La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Qué significa amar a la Iglesia?


¿Qué significa amar a la Iglesia?

El mes pasado se cumplieron siete años de la elección del Papa Benedicto XVI a la Cátedra de San Pedro.  Con motivo de este aniversario varios observadores de la vida eclesial han intentado realizar una síntesis de estos años de pontificado.

Uno de ellos, Andrea Tornielli, señala que el actual Papa lleva sobre sí la “cruz” de la incomprensión. Tanto la “derecha” como la “izquierda” se demuestran descontentos con Benedicto XVI, y pareciera ser que ni siquiera sus más cercanos colaboradores atinan a ayudarlo a transmitir lo esencial de su mensaje.[1]

Personalmente pienso que una buena síntesis del pensamiento y mensaje de Benedicto XVI se encuentra al inicio de su primera carta encíclica Deus Caritas est: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[2] Creo que es a la luz de estas palabras que hay que comprender el actuar de Benedicto XVI. En ellas se encuentra la clave hermenéutica para interpretar sus homilías, discursos, decisiones y gestos. Se trata de “lo cristiano” y su presencia en el mundo de hoy, se trata de la relevancia del cristianismo para los hombres y mujeres de hoy. Sinceramente creo que no hay que buscar segundas intenciones en este hombre.

La Iglesia

            Teniendo como marco referencial los años de pontificado de Benedicto XVI me interesa reflexionar sobre la situación actual de la Iglesia y la respuesta que cada uno de nosotros puede dar.

            Retomo palabras de Andrea Tornielli. En su diagnóstico de la situación eclesial actual nos señala lo siguiente: “En una Iglesia donde siguen resonando diariamente tanto referencias éticas como insistentes llamamientos a descubrir de nuevo los valores cristianos, en una Iglesia atravesada por una profunda crisis, flagelada por el escándalo de la pederastia, por el cisma silencioso de los llamamientos a la desobediencia firmados por sacerdotes en varios países europeos, por el afán de carrera penosamente difundido entre los eclesiásticos, por las fugas de documentos y por las grietas en la organización del aparato de la curia, el anciano Papa alemán sigue llamando a la conversión, a la penitencia y a la humildad.”[3]

            Personalmente estas palabras me parecen duras y me duelen… Sin embargo describen con lucidez la situación de la Iglesia. Se trata del dolor del “silencio cisma” que en muchos ámbitos se da al interior de la Iglesia de Jesucristo, al interior de nuestra Iglesia. Se trata de la división al interior de la Iglesia que con el Credo confesamos ser “una, santa, católica y apostólica”. La situación muestra toda su seriedad si nos dejamos interpelar por las palabras de Jesucristo, quien en el Evangelio según San Juan implora la unidad de aquellos que creen en Él: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Cómo tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,20-21). Me pregunto cuál será la situación en la Iglesia Latinoamericana, ¿qué diagnóstico arrojaría una lúcida mirada a la Iglesia que peregrina en nuestros países?

Amar a la Iglesia

            El diagnóstico está planteado, ¿qué nos dice a cada uno de nosotros? ¿Cómo nos dejamos afectar por este “signo de los tiempos”? ¿Qué respuesta podemos dar? Los schoenstattianos nos sentimos particularmente comprometidos por las palabras que se encuentran sobre la tumba de nuestro Fundador, P. José Kentenich: Dilexit Ecclesiam – Amó a la Iglesia.

            Sin embargo esto nos plantea una pregunta importante: ¿qué significa amar a la Iglesia? Responder lúcidamente a esta pregunta es de capital importancia, sobre todo en este tiempo. La situación actual no deja espacio para sentimentalismos ingenuos ni para críticas fáciles sin corresponsabilidad. Se trata de nuestra Iglesia, de la Iglesia de Jesucristo.

            ¿Qué amamos cuando amamos a la Iglesia? No pretendo dar una respuesta exhaustiva ni definitiva, pero sí intento un camino de respuesta.

            Cuando amamos a la Iglesia no amamos en primer lugar sus ritos, sus instituciones o enseñanzas… Éstas son expresión de una realidad más profunda, son expresión de su misterio[4], son medios y no fines en sí mismos. Sin embargo, quiero señalar que tomar en serio la realidad sacramental de la Iglesia, implica valorar y respetar sus sacramentos y ministerios, pues ellos están al servicio de la “unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”[5]. Yo, personalmente, amo y respeto al Papa, creo en su ministerio y en el ministerio pastoral de nuestros obispos; amo el sacerdocio ministerial y creo en él; creo en los sacramentos y confío en que la estructura eclesial –con sus limitaciones- es capaz de canalizar la gracia y la vida de Dios en Jesucristo, es capaz de darla a todos aquellos que se abren a este don.

            Pero insisto, cuando amamos a la Iglesia amamos algo más… Amamos su misterio, su vocación más íntima, amamos el designio salvador del Padre: la “unión íntima con Dios”, la “unidad de todo el género humano”, la esperanza fundada en Cristo de que llegará el día en que todos los hombres y mujeres, “desde Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido, serán congregados en una Iglesia universal en la casa del Padre.”[6]

            Por eso,  amar a la Iglesia es amar no una institución u organización –la Iglesia es más que eso-, sino amar su vocación más profunda –la vocación más profunda de la humanidad-, la íntima unidad de todos los hombres a partir del encuentro con Jesucristo. Si así comprendemos a la Iglesia, entonces ella se nos presenta como colaboradora de Jesucristo en su obra de salvación. La Iglesia es compañera de Cristo.

            Hay todavía una dimensión más que nos sale al encuentro en esta reflexión. Si la Iglesia es fundamentalmente el designio amoroso de Dios para con la humanidad, la Iglesia misma es entonces un don para nosotros. Y si es don, debemos reconocer con humildad que antes que ser nuestra, la Iglesia es de Jesucristo, quien “se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5,25-27).

            La Iglesia es un don que se nos ha confiado tal como Cristo nos confió a su Madre desde la cruz: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27). Y si es don, entonces es amor, y al amor sólo se puede responder con amor.

            Amar a la Iglesia, ésta es la respuesta que creo podemos dar en el día a día –con nuestra vida-, para que se cumpla el anhelo de Cristo: “que todos sean uno”; y así se manifieste a los hombres y mujeres de este tiempo la luz de Cristo “que resplandece sobre la faz de la Iglesia”[7].

Oscar Iván Saldivar F., ISchP     


[1] Cf. ANDREA TORNIELLI, Benedicto XVI, «un mensaje incómodo» [en línea]. [fecha de consulta: 6 de mayo de 2012]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/homepage/vaticano/dettagliospain/articolo/benedetto-xvi-benedict-xvi-benedicto-xvi-14293/˃
[2] BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus Caritas est 1.
[3] ANDREA TORNIELLI, Benedicto XVI, «un mensaje incómodo» [en línea]. [fecha de consulta: 6 de mayo de 2012]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/homepage/vaticano/dettagliospain/articolo/benedetto-xvi-benedict-xvi-benedicto-xvi-14293/˃
[4] Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium 1.
[5] Ibídem.
[6] CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium 2.
[7] CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium 1.