La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 15 de julio de 2018

«El Señor promete la paz para su pueblo»


Domingo 15° durante el año – Ciclo B

Mc 6, 7 – 13

«El Señor promete la paz para su pueblo»

Queridos hermanos y hermanas:

            En este domingo el Evangelio nos presenta el envío de los Doce a la misión (Mc 6, 7- 13). ¡Qué providencial terminar –por este año- las Misiones Familiares Schoenstattianas en Villa Oliva con este texto!

            De alguna manera el Evangelio nos ayuda a recoger las experiencias de estos días, a evaluarlas según los criterios de Jesús y a proyectar la misión en nuestra vida cotidiana.

«Jesús llamó a los Doce»

            Los primeros versículos del texto evangélico de hoy nos recuerdan que toda misión tiene su origen en el corazón de Jesús. Él es quien llama y envía. No estamos aquí por propia iniciativa; no estamos aquí por nosotros mismos, por nuestra propia voluntad o idea.

            El misionero es en primer lugar alguien que ha sido llamado. Alguien que en su vida y en su corazón escuchó la llamada, la voz de Jesús. Y reconociendo esa voz, escuchándola y obedeciéndola, se puso a disposición del Señor. Como dice el profeta Isaías: «Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Yo respondí: “¡Aquí estoy: envíame!”.» (Is 6, 8).

            En realidad, todo cristiano, todo bautizado, es llamado por el Señor. No sólo el misionero, el diácono, el sacerdote o la religiosa. Todos somos llamados por Jesús de forma única, original y personal. Cada uno de nosotros es elegido y llamado. Está en nosotros creer en esa elección y en ese llamado.

            Y como el llamado del Señor es único y personal para cada uno, espera también una respuesta única y personal. Cada uno de nosotros debe responder al Señor, nadie puede hacerlo por nosotros. Y si no respondemos al Señor, una misión, una vocación quedará sin ser realizada.

            Jesús sigue llamando hoy: llama en su Evangelio; llama en las necesidades de nuestra comunidad y de nuestros hermanos; llama  en los anhelos que llevamos en el corazón; llama en nuestro deseo de hacer algo bueno por los demás. ¿Estamos dispuestos a escuchar el llamado de Jesús? ¿Estamos dispuestos a responderle: «Aquí estoy: envíame»?

«El Señor promete la paz para su pueblo»

            Cuando el Señor nos elige y nos llama es para enviarnos a anunciar su palabra a su pueblo. Es lo que vivió el profeta Amós: «El Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: “Ve a profetizar a mi pueblo Israel”» (Am 7, 15).

            Y esta es también la experiencia de muchos misioneros, de muchos cristianos –hombres y mujeres-: Jesús los llama –de diversas maneras- y los saca «de detrás del rebaño», los saca de sus ocupaciones habituales, de sus casas y labores cotidianas, de sus ambientes, y los envía hacia nuevos horizontes para hablar a su pueblo.

            El Señor nos toma por sorpresa, nos sorprende con su elección y envío. Y cuando le decimos que sí de corazón, nos sorprende con lo que puede hacer con nosotros si nos ponemos en sus manos como instrumentos.

            ¿Y cuál es el anuncio que Jesús quiere que como instrumentos comuniquemos a su pueblo tan sediento de sus palabras y tan necesitado de su amor?

            El salmista nos responde: «Voy a proclamar lo que dice el Señor: el Señor promete la paz, la paz para su pueblo y sus amigos, y para los que se convierten de corazón.» (Salmo 84 [85], 9).

            Eso significa que con nuestras palabras y gestos tenemos la capacidad de transmitir la paz que viene del Resucitado, podemos ser anunciadores y constructores de paz y así participar de la promesa de Jesús contenida en las Bienaventuranzas: «Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).

