Hoy
quisiera compartirles simplemente mi experiencia con María, la Santísima
Virgen, y desde allí, proponerles caminos de encuentro con María y explicarles
por qué, en mi opinión, lo mariano no es un camino paralelo a lo cristiano,
sino más bien, un camino de asemejamiento a Cristo.
Mi experiencia personal
Creo que mi experiencia mariana inicial, no es muy
diferente de la de muchas personas al interior de la Iglesia. Por decirlo de
alguna manera, María siempre fue una “figura” o “imagen” presente en mi vida. A
veces de forma más consciente, otras veces de forma más inconsciente o
silenciosa.
Recuerdo de niño, sobre todo el haber aprendido con mi
tía abuela a rezar el Avemaría y el Rosario. Muchas veces durante el rezo
del Rosario me quedaba dormido
repitiendo avemaría tras avemaría. Y sin embargo era toda una
experiencia estar allí con mi tía, prender una vela ante la imagen de la Virgen
María y rezar juntos el Rosario.
También
el haber asistido a un colegio salesiano durante mi educación primaria, me
llevó a tomar contacto con la imagen de María, en especial con la advocación de
María Auxilio de los cristianos.
Siempre estaba allí presente, con una sonrisa serena y el Niño Jesús en sus
brazos.
Ante la imagen sagrada de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé. Diciembre de 2019. |
Hasta
aquí, creo que he compartido experiencias marianas que son patrimonio común de
toda la Iglesia.
Desde
estas primeras experiencias marianas quisiera señalar un par de puntos sobre la
devoción mariana:
Muchas
veces lo mariano en nuestras vidas está relacionado con experiencias y
vivencias de nuestra niñez, de nuestra infancia. Lo cual a mi parecer tiene una
ventaja y una desventaja.
Ventaja.
La ventaja de esto, radica en que las experiencias marianas, son experiencias
que tienen un hondo arraigo afectivo; es decir, son experiencias que están
arraigadas en el corazón y no solo en el intelecto y la voluntad. Así, la
experiencia mariana nos vincula a momentos significativos de nuestra vida, a
personas y a lugares queridos para nosotros. Y sobre todo, muchas veces, la
piedad mariana nos recuerda a nuestra niñez, a esa etapa de la vida que tiene
algo de ingenuidad, de confianza ante la vida, de apertura a lo religioso y de
serena pequeñez. Y en este sentido, las experiencias marianas de nuestra vida,
nos vuelven a recordar que ante Dios todos somos pequeños, ante el Padre todos
somos niños.
Desventaja. Sin
embargo, creo que la experiencia mariana así vivida tiene al menos una
“desventaja”. Muchas veces nuestra experiencia y nuestra espiritualidad
marianas permanecen en una “edad y dinámicas infantiles”. No ha crecido muchos
más, no se ha desarrollados a la par de nuestro crecimiento personal y
espiritual. A veces la devoción mariana no pasa del estadio de la dinámica
“pedir-dar” (cuando la devoción mariana se reduce a mandas o promesas) o queda
reducida a actos externos de piedad que no sabemos integrar del todo a nuestra
vida cristiana.
Entonces
cuando vamos creciendo en nuestro encuentro y compromiso con Jesucristo y
nuestros hermanos, no sabemos cómo integrar nuestra devoción mariana. Así la
arrinconamos en alguna oración esporádica o renunciamos a ella considerándola como
algo superfluo.
María, una persona viva
Retomando
mi testimonio sobre María, quisiera ahora compartir con ustedes algo más. Mi
gran experiencia con María vino al conocer el Movimiento Apostólico de Schoenstatt. Cuando conocí Schoenstatt, de a poco me fui acercando
al Santuario y sobre todo a la vida que surgía en torno a él. Desde el
comienzo, algo que llamó mucho mi atención, fue ver a muchos jóvenes “hablar”
con María en el Santuario. Yo percibía su oración como un verdadero “diálogo”
con María. No se trataba de una oración formal ni exterior, sino que se trataba
de una verdadera relación personal. Allí fue que descubrí que María es una persona
viva.
