33° Domingo durante el año
– Ciclo C
Clausura del Año Santo de
la Misericordia en Tupãrenda
Vivir en esperanza
Queridos hermanos y
hermanas:
La Liturgia de la
Palabra orienta nuestra mirada hacia el final del tiempo litúrgico. El
próximo domingo, con la Solemnidad de
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, concluye el año litúrgico, y, en
Roma, el Papa Francisco clausurará solemnemente el Año Santo de la Misericordia.
También
nosotros, en este día, clausuramos el Año
Santo aquí en Tupãrenda. Todo nos
habla del tiempo final; y por eso, queremos dejarnos guiar por la Palabra de Dios para comprender el
significado de ese tiempo final y así aprender cuál es la actitud adecuada para
afrontarlo.
El día del Señor
El profeta Malaquías nos dice: «Llega el día abrasador como un horno» (Mal 3,19a). Se trata del “día del Señor”, día de Juicio. Día en que
se descubren las acciones e intenciones de los hombres, las acciones e
intenciones del corazón. La profecía nos ayuda a mirar hacia adelante, hacia el
momento escatológico en que el Señor juzgará a su pueblo y a toda la creación.
Se trata del día del Juicio.
Normalmente,
ante la perspectiva del Juicio tememos. En la cultura popular se ha instalado
una visión pesimista, lúgubre y caótica del Juicio: el llamado “fin del mundo”.
Sin
embargo este texto profético nos dice otra cosa. Es cierto que para «los arrogantes y los que hacen el mal (…);
el día que llega los consumirá» (Mal
3,19). Pero, para aquellos que han sido fieles al Señor, para aquellos que temen
su Nombre, es decir, lo respetan y viven invocándolo con sus labios, corazón y
obras; para ellos, ese día «brillará el
sol de justicia que trae la salud en sus rayos» (Mal 3,20).
Así, el día del Juicio, el día del Señor, es día de
esperanza para los que creen en Él. La Sagrada
Escritura nos presenta el Juicio de Dios fundamentalmente como un
acontecimiento de esperanza para sus fieles.
Juicio como lugar de
esperanza
Esta
esperanza del Antiguo Testamento fue
asumida por la fe cristiana. En concordancia con esto, Benedicto XVI nos dice
que “ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en
los cristianos también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida
presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la
justicia de Dios” (Spe Salvi 41).
Pienso
que podemos comprender que el Juicio final –tal como lo expresamos cada domingo
en el Credo diciendo: “ha de venir a
juzgar a vivos y muertos”- sea criterio que ordena nuestra vida y llamada que
despierta nuestra conciencia. Pero, ¿comprendemos por qué el Juicio es
esperanza para nosotros?
En primer lugar no debemos olvidar que el Juicio es de
Dios. Es Dios quien juzgará nuestra
vida. Él, que nos conoce y nos ama personalmente, es el que nos juzgará. Él,
que comprende las acciones de nuestro corazón, es el que nos juzgará. Es Dios quien
nos juzgará en Cristo; por lo tanto, seremos juzgados por el Amor. No debemos
temer, sino confiar.
En segundo lugar, el Juicio es encuentro cara a cara con
el Señor, con Cristo que nuestro Salvador y Juez. “El encuentro con Él es el
acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el
encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a
ser verdaderamente nosotros mimos” (Spe
Salvi 47).
Sí, seremos juzgados por el Amor y ese juicio será
encuentro decisivo con Él. Y en ese encuentro todo lo que sea falso o malsano
se consumirá. Nuestra falsedad se consumirá, en eso consiste el Juicio. Pero
gracias a ese Juicio, brotará en nuestro ser la autenticidad. Llegaremos a ser
plenamente quienes estamos llamados a ser. Llegaremos a ser plenamente lo que
hemos tratado de ser en nuestra peregrinación terrena. En ello consiste el
Juicio. Seremos “por fin totalmente nosotros mismos y con ello, totalmente de
Dios” (Spe Salvi 47).
Vemos así cómo, en el Juicio de Dios, justicia y
misericordia se unen y se realizan plenamente. Comprendemos entonces por qué
para el cristiano el Juicio de Dios es fundamentalmente esperanza. Y se nos
hacen claras las palabras del profeta Malaquías: «para ustedes, los que temen mi nombre, brillará el sol de justicia que
trae la salud en sus rayos». Sí, brillará el Sol de Justicia que es Cristo
mismo.
