¿Qué
significa ser cristiano? Esta pregunta viene a mi mente cada
tanto, y sobre todo, a mi corazón, cuando experimento que el don de la amistad
de Jesús es siempre mayor a mis propios esfuerzos por corresponder a su amor.
Pero también hay otros motivos para hacernos esta pregunta, para cuestionarnos
seriamente sobre nuestra fe. Por un lado pienso en el Año de la fe (11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013)
convocado por el Papa Benedicto XVI el cual quiere ser “una invitación a una
auténtica y renovada conversión al Señor”[1].
Por otro lado, pienso también, en tantas personas -en tantos amigos- que
sinceramente se han embarcado en la búsqueda de la felicidad y de la plenitud
en filosofías y tradiciones no cristianas. También frente a sus preguntas y
anhelos no respondidos me pregunto ¿qué
significa ser cristiano? ¿Qué
significa vivencialmente ser cristiano? ¿Qué significa para nosotros hoy?
La fe cristiana
Tal vez podamos
encaminarnos a responder a la pregunta por el cristianismo considerando la fe
cristiana. Pero ¿qué entendemos por fe cristiana? Aquí, por fe cristiana, no me
refiere en primer lugar a los contenidos de la fe cristiana –la fe en la cual creemos, como se expresa
en el Credo- sino al acto de fe que
hacemos al declararnos cristianos –la fe
que cree-. No pretendo sin embargo separar ambas dimensiones, pues una
alimenta a la otra. Pero sí quisiera centrarme en el acto de fe, en la fe que cree.
Así, la pregunta que
habría que plantear ahora es la siguiente: la
fe que cree, ¿en qué cree, en quién cree? O si queremos desde ya
personalizar esta cuestión, ¿en qué creo, en quién creo? El acto personalísimo
y libre de la fe se realiza no en primer lugar en contenidos doctrinales –aunque
estos son necesarios para expresar nuestra fe, para comprenderla, para
compartirla y para dar razón de ella (cf. 1 Pe
3,15)- sino en una persona, en Jesús de Nazaret, el Cristo.
La fe cristiana es
entonces fe en una persona, se trata de un creo
en ti. “Su fórmula central reza así: «creo en ti», no «creo en algo». Es
encuentro con el hombre Jesús (…). En su vivir mediante el Padre, en la
inmediación y fuerza de su unión suplicante y contemplativa con el Padre, es
Jesús el testigo de Dios, por quien lo intangible se hace tangible, por quien
lo lejano se hace cercano. (…) Él mismo es la presencia de lo eterno en este
mundo.”[2]
Entonces la fe cristiana
es actitud vital, una actitud ante la
vida y ante toda la realidad que nos rodea. Y esta actitud vital es una opción,
“una decisión por la que afirmamos que en lo íntimo de la existencia humana hay
un punto que no puede ser sustentado ni sostenido por lo visible y comprensible”[3];
hay un punto en nuestra propia existencia que no se sostiene en nada de lo que
podemos ver, que no se sostiene en nosotros mismos, sino en Cristo Jesús, en su
amor.
Aparece entonces ante
nosotros una primera respuesta a nuestra pregunta: ser cristianos significa que
nuestra vida, nuestra existencia más íntima no está sostenida en nosotros
mismos –en nuestros logros, en nuestros esfuerzos ni en nuestras caídas- sino
en aquel que nos “amó hasta el extremo”
(Jn 13,1), en Jesús de Nazaret.
Un encuentro
Demos todavía un paso más.
Si ser cristianos significa vivir sostenidos por el amor de Jesús, entonces ser
cristiano es más que practicar una religión y más que la pertenencia eclesial.
Sin embargo, paradojalmente,
el cristianismo no se da sin la religión –como expresión de amor filial a Dios
y de búsqueda de amistad con Cristo- ni sin la Iglesia, donde Cristo sigue
actuante, vivo y presente en su Palabra, en los sacramentos y en las personas.
No existe el cristianismo en el aislamiento, no existe el cristianismo sin referencia
a Dios y a los hombres. Ahora bien, siempre es necesario convertir nuestra
religión y nuestra pertenencia eclesial a Jesucristo, pues “no se comienza a
ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con
un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva.”[4]
San Pablo ha expresado la
primacía del amor de Cristo en la vida del cristiano al señalar en la Carta a los Romanos que tanto los judíos
y los griegos –que no poseían la Ley de Moisés- son salvados por la gracia de
Cristo. Para él, el Evangelio “es fuerza
de Dios para salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también
del griego” (Rm 1,16). En dicha
carta, San Pablo señala que el judío, aun conociendo la voluntad de Dios
expresada en la Ley mosaica, no la cumple y sin embargo juzga al gentil por sus
pecados pensando que las “obras de la ley” lo justificarán (cf. Rm 3,20).
Pienso que la advertencia
de San Pablo es válida para todos nosotros, para los cristianos, y en particular
para los que nos hemos comprometido a vivir en la Iglesia. San Pablo nos
recuerda que, si bien nuestro cristianismo se expresa en nuestra pertenencia eclesial
y en nuestro esfuerzo por llevar una vida conforme al querer de Dios, lo
esencial del cristianismo no es nuestro hacer, nuestro esfuerzo moral y ético,
sino la salvación recibida por el amor de Jesús una y otra vez. El cristianismo
no se trata de perfección moral, sino de la humildad de conocer y reconocer
nuestra pequeñez –nuestros pecados y limitaciones- y de dejarnos amar en esa
pequeñez para así aceptarla con esperanza filial e incluso gratitud, pues Dios
ha revelado el Evangelio de su Hijo no a los sabios e inteligentes sino a los
pequeños (cf. Mt 11,25-26).
El cristianismo: un don
Finalmente se nos va
haciendo claro que el cristianismo es un don.
El pertenecer a Cristo, el vivir con Él y seguirlo es un don. Y si el cristianismo es un don,
ser cristiano significa entonces acoger ese don, acoger el don del
amor de Cristo Jesús. Dejarnos salvar por Él, dejarnos amar por Él y así
comenzar a vivir y a amar con Él y desde Él.
Entonces si en nuestra vida
experimentamos que “ser cristiano es ante todo un don, (…) que luego se
desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don”[5],
comprenderemos –con el corazón- que el cristianismo es un camino de vida, un
caminar con Cristo, y que por ello, ser cristiano es estar siempre en camino -más
allá de nuestras caídas- en camino hacia el amor, hacia la plenitud de vida que
nos es dada en Cristo Jesús.
[1]
BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta
Fidei, Nº 6.
[2] J.
RATZINGER, Introducción al cristianismo (Ediciones
Sígueme, Salamanca 21971), 57.
[3] J.
RATZINGER, Introducción…, 32.
[4]
BENEDICTO XVI, Deus caritas est: carta
encíclica sobre el amor humano, Nº 1.
[5] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jesrusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011), 83.