Santuario de la Madre, Reina y Victoriosa Tres Veces Admirable de Schoenstatt. Tuparenda, Paraguay. |
De
alguna manera en Ella encontré un lugar, un hogar donde poder descubrirme,
desplegarme y darme… Yo me animé a seguir a Jesucristo en el sacerdocio gracias
a Ella, gracias a María. Desde el momento en que me decidí por el sacerdocio,
supe que lo haría tomado de la mano de María. Sinceramente puedo decir que hoy
no tendría una relación personal con Jesucristo si no fuese por María. Yo fui
conociendo a Jesús gracias a María.
Caminos de encuentro con
María
Quisiera ahora proponerles algunos posibles caminos de
encuentro con María. Sobre todo quiero volver a insistir en un presupuesto
fundamental: María, es una persona viva.
Y como tal, tiene un rostro, una mirada e incluso, una voz. Se trata entonces
de buscar ese rostro, esa mirada. Se trata entonces de buscar “experiencias
marianas”. Aquí quisiera proponerles cinco posibles experiencias, cinco
posibles caminos de encuentro con María.
Los santuarios marianos.
Una primera experiencia que cualquiera de nosotros puede realizar es el visitar
un santuario mariano. Los santuarios marianos son lugares donde de alguna
manera experimentamos la presencia de María a través del cobijamiento que allí
encontramos, a través de la belleza natural de estos lugares o de su sencillez. La experiencia del silencio
y la oración podemos también vivirlas como experiencias marianas.
Comunidades y personas. También
las personas pueden transmitirnos algo de la presencia de María. Podemos buscar
personas o comunidades marianas que nos regalen algún rasgo mariano[3].
Incluso podríamos animarnos a “descubrir” a María en las personas que nos
rodean. ¿Qué rasgos marianos veo en las personas que conozco? Podría ser un
lindo ejercicio de “contemplar” a las personas con las cuales vivo mi
cotidianeidad a luz de María.
Una imagen de María. Un
camino que puede resultar creativo es el de buscar cuál es mi imagen de María. Y por “imagen” me refiero a dos cosas. Por un
lado, me refiero a la imagen mental, por así decirlo, que tengo de María.
¿Quién es María para mí? ¿Es la Madre de Jesús, es María de la Anunciación, es
la que visita a Isabel, es la que está al pie de la Cruz? ¿Es una persona
cercana a mi vida, o tal vez alguien que está lejos, pero que anhelo se
acerque? Por otro lado, por imagen, entiendo también la imagen plástica,
concreta que puedo tener de la Virgen María. Sería bueno que cada uno pudiera
encontrar su imagen personal de
María, esa imagen que toca su sensibilidad, que de alguna manera lo identifica
y que le ayuda a dialogar con María. ¿Cómo es mi imagen de María? ¿Por qué busco a María? ¿Qué dimensión de mi
vida necesita de su presencia maternal, de su presencia femenina y educadora?
La vida de Jesús, el Evangelio.
Otro posible camino de encuentro con María es el contemplar con Ella la vida de
Jesús[4].
Orar el Evangelio en compañía de María, se trata de contemplar el rostro de
Cristo a través de los ojos de María. Pero también podríamos hacer el ejercicio
de contemplar el rostro de María a través de los ojos de Cristo. Si recorro los
pasajes del Evangelio, ¿cómo habrá mirado Jesús a su Madre?
La oración personal. Finalmente
hay un camino que es insustituible. Se trata de la oración personal a María, se
trata del diálogo con Ella. Y aquí quisiera recordarles que el corazón necesita
tiempo. No se trata de forzar las cosas. Más bien se trata de abrirle las
puestas del corazón a María, invitarla a pasar, invitarla a vivir en mi
interior, hacer también la experiencia de Juan, quien, luego de que Jesús en la
cruz le entregase a María como Madre, “desde aquella hora el discípulo la
acogió en su casa”, la hizo suya, la hizo parte de su vida (cf. Jn 19,27b).
¿Por qué María?
Finalmente,
quisiera responder todavía a una última pregunta, ¿por qué María? Y para ello
quisiera volver al punto de partida de estas reflexiones. Las experiencias de
encuentro con María nos remiten a nuestra propia infancia, y desde allí podemos
remitirnos a la infancia espiritual, al ser niños
ante Dios[5].
Vuelvo a recordar las palabras de Jesús en el Evangelio: “Yo os aseguro: el que
no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10,15).
