La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 8 de agosto de 2022

El laico, el bien común y la dignidad humana

 

Arquidiócesis de la Santísima Asunción

Parroquia San Juan María Vianney

Fiesta Patronal 2022

Solemne Víspera

“El laico en la búsqueda y promoción del bien común,

en la defensa de la dignidad humana”

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos esta Eucaristía en la Solemne Víspera de la fiesta de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, patrón de todos los sacerdotes[1] y en especial de aquellos a quienes se ha encomendado el oficio pastoral de párrocos.

            San Juan María Vianney, a cuya patrocinio está dedicada esta hermosa comunidad parroquial, nos decía: “Si comprendiéramos bien lo que es un sacerdote en la tierra, moriríamos: no de miedo, sino de amor”. Sintetizaba así su íntima experiencia y comprensión de la vocación sacerdotal. Él nos ayuda a comprender que “el sacerdocio no es un simple «oficio», sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor.”[2]

Año del laicado

             Así también, a lo largo de este Novenario, con la presencia espiritual del Santo Cura de Ars y animados por nuestros Pastores, hemos querido comprender en profundidad la vocación del laico cristiano. De eso se trata este Año del laicado que estamos viviendo como Iglesia en el Paraguay: redescubrir “el ser y la misión de los laicos”[3].

            Incluso podríamos parafrasear al Santo Cura de Ars y decir: “si comprendiéramos bien el misterio del laico cristiano, viviríamos con el corazón lleno de alegría y de amor”.

            Para descubrir en profundidad el misterio del laico cristiano, la grandeza de la dignidad y vocación laical, debemos centrarnos en el sacramento del Bautismo; el sacramento que es como “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia (…). Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22).”[4]

            Sí, el Bautismo es la puerta de entrada a la vida de comunión con Dios y con los hermanos; es el sacramento fundamental y fundante de la vida cristiana, pues, nos une íntima y verdaderamente a Cristo Jesús; y al hacerlo nos hace hijos del Padre, nos perdona el pecado original, nos dona el Espíritu Santo y nos hace Pueblo de Dios.

            Tal como lo expresa la Primera Carta de san Pedro: «Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz: ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado.» (1 Pe 2, 9 – 10).

            En el gran don del Bautismo está enraizada la vocación del laico cristiano, aquí está su grandeza, su dignidad; su identidad más auténtica y profunda; y por lo tanto, desde el Bautismo –y la Confirmación- brota su misión: anuncia a todos la dignidad humana y promover incansablemente el bien común.

Dignidad humana

            Los textos bíblicos proclamados en la Liturgia de la Palabra hoy, nos ayudan a comprender dónde radica la dignidad humana que como bautizados estamos llamados a anunciar, cultivar y defender.

            En primer lugar nuestra Fe nos ensaña que somos creación predilecta de Dios: «Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo». Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.» (Gn 1, 26 – 27).

           

"Este es el Cordero de Dios..."
Eucaristía en la Parroquia San Juan María Vianney
Arquidiócesis de la Santísima Asunción
Al hecho de ser creación, se une también el gran don del Bautismo en Cristo. ¡Somos valiosos a los ojos de Dios! En primer lugar porque hemos salido de sus manos, de su corazón, de su pensamiento, de su voluntad creacional. Ninguno de nosotros es fruto del azar o la casualidad; ninguno de nosotros es un error; todos y cada uno hemos sido queridos, pensados y amados. Cada uno es creación predilecta. Y este hecho nadie nos lo puede arrebatar; esta dignidad creacional, nadie nos la puede arrebatar. Somos imagen y semejanza de Dios.

            Unida a la dignidad creacional, se encuentra la dignidad bautismal: «Porque todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo.» (Ga 3, 26 – 27).

            Sí, la dignidad humana radicada en el acto creacional de Dios, en el Bautismo se reviste de la dignidad misma del Hijo de Dios: de Jesucristo. No olvidemos que por el Bautismo somos verdaderamente identificados con Cristo y participamos, cada uno según su vocación y particularidad sacramental, del triple oficio de Cristo: sacerdote, profeta y rey.

            ¡Cuánta dignidad se nos ha regalado y confiado! Cuán apropiadas entonces las palabras de san León Magno: “Reconoce, cristiano, tu dignidad.”[5] Animémonos a creer en nuestra dignidad; animémonos creer en lo valiosos y amados que somos.

            Sólo si reconocemos y creemos en el gran don de nuestra dignidad cristiana, también asumiremos la misión de promover esta dignidad a través de la búsqueda del bien común en la sociedad.

Bien común

            Comprendemos entonces que solamente el auténtico encuentro con Jesús, y la auténtica vivencia del Bautismo, son los que transforman nuestra existencia, pues ese encuentro y esa vivencia “da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”[6]

Ese encuentro y esa vivencia nos impulsan a una auténtica búsqueda del bien común, pues como bautizados hemos experimentado que “cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32).”[7]

Así mismo, al estar íntimamente unidos a Cristo, y entre nosotros como Pueblo de Dios, comprendemos también que “amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad.”[8] Es exigencia de nuestra dignidad y misión de bautizados en Cristo Jesús.

En el Evangelio (Jn 9, 1 – 7) hemos visto  que tanto los discípulos de Jesús como el ciego de nacimiento tomaron consciencia de la dignidad inherente de cada uno, y así mismo hemos percibido cómo han ido comprendiendo que el bien común implica siempre reconocer, cultivar y defender la dignidad de cada persona humana, sin importar su condición. Pues la vida de todos y de cada uno es siempre oportunidad «para que se manifiesten en él las obras de Dios» (Jn 9,3).

Que la Santísima Virgen María y san Juan M. Vianney, nos ayuden a tomar consciencia de nuestra dignidad cristiana, y así, nos muevan a reconocer y promover la dignidad de todos en la consecución del bien común en nuestras familias, comunidades y en nuestra Patria. Que así sea. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

3 de agosto de 2022  

[1] BENEDICTO XVI, Año Sacerdotal.

[2] BENEDICTO XVI, Homilía, Santa Misa, Clausura del Año Sacerdotal, 11 de Junio de 2010.

[3] CEP, Mensaje de los Obispos del Paraguay, Año del Laicado.

[4] BENEDICTO XVI, Porta Fidei, 1.

[5] LEÓN MAGNO, Sermón 1 en la Natividad del Señor 1 – 3.

[6] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1.

[7] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 1.

[8] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 7.