Celebración en honor a María Auxiliadora
Santuario María Auxiliadora – Asunción
5° día de la Novena
“María, Madre y Maestra de la escucha”
Queridos hermanos y
hermanas:
En el
contexto del Año del Laicado que
estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay, y cercarnos espiritualmente al proceso sinodal que vive toda la Iglesia
Católica, celebramos este novenario de preparación a la solemnidad de Nuestra
Madre, María Auxiliadora de los
cristianos.
En
este hermoso Santuario dedicado en su honor la invocamos en estos días también como
Madre y Maestra de la Iglesia sinodal.
Sin duda María es sobre todo Madre; es el gran don que Jesús nos ha hecho en la
cruz al decir al discípulo amado –y en él a todos nosotros-: «Aquí tienes a tu madre» (Jn 19, 26).
Don
Bosco y tantos otros santos y santas de la Iglesia han experimentado a María
como Madre, y también como Maestra; Ella es la educadora de nuestra fe, la
educadora de nuestra vida, la educadora de nuestros corazones.
Madre de la escucha
Y hoy
quisiéramos invocarla como Madre y
Maestra de la escucha. ¡Cuánto necesitamos que Ella nos enseñe a escuchar!
Que Ella nos ayude a “recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra
que se nos dirige”[1];
la Palabra de Dios, y la palabra que día a día nos dirigen nuestros hermanos.
Sí,
hoy necesitamos recuperar el silencio. Sobre todo el silencio y la serenidad
del corazón. Cuántas veces, aún cuando estamos exteriormente callados, vivimos
interiormente inundados por diversidad de ruidos. El ruido de las
preocupaciones y frustraciones personales; el ruido de los problemas laborales;
el ruido de nuestros pensamientos confusos; el ruido de nuestros sentimientos
de tristeza, de incomprensión y de soledad.
Estamos
tan llenos de estos ruidos interiores que no saboreamos ya la serenidad del
silencio y así ya no somos capaces de escuchar. “Oímos las palabras pero no
escuchamos realmente.”[2]
Escuchar
entonces requiere de ese silencio interior, de ese silencio y esa paz del
corazón que caracterizaron a María quien «conservaba
las cosas y las meditaba en su corazón» (cf. Lc 2, 19). Sólo quien ha serenado su corazón puede escuchar
auténticamente, conservar lo recibido en el corazón y meditarlo.
El
primer paso para aprender a escuchar en la escuela de María es entonces
reconocer e identificar todo aquello que hace “ruido” en nuestro interior.
Todas aquellas situaciones, preocupaciones y personas, que constantemente
generan ese ruido interior, esa cacofonía en el alma, que nos quita serenidad y
nos impide escuchar el sonido del paso de Dios en nuestras vidas.
Identificando
lo que hace ruido, el siguiente paso es reconocerlo. Tomar conciencia de ello.
Asumir que eso está en mi interior y me pide una respuesta, una decisión. Si no
lo encaro, seguirá haciendo ruido y sacándome paz interior.
Finalmente, el tercer paso, es entregar eso que hace
ruido. Entregárselo a María. En el diálogo sincero con Ella, esas situaciones y
preocupaciones que generan ruido se irán ordenando y serenando hasta que
volvamos a encontrar la sintonía entre nuestro corazón, el corazón de María y
el corazón de Dios. Tres corazones latiendo en sintonía. Eso nos devuelve la
serenidad interior y la paz necesaria para escuchar auténticamente.
Si
hemos perdido esa capacidad de silencio interior, acudamos a María, acudamos a
la Madre de la escucha. Ella nos
cobijará y nos ayudará a transformar nuestros ruidos interiores en armonía
agradable a Dios. Ella nos escuchará y nos devolverá la paz y la esperanza.
Precisamente
en la oración sincera experimentamos que “cuando ya nadie me escucha, Dios
todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con nadie, ni invocar a nadie,
siempre puedo hablar con Dios. Si me veo relegado a la extrema soledad…, el que
reza nunca está totalmente solo.”[3]
Maestra de la escucha
Y
porque María nos escucha, porque Dios siempre nos escucha; somos capaces
también nosotros de escuchar a Dios y a nuestros hermanos.