Por esa razón la Liturgia
hoy nos invita a rezar y a cantar jubilosos con el salmo: «Griten de gozo delante del Señor, porque él viene a gobernar la
tierra; él gobernará el mundo con justicia y a los pueblos con rectitud» (Sal 97,9).
Vivir en esperanza
También
el evangelio (Lc 21, 5-19) desarrolla
el tema del “día del Señor”, aunque con una imagen distinta: la de la
destrucción del Templo de Jerusalén (Lc
21, 5-6).
Ante
la pregunta: «“Maestro, ¿cuándo tendrá
lugar esto y cuál será la señal de que va a suceder?”» (Lc 21,7); Jesús no responde dando una
datación o tiempo preciso de cuándo sucederá el “día del Señor”. Más bien,
Jesús enseña a vivir el tiempo presente orientados por la certeza de que el
Señor volverá y transformará la realidad presente. No se trata de saber cuándo
ocurrirá, sino de cómo vivir el tiempo presente esperando el día del Señor.
Si seguimos el discurso de Jesús nos daremos cuenta de
que el “día del Señor” está precedido por varios procesos. Guerra y
revoluciones, señalan la crisis de la sociedad humana; terremotos y señales en
el cielo, nos hablan de la crisis del cosmos; y las persecuciones nos hablan de
la crisis de fe. Toda la realidad humana entra en crisis, y al entrar en crisis
demuestra su provisionalidad, y por ello, su apertura a la plenitud definitiva que
solo Cristo puede darle.
Pero todavía debemos desarrollar cuáles son las actitudes
que Jesús enseña a sus discípulos para afrontar los tiempos de crisis con
esperanza. Primeramente el Señor nos dice: «No
se dejen engañar» (Lc 21,8). «Muchos se presentarán en mi nombre
diciendo: ‘Soy yo’, y también: ‘El tiempo está cerca’. No los sigan» (Lc 21,8).
Impresiona cómo tantos hombres y mujeres se dejan engañar
y atemorizar por personas o, incluso, por simples mensajes anónimos, que
anuncian que «el tiempo está cerca»,
que ya llega el fin del mundo, el final de los tiempos. Los que anuncian
solamente temor y no señalan un camino de esperanza, no provienen de Cristo Jesús.
No
nos dejemos engañar, no nos dejemos atemorizar. Si nos dejamos llevar por estas
cosas, en el fondo, es señal de que nuestra fe es débil y de que no vivimos en
un constante diálogo con el Señor. No olvidemos que Él es el Resucitado que nos
dice: «No teman» (Mt 28,10).
La
segunda actitud a la que nos invita Jesús para vivir en esperanza, es el tomar
conciencia de que todo tiempo de crisis tiene un sentido. ¿Y cuál es ese
sentido? «Esto les sucederá para que
puedan dar testimonio de mí» (Lc
21, 13). Sí, sea que experimentemos la crisis social, sea que experimentemos la
crisis del cosmos, sea que experimentemos la crisis de fe; ello es oportunidad
para dar testimonio de nuestra confianza en el Señor Jesús.
Ante
las crisis e inseguridades del tiempo actual, estamos llamados a dar
testimonio, con nuestras palabras y obras, de nuestra fe y confianza en Cristo
Jesús.
Finalmente
Jesús nos invita a la constancia: «Gracias
a la constancia salvarán sus vidas» (Lc
21,19). El Señor nos invita a ser constantes en nuestra fe, en nuestra relación
personal y comunitaria con Él. Solo la constancia en medio de la crisis y de la
adversidad nos permite mirar con esperanza hacia adelante, hacia la venida del
Señor.
No
dejarse engañar, dar testimonio de Cristo y ser constantes. Tres actitudes
características del cristiano. Tres actitudes para vivir momentos de crisis
personal, familiar o social. Tres actitudes que transforman el tiempo presente
en tiempo de esperanza, y nos abren a anhelar el encuentro con el Señor que
viene.
Al
clausurar el Año de la Misericordia,
miramos con gratitud todo lo que hemos vivido y experimentado en este tiempo de
gracia; y, sobre todo, miramos con esperanza el tiempo que viene. Es el Señor
de la Misericordia el que volverá; es el Señor de la Misericordia el que nos
invita a perseverar en el amor. Es el Señor de la Misericordia el que nos envía
a seguir practicando misericordia con nuestros hermanos.
A
María, Madre de la esperanza y de la
misericordia, confiamos el peregrinar de la Iglesia en este nuevo tiempo; y
le pedimos, que nos ayude a caminar hacia el encuentro con Jesucristo, Sol de Justicia, que con sus rayos de
luz nos sana y nos llena de esperanza. Amén.