Domingo 5° de Pascua – Ciclo B – 2021
Jn 15, 1 – 8
«Yo soy la vid, ustedes los sarmientos»
Queridos hermanos y
hermanas:
La Liturgia de la Palabra nos ofrece hoy el
texto evangélico tomado de Juan 15, 1 –
8. Claramente la imagen que domina esta perícopa evangélica es la de la vid
y todo el conjunto de palabras y realidades que con ella están relacionadas.
Junto a la vid encontramos al viñador, los sarmientos y los frutos.
Una
vez más Jesús utiliza imágenes del ámbito de la naturaleza y de la agricultura
para introducirnos en la realidad del Reino de los Cielos y sus dinámicas.
Ante
tal imagen y ante tal conjunto de ideas, es bueno que en un primer momento nos
detengamos en el significado más básico y fundamental de cada palabra, para
desde allí avanzar hacia las ideas que representan, y cómo éstas nos introducen
en un conocimiento y experiencia del Reino de los Cielos.
«Yo soy la verdadera vid»
«Yo soy la verdadera vid» dice el Señor.
La vid no es otra cosa que la planta que produce como fruto la uva. En nuestro
entorno puede que la conozcamos como parra o que hayamos escuchado hablar de
los viñedos, es decir, el terreno plantado de vides.
"Yo soy la vid, ustedes los sarmientos" Foto de la página web Cathopic |
Los
sarmientos no son otra cosa que las ramas que nacen desde el tronco principal y
se extienden flexibles y nudosas dando hojas y frutos. El fruto es la uva, y el
viñador, aquel hombre de campo que cultiva y guarda con esfuerzo y fidelidad la
viña.
La
vid, la viña y por supuesto el vino, son imágenes, ideas y realidades muy
presentes en la Sagrada Escritura,
pues estaban muy presentes en la vida cotidiana del pueblo de Israel. “Hay pocos
cultivos que dependan tanto como la viña a la vez del trabajo ingenioso del
hombre y del ritmo de las estaciones. Palestina, tierra de viñedos, enseña a
Israel a laborear los frutos de la tierra, a poner todo su empeño en una tarea
prometedora, pero también a esperarlo todo de la generosidad divina.”[1]
Así
mismo debemos señalar que a lo largo de la Sagrada
Escritura Israel es la viña elegida de Dios. “El Dios de Israel, esposo y
viñador, tiene su viña que es su pueblo.”[2]
Por
ello, la imagen que utiliza Jesús está enraizada no sólo en la experiencia
cotidiana de Israel sino en la misma Sagrada
Escritura, y, por lo tanto, en la historia de salvación. Jesús retoma todo
ese contenido, lo asume, lo renueva y lo aplica a sí mismo, y al hacerlo lo
abre para nosotros y nos hace partícipes del mismo.
Por
eso dice Él: «Yo soy la verdadera vid y
mi Padre es el viñador. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos.» (Jn 15, 1. 5). Jesús es la vid, “es la
viña que produce, la cepa auténtica, digna de su nombre. Él es el verdadero
Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de
que llevara fruto abundante.”[3]
«Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes»
Al
participar con Cristo por medio del Bautismo
de esta realidad de la vid y los sarmientos, debemos ser conscientes de la
mutua pertenencia entre Jesús-vid y sus discípulos-sarmientos.
Es
decir, Jesús es la vid, el tronco principal desde el cual nosotros nacemos, crecemos,
subsistimos y fructificamos. De Él recibimos constantemente vida, la savia que
recorre toda la planta. De Él, de su amor, nos nutrimos para vivir, crecer y
fructificar.
De la
misma manera que vid y sarmientos se pertenecen mutuamente, así Jesús y cada
uno de nosotros, nos pertenecemos mutuamente. Estamos íntimamente unidos a Él y
Él lo está a nosotros. Por el Bautismo
estamos injertos en Él, y Él lo está en nosotros. De allí su pedido: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» (Jn 15, 4).
Esta
mutua pertenencia graficada en la relación entre vid y sarmientos, es una mutua
pertenencia dinámica, viva, llamada a crecer constantemente. Y lo es porque
esta mutua pertenencia es relación con Jesús. La relación que cada uno de
nosotros tiene con Él, y la relación que Él tiene con cada uno de nosotros.
Por
ello, esta imagen tomada de la naturaleza, la cual se rige por leyes constantes
y necesarias, cuando se traspasa al plano de la relación personal, nos hace
tomar consciencia de que el permanecer en Jesús es una decisión libre y
voluntaria de cada bautizado. Lo que en la naturaleza se da necesariamente, en
nuestra relación personal y eclesial con Jesús debe darse libremente. Debe anhelarse,
buscarse y cultivarse cada día.
«Que ustedes den fruto abundante»
¿Cómo
discernir si permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros? El texto
evangélico nos da al menos dos criterios.
El
primer criterio es el de la permanencia de la palabra de Jesús en nosotros: «Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen
en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán» (Jn 15, 7).
Por
lo tanto, si las palabras del Evangelio
de Jesús permanecen en nuestro interior y orientan nuestras decisiones
cotidianas, allí tenemos un criterio que nos dice que estamos íntimamente unidos
al Señor, como los sarmientos a la vid. De hecho, son sus palabras las que nos
nutren y alimentan, cual savia que nutre y alimenta las ramas de una planta.
El
segundo criterio es el de la fecundidad en el amor al prójimo: «La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den
fruto abundante, y así sean mis discípulos» (Jn 15, 8).
Dar fruto abundante es dar fruto en obras de amor a Dios y al prójimo. Como lo
dice la 1 Carta de Juan: «no amemos
solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,
18).
Así, si las palabras de Jesús
permanecen en nosotros y orientan nuestras vidas hacia obras concretas de amor,
podremos tener la certeza de estar unidos a Cristo, la vid verdadera, y en la
comunión de la Iglesia, la viña elegida del Señor, fructificar en el amor para
gloria de Dios nuestro Padre.
A María, Vitis florigera – Vid florida, le pedimos que nos ayude a
permanecer en Jesús, Vid verdadera, y así en la comunión de la Iglesia,
dejarnos podar por el Padre para dar frutos en abundancia, frutos que
permanezcan hasta la Vida eterna. Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.
Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt