La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 17 de junio de 2012

Mi experiencia mariana. Testimonio y reflexiones

Hoy quisiera compartirles simplemente mi experiencia con María, la Santísima Virgen, y desde allí, proponerles caminos de encuentro con María y explicarles por qué, en mi opinión, lo mariano no es un camino paralelo a lo cristiano, sino más bien, un camino de asemejamiento a Cristo.

Mi experiencia personal

Creo que mi experiencia mariana inicial, no es muy diferente de la de muchas personas al interior de la Iglesia. Por decirlo de alguna manera, María siempre fue una “figura” o “imagen” presente en mi vida. A veces de forma más consciente, otras veces de forma más inconsciente o silenciosa.
         
Recuerdo de niño, sobre todo el haber aprendido con mi tía abuela a rezar el Avemaría y el Rosario. Muchas veces durante el rezo del Rosario me quedaba dormido repitiendo avemaría tras avemaría. Y sin embargo era toda una experiencia estar allí con mi tía, prender una vela ante la imagen de la Virgen María y rezar juntos el Rosario.

También el haber asistido a un colegio salesiano durante mi educación primaria, me llevó a tomar contacto con la imagen de María, en especial con la advocación de María Auxilio de los cristianos. Siempre estaba allí presente, con una sonrisa serena y el Niño Jesús en sus brazos.

Ante la imagen sagrada de Nuestra Señora
de los Milagros de Caacupé.
Diciembre de 2019.
Una experiencia mariana muy bonita se la debo también a mi país, el Paraguay. Se trata del Santuario de la Virgen de los milagros de Caacupé. En medio de los verdes cerros del departamento de la Cordillera, se alza el Santuario de Caacupé, al cual, cada 8 de diciembre, peregrinan miles de paraguayos. Se trata de una experiencia muy viva de la religiosidad popular y del cariño de miles de personas hacia la Madre de Dios. Yo mismo hice una vez la peregrinación a Caacupé desde la ciudad de Luque. Se trató, en ese momento, de una peregrinación hacia el Santuario para pedir su favor a la Santísima Virgen. Lo fuerte fue sobre todo la experiencia de la peregrinación misma[1]. Sin embargo, en otra ocasión fui hasta el Santuario de Caacupé y me ubiqué en el “camarín” de la Virgen, el lugar donde se encuentra la imagen mariana que se venera en Caacupé, y luego de un intenso momento de oración, me dediqué a mirar, a contemplar a las personas que llegaban a los pies de la Virgen. Sobre todo sus rostros eran impactantes. Hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y ancianos, todos miraban con una intensidad única a esta mujer, a María. Mirando a María volvían a hacerse niños… Resonaron entonces en mi interior las palabras de Jesús: “Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10,15).

Hasta aquí, creo que he compartido experiencias marianas que son patrimonio común de toda la Iglesia.

Desde estas primeras experiencias marianas quisiera señalar un par de puntos sobre la devoción mariana:

Muchas veces lo mariano en nuestras vidas está relacionado con experiencias y vivencias de nuestra niñez, de nuestra infancia. Lo cual a mi parecer tiene una ventaja  y una desventaja.

Ventaja. La ventaja de esto, radica en que las experiencias marianas, son experiencias que tienen un hondo arraigo afectivo; es decir, son experiencias que están arraigadas en el corazón y no solo en el intelecto y la voluntad. Así, la experiencia mariana nos vincula a momentos significativos de nuestra vida, a personas y a lugares queridos para nosotros. Y sobre todo, muchas veces, la piedad mariana nos recuerda a nuestra niñez, a esa etapa de la vida que tiene algo de ingenuidad, de confianza ante la vida, de apertura a lo religioso y de serena pequeñez. Y en este sentido, las experiencias marianas de nuestra vida, nos vuelven a recordar que ante Dios todos somos pequeños, ante el Padre todos somos niños.

Desventaja. Sin embargo, creo que la experiencia mariana así vivida tiene al menos una “desventaja”. Muchas veces nuestra experiencia y nuestra espiritualidad marianas permanecen en una “edad y dinámicas infantiles”. No ha crecido muchos más, no se ha desarrollados a la par de nuestro crecimiento personal y espiritual. A veces la devoción mariana no pasa del estadio de la dinámica “pedir-dar” (cuando la devoción mariana se reduce a mandas o promesas) o queda reducida a actos externos de piedad que no sabemos integrar del todo a nuestra vida cristiana.

Entonces cuando vamos creciendo en nuestro encuentro y compromiso con Jesucristo y nuestros hermanos, no sabemos cómo integrar nuestra devoción mariana. Así la arrinconamos en alguna oración esporádica o renunciamos a ella considerándola como algo superfluo.