En la
Iglesia –en esta Iglesia que anhela recuperar una actitud sinodal- aprendemos a
escuchar. Podríamos decir que la Iglesia está hecha de escucha. De escucharnos
los unos a los otros como hermanos; de escucharnos los unos a los otros con
misericordia y ternura. Y de juntos, ponernos a la escucha de la Palabra que
Dios nos dirige en las Escrituras y
en los signos que realiza en la vida cotidiana.
Es la
experiencia que nos transmite el texto de los Hechos de los Apóstoles (Hch
15, 7 – 21). La Iglesia de Jerusalén se pone a la escucha de Pedro mientras él
da testimonio de que tanto los cristianos de origen pagano como los cristianos
de origen judío son «salvados por la
gracia del Señor Jesús» (Hch 15,
11).
Así
mismo, en silencio, la asamblea escucha también a Bernabé y a Pablo, «que comenzaron a relatar los signos y
prodigios que Dios había realizado entre los paganos por intermedio de ellos»
(Hch 15, 12).
Y en
este escuchar con apertura de corazón a Pedro, a Bernabé y a Pablo, la Iglesia
hace experiencia de que está escuchando Dios mismo, quien habla a través del
testimonio, de los signos y de la comunidad.
Dios
quiere hacerse escuchar también por medio de nuestros hermanos; sobre todo por
medio del testimonio y de las experiencias vividas. Y en la medida en que
abrimos el corazón a nuestros hermanos, en la medida en que escuchamos con
sinceridad, vamos percibiendo en los signos y en las palabras humanas, la voz
de Dios que se dirige a nuestros corazones.
María, Auxilio de los cristianos Santuario de María Auxiliadora Arquidiócesis de Asunción |
La
escucha creyente llega a su plenitud en la obediencia. En decidir y actuar
según lo que en la fe hemos escuchado y discernido. Así lo entendió la primera
Iglesia: no hay que imponer la Ley Mosaica a los cristianos de origen pagano,
sino recibirlos en la Iglesia como Dios lo ha hecho al enviarles el Espíritu
Santo (cf. Hch 15, 8).
Y por
ello, escuchar auténticamente y cumplir con sinceridad los mandamientos de Dios
es permanecer en el amor tal como nos lo pide Jesús en el Evangelio: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor.» (Jn 15, 9 – 10a).
Comprendemos
ahora la importancia de la auténtica escucha cristiana. En último término,
escuchar es permanecer en el amor. El que escucha con sinceridad al otro, lo ama.
El que escucha con sinceridad a Jesús, lo ama y se deja amar por Él. En efecto,
“la escucha de la fe tiene las mismas características que el conocimiento
propio del amor: es una escucha personal que distingue la voz y reconoce la del
Buen Pastor (cf. Jn 10, 3 – 5).”
María Auxiliadora
Por ello, una vez más invocamos a María Auxiliadora como Madre y Maestra de la escucha. A Ella
que supo escuchar el anuncio del Ángel en Nazaret; a Ella que escucha las
peticiones y oraciones de todos sus hijos; a Ella le decimos:
Madre y Maestra de la escucha,
“haznos
comprender
que el silencio no es desinterés por los hermanos
sino fuente de energía e irradiación;
no es repliegue sino despliegue;
y que, para derramar riquezas,
es necesario acumularlas.”[4]
Madre y Maestra de la escucha,
Haznos
comprender que en un mundo sordo y lleno de tanto ruido
el que escucha con sinceridad ama profundamente.
Enséñanos a escucharnos los unos a los otros.
Que nadie se sienta solo ni abandonado en la Iglesia.
Madre y Maestra de la escucha,
enséñanos la escucha del amor, esa escucha personal
que reconoce y distingue la voz de tu hijo, el Buen
Pastor.
Esa voz tierna que nos concede el gozo que nada ni
nadie nos podrá arrebatar.
Esa voz que una y otra vez nos dice:
«Como
el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.»
Madre y Maestra de la escucha,
Auxilio de los cristianos,
ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos auténticos discípulos
y un día alcancemos las promesas, la gracia y la
misericordia,
de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.
Rector
del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
19/05/2022