La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 19 de septiembre de 2021

«Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos»

 

Domingo 25° del tiempo durante el año – Ciclo B – 2021

«Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos»

Mc 9, 30 – 37

 

Queridos hermanos y hermanas:

            En el evangelio de hoy leemos que «Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera» (Mc 9, 30). Me parece importante señalar que Jesús busca un momento de intimidad con sus discípulos, busca un momento a solas para estar con ellos y enseñarles, formarles.

            El Señor busca esta intimidad con sus discípulos para hablarles con claridad y profundidad: «El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará» (Mc 9, 31).

«No quería que nadie lo supiera»

            Jesús quiere que sus discípulos comprendan qué significa que Él sea el Mesías; qué implicancias tiene su misión mesiánica, y por lo tanto, en qué consiste el discipulado. Y para ello necesita de la soledad e intimidad con sus discípulos.

            Dicho de otra manera: para conocer auténticamente a Jesús como Mesías, para comprender su misión que implica el camino de la cruz, y para seguirlo como auténticos discípulos, necesitamos de la soledad e intimidad con el Señor.

            Sin esa soledad e intimidad, no hay encuentro, no hay maduración personal y espiritual, no hay auténtica decisión por Cristo.

            Nuestra vida religiosa carece de frescura y energía porque nos falta soledad, intimidad y profundidad con el Señor. Nuestra vida religiosa no despliega la fuerza transformadora de una espiritualidad porque le falta profundidad.

            Confundimos emotividad con oración, confundimos activismo con apostolado, confundimos grandes eventos o manifestaciones con forjar el Reino de Dios. Y olvidamos que «el Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en un campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas.» (Mt 13, 31- 32).

            En medio de nuestro caminar con Jesús por la Galilea de la vida cotidiana necesitamos detenernos y buscar la soledad e intimidad con Él para escucharlo en nuestro corazón, y así empeñarnos en realizar cada día “un trabajo en lo pequeño”, la “labor silenciosa en el área del espíritu”.[1]

            Sin ese encuentro con Jesús, sin ese trabajo en lo pequeño en el área del espíritu, ocurre lo que el P. José Kentenich señalaba ya en el año 1919: “la resistencia al espíritu negativo del tiempo es relativamente escasa en nuestros ambientes cultos, incluso en aquellos donde la religión está aun presente en el pensamiento y la vida (…). A todas esas personas, más aun, a todo nuestro cristianismo actual, les falta interioridad. La vida interior se está extinguiendo.”[2]

«Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande»

            Precisamente ese espíritu negativo del tiempo había logrado penetrar en el interior de los discípulos quienes por un lado, «no comprendían» lo que Jesús les había dicho sobre su entrega, muerte y resurrección (cf. Mc 9, 32); y por otro lado, en el camino «habían estado discutiendo sobre quién era el más grande» (Mc 9, 34).

            Cuando falta interioridad, cuando falta auténtica espiritualidad –diálogo constante con Jesús y vida según ese diálogo que no es otra cosa que feliz amistad-, entonces no comprendemos las palabras y gestos de Jesús, y nos desenfocamos de los importante y necesario, para prestarle atención a lo superfluo y pasajero.

            Incluso nos enredemos con nuestros propios temas y preocupaciones, con nuestras carencias y heridas. Los discípulos, luego de haber escuchado que «el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará» (Mc 9, 31); se preocupan por quién es el más grande entre ellos, quién es el más importante, quién es el primero.

No logran captar –en ese momento- la entrega de Jesús en la cruz, no logran captar la primacía de la entrega, del amor, del servicio y de la misión. No logran captar que lo que nos hace grandes, felices y plenos, es el sincero servicio a los demás. No logran captar que seguir a Jesús significa morir con Él para resucitar con Él. 

«El que quiere ser el primero»

            Sin embargo Jesús no se desalienta. Vuelve a buscar un espacio de soledad, intimidad y encuentro con sus discípulos: «sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.» (Mc 9, 31).

           

"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre,
me recibe a mí" (Mc 9, 37).
Iglesia Santa María de la Trinidad,
Santuario Tup
ãrenda. 


En ese espacio de intimidad que Jesús brinda a los suyos, ellos pueden reconocer con sinceridad sus deseos, anhelos y pasiones. Y en el diálogo con Jesús, esos deseos, anhelos y pasiones se orientan hacia el servicio y el amor. De eso se trata el encuentro con Jesús, de eso se trata el auto-conocimiento y la auto-educación en alianza.

            En reconocer nuestras capacidades y límites; en reconocer sinceramente nuestros anhelos, deseos y pasiones, y en el diálogo con el Señor, asumirlos, purificarlos y así plenificarlos en el seguimiento sincero de Jesús. Así ocurre ese morir con el Señor a nuestro egoísmo, y resucitar con Él a una vida de entrega y discipulado. Así nos vamos haciendo niños ante Dios, nos vamos transformando en esos pequeños del Evangelio (cf. Mc 9, 36 – 37) cuya sencillez de vida hace presente a Cristo y al Padre que lo envió.

            A María, Madre de los pequeños, le pedimos que en su Santuario nos conduzca a la intimidad con el Señor, para que Él nos transforme desde nuestro interior para llegar a ser uno de esos pequeños enviados en su Nombre para servir a todos. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.



[1] P. José Kentenich en P. Locher et allí (Eds.), Kentenich Reader, Tomo1 (Editorial Nueva Patris, Santiago de Chile 2011), pág. 142.

[2] Ídem, pág. 143.