Domingo V de Cuaresma –
Ciclo A
Salmo
130 (129), 1-2.3-4ab.4c-6.7-8
Jn
11, 1 – 45
«Desde lo más profundo te
invoco, Señor»
Queridos hermanos y
hermanas:
Al escuchar los textos de la Liturgia de la Palabra de
este Domingo V de Cuaresma, nos damos
cuenta que la imagen dominante en los mismos es la del sepulcro y todo lo que
un lugar así implica.
Tanto el texto del profeta Ezequiel (Ez 37, 12 – 14)
como el del Evangelio según san Juan
(Jn 11, 1 – 45) se refieren a la
tumba o sepulcro. Pero a pesar de ello, o precisamente por ello, son textos que
nos hablan de esperanza y nos invitan a confiar en la presencia y acción de
Dios en medio de la oscuridad.
En este sentido, el Salmo
130 (129) puede interpretarse en este contexto como la oración de aquel que
se encuentra en la oscuridad del sepulcro, o, en la oscuridad de la
incertidumbre y el temor ante las circunstancias actuales.
Meditemos juntos, y guiados por la Palabra de Dios hagamos el camino desde la oscuridad del temor
hacia la aurora del anhelo y la esperanza.
«Desde lo más profundo te
invoco, Señor»
A
través de la Liturgia de la Palabra,
nos llega a nosotros el testimonio de la oración del salmista, y de alguna
manera, gracias a la Liturgia,
podemos unirnos a esa oración y hacerla nuestra: «Desde lo más profundo te invoco, Señor. ¡Señor, oye mi voz!» (Salmo 130, 1 – 2).
Lo
profundo es una referencia al lugar de los muertos o incluso, una imagen de la
muerte misma. Se trata de lo profundo de la fosa; de lo profundo de los miedos
e inseguridades; de lo profundo de la incertidumbre y la soledad.
Sin
embargo, aún en esta situación, aún «desde
lo más profundo», el salmista invoca al Señor y así se nos hace patente
–una vez más- que “el comienzo de la fe es saber que necesitamos salvación.”[1]
El
salmista “invoca” al Señor, invoca a Dios; es decir, lo llama desde adentro,
desde su interior, desde lo profundo de su corazón.
En
la situación actual en la que nos encontramos debido a la emergencia sanitaria
producida por la pandemia del “Coronavirus”, también nosotros podemos
experimentar que la profundidad de la dificultad nos lleva a la profundidad de
nuestra propia interioridad. Y allí, en la profundidad de nuestra interioridad
pareciera ser que logramos ver con mayor claridad.
Lo
decía el Papa Francisco al dirigirse en oración al Señor: “No es el momento de
tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo de elegir entre lo que cuenta
verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo
es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de vida hacia ti, Señor, y hacia los
demás.”[2]
Paradojalmente,
la oscuridad de la noche profunda y solitaria; la oscuridad de la
dificultad y la prueba, nos permite ver
con mayor claridad y así anhelar con todo el corazón la aurora: «Mi alma espera al Señor, más que el
centinela la aurora. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al
Señor.» (Salmo 130, 6 – 7a).
Tiempo de prueba, momento
de elección
Este tiempo de prueba, que el Papa nos invita a vivir
“como un momento de elección”[3],
se nos revela como tiempo de oscuridad de todo aquello que nos distrae; se nos
revela como tiempo en que tantas luces artificiales, superfluas y pasajeras
pierden su brillo.
Sin duda que esta oscuridad nos inquieta y atemoriza. Pero
a medida que nos vamos dando cuenta de que tantas cosas aparentemente luminosas
y necesarias, son en realidad opacas y pasajeras, el corazón va aprendiendo a
anhelar la auténtica luz. Vamos recuperando nuestra capacidad de percibir la Luz
verdadera (cf. Jn 1, 9) y así
comenzamos a anhelar la auténtica aurora.
Un conocido canto de la Comunidad de Taizé dice: “De noche iremos, de noche, que
para encontrar la fuente, sólo la sed nos alumbra, sólo la sed nos alumbra.”
Sí, en la oscuridad del tiempo de prueba, sólo el anhelo de la auténtica aurora
puede iluminar nuestro camino.
Así ese anhelo se convierte en criterio de
discernimiento, en criterio que nos permite valorar lo que realmente importa en
la vida.
Este anhelo de la aurora nos ayuda a tomar consciencia de
cuán luminosa es la vida humana, la de cada persona, especialmente la de los
más frágiles: los enfermos, los niños y los ancianos. Este anhelo de la aurora
nos hace ver cuán luminosa es la vida familiar, y cuánta luz y calor
encontramos en nuestras familias. Este anhelo de aurora ha encendido en los
corazones de tantos el servicio y el sacrificio, ¡cuán luminosa es la sociedad
humana cuando se descubre unida en una profunda solidaridad de destinos! Cuán
luminosa es la Iglesia cuando calladamente, en cada Eucaristía -celebrada,
vivida y compartida-, en cada momento de oración, adoración y servicio, testimonia “la claridad de
Cristo, que resplandece sobre su rostro.”[4]
Por todo ello, este tiempo de prueba vivido en la
esperanza y la confianza cristianas, más que tiempo de oscuridad, es tiempo de
aurora, es tiempo de la luz nueva que irrumpirá en medio de la oscuridad.
Es tiempo de dejarnos animar y guiar por «el Espíritu de Dios que habita» en
nosotros (cf. Rm 8, 9) para que desde
dentro nos mueva y habite el anhelo, la esperanza y la luz. No cedamos ante la
oscuridad del pesimismo, del sinsentido, de la impaciencia, del egoísmo y de la
irresponsabilidad indiferente.
«El que camina de día no
tropieza»
Viviendo este tiempo con esta actitud y animados por el
Espíritu de Dios, caminaremos como auténticos discípulos de Jesús, ya que «el que camina de día no tropieza, porque ve
la luz de este mundo» (Jn 11, 9);
es decir, es capaz de ver a Jesucristo, «luz
verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9).
Stella Maris - Estrella del Mar Detalle del retablo de la Iglesia Stella Maris, Norderney, Baja Sajonia, Alemania. Foto de Nicol Zimmermann, Düsseldorf, Alemania. |
A María, Estrella matutina que precedía a Cristo, nos
encomendamos en este tiempo de prueba, para que Ella nos eduque y nos ayude a
caminar desde la oscuridad del temor hacia la aurora del nuevo día que es
Cristo mismo:
“Madre del
Redentor, Virgen fecunda,
Puerta del Cielo siempre abierta,
Estrella del mar,
ven a librar al pueblo que tropieza
y se quiere levantar.
Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre Virgen.
Recibe el saludo del ángel Gabriel
y ten piedad de nosotros, pecadores.
Amén.”[5]
P. Oscar Iván
Saldívar F., I.Sch.P.
29 de marzo de 2020, Berg Sion, Alemania
[1]
PAPA FRANCISCO, Homilía, Momento extraordinario de oración y
bendición Urbi et Orbi, 27 de marzo de 2020 [en línea]. [fecha de consulta: 28 de
marzo de 20202]. Disponible en: <https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-03/homilia-completa-oracionextraordinaria-papafrancisco-coronavirus.html>
[2]
Ibídem
[3]
Ibídem
[4]
Cf. CONCILIO VATICANO II, Lumen Gentium,
1.
[5] Antífona
Mariana Madre del Redentor - Alma
Redemptoris Mater. Se trata de una de las cuatro Antífonas Marianas que se
cantan al final de la Liturgia de las
Hioras.