Domingo
26° durante el año – Ciclo B
Mc 9, 38 – 43. 45. 47 – 48
«El
que no está contra nosotros está con nosotros»
Queridos hermanos y
hermanas:
En
el evangelio que acabamos de escuchar (Mc
9, 38-43. 45. 47-48) vemos cómo “alguien, que no era de los seguidores de
Jesús, había expulsado demonios en su nombre. El apóstol Juan, joven y celoso
como era, quería impedirlo, pero Jesús no lo permite; es más, aprovecha la
ocasión para enseñar a sus discípulos que Dios puede obrar cosas buenas y hasta
prodigiosas incluso fuera de su círculo, y que se puede colaborar con la causa
del reino de Dios de diversos modos.”[1]
También
nosotros, que vivimos en un contexto social cada vez más heterogéneo, tenemos
que aprender a discernir las maneras siempre nuevas en las que el Espíritu del
Señor resucitado actúa en la Iglesia y más allá de ella. ¿Qué implicancias
tiene esto? ¿Cómo ser auténticos discípulos de Jesús y al mismo tiempo ser
capaces de dialogar con las inquietudes y necesidades del tiempo actual?
«Nadie puede hacer un
milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí»
El texto evangélico inicia con un diálogo entre Juan y
Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que
expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los
nuestros.» (Mc 9, 38). ¿Qué hay
detrás de las palabras de Juan?
Por un lado, tal vez haya algo de celo e inmadurez; un
afán de distinguir entre aquellos que pertenecen al círculo íntimo de Jesús y
aquellos que no pertenecen al mismo. Tal vez se pueda ver en ello un anhelo de
“poseer” exclusivamente a Cristo y su gracia.
Por
otro lado, es también posible pensar que el discípulo está auténticamente
preocupado por la identidad del naciente movimiento en torno a Jesús. Es la
preocupación por la identidad y por lo tanto por las formas concretas que
identifican y distinguen a la comunidad cristiana y el espíritu que ella quiere
vivir.
Sea
cual fuere la motivación de Juan la respuesta de Jesús es clara y orientadora
para los discípulos de entonces y de hoy: «No
se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar
mal de mí. Y el que no está contra nosotros está con nosotros.» (Mc 9, 39-40).
La
primera parte de la respuesta de Jesús apunta no primeramente a la pertenencia
formal a la comunidad de los discípulos, sino más bien al espíritu que anima a
dicha comunidad y a cada creyente: «Nadie
puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.»
Invocar
el nombre de Jesús supone la fe en él como Hijo de Dios y como Mesías. Y por lo
tanto esta persona que no pertenecía al grupo de los discípulos supo captar el
espíritu que los animaba y abrirse a él con tanta fe que fue capaz de realizar
un signo en el nombre de Jesús. Lo cual nos lleva a comprender que el Espíritu de Dios actúa no sólo en los creyentes sino que más allá de ellos.
Y
si esto es así, entonces los discípulos de Jesús estamos llamados a discernir
con humildad y apertura la acción del Señor más allá de la Iglesia visible. Y
cuando descubrimos esa acción, entonces con gozo comprendemos que los católicos
no estamos solos en el empeño por hacer presente en el día a día el Reino de
Dios.
El
Concilio Vaticano II habla de los
hombres de buena voluntad, “en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible” y
“en la forma de sólo Dios conocida” se asocian al Misterio Pascual de Cristo.[2]
Éste es el sentido de la segunda parte de la respuesta de Jesús: «El que no está contra nosotros está con
nosotros.»
«¡Ojalá todos fueran
profetas en el pueblo del Señor!»
La actitud a la que nos invita Jesús en este pasaje del Evangelio implica madurez espiritual y
humana; es decir, una intensa vida de oración en el Espíritu Santo y una
humildad y libertad de espíritu.
Sólo la madurez espiritual nos permitirá en primer lugar
apropiarnos –por decirlo así- del mensaje y del espíritu cristianos de tal modo
que tengamos la certeza interior de estar viviendo y obrando según el carisma de Jesús; es decir, según la
vida de gracia, la vida del Espíritu
Santo que Dios done en Cristo y a través de Cristo.
El mismo Jesús lo dice en un pasaje del Evangelio según san Juan: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El
que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada
pueden hacer.» (Jn 15, 5). En la
medida en que permanecemos en Jesús bebemos de su Espíritu, nos nutrimos de su
savia –como los sarmientos de la vid- y nos asemejamos a Él. Lo que nos hace
cristianos es el contacto vivo, íntimo y fecundo con Él. Y desde ese contacto,
desde esa relación, somos capaces de descubrir su presencia en distintas
circunstancias, incluso en aquellos lugares donde aparentemente Dios está ausente.
Así la madurez espiritual acompaña, motiva y sostiene la
madurez humana. Esa capacidad de tener certeza y serenidad en la propia
identidad pero al mismo tiempo apertura, humildad y sabiduría ante los demás y
sus pensamientos y opciones.
Es la sorprendente y elogiable actitud de Moisés ante el
celo de Josué: «¡Ojalá todos fueran
profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!». (Nm 11, 29). Si el Señor nos concedió su
Espíritu en bien de los demás, ¿por qué no lo puede dar también a otros para
edificación de su Reino en medio de la humanidad?
«Si alguien llegara a
escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe»
Y
precisamente porque como cristianos hemos recibido el gran don del Evangelio y del Espíritu Santo, el Señor
Jesús también nos exige estar a la altura de estos dones y de nuestra vocación
cristiana.
Así
como el Señor comprende que el Espíritu puede actuar más allá de sus
discípulos, y el bien que puede sacarse de la mutua colaboración entre
creyentes y hombres de buena voluntad; el Señor comprende también el gran mal
que los creyentes hacemos cuando no vivimos según el Espíritu que hemos recibido
y la misión encomendada: «Si alguien llegara
a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que
le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.» (Mc 9, 42).
En
el fondo, antes de acusar a otros y buscar si son o no de Cristo, lo primero que
debemos hacer es tomar consciencia de nuestras propias fragilidades e incoherencias;
corregirnos, luchar con nosotros mismos y renovar siempre de nuevo nuestra pertenencia
al Señor. Miremos nuestro propio corazón antes de juzgar las acciones de los demás.
Entonces permitiremos que el Señor nos renueve por dentro y nos capacite para seguirlo
más plena y libremente. Entonces seremos capaces de dialogar con las inquietudes
del tiempo actual como auténticos cristianos.
A María,
Mater Christi et Mater discipulorum – Madre
de Cristo y Madre de los discípulos, que “vivió como nadie las bienaventuranzas
de Jesús”[3],
compendio del espíritu cristiano, le pedimos que una y otra vez nos eduque como
auténticos discípulos de su Hijo para que comprendamos de corazón que «el que no está contra nosotros está con
nosotros» (Mc 9, 40). Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 30 de
septiembre de 2012 [en línea]. [fecha de consulta: 29 de septiembre de 2018].
Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2012/documents/hf_ben-xvi_ang_20120930.html>
[2]
CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium
et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.
[3] PAPA
FRANCISCO, Exhortación Apostólica Gaudete
et Exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, 176.