María, una persona viva

Retomando mi testimonio sobre María, quisiera ahora compartir con ustedes algo más. Mi gran experiencia con María vino al conocer el Movimiento Apostólico de Schoenstatt. Cuando conocí Schoenstatt, de a poco me fui acercando al Santuario y sobre todo a la vida que surgía en torno a él. Desde el comienzo, algo que llamó mucho mi atención, fue ver a muchos jóvenes “hablar” con María en el Santuario. Yo percibía su oración como un verdadero “diálogo” con María. No se trataba de una oración formal ni exterior, sino que se trataba de una verdadera relación personal. Allí fue que descubrí que María es una persona viva.

Santuario de la Madre, Reina y Victoriosa
Tres Veces Admirable de Schoenstatt.
Tuparenda,  Paraguay.
Y si María es una persona viva, entonces puedo dialogar con Ella, puedo confiarle mi vida, puedo confiarle las personas que llevo en el corazón, puedo confiarle mis miedos y alegrías… Con esta convicción yo me entregué totalmente a María. Sellé mi Alianza de Amor con Ella el 16.IX.2001[2]. Mi gran experiencia con María es el haberme entregado totalmente a Ella. Haberme confiado totalmente a Ella y seguir haciéndolo en el día a día.

De alguna manera en Ella encontré un lugar, un hogar donde poder descubrirme, desplegarme y darme… Yo me animé a seguir a Jesucristo en el sacerdocio gracias a Ella, gracias a María. Desde el momento en que me decidí por el sacerdocio, supe que lo haría tomado de la mano de María. Sinceramente puedo decir que hoy no tendría una relación personal con Jesucristo si no fuese por María. Yo fui conociendo a Jesús gracias a María.

Caminos de encuentro con María
            
Quisiera ahora proponerles algunos posibles caminos de encuentro con María. Sobre todo quiero volver a insistir en un presupuesto fundamental: María, es una persona viva. Y como tal, tiene un rostro, una mirada e incluso, una voz. Se trata entonces de buscar ese rostro, esa mirada. Se trata entonces de buscar “experiencias marianas”. Aquí quisiera proponerles cinco posibles experiencias, cinco posibles caminos de encuentro con María.

Los santuarios marianos. Una primera experiencia que cualquiera de nosotros puede realizar es el visitar un santuario mariano. Los santuarios marianos son lugares donde de alguna manera experimentamos la presencia de María a través del cobijamiento que allí encontramos, a través de la belleza natural de estos lugares o  de su sencillez. La experiencia del silencio y la oración podemos también vivirlas como experiencias marianas.

Comunidades y personas. También las personas pueden transmitirnos algo de la presencia de María. Podemos buscar personas o comunidades marianas que nos regalen algún rasgo mariano[3]. Incluso podríamos animarnos a “descubrir” a María en las personas que nos rodean. ¿Qué rasgos marianos veo en las personas que conozco? Podría ser un lindo ejercicio de “contemplar” a las personas con las cuales vivo mi cotidianeidad a luz de María.

Una imagen de María. Un camino que puede resultar creativo es el de buscar cuál es mi imagen de María. Y por “imagen” me refiero a dos cosas. Por un lado, me refiero a la imagen mental, por así decirlo, que tengo de María. ¿Quién es María para mí? ¿Es la Madre de Jesús, es María de la Anunciación, es la que visita a Isabel, es la que está al pie de la Cruz? ¿Es una persona cercana a mi vida, o tal vez alguien que está lejos, pero que anhelo se acerque? Por otro lado, por imagen, entiendo también la imagen plástica, concreta que puedo tener de la Virgen María. Sería bueno que cada uno pudiera encontrar su imagen personal de María, esa imagen que toca su sensibilidad, que de alguna manera lo identifica y que le ayuda a dialogar con María. ¿Cómo es mi imagen de María? ¿Por qué busco a María? ¿Qué dimensión de mi vida necesita de su presencia maternal, de su presencia femenina y educadora?

La vida de Jesús, el Evangelio. Otro posible camino de encuentro con María es el contemplar con Ella la vida de Jesús[4]. Orar el Evangelio en compañía de María, se trata de contemplar el rostro de Cristo a través de los ojos de María. Pero también podríamos hacer el ejercicio de contemplar el rostro de María a través de los ojos de Cristo. Si recorro los pasajes del Evangelio, ¿cómo habrá mirado Jesús a su Madre?

La oración personal. Finalmente hay un camino que es insustituible. Se trata de la oración personal a María, se trata del diálogo con Ella. Y aquí quisiera recordarles que el corazón necesita tiempo. No se trata de forzar las cosas. Más bien se trata de abrirle las puestas del corazón a María, invitarla a pasar, invitarla a vivir en mi interior, hacer también la experiencia de Juan, quien, luego de que Jesús en la cruz le entregase a María como Madre, “desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”, la hizo suya, la hizo parte de su vida (cf. Jn 19,27b).