            Y así, siendo anunciadores y constructores de paz y amistad social nos identificaremos como discípulos y misioneros de Jesús. “No es fácil construir esta paz evangélica que no excluye a nadie”[1] sino que incluye a todos. “Requiere de una gran amplitud de mente y de corazón. (…) Se trata de ser artesanos de la paz, porque construir la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza.”[2]

            ¿Estoy dispuesto a ser, con Jesús, misionero de paz en el día a día?

«Los envió de dos en dos»

            Finalmente, el anuncio del mensaje de Jesús se realiza no sólo con palabras, gestos y acciones. Este anuncio se realiza también en el modo en cómo lo hacemos, en el estilo de nuestro anuncio, de nuestra misión. Por eso Jesús envía a los suyos de dos en dos (cf. Mc 6, 7).

           
Imágenes de la Virgen Peregrina de la Campaña del Rosario
del Movimiento Apostólico de Schoenstatt.
Misiones Familiares Schoenstattianas, Villa Oliva, Ñeembucú. Julio 2018.
Foto de Joha Goodacre.
Jesús envía en comunidad, en familia, en Iglesia, porque la comunidad desafía nuestros egoísmos e impaciencias; la comunidad exige amor concreto y educa nuestra capacidad de perdón y ternura; la comunidad nos permite desarrollarnos, crecer y poner nuestras capacidades al servicio de los demás. Por todo ello, la comunidad misionera es testimonio vivo de la verdad del Evangelio. Si podemos vivir juntos; si podemos perdonarnos los unos a los otros; si podemos amar y servir juntos a los demás, entonces el Evangelio es verdad. Entonces, verdaderamente el Espíritu Santo nos ha marcado con su sello (cf. Ef 1, 13) y está en nuestros corazones y obra a través de nosotros.

            Jesús nos llama a cada uno de nosotros; nos envía para anuncia su paz a nuestros hermanos y nos hace comunidad familiar en su Iglesia. En esto consiste la alegría de la misión, la alegría del Evangelio. ¡Vivámosla y compartámosla!

            A María, Madre de los discípulos misioneros, le pedimos que nos siga animando y educando para vivir como misioneros de paz en el día a día allí donde el Señor Jesús nos envíe. Amén.


[1] PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 89.
[2] Ibídem

sábado, 7 de julio de 2018

«Sabrán que hay un profeta en medio de ellos»


Domingo 14° durante el año – Ciclo B

Mc 6, 1 -  6a

«Sabrán que hay un profeta en medio de ellos»

Queridos hermanos y hermanas:

            En el Evangelio de hoy (Mc 6, 1 – 6a), vemos que «Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos»; además, se nos dice que «cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?”» (Mc 6, 1 – 2).

«La multitud que lo escuchaba estaba asombrada»

            En un primer momento podría parecer que la visita de Jesús a su pueblo de origen fuera exitosa. Podemos imaginar la escena: Jesús vuelve a su pueblo, a la casa donde fue criado y creció, a los vecinos y conocidos que lo vieron desarrollarse y con los cuales ha compartido muchos momentos de la vida cotidiana.

            Llegado el día del culto judío, el sábado, entra a la sinagoga, y ante los suyos comienza a enseñar. Al comienzo, los que lo escuchan se asombran y se preguntan: «¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?» (Mc 6, 2).

            Sus oyentes lo escuchan con gusto y se maravillan ante su sabiduría y ante los signos milagrosos que realiza. Sin embargo, muy pronto el asombro y aprobación iniciales dan paso a cierta desconfianza, al punto que llegan a decir: «¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?» (Mc 6, 3).

            En lugar de que las palabras de Jesús y los signos que Él realiza susciten la fe de sus oyentes, suscitan en cambio desconfianza. ¿A qué se debe esto? Da la impresión de que los contemporáneos de Jesús no pueden comprender que alguien que ellos creen conocer muy bien, tenga la capacidad para transmitir con palabras y hechos la sabiduría de Dios.

«¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?»

