Domingo 2° del tiempo
durante el año – Ciclo C
Jn
2, 1 – 11
«Llenen de agua estas tinajas»
Queridos hermanos y
hermanas:
Hemos escuchado, en la proclamación del Evangelio, el conocido relato de la
presencia de Jesús y sus discípulos en las bodas de Caná (Jn 2, 1 – 11). Pienso que para comprender el mensaje que hoy Dios
quiere regalarnos mediante la Liturgia de
la Palabra debemos mirar el contexto litúrgico en el cual se proclama este
texto evangélico.
Celebramos hoy el Domingo
2° del tiempo durante el año; es decir, estamos al inicio del llamado
tiempo ordinario en la Liturgia. Por eso, en el texto evangélico también se nos
presenta un pasaje de los inicios de la actividad pública de Jesús. De hecho,
al final de la perícopa evangélica se nos dice que «este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea.
Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.» (Jn 2, 11).
Se trata de un primer signo. ¿En qué consiste este signo?
¿Qué significa y qué nos dice este signo hoy a nosotros?
«Se celebraron unas bodas
en Caná de Galilea»
Este primer signo de Jesús se realiza en medio de la
celebración de «unas bodas en Caná de
Galilea» (Jn 2, 1). No es casual
que esto suceda así. Se nos dice además que «la
madre de Jesús estaba allí» lo mismo que los discípulos de Jesús (cf. Jn 2, 1). El contexto nupcial es
importante para comprender en profundidad las palabras y acciones de Jesús.
De hecho, en la primera
lectura -tomada del libro del profeta Isaías-
se nos dice que la ciudad de Jerusalén –imagen de todo el pueblo de Israel- ya
no será llamada “abandonada” ni “devastada”, sino que la ciudad será llamada “Mi
deleite” y su tierra “Desposada” (cf. Is
62, 4). Y todo esto «porque el Señor pone
en ti su deleite y tu tierra tendrá un esposo» (Is 62, 4); más aún, «como un
joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la
esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios» (Is 62, 5).
Las bodas, el banquete nupcial, la misma alianza
matrimonial, es imagen de la íntima y tierna relación entre Dios y su pueblo;
es imagen del amor fiel de Dios por su pueblo y por cada uno de sus hijos. En
varios pasajes del Antiguo Testamento
se utiliza la imagen de la relación esponsalicia para hablar del amor de Dios
por su pueblo elegido.
En la antigüedad se comprendía que el esposo otorgaba a su
esposa la misma dignidad y título que él poseyera. Por la alianza matrimonial la
esposa era elevada a la dignidad del esposo. Israel así lo entiende. Como pueblo
ha sido elevado por el amor esponsalicio de Dios. Así mismo la imagen matrimonial,
con toda su belleza y ternura, expresa también la exigencia de la fidelidad y exclusividad
del matrimonio.
«No tienen vino»
Si Israel ha sido agraciado con esta alianza esponsalicia,
con este amor de elección, es comprensible que la imagen de las bodas sea utilizada
para expresar la alegría de la vida en alianza con Dios. La vida en alianza con
Dios es un permanente entrar y estar en comunión con Él.
Pero esta vida de comunión –que es siempre don- se ha de cuidar
y cultivar. Y en el contexto de las bodas celebradas en Caná de Galilea ocurre lo
inesperado e indeseado: «No tienen vino»
(Jn 2, 3). El vino es “signo y don de
la alegría nupcial”.[1]
Por lo tanto, si se ha acabo el vino significa que de alguna manera hemos perdido
el don de la comunión con Dios, el don de la alianza con Dios, el don de la amistad
con Dios. Y por ello, hemos perdido también la alegría.
¡Cuántas veces experimentamos esa falta de alegría en nosotros
mismos! Cuántas veces, aún en medio de la aparente fiesta de la vida sentimos tristeza,
soledad y vacío interior. A pesar de la “múltiple y abrumadora oferta de consumo”[2]
de la sociedad actual, nuestro corazón no termina nunca de saciarse. El vino del
consumismo, del hedonismo y del egoísmo embriaga momentáneamente pero no sacia ni
alegra. Ante esta situación, ¿qué podemos hacer?
En primer lugar, reconocer que ya no tenemos el
vino de la comunión con Dios. Reconocer que lo hemos descuidado y que la vasija
de nuestro corazón está agrietada y seca.
Pero junto con este reconocer nuestra carencia de vino debemos
también, desde ahora, disponernos a hacer lo que Jesús nos diga (cf. Jn 2, 5). En el fondo se trata de la auténtica
purificación, de la auténtica conversión que no es otra cosa que la escucha atenta a Jesús
y la obediencia a su Palabra.
La verdadera purificación del corazón –a la que hacen alusión
las «seis tinajas de piedra destinadas a los
ritos de purificación de los judíos» (Jn
2, 6)- no es otra cosa que vaciar el propio corazón del egoísmo y de las aparentes
alegrías que no son sino vino de inferior calidad. Vaciar el corazón de egoísmo
y de distracciones para permitir que el agua –el Espíritu Santo- vuelva a llenarnos
y rebosar en nuestro interior.
«Llenen de agua estas tinajas»
Llenar el corazón de agua es la tarea constante y paciente
de todo cristiano, como los sirvientes del evangelio, esperando y anhelando que
el Señor actúe para manifestar su gloria. Llenamos el corazón del agua del Espíritu
mediante la constante y perseverante auto-educación. Mediante el constante y paciente cultivo
de la relación con Dios en la oración, en la celebración de los sacramentos, en
la lectura del Evangelio y en el servicio apostólico a los demás.
Las bodas de Caná. Óleo sobre lienzo. Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1670 - 1675. The Barber Institute, Birmigham, Reino Unido. Wikimedia Commons. |
Si perseveramos día a día en llenar nuestros corazones con
el agua del Espíritu, también nosotros escucharemos en nuestro interior, de labios
del Señor: «has guardado el buen vino»
(Jn 2, 10); es decir, lo has conservado
para celebrar las bodas en este tiempo –como ocurre en cada Eucaristía[3]-
y en la eternidad.
A María, a quien la Iglesia invoca como Vaso Espiritual[4],
le pedimos que nos enseñe a recibir anhelantes y fervorosos cuanto brota de los
labios y del corazón de Jesús, para que conservando en nuestro interior el buen
vino de la comunión con Dios lo compartamos con nuestros hermanos y testimonios
así la alegría de las bodas eternas. Amén.