¿Por qué María?

Finalmente, quisiera responder todavía a una última pregunta, ¿por qué María? Y para ello quisiera volver al punto de partida de estas reflexiones. Las experiencias de encuentro con María nos remiten a nuestra propia infancia, y desde allí podemos remitirnos a la infancia espiritual, al ser niños ante Dios[5]. Vuelvo a recordar las palabras de Jesús en el Evangelio: “Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10,15).


Ante María volvemos a ser niños, ante su imagen, ante su rostro maternal se despierta en nuestro corazón la pequeñez del niño que llevamos dentro. Y este despertar del “niño interior” me parece muy sano. Porque nos recuerda en último término algo central del cristianismo: Jesucristo es profundamente hijo, es el Hijo unigénito del Padre. Jesucristo pasó su vida haciendo el bien y se entregó por nosotros en la cruz amándonos hasta el extremo, porque siempre se supo y se sintió el Hijo amado del Padre. Ser cristiano es ser profundamente hijo, es hacer la experiencia de ser profundamente amado. Y si somos amados, entonces podemos amar también nosotros. Aquel don que se nos ha dado por el Bautismo, el ser hijos en el Hijo, la espiritualidad mariana lo despierta y vivifica a nivel vital por medio de la filialidad. La gracia bautismal de la filiación, se desarrolla en la vida por medio de la espiritualidad de la  filialidad. Y así, puedo ahora compartir finalmente mi más profunda convicción con ustedes. ¿Por qué María? Porque María nos hace más cristianos, porque María, incluso nos hace más Cristo.



[1] Cf. CELAM, Aparecida. Documento conclusivo, 259: “…Destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual.”

[2] Por Alianza de Amor con María, se entiende en Schoenstatt el intercambio de corazones entre María y su aliado, se trata de una relación personal con Ella que abarca todas las dimensiones de la vida. “La Alianza de Amor consiste en un intercambio de corazones, de bienes y de intereses con María”, P. J. Kentenich, citado en P. RAFAEL FERNÁNDEZ DE A., La Alianza de Amor con María (Editorial Patris, Chile 2000), 37.

[3] Cf. JUAN PABLO II, Redemptoris Mater 28: “En este tiempo de vela María, por medio de la misma fe que la hizo bienaventurada especialmente desde el momento de la anunciación, está presente en la misión y en la obra de la Iglesia que introduce en el mundo el Reino de su Hijo. Esta presencia de María encuentra múltiples medios de expresión en nuestros días al igual que a lo largo de la historia de la Iglesia. Posee también un amplio radio de acción; por medio de la fe y la piedad de los fieles, por medio de las tradiciones de las familias cristianas o «iglesias domésticas», de las comunidades parroquiales y misioneras, de los institutos religiosos, de las diócesis, por medio de la fuerza atractiva e irradiadora de los grandes santuarios, en los que no sólo los individuos o grupos locales, sino a veces naciones enteras y continentes, buscan el encuentro con la Madre del Señor, con la que es bienaventurada porque ha creído; es la primera entre los creyentes y por esto se ha convertido en Madre del Emmanuel.”

[4] Cf. JUAN PABLO II, Rosarium Virginis Mariae 3: “Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo.” Cf. También el número 10  y todo el Capítulo I de la mencionada Encíclica.

[5] Niño en el sentido de la infancia espiritual a la cual Jesús nos invita. Así en el Evangelio según San Mateo (Mt 18,3) nos dice: “Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos”. El P. J. Kentenich al presentarnos la infancia espiritual (cf. Niños ante Dios) nos dice que la misma se funda no primero en un “hacer”, sino en un “ser” filial; en el asumir una nueva forma de ser, la de ser niños. La salvación no se trata de “hacer cosas” sino más bien de recibir un nuevo “ser”: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Este asumir una nueva manera de ser se refiere a una manera de ser relacional, es decir, este nuevo ser se verifica en la relación con Dios. Se trata de ser “hijos adoptivos” del Padre de los Cielos. Así este nuevo ser es el fundamento del actuar del hombre que se experimenta y sabe hijo de Dios. En la infancia espiritual no se trata primeramente de presentar exigencias éticas al hombre, no se trata primero de actuar como “debería” actuar un hijo de Dios, sino que, se trata primeramente de experimentarse hijo de Dios, profundamente amado por el Padre, y, como consecuencia de ese amor, de ese nuevo ser, surgirá un nuevo actuar. Por lo tanto, aquí el ser conducirá al actuar; un actuar fundado en un ser de amor.