita al ayuno corporal –y es un buen tiempo para hacer esta experiencia concreta, y así tomar conciencia de que no vivimos sólo de pan, vivimos de algo más, vivimos desde Alguien-, pero también nos invita al ayuno espiritual. Es decir, a ayunar de nuestro propio yo, a ayunar de nuestro ego.
La Cuaresma puede ser también un tiempo donde ayunemos de nuestras preocupaciones, de nuestros intereses egoístas, de nuestros deseos, de nuestro girar en torno a nuestro propio yo. Ayunemos de nuestro propio yo, animémonos a alimentarnos de la vida de los otros, de la vida de aquellos que nos rodean, de sus preocupaciones e intereses, de sus alegrías y tristezas. Que la vida de los demás alimente nuestro corazón y nuestra oración. Ese es tal vez el ayuno más agradable a Dios, el ayuno que convierte mi mirada desde mi propio yo hacia el tú de mis hermanos. El ayuno que sirve también como camino para vivir en Alianza.
De eso se trata la Cuaresma, y de eso se tratan el ayuno, la oración, y la limosna; de salir de nuestro propio yo y así aprender a vivir en Alianza con nuestros hermanos, en Alianza con Cristo y María. No sólo de pan vivimos, sino de la Alianza de Amor.
[1] Cfr., RATZINGER, J., El camino pascual. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en presencia de S.S. Juan Pablo II (Madrid, 1990), 19-23.