Arquidiócesis de la Santísima Asunción
Parroquia San Juan María Vianney
Fiesta Patronal 2022
Solemne Víspera
“El laico en la búsqueda y promoción del bien común,
en la defensa de la dignidad humana”
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos
esta Eucaristía en la Solemne Víspera
de la fiesta de San Juan María Vianney,
el santo cura de Ars, patrón de todos los sacerdotes[1] y
en especial de aquellos a quienes se ha encomendado el oficio pastoral de párrocos.
San
Juan María Vianney, a cuya patrocinio está dedicada esta hermosa comunidad
parroquial, nos decía: “Si comprendiéramos
bien lo que es un sacerdote en la tierra, moriríamos: no de miedo, sino de
amor”. Sintetizaba así su íntima experiencia y comprensión de la vocación
sacerdotal. Él nos ayuda a comprender que “el sacerdocio no es un simple
«oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones
para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor.”[2]
Año
del laicado
Así también, a lo largo de
este Novenario, con la presencia
espiritual del Santo Cura de Ars y
animados por nuestros Pastores, hemos querido comprender en profundidad la
vocación del laico cristiano. De eso se trata este Año del laicado que estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay:
redescubrir “el ser y la misión de los laicos”[3].
Incluso
podríamos parafrasear al Santo Cura de
Ars y decir: “si comprendiéramos bien el misterio del laico cristiano,
viviríamos con el corazón lleno de alegría y de amor”.
Para
descubrir en profundidad el misterio del laico cristiano, la grandeza de la
dignidad y vocación laical, debemos centrarnos en el sacramento del Bautismo; el sacramento que es como “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y
permite la entrada en su Iglesia (…). Atravesar esa puerta supone emprender un
camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar
a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida
eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu
Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22).”[4]
Sí, el Bautismo es la puerta de entrada a la vida de comunión con Dios y
con los hermanos; es el sacramento fundamental y fundante de la vida cristiana,
pues, nos une íntima y verdaderamente a Cristo Jesús; y al hacerlo nos hace
hijos del Padre, nos perdona el pecado
original, nos dona el Espíritu Santo y nos hace Pueblo de Dios.
Tal como lo expresa la Primera Carta de san Pedro: «Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un
pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las
tinieblas a su admirable luz: ustedes, que antes no eran
un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido
misericordia, ahora la han alcanzado.» (1 Pe 2, 9 – 10).
En el gran don del Bautismo
está enraizada la vocación del laico cristiano, aquí está su grandeza, su
dignidad; su identidad más auténtica y profunda; y por lo tanto, desde el Bautismo –y la Confirmación- brota su misión: anuncia a todos la dignidad humana y
promover incansablemente el bien común.
Dignidad humana
Los textos bíblicos proclamados en la Liturgia de la Palabra hoy, nos ayudan a
comprender dónde radica la dignidad humana que como bautizados estamos llamados
a anunciar, cultivar y defender.
En primer lugar nuestra Fe nos ensaña que somos creación
predilecta de Dios: «Dios dijo: «Hagamos
al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos
los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y
todos los animales que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al hombre a su
imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.» (Gn 1, 26 – 27).
Al hecho de ser creación, se une también el gran don del Bautismo en Cristo. ¡Somos valiosos a
los ojos de Dios! En primer lugar porque hemos salido de sus manos, de su
corazón, de su pensamiento, de su voluntad creacional. Ninguno de nosotros es
fruto del azar o la casualidad; ninguno de nosotros es un error; todos y cada
uno hemos sido queridos, pensados y amados. Cada uno es creación predilecta. Y
este hecho nadie nos lo puede arrebatar; esta dignidad creacional, nadie nos la
puede arrebatar. Somos imagen y semejanza de Dios."Este es el Cordero de Dios..."
Eucaristía en la Parroquia San Juan María Vianney
Arquidiócesis de la Santísima Asunción
Unida a la dignidad creacional, se encuentra la dignidad
bautismal: «Porque todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido
revestidos de Cristo.» (Ga 3, 26 – 27).
Sí, la dignidad humana radicada en el acto creacional de
Dios, en el Bautismo se reviste de la
dignidad misma del Hijo de Dios: de Jesucristo. No olvidemos que por el Bautismo somos verdaderamente
identificados con Cristo y participamos, cada uno según su vocación y
particularidad sacramental, del triple oficio de Cristo: sacerdote, profeta y
rey.
¡Cuánta dignidad se nos ha regalado y confiado! Cuán
apropiadas entonces las palabras de san León Magno: “Reconoce, cristiano, tu
dignidad.”[5]
Animémonos a creer en nuestra dignidad; animémonos creer en lo valiosos y
amados que somos.
Sólo si reconocemos y creemos en el gran don de nuestra
dignidad cristiana, también asumiremos la misión de promover esta dignidad a
través de la búsqueda del bien común en la sociedad.
Bien común
Comprendemos entonces que solamente el auténtico
encuentro con Jesús, y la auténtica vivencia del Bautismo, son los que transforman nuestra existencia, pues ese
encuentro y esa vivencia “da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva.”[6]
Ese
encuentro y esa vivencia nos impulsan a una auténtica búsqueda del bien común,
pues como bautizados hemos experimentado que “cada uno encuentra su propio bien
asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en
efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace
libre (cf. Jn 8,32).”[7]
Así
mismo, al estar íntimamente unidos a Cristo, y entre nosotros como Pueblo de Dios, comprendemos también que
“amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien
individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el
bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos,
familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien
que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la
comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de
modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es
exigencia de justicia y caridad.”[8]
Es exigencia de nuestra dignidad y misión de bautizados en Cristo Jesús.
En
el Evangelio (Jn 9, 1 – 7) hemos visto que
tanto los discípulos de Jesús como el ciego de nacimiento tomaron consciencia
de la dignidad inherente de cada uno, y así mismo hemos percibido cómo han ido
comprendiendo que el bien común implica siempre reconocer, cultivar y defender
la dignidad de cada persona humana, sin importar su condición. Pues la vida de
todos y de cada uno es siempre oportunidad «para
que se manifiesten en él las obras de Dios» (Jn 9,3).
Que
la Santísima Virgen María y san Juan M. Vianney, nos ayuden a tomar consciencia
de nuestra dignidad cristiana, y así, nos muevan a reconocer y promover la
dignidad de todos en la consecución del bien común en nuestras familias,
comunidades y en nuestra Patria. Que así sea. Amén.
P.
Oscar Iván Saldívar, P.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
[1] BENEDICTO XVI, Año Sacerdotal.
[2] BENEDICTO XVI, Homilía, Santa Misa, Clausura del Año Sacerdotal, 11 de Junio de
2010.
[3] CEP, Mensaje
de los Obispos del Paraguay, Año del Laicado.
[4] BENEDICTO XVI, Porta Fidei, 1.
[5] LEÓN MAGNO, Sermón
1 en la Natividad del Señor 1 – 3.
[6] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1.
[7] BENEDICTO
XVI, Caritas in veritate, 1.
[8] BENEDICTO
XVI, Caritas in veritate, 7.