            Es importante señalar el hecho de que los contemporáneos de Jesús creen conocerlo bien, creen conocer su origen. De hecho es lo que expresa la pregunta: «¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?». Para los que lo rodean “se sabe muy bien quién es Jesús y de dónde viene: es uno más entre los otros. Es uno como nosotros. (…) La normalidad de Jesús, el trabajador de provincia, no parece tener misterio alguno. Su proveniencia lo muestra como uno igual a todos los demás.”[1]

            Este considerar a Jesús como uno igual que nosotros, nacido entre nosotros, criado junto a nosotros y formado como nosotros, parece ser que produce cierta envidia entre sus conocidos y coterráneos. Pareciera ser que el razonamiento envidioso se expresara de la siguiente manera: “¿Cómo es posible que alguien como yo, formado en mi mismo ambiente, se presente ahora con semejante sabiduría y realizando tales signos? ¿Cómo es posible que Dios se manifieste a través de él y no a través mío?”.

            Esta envidia finalmente hace que el corazón se cierre al mensaje que Dios quiere entregar a través de Jesús. Así, por un lado, Jesús experimenta en su propia vida la suerte de los profetas de Israel: «Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí» (Ez 2, 3); y, por otro lado, sus oyentes consideran a Jesús «un motivo de escándalo» (Mc 6, 3); es decir, de tropiezo.

            Pues cuando nos cerramos a la voz de Dios que nos llega por medio de Jesús y por medio de tantos pequeños profetas que Dios suscita alrededor nuestro, desobedecemos a Dios y nos apartamos de sus caminos y así andamos errantes por la vida.

«Sabrán que hay un profeta en medio de ellos»

            Los coterráneos de Jesús creen conocerlo muy bien, y por lo tanto creen tener la capacidad de negar que Dios pueda actuar a través de Él. ¿No nos sucede lo mismo a nosotros? Tal vez no neguemos que Dios sigue actuando hoy a través de Jesús Resucitado, pero cuántas veces negamos que Jesús Resucitado se manifiesta a través de nuestros hermanos.

            Muchas veces, por envidia u orgullo no somos capaces de descubrir en los que nos rodean una palabra de Dios que se nos dirige a nosotros. Puede que al principio admiremos el trabajo, el apostolado o las capacidades de una persona cercana, pero luego, la envidia o el orgullo hace que rápidamente nos cerremos ante esa persona y ante el mensaje que Dios quiere entregarnos a través de ella.

           
Cristo Pantocrátor. Mosaico de la Deisis.
Santa Sofía, Estambul, Turquía. Siglo XIII.
Wikimiedia Commons.
En lugar de reconocer el bien que hacen nuestros hermanos, nos fijamos en sus errores, en sus incoherencias e inconsistencias, tratando así de desacreditar esa profecía que Dios quiere dirigirnos en la vida diaria. Por eso es bueno escuchar lo que nos dice el Papa Francisco sobre los santos y tratar de aplicarlo a aquellos que nos rodean: “Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles, porque allí también puede haber errores y caídas. (…) Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona.”[2]

            Animándonos a mirar a nuestros hermanos a la luz de Jesús, lo descubriremos a Él dirigiéndonos su palabra e invitándonos a seguirlo en el camino de una vida de fe y servicio. Entonces reconoceremos que hay un Profeta en medio de nosotros, el mismo Jesucristo que sigue hablándonos a través de su Evangelio y a través de la vida de nuestros hermanos.

            Y con esa mirada de fe comprenderemos el verdadero origen de Jesús y de su sabiduría y poder salvador: su íntima relación como Hijo Unigénito con el Padre. Y con esa misma mirada de fe nos abriremos a la posibilidad de que cada persona, cada hermano nuestro, tenga, en Cristo, una íntima relación con el Padre.


            A María, Madre de Jesús y Madre de los discípulos, le pedimos nos conceda un corazón manso y humilde para poder reconocer la profecía de Cristo presente en las palabras y acciones de nuestros hermanos, y así el asombro ante las buenas obras de los demás nos lleve a profundizar nuestra fe y compromiso cristianos. Amén.




[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La infancia de Jesús (Planeta, Buenos Aires 2012), 11.
[2] PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 22.