La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 2 de mayo de 2021

«Yo soy la vid, ustedes los sarmientos»

Domingo 5° de Pascua – Ciclo B – 2021

Jn 15, 1 – 8

«Yo soy la vid, ustedes los sarmientos»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra nos ofrece hoy el texto evangélico tomado de Juan 15, 1 – 8. Claramente la imagen que domina esta perícopa evangélica es la de la vid y todo el conjunto de palabras y realidades que con ella están relacionadas. Junto a la vid encontramos al viñador, los sarmientos y los frutos.

            Una vez más Jesús utiliza imágenes del ámbito de la naturaleza y de la agricultura para introducirnos en la realidad del Reino de los Cielos y sus dinámicas.

            Ante tal imagen y ante tal conjunto de ideas, es bueno que en un primer momento nos detengamos en el significado más básico y fundamental de cada palabra, para desde allí avanzar hacia las ideas que representan, y cómo éstas nos introducen en un conocimiento y experiencia del Reino de los Cielos.

«Yo soy la verdadera vid»

            «Yo soy la verdadera vid» dice el Señor. La vid no es otra cosa que la planta que produce como fruto la uva. En nuestro entorno puede que la conozcamos como parra o que hayamos escuchado hablar de los viñedos, es decir, el terreno plantado de vides.

            
"Yo soy la vid, ustedes los sarmientos"
Foto de la página web Cathopic
Como decía anteriormente, a la planta de la vid pertenecen los sarmientos, los frutos y el viñador.

            Los sarmientos no son otra cosa que las ramas que nacen desde el tronco principal y se extienden flexibles y nudosas dando hojas y frutos. El fruto es la uva, y el viñador, aquel hombre de campo que cultiva y guarda con esfuerzo y fidelidad la viña.

            La vid, la viña y por supuesto el vino, son imágenes, ideas y realidades muy presentes en la Sagrada Escritura, pues estaban muy presentes en la vida cotidiana del pueblo de Israel. “Hay pocos cultivos que dependan tanto como la viña a la vez del trabajo ingenioso del hombre y del ritmo de las estaciones. Palestina, tierra de viñedos, enseña a Israel a laborear los frutos de la tierra, a poner todo su empeño en una tarea prometedora, pero también a esperarlo todo de la generosidad divina.”[1]

            Así mismo debemos señalar que a lo largo de la Sagrada Escritura Israel es la viña elegida de Dios. “El Dios de Israel, esposo y viñador, tiene su viña que es su pueblo.”[2]

            Por ello, la imagen que utiliza Jesús está enraizada no sólo en la experiencia cotidiana de Israel sino en la misma Sagrada Escritura, y, por lo tanto, en la historia de salvación. Jesús retoma todo ese contenido, lo asume, lo renueva y lo aplica a sí mismo, y al hacerlo lo abre para nosotros y nos hace partícipes del mismo.

            Por eso dice Él: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos.» (Jn 15, 1. 5). Jesús es la vid, “es la viña que produce, la cepa auténtica, digna de su nombre. Él es el verdadero Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de que llevara fruto abundante.”[3]           

«Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes»

            Al participar con Cristo por medio del Bautismo de esta realidad de la vid y los sarmientos, debemos ser conscientes de la mutua pertenencia entre Jesús-vid y sus discípulos-sarmientos.

            Es decir, Jesús es la vid, el tronco principal desde el cual nosotros nacemos, crecemos, subsistimos y fructificamos. De Él recibimos constantemente vida, la savia que recorre toda la planta. De Él, de su amor, nos nutrimos para vivir, crecer y fructificar.

            De la misma manera que vid y sarmientos se pertenecen mutuamente, así Jesús y cada uno de nosotros, nos pertenecemos mutuamente. Estamos íntimamente unidos a Él y Él lo está a nosotros. Por el Bautismo estamos injertos en Él, y Él lo está en nosotros. De allí su pedido: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» (Jn 15, 4).

            Esta mutua pertenencia graficada en la relación entre vid y sarmientos, es una mutua pertenencia dinámica, viva, llamada a crecer constantemente. Y lo es porque esta mutua pertenencia es relación con Jesús. La relación que cada uno de nosotros tiene con Él, y la relación que Él tiene con cada uno de nosotros.

            Por ello, esta imagen tomada de la naturaleza, la cual se rige por leyes constantes y necesarias, cuando se traspasa al plano de la relación personal, nos hace tomar consciencia de que el permanecer en Jesús es una decisión libre y voluntaria de cada bautizado. Lo que en la naturaleza se da necesariamente, en nuestra relación personal y eclesial con Jesús debe darse libremente. Debe anhelarse, buscarse y cultivarse cada día.

«Que ustedes den fruto abundante»

            ¿Cómo discernir si permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros? El texto evangélico nos da al menos dos criterios.

            El primer criterio es el de la permanencia de la palabra de Jesús en nosotros: «Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán» (Jn 15, 7).

            Por lo tanto, si las palabras del Evangelio de Jesús permanecen en nuestro interior y orientan nuestras decisiones cotidianas, allí tenemos un criterio que nos dice que estamos íntimamente unidos al Señor, como los sarmientos a la vid. De hecho, son sus palabras las que nos nutren y alimentan, cual savia que nutre y alimenta las ramas de una planta.

            El segundo criterio es el de la fecundidad en el amor al prójimo: «La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos» (Jn 15, 8). Dar fruto abundante es dar fruto en obras de amor a Dios y al prójimo. Como lo dice la 1 Carta de Juan: «no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3, 18).

            Así, si las palabras de Jesús permanecen en nosotros y orientan nuestras vidas hacia obras concretas de amor, podremos tener la certeza de estar unidos a Cristo, la vid verdadera, y en la comunión de la Iglesia, la viña elegida del Señor, fructificar en el amor para gloria de Dios nuestro Padre.

            A María, Vitis florigera – Vid florida, le pedimos que nos ayude a permanecer en Jesús, Vid verdadera, y así en la comunión de la Iglesia, dejarnos podar por el Padre para dar frutos en abundancia, frutos que permanezcan hasta la Vida eterna. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, «Viña».

[2] Ibídem

[3] Ibídem