Domingo
25° del tiempo durante el año – Ciclo B – 2021
«Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos»
Mc
9, 30 – 37
Queridos
hermanos y hermanas:
En el evangelio de hoy leemos que «Jesús atravesaba la Galilea junto con sus
discípulos y no quería que nadie lo supiera» (Mc 9, 30). Me parece importante señalar que Jesús busca un momento
de intimidad con sus discípulos, busca un momento a solas para estar con ellos
y enseñarles, formarles.
El Señor busca esta intimidad con
sus discípulos para hablarles con claridad y profundidad: «El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo
matarán y tres días después de su muerte, resucitará» (Mc 9, 31).
«No
quería que nadie lo supiera»
Jesús quiere que sus discípulos
comprendan qué significa que Él sea el Mesías; qué implicancias tiene su misión
mesiánica, y por lo tanto, en qué consiste el discipulado. Y para ello necesita
de la soledad e intimidad con sus discípulos.
Dicho de otra manera: para conocer
auténticamente a Jesús como Mesías, para comprender su misión que implica el
camino de la cruz, y para seguirlo como auténticos discípulos, necesitamos de la
soledad e intimidad con el Señor.
Sin esa soledad e intimidad, no hay
encuentro, no hay maduración personal y espiritual, no hay auténtica decisión
por Cristo.
Nuestra vida religiosa carece de
frescura y energía porque nos falta soledad, intimidad y profundidad con el
Señor. Nuestra vida religiosa no despliega la fuerza transformadora de una
espiritualidad porque le falta profundidad.
Confundimos emotividad con oración,
confundimos activismo con apostolado, confundimos grandes eventos o
manifestaciones con forjar el Reino de Dios. Y olvidamos que «el Reino de los Cielos se parece a un grano
de mostaza que un hombre sembró en un campo. En realidad, esta es la más
pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y
se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a
cobijarse en sus ramas.» (Mt 13,
31- 32).
En medio de nuestro caminar con
Jesús por la Galilea de la vida cotidiana necesitamos detenernos y buscar la
soledad e intimidad con Él para escucharlo en nuestro corazón, y así empeñarnos
en realizar cada día “un trabajo en lo pequeño”, la “labor silenciosa en el
área del espíritu”.[1]
Sin ese encuentro con Jesús, sin ese
trabajo en lo pequeño en el área del espíritu, ocurre lo que el P. José
Kentenich señalaba ya en el año 1919: “la resistencia al espíritu negativo del
tiempo es relativamente escasa en nuestros ambientes cultos, incluso en aquellos
donde la religión está aun presente en el pensamiento y la vida (…). A todas
esas personas, más aun, a todo nuestro cristianismo actual, les falta
interioridad. La vida interior se está extinguiendo.”[2]
«Habían
estado discutiendo sobre quién era el más grande»
Precisamente ese espíritu negativo
del tiempo había logrado penetrar en el interior de los discípulos quienes por
un lado, «no comprendían» lo que
Jesús les había dicho sobre su entrega, muerte y resurrección (cf. Mc 9, 32); y por otro lado, en el
camino «habían estado discutiendo sobre
quién era el más grande» (Mc 9,
34).
Cuando falta interioridad, cuando
falta auténtica espiritualidad –diálogo constante con Jesús y vida según ese
diálogo que no es otra cosa que feliz amistad-, entonces no comprendemos las
palabras y gestos de Jesús, y nos desenfocamos de los importante y necesario,
para prestarle atención a lo superfluo y pasajero.
Incluso nos enredemos con nuestros
propios temas y preocupaciones, con nuestras carencias y heridas. Los
discípulos, luego de haber escuchado que «el
hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres
días después de su muerte, resucitará» (Mc
9, 31); se preocupan por quién es el más grande entre ellos, quién es el más
importante, quién es el primero.
No logran captar –en ese momento- la entrega de Jesús
en la cruz, no logran captar la primacía de la entrega, del amor, del servicio
y de la misión. No logran captar que lo que nos hace grandes, felices y plenos,
es el sincero servicio a los demás. No logran captar que seguir a Jesús
significa morir con Él para resucitar con Él.
«El
que quiere ser el primero»
Sin embargo Jesús no se desalienta. Vuelve a buscar un
espacio de soledad, intimidad y encuentro con sus discípulos: «sentándose, llamó a los Doce y les dijo:
“El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de
todos”.» (Mc 9, 31).
"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre,
me recibe a mí" (Mc 9, 37).
Iglesia Santa María de la Trinidad,
Santuario Tupãrenda.
En ese espacio de intimidad que
Jesús brinda a los suyos, ellos pueden reconocer con sinceridad sus deseos,
anhelos y pasiones. Y en el diálogo con Jesús, esos deseos, anhelos y pasiones
se orientan hacia el servicio y el amor. De eso se trata el encuentro con
Jesús, de eso se trata el auto-conocimiento y la auto-educación en alianza.
En reconocer nuestras capacidades y
límites; en reconocer sinceramente nuestros anhelos, deseos y pasiones, y en el
diálogo con el Señor, asumirlos, purificarlos y así plenificarlos en el
seguimiento sincero de Jesús. Así ocurre ese morir con el Señor a nuestro
egoísmo, y resucitar con Él a una vida de entrega y discipulado. Así nos vamos
haciendo niños ante Dios, nos vamos transformando en esos pequeños del Evangelio (cf. Mc 9, 36 – 37) cuya sencillez de vida hace presente a Cristo y al
Padre que lo envió.
A María, Madre de los pequeños, le pedimos que en su Santuario nos conduzca
a la intimidad con el Señor, para que Él nos transforme desde nuestro interior
para llegar a ser uno de esos pequeños enviados en su Nombre para servir a
todos. Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.