Ante María volvemos a ser niños, ante su imagen, ante su
rostro maternal se despierta en nuestro corazón la pequeñez del niño que
llevamos dentro. Y este despertar del “niño interior” me parece muy sano.
Porque nos recuerda en último término algo central del cristianismo: Jesucristo
es profundamente hijo, es el Hijo
unigénito del Padre. Jesucristo pasó su vida haciendo el bien y se entregó
por nosotros en la cruz amándonos hasta el extremo, porque siempre se supo y se
sintió el Hijo amado del Padre. Ser cristiano es ser profundamente hijo, es
hacer la experiencia de ser profundamente amado. Y si somos amados, entonces
podemos amar también nosotros. Aquel don que se nos ha dado por el Bautismo, el ser hijos en el Hijo, la espiritualidad mariana lo
despierta y vivifica a nivel vital por medio de la filialidad. La gracia bautismal de la filiación, se desarrolla en la vida por medio de la espiritualidad
de la filialidad. Y así, puedo ahora compartir finalmente mi más profunda
convicción con ustedes. ¿Por qué María? Porque María nos hace más cristianos,
porque María, incluso nos hace más Cristo.
[1]
Cf. CELAM, Aparecida. Documento
conclusivo, 259: “…Destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer
al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse
inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los
espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres.
La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar
es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La
mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la
cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en
silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus
sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de
un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada
puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual.”
[2] Por Alianza de Amor con María, se entiende
en Schoenstatt el intercambio de corazones entre María y su aliado, se trata de
una relación personal con Ella que abarca todas las dimensiones de la vida. “La
Alianza de Amor consiste en un intercambio de corazones, de bienes y de
intereses con María”, P. J. Kentenich, citado en P. RAFAEL FERNÁNDEZ DE A., La Alianza de Amor con María (Editorial
Patris, Chile 2000), 37.
[3] Cf. JUAN
PABLO II, Redemptoris Mater 28: “En
este tiempo de vela María, por medio de la misma fe que la hizo bienaventurada
especialmente desde el momento de la anunciación, está presente en la misión y en la obra de la Iglesia que introduce en
el mundo el Reino de su Hijo. Esta
presencia de María encuentra múltiples medios de expresión en nuestros días al
igual que a lo largo de la historia de la Iglesia. Posee también un amplio
radio de acción; por medio de la fe y la piedad de los fieles, por medio de las
tradiciones de las familias cristianas o «iglesias domésticas», de las
comunidades parroquiales y misioneras, de los institutos religiosos, de las
diócesis, por medio de la fuerza atractiva e irradiadora de los grandes
santuarios, en los que no sólo los individuos o grupos locales, sino a veces
naciones enteras y continentes, buscan el encuentro con la Madre del Señor, con
la que es bienaventurada porque ha creído; es la primera entre los creyentes y
por esto se ha convertido en Madre del Emmanuel.”
[4] Cf. JUAN
PABLO II, Rosarium Virginis Mariae 3:
“Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo.” Cf. También el número
10 y todo el Capítulo I de la mencionada
Encíclica.
[5] Niño en el
sentido de la infancia espiritual a
la cual Jesús nos invita. Así en el Evangelio según San Mateo (Mt 18,3) nos dice: “Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los
cielos”. El P. J. Kentenich al presentarnos la infancia espiritual (cf. Niños
ante Dios) nos dice que la misma se funda no primero
en un “hacer”, sino en un “ser” filial; en el asumir una nueva forma de ser, la
de ser niños. La salvación no se trata de “hacer cosas” sino más bien de
recibir un nuevo “ser”: “El que no nazca
de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Este asumir una nueva manera de
ser se refiere a una manera de ser relacional, es decir, este nuevo ser se
verifica en la relación con Dios. Se trata de ser “hijos adoptivos” del Padre
de los Cielos. Así este nuevo ser es el fundamento del actuar del hombre que se
experimenta y sabe hijo de Dios. En la infancia espiritual no se trata
primeramente de presentar exigencias éticas al hombre, no se trata primero de
actuar como “debería” actuar un hijo de Dios, sino que, se trata primeramente
de experimentarse hijo de Dios, profundamente amado por el Padre, y, como
consecuencia de ese amor, de ese nuevo ser, surgirá un nuevo actuar. Por lo
tanto, aquí el ser conducirá al actuar; un actuar fundado en un ser de amor.